Partida Rol por web

Despiertan, y lo primero que sienten es el dolor; Markus en la cabeza, una mano y la entrepierna, Duncan en una pierna y un brazo, y Marie por todo el cuerpo. No pueden moverse, pues sus cuerpos están envueltos en algo que les aprieta y constriñe, las piernas juntas, los brazos apretados a los costados, las mandíbulas selladas. Tampoco pueden ver, pues el plástico les cubre de pies a la cabeza y, aunque es traslúcido, la oscuridad que les envuelve hace el resto, cegándolos por completo. Sus cuerpos ya no están congelados, y lo que si pueden sentir sin lugar a duda es el olor a carne podrida. El mecanismo del contenedor frigorífico se paró convenientemente unas horas antes, y su contenido deberá ser desechado en cuanto el barco llegue a puerto.

Tras un par de horas de larga espera que se hacen eternas por fin la puerta se abre con un crujido, algo de claridad disuelve las tinieblas y pueden atisbar una figura que se introduce en el interior. Uno por uno son arrastrados fuera, y sienten como unas fuertes zarpas atraviesan sus cuerpos. Después llega la ingravidez, el olor a salitre que va disolviendo poco a poco la podredumbre que se ha pegado a sus fosas nasales y el sonido del batir de unas enormes alas. Por último, la sensación de caer al vacío, un golpe sobre una dura superficie metálica, y el batir de las alas de nuevo, alejándose.

Ahora son dos figuras las que se arrodillan junto a ellos según van aterrizando, los levantan por los pies y hombros, y los llevan por escaleras y pasillos hasta soltarlos otra vez sobre el suelo.

–¿Ya están todos? – pregunta una voz masculina, cuando los tres están dentro.

– Si, el raro y sus dos acompañantes – responde otra, esta vez de mujer.

– Bien, pues vamos a sacarlos ­– dice de nuevo el primero.

El cutter se clava en su piel según los extraños van cortando las envolturas de plástico, de abajo a arriba.

– Joder! ­– exclama una tercera voz, también femenina, deteniéndose antes de terminar de abrir la envoltura de Marie – Ese puto carnicero se ha cobrado bien su peaje, ¡esta está fatal!

– Todos se han llevado lo suyo, a este le ha arrancado las pelotas – dice la otra chica, que estaba desempaquetando a Markus.

Finalmente liberan sus rostros y pueden ver a quienes les han recogido, y después el horror al comprobar en sus cuerpos desnudos cuál es el precio que han pagado por el viaje desde el matadero...

El carnicero siempre se sumía en el letargo un par de horas después que el resto y eso le daba tiempo a preparar bien los encargos. Se llevó los cuerpos dormidos y los depositó en sendas mesas de trabajo. Tras desnudarlos y doblar sus ropas con esmero observó las tres piezas, decidiendo con qué se quedaría de cada uno de ellos, mientras afilaba un cuchillo.

De Duncan quería saborear su fuerza y tomó un bíceps y un gemelo. Al extraño lo serviría de postre, por precaución no se atrevió a coger mucho, así que le sacó un ojo, y le cortó un dedo, una oreja y los genitales. A Marie, tan bella y perfecta, la dejó para el final.

Le había seccionado toda la carne de la mitad de la espalda, torso y abdomen, un glúteo y la cadera hasta el pubis, y uno de los muslos de sus largas piernas.

– Bienvenue à Montréal!

- Putain, connard, tu vas me payer, je jure que tu vas me payer!!, Marie sentía a la Bestia a punto de estallar en su interior, mientras observaba estupefacta el despojo sangriento en el que se había convertido, por más que le doliera todo su cuerpo probablemente era el orgullo lo que más le escocía en aquel momento.

- Quienes. Sois. Vosotros?, dijo fijando una mirada rabiosa en los tres vástagos que los habían liberado de sus envoltorios, no estaba de humor para ejercer de socialité, aunque sabía que el responsable de su furia se estaría riendo a muchas millas de distancia. Este pensamiento la enfureció de nuevo, como se llamaba Anne Marie Bien-Aime que la bola de pus se las iba a pagar.

Mierda.

El dolor era fuerte, pero nada especial. No había conseguido absorber nada del daño, por desgracia, y el carnicero le había hecho una escabechina.

Por suerte, no había salido especialmente mal parado, excepto por el ojo. Dolía, y, seguramente, daba un mal aspecto.

Dejó su sangre fluir por su cuerpo, permitiendo que la vitae se centrase en su ojo, tratando al menos de cubrir las heridas exteriores*

- Cuando todo esto termine, vamos a volver a Nueva York... oh si, vamos a volver. ¿Verdad? 

Marie, joder, te la han liado bien... -

Después, se fijó en las personas que lo estaban liberando.

Aquello ya no podía ir a peor, ¿Verdad? Activó su capacidad para detectar las mentiras mientras hablaban...

