Tassabra apretó los dientes mientras aquellos rayos seguían azotándola sin piedad. Sintió su corazón desfallecer cuando escuchó a Duallia rogándole que la matara, en un murmullo apenas audible por encima del crepitar de los artilugios de su padre. Le vino a la mente el rostro transido por el dolor de su exmarido, herido de muerte en el campo de batalla, muy lejos de cualquier clérigo que pudiera auxiliarle. Había tenido que clavarle la puntilla, y el recuerdo le había perseguido durante quinientas noches hasta que lo había superado. Matar a Duallia sería mucho más fácil, pese a la trágica historia de la muchacha.
Pero antes...
—¡Entonces apague los rayos, Señor Lemaitre, tírese al suelo y ponga las manos sobre la nuca!
Tassabra no ha actuado todavía (porque para empezar le toca a Ekarion). Simplemente habla fuera de su turno. En función de la respuesta de Lemaitre, actuará de una manera o de otra cuando le llegue el turno.
Ekarion observó horrorizado el ser en el que se había convertido Duallia, su despertar casi haciéndole olvidar su propósito original, el cual recordó ante las palabras de Tassabra. Caminó decidido hacia la palanca y la llevó a la posición original hasta que la electricidad dejó de correr por los cables. - Despida a su sirviente Lemaitre. - No era un pedido, sino una clara órden, podía sentir la resistencia de la criatura en la palanca, afortunadamente la fuerza del ser no era comparable a la suya.
Me muevo a Palanca y la muevo a posición de apagado. (Retengo la palanca en las manos hasta que el sirviente se disipe.)
El mago se llevó una mano al pecho mientras recuperaba el aliento robado por la descarga de los rayos. Tras él, la columna continuaba chisporroteando y tronando.
-¡No puedo apagar los rayos! -contestó, malhumorado, a Tassabra.
No parecía dispuesto a pelear, chasqueó los dedos y Ekarion sintió que la leve resistencia que notaba en la palanca desaparecía. La potencia de los rayos disminuyó, pero no se apagaron completamente, la bola central seguía suspendida entre ambas torres, lanzando chispas. Las áreas eléctricas desaparecieron y Duallia se desplomó sobre el altar en una maraña de alas y cables.
Lemaître llevó las manos detrás de la cabeza. Pero no se tumbó en el suelo, se quedó de rodillas, con los ojos clavados en Tassabra.
—¡He dicho al suelo! —repitió la enorme Cazadora.
Tassabra se acercó a Ignatius manteniéndole la mirada y le tiró al suelo utilizando la contera de su lanza. Puso un enorme pie en la espalda, para que no se levantara, y le lanzó unos grilletes a Ruru.
—Señor Sauceviejo, póngale estos grilletes al Señor Lemaitre y léale sus derechos.
Mientras esperaba a que el enano hiciera lo que le había pedido le habló a Lemaitre con voz tensa.
—No solo es un criminal y un asesino, Señor Lemaitre, sino que también ha fracasado usted como padre. No debía haber sobreprotegido a Duallia, sino hacerla más fuerte, prepararla para el mundo real. Ha actuado usted como los temerosos padres de los cuentos de hadas, demasiado asustados para invitar al hada maligna a la fiesta de cumpleaños de su hijita. Sus fracasos como padre han conducido al sufrimiento de su hija y es usted y solo usted el responsable de su fatal desenlace. En cuanto esto... —dijo con desprecio, señalando al engendro que había intentado reanimar—, estos los desvaríos de un loco y un enfermo. Es usted un ser despreciable, señor Lemaitre. Espero que los hombres y los dioses le juzguen como merece.
Ruru el murciélago aleteó con sus membranosas alas, descendiendo del techo para posarse suevamente sobre el firme. Una vez allí dejó su forma salvaje para volver a ser aquel enano gruñón y malhumorado. Se acercó a los grilletes que Tassabra le había tirado y que había logrado esquivar antes de ser derribado y se hizo con ellos. Entonces se acercó a Lemaitre con cara de pocos amigos.
- Lemaitre, Lemaitre... - Negó con la cabeza. - Nos ha dado usted muchos quebraderos de cabeza.
El enano se puso a la espalda del mago mientras miraba los grilletes tratando de descifrar como se utilizaban. Había visto ponerlos muchas veces, pero nunca lo había hecho él. No parecía tan difícil como en realidad fue. Tardó un poco más de la cuenta y los grilletes quedaron aprisionando el hueso de la muñeca del mago de mala forma, pero finalmente pudo ponérselos.
