El fin del Despotismo Hidráulico
Leto II, el hijo de Paul Atreides, ha asumido por fin su Senda de Oro (Secher Nbiw), el camino
destinado a salvar a la especie humana de sí misma, y tras su fusión con las truchas de arena,
acumula ya más de 3.000 años de reinado absoluto sobre el universo conocido. Encaminado sin
remisión a su implacable transformación corporal en gusano de arena, Leto (el Tirano o el Gusano
según la mayoría de sus súbditos), impone una paz forzosa que los diferentes pueblos bajo su égida
intentan por todos los medios quebrar. Su cuerpo físico, casi inmune a los ataques con armas
convencionales, se une a su portentosa mente presciente, capaz de ver a distancia los complots
urdidos contra él, para conformar un ente casi invulnerable. Él es Dios, la encarnación terrenal de Shai
Hulud, cabeza visible de la religión y el gobierno del Imperio.
Sus memorias previas, millones de almas acumuladas en su mente, le dan una perspectiva
inigualable de la historia humana y sus peligros, y conforman en ocasiones un inmenso lago donde
Leto acostumbra a nadar, evadiéndose de la realidad inmediata. Le proporcionan así mismo
lecciones incomparables, opciones y caminos vedados, pero sobre todo una hastiante repetición
de actitudes, situaciones y recuerdos. Pese a ser memorias ajenas, Leto las vive y experimenta
como propias; él es un hombre y una mujer, un anciano y un niño, es soldado, es pescador, es rey,
es esclavo,… ningún punto de vista le es ajeno ni ninguno domina sobre él. Es la Conciencia de la
Humanidad. Y conocedor del peligro al que se enfrentaría la Humanidad, la fuerza a soportar su
tiranía, con el fin de aguijonearla y que busque caminos alternativos de dominio.
Leto sabe que la especia (melange) seguirá dominando al ser humano y condicionando su
supervivencia, así que se propone convertir de nuevo el planeta Dune (Arrakis) en un vergel,
donde debido a la nueva acumulación de humedad perezcan los gusanos de arena, productores de la
sustancia geriátrica, de forma que la única especia que circula por su imperio en los tiempos relatados
en el libro es la de su propio e inmenso almacén secreto. Tan sólo una minúscula porción de desierto
amurallada, sostenida por los satélites de control climático queda en Dune: el Sareer, el Santuario de
Leto, pero de allí no sale ya especia. Busca acabar con el llamado “despotismo hidráulico”, con la
dependencia económica de una sola fuente de energía o bienestar. Cada pueblo recibe una asignación
anual a criterio de Leto II, de forma que tiene así dominados los destinos de todos los planetas
dependientes al Imperio.
Por supuesto, estos no aceptarán una tal subordinación de buen grado, y la
mayor parte de sus esfuerzos tecnológicos irán destinados a producir especia de forma sintética, para
no depender de los favores del Emperador. De entre estos pueblos, destacarán por su ferocidad e
inteligencia los Tleilaxu, amos de los secretos de la genética, quienes además proporcionan a Leto un
arma de doble filo imprescindible: innumerables gholas (copias exactas conseguidas de las células de
una persona) de Duncan Idaho, antiguo capitán de los Atreides, que entró al servicio de su padre y
que fue conocido por su ferocidad en el campo de batalla. Mantiene una deuda de honor con los
Atreides, por lo que éstos fuerzan siempre que pueden su lealtad inconmovible a través de los siglos.
Los Duncans proporcionados por los tleilaxu recuerdan sus memorias originales, por lo tanto
transcienden a su propia muerte, ya que además de su nueva vida, conocen el momento exacto del
fallecimiento del original, y representan para Leto un valiosísimo tesoro genético, por lo que “anima” a
los gholas a procrear con sus Habladoras Pez, su ejército de implacables guerreras guardianas, cuyas
habilidades en muchos terrenos se mejoran cada año. Los Duncans son también un misterio peligroso,
ya que nadie sabe qué condicionamientos han podido incluir los Tleilaxu, enemigos del Emperador,
para dañar a éste. Los Duncan Idaho son capitanes natos, y Leto suele utilizarlos, a pesar del peligro,
para que asuman el mando de sus ejércitos.
