Partida Rol por web

El sonido de las gaviotas y el olor a salitre mezclado con la basura del pescado pudríendose en el puerto inundaba los sentidos de nuestros aventureros según iban acercándose a la casa que se encontraba cerca de los astilleros, bien indicada en el pergamino que les daba permiso para ocupar. Junto con la carta, había una corroída y oxidada llave. Doblaron la esquina de un antiguo puesto de artículos de pesca y allí estaba. La casa ... (aqui continuais vosotros)

Vivir junto al mar y sentirse allí como en casa iba a ser un cambio drástico para los gemelos, un cambio que prometía ser difícil de digerir, pero que después de los acontecimientos en la Torre ya no tenía marcha atrás. Acostumbrados a los sonidos del bosque, al susurro del viento entre los árboles circundantes a la torre, al olor impactante de la lluvia y su humedad consiguiente, desde la más tierna infancia; acostumbrarse ahora a este entorno y más aún sin Ávathar, iba a resultar una tarea de titanes. No obstante, la vivienda frente a la que se hallaban y su aspecto no desalentaron a ninguno de los aventureros. A pesar de la fachada algo sombría, era hermosa y obligaba a recordar ese viejo e insulso lema que muchos ancianos entristecidos y abandonados al paso del tiempo, suelen mascullar de cuando en cuando: "cualquier tiempo pasado fue mejor".
Herida por el tiempo y el salitre, aquel edificio de no muy grandes dimensiones, conservaba guiños de belleza estructural en su siniestra fachada corroída por el aire irrespetuoso y el paso de las tempestades. Pese a todo, aún se podían observar los detalles de una madera labrada apropiadamente y una piedra cincelada y trabajada con esmero. En la parte izquierda del tejado, un rayo parecía haber taladrado irrespetuosamente una hendidura profunda, pero alguna mano laboriosa se había encargado cuidadosamente de arreglar los desperfectos, dejando una cicatriz permanente en su parte superior. La puerta principal era amplia e impresionante y semejaba ante el transeúnte una boca gigantesca de comisuras suaves y rasgos detallados.
Cathan se preguntó quién habitaría en ella con anterioridad, aunque debido al estado de abandono del inmueble, dedujo que debería remontarse a mucho tiempo atrás. Las ventanas del piso bajo y superior estaban bien ancladas y no parecían dañadas y en el ático un gran ojo de buey, cuyo motivo de vidriera era imposible de reconocer por la suciedad que la empañaba, remataba el conjunto singularmente.
Era vieja, extraña, dolida y maltrecha, pero su sabor invadía tu paladar de una manera tan curiosa y descarada, que cualquier rechazo se hacía del todo y por completo inapropiado.

El interior no desmerecía la imagen de abandono que ofrecia la fachada, sino más bién la acrecentaba.
Muebles rotos y en desorden saludaban al grupo, vencidos por el tiempo y la humedad.
Humedad, esa era y había sido la única habitante de la desdichada casa desde hacía, quién sabe, tal vez eones. Las paredes rezumaban y los hongos, negros y verdosos, invadían cada rincón de la planta baja.
La escalera que daba acceso a los pisos superiores estaba en relativo buén estado, debido sin duda a que el primer tramo de escalones era de piedra tallada, lo que había preservado al resto de la escalera de alguna o algunas inundaciones, hecho que se reflejaba en una línea horizontal, a la altura de la rodilla, que recorría todas las estancias de la planta baja.
Al fondo del recibidor, tras la escalera, encontraron el vano de una puerta, desde el que partían hacia abajo unas escaleras estrechas y resbaladizas que, por el momento, decidieron no explorar, dejando el asunto para cuando se hubieran acomodado.
Era evidente que cualquier rastro de habitabilidad deberían buscarlo en los pisos superiores, por lo que hacia ellos partieron.

Las escaleras de madera crujían peligrosamente al soportar nuestro peso y daban paso a un pequeño pasillo con lo que en su día fueron cinco puertas de madera en las que la carcoma había realizado ya su propio trabajo fundiéndose con los relieves originales, dándoles a cada una de ellas un aspecto diferente.
Las habitaciones estaban prácticamente desprovistas de muebles y era inevitable no fijarse en los trozos de viga del techo que asomaban medio podridos entre el polvo acumulado y las telas de araña...

Hasta dónde los aventureros pudieron ver, la casa estaba en un estado un poco lamentable, pero con algo de trabajo y dinero, se podría recuperar. Ahora no podían detenerse a ello. Encontraron que la sala principal en el piso de arriba estaba en mejor estado, seca y con una buena chimenea. Unas ratas se escondieron al abrir la puerta bajo los muebles rotos de una estantería. Las ventanas estaban selladas con tablones al igual que en el resto de la casa. Tomaron algunas maderas del suelo y prendieron fuego en la chimenea. Ahora era el momento de hablar, de trazar un plan de actuación. Karusse había preferido salir por su cuenta en busca de algo de información. Estos últimos días, su mirada permanecía ausente, como si no estuviera allí. Dejó el libro de las leyendas del mar en manos de Cathan y salió por la puerta. Ya os buscaría. Quedaban pues en torno al fuego los dos gemelos y el marinero Bolfak. El humo de las pipas sería el único testigo de las cosas que allí se iban a tramar.

Un recuerdo golpea en tu memoria como un libro que cae sobre tu cabeza y se abre por la mitad en el capítulo adecuado: EL FANTASMA DE LAS CIUDADES, desolado y encantador, así es ese Plano de existencia, situado sobre una llanura que nunca ha conocido el azote del tiempo. No debe lealtad ni a la Ley ni al Caos. Sólo criaturas mortales pueden entrar por sus puertas y sólo como fantasmas, pues fantasmas son sus habitantes. Sus edificios están vivos tanto como para aparecer de vez en cuando como edificios en otros planos de existencia.Pero de entre todos, El Fantasma de las Ciudades posee uno...una torre...una torre cuyas puertas abren un misterio por descubrir...La Torre de las Sombras.

Cathan apiló unos cuantos tablones a su lado, se sentó atizador en mano junto al fuego y se dedicó a reavivarlo cuando era pertinente.
Bueno, ¿Qué tal si le tendemos una trampa al médico de los Bonechi, el que figuraba en la lista que halló Bolfak como: Hilias Lampar, el enterrador? Parece ser que gusta de frecuentar algún prostíbulo en concreto dentro del Círculo de Terciopelo, habría que acercarnos allí y averiguar cuál y trazar algún tipo de plan, ya que seguramente vaya acompañado de escoltas... si lográsemos emborracharlos o algo similar, no sé... ¿Qué se os ocurre? Les miró y aguardó su respuesta en previsión de que pudieran urdir alguna estratagema al respecto entre todos.
Había otro par de nombres por investigar que no estaban tachados en aquella lista: Belo Dwim el carretero, del que quizás en el mercado mismamente pudieran decirnos algo cuando tengamos que recoger nuestras pertenencias, y Bolim Dorar de Galeazzo, que por lo visto pertenece o procede de otra localidad, de manera que puede ser algo más complicado de encontrar. Alargó la mano que sostenía el atizador y removió las brasas mientras sus ojos quedaban atrapados en el baile hipnotizador de las llamas que preñaban el fuego de aquella salita, desolada por la desatención acumulada y cegada a la luz por la clausura de sus ventanas.

Creo que no sería mal plan el de ir al mercado a preguntar por "el carretero", ya que Karusse se desenvuelve mejor por los antros del Círculo de Terciopelo.