- Está usted arrestado, Lemaitre. - Le repitió. - Se le acusa de un delito de asesinato bajo artificios mágicos, de otros tantos intentos de asesinato por los mismos medios, atentado contra los cazadores imperiales en el ejercicio de sus funciones, mediante gólem guardián y con agravante de magia arcana y alteración del orden público con presumible resultado de lesiones y o muertes. - Le informó formalmente de los cargos por los que estaba siendo investigado. - Y ahora, Lemaitre, le informaré de los derechos que le asisten. Tiene derecho a guardar silencio. - Ruru quiso darle el protocolario golpe en el estómago, pero al estar tirado en el suelo no puedo y pasó al siguiente derecho, si levantaba a Lemaitre y le daba el golpe después, habría pasado demasiado tiempo entre la lectura del derecho y el golpe y perdería su efecto educador. - Tass, pon a Lemaitre de pie.
Tassabra miró a Ruru. Para ser un druida que vivía en medio del bosque conocía bastante bien el protocolo. ¡Hasta paró en el momento preciso de dar el aleccionador puñetazo en el estómago. Tassabra asintió, con renovado respeto por el Señor Sauceviejo. Quizá no abriera el expediente disciplinario, después de todo. Tassabra quitó el pie de entre los homóplatos de Lemaitre.
-Señor Lemaitre, levántese.
El anciano empezó a balbucear algo sobre sus rodillas y Tassabra perdió la paciencia. ¿Ahora iba a jugar el papel de viejecito indefenso?
-¡Que se levante!
La Cazadora le cogió del brazo y le levantó de un tirón para que Ruru pudiera continuar.
- ¿Resistencia al arresto? - Chasqueó la lengua repetidamente. - Sumaremos otro cargo a su larga lista, señor Lemaitre.
Carraspeó. Finalmente Tassabra logró poner en pie a aquel cuentista y él debía continuar con la lectura de sus derechos.
- Tiene derecho a que sea informado un familiar del hecho de su arresto y el lugar de custodia. Si es mago colegiado de la Torre de la Espiral Negra también tiene derecho a que se informe a sus superiores jerárquicos. - Y entonces si le dio un golpe en el estómago. Aunque no fue todo lo fuerte que a Ruru le hubiera gustado. Chasqueó la lengua. - Tiene derecho a no ser torturado de decir la verdad durante su declaración. - El siguiente puñetazo fue más fuerte y Lemaitre se quejó. Ruru miró a Tassabra buscando su aprobación con la mirada. - Tiene derecho a una celda caliente y una comida al día durante el tiempo que dure su detención. - Tercer puñetazo. Este dolió más. Ruru se iba calentando. - Todo lo que diga será utilizado en su contra. - En este momento el mago ya gimió bastante dolorido ante el cuarto puñetazo. - Finalmente, tiene derecho a un juez arcano, predeterminado por ley. - Y el quintó puñetazo finalmente dobló al pobre mago sobre si mismo. Ruru miró a Tassabra. Estaba convencido de que al fin habían congeniado en algo. Había utilizado el método estándar para informar a un detenido de sus derechos y salvo por el primer puñetazo que no pudo dar y el segundo que fue muy flojo, estaba notablemente satisfecho.
El mago soportó las palabras de Tassabra con el ceño malhumorado. No dijo nada más cuando Ruru procedió a leerle sus derechos y Tassabra lo levantó del suelo cuando le pusieron los grilletes. Maniatado y mirando con cierto desprecio al enano, el druida aprovechó para darle unos puñetazos de rigor mientras leía sus derechos. Ekarion, desde la distancia, contemplaba disgustado como maltrataban a un prisionero y hechicero de la Torre que ni siquiera se estaba resistiendo. El último golpe acabó por conseguir que Lemaître volviera a caer de rodillas en el suelo con la respiración entrecortada.
-Los Cazadores siempre hablando de lo que no entienden... Jamás impedí que mi hija hiciera lo que deseaba y sus deseos la llevaron a la muerte... Solo he hecho lo que debe hacer un padre cuando no encuentra justicia: tomármela por mi mano. Que los criminales paguen por los pecados que cometieron impunemente.
Empezó a reírse mientras recuperaba resuello y Tassabra lo volvía a enderezar.
-El mundo solo entiende de violencia. Mi hija quería hacer del mundo un lugar mejor y a cambio recibió violencia, desprecio y muerte -siguió diciendo, una vez pudo volver a hablar-. Ella era una creadora. Nadie aceptaba su naturaleza diferente. Yo lo entendía, pero ella no, y no lo aceptaba. Se resistía a ser tratada como una criatura inferior. La admiraba por ello. Pero era peligroso. Hasta que se juntó con ese grupo de pintamonas y canallas que solo se aprovecharon de su buena actitud.