Como siempre, las Pesadillas asediaron el descanso de Duncan, aunque en esta ocasión, sin saber porqué, sentía algo que le laceraba de verdad la piel un olor fétido a carne podrida. Algo que le recordaba a asqueroso Carnicero.

Al despertar, empezó a descubrir el porqué...

El momento del descanso era el verdadero campo de batalla del antiguo veterano, salvo que en aquella noche de transporte, todo parecía haberse mezclado. Casi hubiera dicho que los sueños le habían dejado secuelas físicas.

Cuando despertó, Duncan casi pensó que aún estaba en una de aquellas Pesadillas suyas, un nuevo tormento a la que su propia psique le sometía.

Es normal soldado... bastante es que sigas cuerdo, pero los traumas de la guerra se manifiestan siempre de alguna manera... a ti te ha tocado esta.

Las palabras del loquero siempre le venían a la cabeza una y otra vez. Quizá para recordarle de forma eterna el porqué ocurrían las cosas. Quizá como un modo de enfrentarse a ellas... aunque de haber podido volver al pasado, seguramente le habría propinado un buen puñetazo en los morros al listillo.

Pero no. Aquello era diferente. El dolor era ¿real? ¿Qué cojones pasaba? Lejos de enfurecerse, la experiencia de Duncan le había enseñado a calmarse primero y hacer un "informe de la situación". Claramente estaban a merced del que fuera a recogerles... aquello había sido una gran cagada. Demasiado vulnerables. Demasiado dependientes... pero no podía dejarse perder por la angustia o la rabia. 

La espera se hizo tediosa, pero cuando finalmente les liberaron de aquella pesadilla en vida, Duncan no tenía cara de estar feliz precísamente, más al oir los gritos del bombón criollo y el listillo.

-Una bienvenida de mierda, con todos mis respetos. Las he tenido mejores. -dijo con acidez al gilipollas que se había querido hacer el gracioso.

Hizo el amago de levantarse, pero antes se dio cuenta de lo que aquel Feo hijoputa le había hecho. Gruñó. Enseguida empezó a enviar la sangre para regenerar su gemelo y luego su brazo.

Ver lo que aquel cabrón había hecho con sus dos compañeros provocó que su cara se volviera más agria. Espero que se haya atragantado con el peaje el muy cabrón. -comentó de forma despectiva.

Una vez su pierna estuvo mejor se incorporó mirando a la gente que tenía a su alrededor, como si no le importara demasiado las pintas que debía tener.

-Responded la pregunta de mi compañera... ¿y dónde puñetas está mi puta ropa? -comentó malhumorado.

– Tranquilo soldado, eso no se te va a curar tan rápido. Necesitáis descansar, no os preocupéis, en seguida os llevaremos a un camarote y mañana cuando caiga la noche estaréis como nuevos para asistir a la Conferencia. Estáis en el Lisboa, nuestro barco. Para llegar a Montreal por el río Saint Laurence hay que pasar justo por delante de Quebec, territorio de la Camarilla. Debéis de ser importantes, los Pastores y sus Bibliotecarios se han tomado muchas molestias para que lleguéis a salvo a la ciudad y nos ha enviado a recogeros. Beátrice en especial – confirmó, clavando su mirada en el Kyasid – Mi nombre es Miguel Santo Domingo, y estas son Erinyi y Célèste Lamontagne.

– Yo soy la que os ha sacado del carguero – interrupió la Gárgola, extendiendo las alas y guiñando un ojo.

– Somos los Navegantes – continúo Miguel.

– Aquí tenéis vuestras cosas – añadió Célèste, tendiéndole a Duncan una bolsa de viaje que había en el suelo.

Al observar la estancia se dieron cuenta de que, efectivamente, se encontraban en el puente de otro barco.

La dinámica figura de Miguel supera el metro ochenta. De sonrisa fácil, tiene el pelo negro y ojos de ave de presa en su ancho rostro.

Célèste es una belleza de aspecto fiero. Es alta y musculada, y parece estar a punto de saltar a la acción en cualquier instante. Lleva las marcas de innumerables frenesíes, incluyendo ojos que reflejan la luz y orejas puntiagudas.

Erinyi se alza sobre sus piernas de aspecto canino, rematadas en garras. Mide más de dos metros incluyendo sus largos cuernos, y su piel y sus alas presentan una textura pétrea de un tono grisáceo.

Al descubrir quiénes eran sus "rescatadores", el Cruzado puso una cara algo más sosegada, alzando las manos.

-Ok, perdonad pero, comprenderéis que no es algo de gusto que te trinchen como a una puta vaca. Gracias por recogernos. Vuestra fama os precede y para mi es un honor tener tan buena escolta. -aquello lo dijo con absoluta sinceridad. Si lo que sabía era cierto, aquellos hijoputas eran unos buenos cabronazos. No había más que verles. Seguramente sólo la extraña gárgola sería capaz de despedazarlos sola, por no hablar de la Gangrel. 