Las Habladoras Pez conforman el pilar básico de su estructura de poder; son mujeres adiestradas en
los usos de la guerra y la paz, e implacables en defensa de su señor. A pesar de que son mandadas
por hombres de confianza de Leto, las mujeres son, en palabras del Dios Emperador, “las que mejor
mantienen la Senda de Oro”, al estar más predispuestas que los hombres a la conservación de la vida:
no sólo luchan, sino que proporcionan al Imperio hijos e hijas de genética cada vez más atreides y más
fuerte. Son madres y guerreras… y en ocasiones sacerdotisas de la religión imperial, fanáticas
seguidoras de su amo.
Leto II mantiene una relación ambivalente con la tecnología. De forma pública, alienta la fidelidad a la
Yihad Butleriana, que prohíbe el desarrollo de cualquier máquina pensante o que imite la capacidad
humana de pensar, pero acepta la tecnología ixiana, que bordea y muchas veces traspasa la legalidad, pero
que contribuye también a hacer más llevadera la adaptación a su cuerpo de pre-gusano. Por otro lado
ordena también acabar con la Orden de Mentat y continúa con la transformación ecológica de Arrakis,
que modifica el ciclo vital del planeta y erradica a los gusanos de arena por completo quedando sólo uno
con vida (el propio Leto), manteniendo intacta una pequeña porción de desierto.
Pero la persona que más tiene contacto diario con Leto y mejor le comprende es Moneo, su asistente personal
y gobernador. Por supuesto, es un atreides, uno de los “productos” genéticos de Leto, dotado con una
inteligencia y dotes de mando innatas y unos reflejos físicos mejorados aún a pesar de su ya avanzada edad.
Comparte con él gobierno y responsabilidades, pero por encima de todo, los peligros. Moneo no sólo
está expuesto a las intrigas de los diferentes pueblos que ambicionan el poder, sino a los cada vez
más frecuentes signos de la presencia del Gusano en Leto.
En ocasiones, la parte humana del Emperador pierde el control y cede terreno a la ira
del Gusano, una auténtica tormenta que no respeta nada. Conforme se acerca su transformación final
a Gusano de Arena, Leto es cada vez menos humano y más irascible: tan sólo su cabeza, sus brazos y
unas minúsculas piernas atrofiadas son identificables como tales en su cuerpo de gusano. Moneo como
atreides, es depositario de la herencia genética presciente de la familia, aunque teme descubrir en él
mismo esos poderes, e intenta negar la evidencia, retrasando indefinidamente el momento de su
exposición masiva ante la especia. Pero estos poderes han sido transmitidos a su descendencia… y
serán la clave del futuro… como lo han sido a través de toda la saga Atreides.
La Bene Gesserit prosigue con su propio programa genético (del que Leto tomó la base para el suyo),
pero los nacimientos son vigilados por las Habladoras Pez, que eliminan aquellos que no se ajustan a
los designios del Emperador. La Hermana Chenoeh, representante de la Orden ante Leto, se queja
repetidamente de ello, pero éste, como toda respuesta, amenaza con un escueto “agradeced lo que
tenéis”. La Bene Gesserit se ve obligada, como el resto de pueblos y órdenes, a agradecer a Leto lo
que tiene a bien dispensarles.
Las antiguas Grandes Casas del desaparecido parlamento del Imperio, el Landsraad, han perdido todo
su poder con la caída del mercado de la especia, tan sólo seis de ellas tienen ahora el estatus de Casa
Menor. La Cofradía también está bajo el absoluto control de Leto, debido a su patética dependencia de
la especia, aunque intentarán buscar otros caminos junto con Ix para asegurarse la sustancia
geriátrica que les permite viajar rápidamente entre mundos.
Los ixianos, por su parte, idearán un plan para dañar al Tirano donde más le hiere. Diseñarán a una
mujer llamada Hwi Noree, tras estudiar los gustos amorosos, intelectuales y físicos de Leto, y la
situarán como embajadora de Ix ante él. Éste, que ya no puede experimentar el amor físico con mujer
alguna, se verá torturado por un sinfín de emociones muy a su pesar, distraído del gobierno. El
Emperador no tiene apenas debilidades físicas, pero aún puede sentir amor…
La hija de Moneo, otra atreides llamada Siona, descendiente en línea directa de Ghanima Atreides,
hermana de Leto, resulta ser la auténtica clave de la historia posterior del Imperio, gracias a que en
ella ha culminado la selección genética que Leto iniciara con su reinado, similar a la emprendida siglos
atrás por la Bene Gesserit, pero mucho más refinada. Siona, declarada en rebeldía, roba los Diarios
Secretos de Leto, y será puesta a prueba por éste (como lo fue Moneo en su juventud) en una suerte
de Gom Jabbar mejorado: el destino de Siona será el destino del mundo, y en ella renace el espíritu
fremen, ahora sólo latente en los patéticos y degradados Fremen de Museo.