El resto de la historia, ya la conocían por boca de otros.
-Esas que veis ni siquiera son sus alas -dijo, señalando el cuerpo sobre el altar-. Sus plumas están en la mansión de lady Springwater, expuestas como un trofeo de caza, junto a sus demás obras. Ese hatajo de ignorantes sigue vivos gracias a vosotros... Tendría que haberlo hecho con mis propias manos.
Chasqueó la lengua y miró a la Cazadora.
-Los desvaríos de loco que tú llamas han sido intentos fútiles de cumplir con los deseos de mi hija. Ella misma me pidió que hiciera eso que ves ahí. Palomita...
Palomita volvió a enderezarse sobre el altar alcolchado, el cabello encrespado, los ojos blancos chisporroteando, las alas desplegadas en una amalgama de rayos y sangre. Su cuerpo estaba recorrido por descargas eléctricas conectadas a los cables, que se arrancó de un tirón mientras apoyaba las garras en el suelo y contemplaba a Tassabra y a Ruru con hostilidad manifiesta.
Estaban golpeando a su padre.
-Dejadle... en paz... -murmuró, con los labios agrietados y la sangre resbalando por su barbilla.
Batió las alas y alzó el vuelo. La esfera suspendida entre los dos pilares creció en intensidad y los rayos alcanzaron a Duallia, envolviéndola. Ella extendió los brazos al recibir la descarga de electricidad hasta que la energía se extinguió y, como un pájaro alcanzado por un rayo, el engendro se desplomó frente a ellos y quedó recostado sobre el altar, sacudido por espasmos.
Levantó la mirada hacia Tassabra, Ruru y Ekarion, pero en realidad estaba mirando a Lemaître.
-Mátame... duele...
Lemaître miró a su hija y su expresión era totalmente diferente a las miradas de desprecio o arrogancia que le lanzaba a los Cazadores.
-Duele por que estás muerta, Palomita. He hecho todo lo que he podido, pero ya está. Es hora de que cierres los ojos y te vayas a dormir...
-No... no quiero...
Duallia volvió a incorporarse, a duras penas, sus alas quebradas desparramadas por el suelo de la estancia. Los rayos chisporroteaban con menos intensidad, la electricidad estática ya no era tan potente y la sensación era menos intensa.
-Duele... Mátame...
El mago suspiró de forma cansada y bajó la cabeza, incapaz de mirar a su creación.
-¿Podéis acabar con su sufrimiento? -preguntó a los demás.
El burro hablando de orejas —pensó Tassabra.
—Un mago de la Torre pretendiendo que tiene la verdad absoluta sobre un tema. Típico —bufó Tassabra—. Podéis saber mucho de las artes arcanas señor Lemaitre, pero habéis pasado la vida encorvado sobre un libro de hechizos. Lo que sabéis de las relaciones humanas podría caber en un dedal, y lo que entendéis en un sitio aún más pequeño.
Tassabra desenvainó la daga de su cinto... y se la tendió a Lemaitre por la empuñadura, mirándolo con dureza.
—Puedo, pero no lo haré. Ella te lo ha pedido a ti, a su padre, y es tu responsabilidad, no la mía. Tú empezaste todo este sórdido asunto, eres tú quien debe darle fin.
El hechicero miró a Tassabra con la misma expresión de suficiencia que emplearía a la hora de dirigirse a un completo ignorante, ceja levantada incluída.
-¿Una Imperial dando lecciones sobre lo que son las relaciones humanas? ¿Qué será lo próximo? -dijo, destilando ácido en la voz. Luego miró la daga que le tendía y sonrió de medio lado-. Si quieres que emplee esa daga, vas a tener que soltarme.
Agitó los grilletes delante de ella.
Ekarion asistió con horror al brutal tratamiento dado a Lemaitre, podía ser un criminal, pero se había rendido y no merecía ser golpeado cobardemente mientras estana encadenado.
Le dolía cada golpe, y le dolía el triple por que quien daba esos golpes de cobarde era quien le había enseñado a respetar la vida, y a ver la magia en el equilibrio de la naturaleza. Le dolía porque quien lo permitía y avalaba era una persona a la que había considerado su amiga y que le había enseñado el concepto del honor. Respeto y honor, dos conceptos asesinados delante suyo con cada puñetazo.
Pero el colmo llegó cuando Duallia, o aquella que había sido Duallia y que sólo era sostenida por un deseo de venganza y el amor de su padre, pidió la muerte y Tassabra eligió una estúpida lección a su padre en lugar de concederle el descanso que necesitaba.
