Catalina d’Uberville contrajo matrimonio con un noble menor siendo muy joven, con catorce años. No siendo un matrimonio por amor, no tardó en establecerse una relación de sana camaradería. Marcele, quince años mayor que su esposa, estaba interesado en las ciencias naturales y comenzó a adiestrarla como ayudante en sus aficiones. Debido a la competitividad y rivalidad que desarrollaban los aficionados a las ciencias por aquella época, le resultaba más sencillo y sensato asegurarse de quien hacía el trabajo sucio de becaria fuera de completa confianza, que encargárselo a otra persona, o Dios nos libre, hacerlo él.
Durante su matrimonio, tuvieron un hijo varón destinado a heredar las extensas propiedades de Marcele, pero viendo sus inclinaciones despilfarradoras y su mal carácter -licencioso y hedonista-, el caballero estableció un restrictivo acuerdo financiero en el testamento de modo que Catalina pudiera administrar los usufructos a su antojo. En conjunto, se estableció que hasta que el joven heredero alcanzara los 25 años -edad en la que Marcele rezaba para que ya hubiera sentado cabeza y adquirido sensatez-, Catalina tenía pleno acceso a la administración y uso de los bienes líquidos, y autoridad en la compra-venta de las propiedades. El joven heredero fue, tras la muerte de Marcele, el propietario de tierras que no podía vender y de dinero que no podía tocar sin la firma de Catalina.
Evidentemente indignado por tener que depender de una mujer para poder disfrutar de los bienes que el cielo había querido otorgarle, el joven Louis comenzó a tramar un plan poco caballeroso para conseguir el justo acceso a sus propiedades. Tras varios actos de violencia contra la casa de la familia, el panteón y contra ella, Catalina decide poner tierra de por medio. Si se encuentra lejos de los matones de Louis, no podrán obligarla a firmar la cesión de propiedades y bienes líquidos.
De este modo, Catalina decide marcharse de Francia y asegurarse de quemar, como venganza por el ultraje a la memoria de Marcele, todo el dinero que le sea posible. Su objetivo es que Louis, cuando por fin consiga herederar -le consta que es posible que su retoño no vaya a dejar que la naturaleza siga su curso natural y tenga prisa por hacerse con la herencia, cosa que ocurrirá automáticamente a la muerte de Catalina-, encuentre que apenas tiene la heredad familiar y unos cuantos peniques. La mujer, a estas alturas ya de unos treinta y cinco años, pasa los siguientes viajando de aquí para allá, completando los trabajos inconclusos de Marcele y asegurándose de que se publican. Como no tiene ningún interés en el dinero y tiene muchos francos que quemar, es manirrota sin preocuparse. Durante sus viajes hace aportaciones para obras de caridad, se asegura de que los trabajos de Marcele y ella misma -el nombre de él siempre delante, tenga o no trabajo suyo la publicación- tienen la mejor expansión posible, dona a instituciones científicas, etcétera etcétera.
Bajo esta máscara de bondad gratuita y generosidad de espíritu, se esconde sin embargo la frustración de conocer a un hijo rabioso que no dudará en perseguirla hasta el fin del mundo para hacerse con el dinero, y el pánico a no haber conseguido consumir todas las rentas cuando muera. Tiene la sensación -algo más que una sensación- de que Louis tuvo algo que ver con la repentina muerte de Marcele.
Después de viajar por el mundo publicando y recopilando datos, ha vuelto a Francia. Tras pasar un par de meses en la casa de la familia, un incendio sorpresivo la ha hecho suponer que Louis ha vuelto a encontrarle la pista y no ha cedido en su empeño, con lo que se las ha arreglado para conseguir un puesto en el Erebus en calidad de naturalista.
Actualmente, cuenta con cuarenta años. Es una mujer de aspecto exterior calmado y comedido, modales refinados y extensa cultura. Se da un aire ligeramente imponente, puesto que su aspecto suele recordar a esa institutriz que todo caballero de calidad tuvo alguna vez.
Descripción (acceso todos los jugadores).
Catalina es una mujer que ronda los últimos años de su tercera década. No es, ni con mucho, una jovencita; tiene edad para haber tenido maridos, hijos y si me apuras nietos. Aunque la que tuvo retuvo, el cuerpo y el rostro de Catalina ya no es lo que era. Conserva restos de su antigua belleza en la mirada, pero a parte de eso su rostro está surcado por las arrugas propias de la edad y las preocupaciones. Las curvas de su cuerpo han sufrido los estragos de partos y postpartos, como es de esperar en cualquier mujer de su edad; no obstante la belleza huída ha sido sustituida por una calma placidez. Su comedimiento, sus modales, la sutil aura de autoridad de alguien acostumbrado a que le obedezcan, la delicada educación... hacen que recuerde vagamente a una institutriz. Amable, comedida, nunca levanta la voz. Es una compañía agradable para cualquier caballero digno de ese nombre, y en contra de lo que se podría esperar, está acostumbrada a privaciones e incomodidades. Esta no es la primera expedición en la que se embarca. Habla muy poco de sí misma y pasa las horas muertas dibujando especímenes y escribiendo descripciones de ellos.
Goubert: da un poco de grimica. Le gusta montarla parda. Va a ver a quién pica. Se va a fumigar a una indígena, espérate que no nos meta en un lío.
Tessier: el mismo equilibrio mental que el Joker. Vigilarle, que se le va.
Hasta el momento, parece que los indígenas creen que Aquel, el espíritu/cosa que estazó a Danton, ha escogido al susodicho. Parecen estar acostumbrados a este tipo de cosas. ¿Qué tiene que ver con ellos el sacrificio humano que encontramos en las ruinas aquellas? Intentar preguntar a la indígena.
El chamán cree (?) que nosotros estamos también marcados por Aquel? Espérate que no nos rajen el cuello mientras dormimos.