Después de todo, iba a ser verdad que la tal Beatrice tenía aprecio al listillo- Somos los Jinetes de la Cruz y la Calavera. -empezó a desempaquetar sus cosas de forma diligente, para estar preparado lo antes posible- Mi nombre es Duncan Clayton. La cabeza de este trío, pero está claro que, una de las razones por las que estamos aqui es por mi compañero y su relación con Beatrice... -comentó para luego hacerle un gesto sutil que les daba la palabra a ellos. En aquellos primeros compases era bueno que cada cual se desenvolviera bien. Ser el Ductus no significaba tener que hablar todo. Además, después de lo ocurrido, no estaba seguro de confiar en nadie... mucho menos de los tipos que estaban con De Soto ¿Estaría por ahí el antiguo inquisidor?

Markus pensó para sus adentros un insulto en un idioma que el mismo no estaba seguro de conocer.

- Lo primero, vestirse. Que no es que me desagrade ver a gente en cueros, pero la más "mirable" es la que menos trozos tiene... -

Así que los Navegantes. Parecía que realmente los Bibliotecarios se habían ocupado de que su viaje fuese más cómodo. Pero podrían haberse ocupado antes de decirles que fuesen por el carnicero...

- Muchas gracias por recogernos. Entiendo que tenemos suficiente tripulación para navegar tranquilamente de día... pero vamos. ¿No tendríamos un parche? No me gustaría que nadie me viese así el ojo... y además, no puedo leer cómodamente. -

La situación se había ido de madre. Iban a llegar en el peor estado posible, especialmente sus compañeros. Para cuando llegasen a la conferencia, Markus ya se habría limpiado todas las heridas y, con un poco de suerte, incluso el olor a pescado.

- Lo único bueno de que te corte la carne un carnicero expert como el saco de pus de nueva York es que, a pesar de todo el destrozo, ha dejado las suficientes partes intactas para que podamos volver a ser nosotros mismos en poco tiempo.

No me quiero imaginar lo que podría haber pasado si hubiese sido alguien mucho menos ducho...

Aún así, ese tipo va a tener que pagar por lo que ha hecho. Si unos cammie o unos humanos nos hubiesen encontrado, ahora no seríamos más que cenizas. Y eso, mon cherie, lo va a pagar. Oh si. El peaje lo va a entender él... más pronto que tarde. -

Marie consiguió calmarse un poco, después de todo poco adelantaba pagar su rabia con los tres cainitas que acababan de recogerlos. Menos todavía cuando en el lamentable estado que se encontraban no les durarían ni un asalto. No podía ni siquiera ponerse las ropas, por lo que se cubrió como pudo con una manta.

Mientras Miguel y sus compañeros hablaban se entretuvo en observar uno por uno a sus "salvadores", parándose en Erinyi. Era la primera vez que veía una Gárgola.

- Très belle, murmuró, casi para sí.

Los Jinetes de la Cruz y la Calavera... Sonaba casi ridículo ahora. Miró su cuerpo con los huesos a la vista y la cara de Markus con la cuenca de su ojo vacía y entonces, de repente, comprendió. Sí, el Barón los había aceptado! La pobre ofrenda de tabaco le había parecido poca y se había cobrado el precio que había considerado justo. 

- Le Baron, oui, nous sommes consacrés maintenant, pensó.

 - Oui mercí, yo soy Anne Marie Bien-Aimé, Sacerdote de la manada, o lo que queda de ella, dijo intentando recuperar de a poco su encanto natural, espero que sepáis disculparme pero realmente necesito, descansar...

La broma del parche de Markus provocó risas entre los Navegantes, pues ellos mismos podrían considerarse piratas. El pasado de la manada saqueando las costas brasileñas les había otorgado ese título. Y aunque en la actualidad de los miembros originales sólo quedaba de Soto, eran famosos por su habilidad para llevar a cabo incursiones en territorios de la Camarilla en los grandes lagos y el paso marítimo del San Lorenzo, en el que se encontraban.

– No tenéis que agradecernos nada. Es un honor para nosotros servir a los intereses de la secta, aunque sea llevando a cabo tareas como esta. – contestó Miguel

– Y además ha sido divertido – dijo Erinyi.

– En cuanto a la tripulación, aparte de nosotros tres nos acompañan varios ghouls. Ellos se encargan del barco durante el día, pero cubriremos el resto de travesía esta noche y al amanecer ya habremos fondeado en territorio seguro. Debéis descansar ahora, os avisaremos si hay algún peligro cuando pasemos por delante de Qubec. Aunque, más que atacarnos, lo más seguro es que la mera visión de nuestra nave haga que esos cobardes Tremere se escondan en sus capillas y se afanen en reforzar sus sortilegios protectores.