El dragón miró la palanca, tentado de activarla, pero finalmente se acercó a Duallia - Lady Springwater recibirá su merecido, yo personalmente me encargaré de llevarla a la justicia. - dijo mientras caminaba hacia la mujer rota y desenvainaba su daga. No emitió juicio sobre las formas de Lemaitre para obtener justicia, todo había sido dicho y si bien simpatizaba no podía justificarlo.
Cuando llegó al lado de Duallia la abrazó, ignorando la sensación que provocaba la electricidad recorriendo su cuerpo. - Descansa, tu asesina no quedará impune, yo me encargo. - era una promesa que pensaba cumplir, y si la justicia no se encargaba de ello él se ocuparía de hacerle saber a Springwater que la mano de Duallia era la que dictaba su muerte. Con precisión apoyó la punta de la daga sobre la nuca de la criatura, y con un movimiento seco la clavó entre dos vértebras, interrumpiendo el flujo de vida al cerebro.
Algo tenía claro ahora, lo de Tassabra era fanatismo, no sabía lo que le había ocurrido a la mujer justa que había conocido en la Guardia, ni tampoco a su mentor de la infancia, pero no dejaría que le pasara a él. Apresar a los responsables de la muerte de Duallia sería lo último que haría para los Cazadores, su hermana, su objetivo y la Torre serían su vida en adelante.
Eufórico tras haber logrado arrestar al malnacido de Lemaitre y tras darle parte de su merecido, sonrió bajo su barba, porque lo más importante en ese momento, era que podría regresar a casa. Con suerte hasta no tenía que volver a la apestosa ciudad y podría ya quedarse en su armonioso y bello bosque junto con su querida osa, los pájaros, las ardillas, las flores, el viento y el olor de la tierra mojada por el rocío de la mañana. ¡Eso si que le hacía feliz!
Y lo cierto era que cuanto más conocía a los hombres, menos fe tenía en la civilización. Nada podía justificar que Lemaitre hubiera urdido aquel plan maléfico para acabar con aquellos pintores y gentes de la alta sociedad. No sólo había tratado de matar a los pintores, sino que había puesto en peligro a mucha gente inocente, incluidos los hijos de Tassabra. Además, no le perdonaba que su osa hubiera acabado envenenada por aquellos pulpos de pintura. Lemaitre se merecía todos y cada uno de aquellos puñetazos y más aún, se merecía ser el aperitivo de Señor Pinckels y si no lo había sido, era por el gran autocontrol que poseía Ruru.
Lo que no entendió fue la reacción de Ekarion. Su viejo amigo no pareció estar en sintonía con él en esos momentos, ni con Tassabra de hecho. Parecía estar triste o decepcionado. Ruru no lo entendía y le supo mal que el mago pareciera tan deprimido en un momento que debiera ser de felicidad por haber atrapado por fin al verdadero asesino de aquella historia. Sabía que el dragón era un tipo extraño y que en muchas ocasiones se refugiaba en su interior sin sacar sus sentimientos a flote. Ruru lo entendía, pues en ocasiones era así, pero hubiera preferido que celebrara con ellos la victoria.
Con quien por fin pareció congeniar fue con Tassabra. Habían tenido sus más y sus menos durante el tiempo que habían compartido juntos. Más menos que más de hecho, pero en esos momentos, habiendo atrapado a aquel delincuente, asesino y demente personaje, obsesionado con aquella pobre chica hasta límites que superaban lo enfermizo, se creó una conexión casi mística a través de aquellos puñetazos en el estómago. Puñetazos que no sólo pegaba Ruru, sino que lo hacía de alguna forma en comunión con Tassabra, lo que formó un vínculo entre ellos que difícilmente se rompería nunca.
- Oye Ekarion... - Llamó la atención del mago en el momento en que éste se encaminó hacia Duallia. - ¿Qué... qué haces? - Ruru miró extrañado a Tassabra, que debatía con Lemaitre el modo óptimo de zanjar el asunto de su hija.
Y entonces... Ekarion abrazó a aquella joven torturada. Ruru cerró los ojos y meneó la cabeza incrédulo. ¿Qué estaba pasando? Y entonces Ekarion la mató y Ruru se quedó con la boca abierta. No esperaba eso de Ekarion y menos las últimas palabras que le dedicó a Duallia antes de "acabar con su sufrimiento". ¿Desde cuando sabían que Lady Springwater era la asesina de Duallia? No lo descartaba, pero no podían basarse exclusivamente en lo que Lemaitre acababa de contarles. Al fin y al cabo, estaba loco, ¿no?
- Vaya... - Fue lo único que pudo decir y es que no le salieron más palabras. Entonces miró a Tassabra. Conociéndola, aquello no le habría sentado nada bien.