Aldous y Frieda se quedaron atónitos escuchando la explicación de la guerrera del cisne incapaces de entender nada de lo que estaba ocurriendo. ¿Liliana Schiel? ¿Cómo es posible?
Pero no hubo tiempo para preguntas. La mujer de los cabellos dorados abandonó la cabaña del bosque. La pobre Frieda estaba demasiado malherida como para seguirla, y su hermano Aldous se había quedado paralizado tratando de buscar una explicación racional a todo aquello.
La princesa Liliana recorrió el camino de vuelta hacia el río de Coche mientras que el sol se ponía por el horizonte, y subida a su barca-nenúfar cruzó el ojo del puente sintiendo que dejaba atrás una parte de su vida y de su corazón.
Pero nada más llegar al mundo de los cuentos, el alegre piar de los pajarillos cantores que revoloteaban sobre el río alegró su ánimo. ¡Todos los habitantes del bosque se habían reunido allí para darle la bienvenida! Las hadas iluminaban el camino con sus estelas de luz, las sirenas chapoteaban a ambos lados de la embarcación jubilosas por la llegada de su princesa, y en la orilla, los sátiros tocaban una animada melodía con sus flautas de caña mientras que los duendes la aclamaban dando vítores en su honor.
En el embarcadero, el hada de azúcar la aguardaba sonriente, ataviada con sus mejores galas:
- ¡Bravo Princesa Liliana! ¡Lo habéis conseguido! -exclamó revoloteando a su alrededor juguetona- ¿Y sabéis lo mejor? Acaba de llegar una paloma mensajera con un mensaje de palacio: ¡El príncipe Giacomo se ha salvado de la maldición! Todavía está débil y le llevará un tiempo recuperarse, pero ¡se ha curado! Vamos, princesa, ¿a qué esperáis? Id a reuniros con él. Os dejaré una montura que os llevará veloz como el rayo.
Y adentrándose en la espesura, mostró a la princesa Liliana un majestuoso unicornio blanco ensillado y preparado para partir.
Lily sentía un gran vacío al volver a dejar su mundo, a sabiendas que seguramente sería la última vez que viera a sus hermanos con vida. Una lágrima perezosa descendió por su mejilla pero esta desapareció de su cara al cruzar el portal al otro mundo.
Tenía frío y ganas de llorar hasta quedarse dormida. Se sentía sola y desesperada. Pero cuando la recibieron, todo su malestar se transformó en alegría y autoestima. Sonreía mientras miraba a un lado y a otro, sintiéndose feliz y querida. Pero cuando el hada de azúcar habló de Giacomo, su corazón pegó un brinco de felicidad. Y sin más demora, corrió hasta el unicornio y agarrándose a sus crines lo espoleó.
Cabalgó lo más rápido posible, más de una vez tubo que esquivar ramas bajas y saltar obstáculos por el camino hasta que llegar a palacio. El aroma a azufre había desaparecido y todo lo referente con la maldad que la súcubo había dejado en este mundo.
Lily corría escaleras arriba, a su habitación, a la habitación de Giacomo. Las lágrimas descendía una tras otra por su cara, saboreando la sal en sus labios. Se quedó frente la puerta dubitativa y lentamente alargó su mano para abrirla.
-¿Giacomo?-Llamó mientras se deslizaba al interior del dormitorio pausadamente.
Las doncellas que lo atendían abandonaron la habitación cuando la princesa Liliana irrumpió en ella sedienta de amor para dejar a solas a la pareja. Sobre su lecho, Giacomo había recuperado su forma carnal como si en todos aquellos años el tiempo se hubiera detenido. Algo más pálido y delgado que la última vez que la última vez que Lily lo había visto y todavía conservando su máscara, el príncipe de los cuentos se incorporó de la cama donde estaba postrado cuando escuchó aquella voz que llevaba tanto anhelando oír y respondió con voz trémula:
- ¡Lily! ¡Eres tú!
Una lágrima de felicidad corría por su mejilla y Giacomo levantó la mano, todavía débil, para comprobar si aquella imponente guerrera que tenía delante de sí era la inocente muchacha que había visto fugazmente en un tiempo indefinido del pasado o si, por el contrario no sería más que la imagen vaporosa de un espectro.
- Perdóname Lily, perdona a este monstruo desconfiado y celoso que no supo aguardar para disfrutar tu amor.
Y, muy lentamente, con la inseguridad del que teme ser rechazado como ocurriera años atrás en los jardines de palacio el día del baile real, el príncipe de los cuentos acercó sus labios a los de la guerrera del cisne para fundirse en un nuevo y definitivo beso de amor.
Lily se sentó a su lado mientras secaba las lágrimas con el dorso de la mano. Sus palabras le rompían el corazón pero poder volver a verlo le hacía sentir tanta felicidad que creía que se moriría allí mismo. Y ese beso la cautivó de tal manera que se fundió con él en un abrazo y con sus labios todavía unidos en el más largo y esperado beso que jamás la historia conoció o conocerá.
Lily estaba dispuesta a soportar toda su vida en soledad, en encontrar, no una niña, sino dos jóvenes perdidos en el mundo real para poder ceder su lugar en ese mundo y que nunca se encontrasen solos. Pero antes, disfrutaría de cada cuento siendo protagonista o antagonista, quería comprender cada uno de ellos, encontrar sus personajes, poder formar de ellos, comprenderlos y vivir cada cuento como si se tratase de su propia vida. ¡Oh! Y las moralejas, siempre lo mejor del cuento. Giacomo había querido enseñárselas cuando era una niña, ahora sería distinto, y lo comprendería desde un punto más humano y adulto. Pero eso todo, ya no sería necesario. Porque él había vuelto.
Se apartó un instante para sacarle la máscara y ver su verdadero rostro con el anhelo que la había hecho sobrevivir hasta el momento. Sonrió, beso su cara, besó sus cicatrices, besó sus labios. Pero la armadura no le permitía acercarse más a él. Se levantó y sacó la armadura, primero la parte de arriba, las mallas, las botas, dejó caer el cinturón de su espada y por último, creyó que toda su ropa sobraba entre ellos. Se inclinó sobre él y de nuevo besos sus labios, y la princesa Liliana le insufló vida, magia, amor, honor, pasión, imaginación, creatividad, compasión, comprensión,... Y Giacomo rejuveneció, recuperó las fuerzas, el calor, y su hermosura.
Lily sintió como ahora era Giacomo quien la besaba, quien la tomaba entre sus brazos, quien la envolvía y desesperaba por ser uno con ella. Y así, sucedió. La princesa Liliana y el príncipe Giacomo se fundieron el uno con el otro, amándose. Todo el reino sintió su felicidad, inhalaron su amor. Y el reino resplandeció. Todos los cuentos llegaron a su final.
Y todos fueron felices y comieron perdices.