Ingeniería social
La Visión fremen y práctica de Leto, clara e imprescindible para él, representa para otros el poder
absoluto y destructor que las libertades individuales. El enfrentamiento ideológico y físico deriva en
interesantes contradicciones, y de nuevo sienta las bases para las guerras abiertas que se declararán
más adelante. La democracia, tan amada entre nuestros contemporáneos como la única forma
respetuosa de convivir con nuestros semejantes, se ve en esta ocasión puesta en tela de juicio por un
Leto que considera que no es el momento de que el Imperio adopte ese “modus vivendi”. Para él, los
sistemas presuntamente igualitarios (democracia tutelada) tan sólo refuerzan la cobardía, modulando
los instintos humanos que conducen a la voluntad y la valentía, regulando apetitos y voluntades,
marcando unos límites precisos: se nos domestica desde pequeños para vivir una vida tutelada por la
moral común. De este modo, la sociedad pierde valor y se ve en peligro frente a amenazas externas.
Pero Leto no sólo abomina de la democracia clásica, sino también del conservadurismo. Desconfía de
ambos extremos. Según afirma, si tras un conservador se encuentra un hombre que prefiere el
pasado antes que el futuro, alguien que obliga a sus subordinados a involucionar, tras un liberal se
esconde un aristócrata; en palabras de Leto II: “Los gobiernos liberales se convierten
irremisiblemente en aristocracias. Las burocracias traicionan la verdadera intención de las personas
que forman dichos gobiernos. Desde el primer momento, los hombrecitos que formaron los gobiernos
que prometieron equiparar las cargas sociales se hallaron inopinadamente en manos de aristocracias
burocráticas. Ya se sabe que todas la burocracias siguen esa pauta, pero qué hipocresía descubrirla
incluso bajo una enseña comunizada. Ah... bien, si las pautas me enseñan alguna cosa, es que se
repiten y se repiten incansablemente. Mis congojas, en conjunto, no son más angustiosas que las de
los demás, al menos yo enseño una lección nueva”.
Leto domestica a la Humanidad con una paz de 3.000 años, les priva de la básica libertad de elección
de la propia voluntad. Al dirigirlos de esta forma, con el tiempo los diferentes pueblos echarán de
menos aquello que se les arrancó sin piedad, buscarán su propia autodeterminación y el instinto
humano creativo y guerrero aflorará de nuevo en ellos. Al mismo tiempo, Leto casi les priva de la
sustancia que sostiene el Imperio: la especia, ocasionando la caída del peligroso modelo socioeconómico
pasado, y provocando la Dispersión. Miles de millones de personas mueren debido a su
dependencia física de la especia, y otras emigran de sus planetas natales y colonizan otros mundos,
multiplicando la variedad de comportamientos, aptitudes, inventos, formas de pensamiento y
religiones. La vuelta de las gentes de la Dispersión provocará de nuevo una guerra contra las que se
quedaron en los planetas conocidos, de la que los más aptos conseguirán sobrevivir, asegurando el
futuro de la raza humana. El peligro que Leto vio en la especia y el despotismo hidráulico que ésta
provocaba, quedará por fin conjurado. El tirano se convierte en el catalizador de esta evolución.
La futilidad de la historia escrita por los vencedores queda patente: la historia oral finalmente se lleva
el crédito de la crónica de la Humanidad; tanto Leto como sus súbditos ridiculizan constantemente los
hechos consignados por los cronistas “oficiales”, y conceden mayor importancia a los hechos
transmitidos entre personas. El propio Leto ironiza constantemente con el tratamiento que pueda
llegar a darle la historia póstuma, y desconfía de los historiadores.
Leto se define a sí mismo como “El último depredador de la Humanidad”, circunstancia que se
entiende con la sola lectura de esta cita, que puede resumir buena parte del objetivo del Dios
Emperador: “Disponiendo las generaciones del tiempo suficiente para evolucionar, el predador
produce determinadas adaptaciones de supervivencia en su presa, las cuales, mediante un ciclo
operativo de alimentación, producen cambios en el predador, que a su vez modifica a su presa,
etcétera, etcétera, etcétera... Innumerables son las fuerzas poderosas que producen el mismo efecto.
Las religiones pueden contarse entre dichas fuerzas.”