Lily tenía la boca pastosa, le dolía la cabeza y se sentía mareada. Nada le iba bien aunque lo intentase.Y ¿el colgante?Siento el frío tacto de la piedra sobre su pecho y se tranquilizó, no todos sus esfuerzos habían sido en vano.
-Engel...-murmuró con voz apagada. Recordaba las frases para convocar a Giacomo y ahora tenía el colgante pero no se iría sin su amigo.
Cuando se recuperó de su inconsciencia, Lily era incapaz de sentir su cuerpo. Tumbada en la camilla en la camilla del quirófano y completamente anestesiada, tan solo era capaz de ver a dos monjas enfermeras que limpiaban aparatos quirúrjicos, y, tras ella, al doctor Mauser examinando su cráneo.
Intentó hablar, pero no fue capaz de articular palabra. Intento moverse, pero sus miembros no le respondían, y cuando miró por el rabillo del ojo a un espejito que manipulaba el doctor vio horrorizada cómo le habían afeitado su hermosa melena y cómo sobre su cuero cabelludo le habían dibujado las marcas que señalaban una inminente trepanación de cráneo. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo.
- El taladro -ordenó la gélida voz del doctor Mauser.
Y una de las monjas le acercó un instrumento de pesadilla que se asemejaba a un sacacorchos con una sierra metálica y circular en el extremo. A pesar de la potente anestesia, Lily fue capaz de sentir a continuación el intenso dolor de aquella herramienta perforando su cráneo. Solo al final sintió un súbito alivio cuando le fue retirada la tapa craneal y la hemorragia interna que le había provocado aquel golpe encontró una vía de escape.
- El escalpelo -volvió a pedir el doctor-.
Lily vio entonces por el espejito, completamente horrorizada, cómo aquel cirujano acercaba el filo del bisturí a su recién destapada masa encefálica. Su sistema nervioso no fue capaz de soportar la tensión y volvió a caer en la inconsciencia.
Varios días después, Lily se despertó en su cama del pabellón de las rubias. Ya no pensaba en volver a casa, ni en su madre, ni en sus hermanos, ni en Giacomo, ni en Engel. Lily era entonces muy feliz sabiendo que aquellas monjitas tan buenas la cuidaban y se preocupaban por ella.
Continúa en la escena "presente".