¿Existe la posibilidad de meterle un tiro al shaman?
Sabía yo que alguien lo preguntaría. Nones, que si no me jodéis la segunda parte de la partida xP
-Un paso, dos pasos, tres pasos...
La cuenta del doctor apenas aliviaba el dolor del frío, de la pesadez, de la extenuación que siempre iba a más, incluso cuando creía que no podía hacerlo. Catalina parecía pesar más con cada paso que daba, pero en aquel momento en el que la sangre tenía su propio sonido tras él, Ludovic no estaba de humor para soltar una broma acerca del peso del dama.
Sin embargo, cuando vio cómo iban a ser rescatados, Tessier no pudo más. Cayó de bruces sobre la nieve, exhausto, y quedó ahí.
-Lo siento... -logró mascullar con una boca llena de nieve. Sus palabras iban dirigidas a Catalina; antes de cerrar los ojos, la ironía tomó el control-. Al final, no podré ser el héroe con el que sueñan todas las mujeres de la Francia...
Dejó que unos poderosos brazos lo arrastrasen, en semiinconsciencia.
Magullado por las heridas -unas provocadas por la exposición a la intemperie, otras por la hoja de piedra del cadáver a sus pies-, el montaraz algonquino se encontraba lo suficientemente bien como para caminar con soltura y confianza. O la tendría si su ánimo no se encontrara en su hora más baja. El agotamiento físico no era tan demoledor como el mental y el anímico. Ojo-de-Cuervo sabía que lo más oscuro aún estaba por venir. Lo sabía en sus entrañas incluso antes de que el maldito shaman de los hombrecillos demoníacos lanzara su desafío y su maldición a todos los expedicionarios.
No fue vengativo y no mutiló ni despojó de nada a los cadáveres, e instó a los demás al mismo proceder. Es más, incluso le dispuso según las maneras de su propio pueblo para que alcanzaran los Terrenos de Caza en paz. Necesitaban cualquier aliado en aquellas tierras donde el infierno era blanco y no rojo anaranjado como en los mitos de los franceses. Si quedaba algún manitú amigable en los alrededores, necesitaban de su influencia.
Todavía había algo de tiempo antes de que sus compañeros del barco consiguieran llegar, así que felicitó a Goubert y Le Brun por su actuación con breves palabras y un seco asentimiento. Los algonquinos no eran famosos precisamente por la prodigalidad de sus discursos o muestras de afecto.
La que más le preocupaba era la madam. Seguía viva, si, pero en muy mal estado. Y, no obstante, Ojo-de-Cuervo no habría dado ni un denier por que cualquiera aparte de él hubiera sobrevivido a la ordalía de aquella singladura.
El hecho de lograr huir y además sobrevivir casi de una pieza... ¿no me daría algún punto de FV? :D
Goubert era un animal cansado, sin aliento, que sentía como los pulmones le ardían con cada inhalación. Era un viejo león que se pavoneaba de su grandeza con la cabeza bien inhiesta aun a sabiendas de que la fuerza de su juventud hacía tiempo que se había marchitado, consciente de que llegaría el día, no muy lejano, en el que algún cachorro lo suficientemente hábil o afortunado le derrocaría de su trono. Pero por ahora eso aún no había ocurrido y el soldado se erguía orgulloso en el desierto blanco ensangrentado, tan solo las palabras de Shesneeg traducidas por Ojo-de-Cuervo enfriaron el ánimo de Jaques, quien recordó los enormes ojos que se alzaron como dos grandes astros sobre el Erebus la funesta noche en que comenzó su mala fortuna.
“Buen trabajo”, fueron las palabras, a las que acompañaron unas palmaditas en la espalda, con las que el soldado elogió el buen hacer del hurón.
Ya habría tiempo de planear el siguiente paso, de preocuparse por la escasez de víveres y de combatir a los demonios de hielo, fueran reales éstos o no… ahora tocaba descansar y tratar las heridas de Catalina.
“Se lo dije, doctor Tessier: llevar mujeres a bordo trae mala suerte”.
La risotada del soldado, que se alejaba de sus compañeros en dirección al barco, entrecortada por una horrible tos, rompió el gélido silencio del blanquecino panteón en el que se hallaban confinados.
Si antes estaba en un buen lío, en lo que está metida ahora no tiene nombre. El médico estaba agotado, podía notarlo; y el sueño de la hipotermia resultaba tan atractivo... Él cayó a su lado, y ella con él.
Sonrió quedamente.
- Ya está bien, joven -musitó maternal, acariciando el cabello del hombre adulto como si fuera un niño.
Shesneeg tenía razón. Gente Alta, vamos a morir aquí. Le quedaba el consuelo de la carta para su abogado; su hijo rebelde y malnacido iba a quedarse con dos pares de narices al recibir la parca herencia. Ella misma se dejó caer en la nieve junto al médico, el rostro hacia el cielo de un blanco doloroso.
- Chico, no intentes ser más listo que tu madre -le murmuró al aire, creyendo distinguir entre el halo difuso de la nieve los rasgos agraciados de su malévolo retoño-. Sigues siendo un niño que no es digno ni de alzarse en los botines de su padre.
Antes, Catalina había podido aportar algo al grupo. Era una mente brillante, no a la manera del Doctor Tessier y sí más a la manera de las mujeres, callada, con algo de doblez, mesurada. Ahora, a punto de perder dedos, nariz, orejas y Dios sabe qué más, sería una carga. Pesada.
Como... no sé, ¿un ancla?
Prefería mil veces la muerte del hielo a la del mar. Pero una vez más, las decisiones no las tomaba ella sino los hombres que la rodeaban. Había tenido una buena vida, al fin y al cabo. Razonablemente larga, razonablemente próspera. Había podido escoger, al menos en parte, cosa que muchas de sus coetáneas no.
Luchó por revolverse. Consiguió ponerse a cuatro patas, y trató de tirar de Tessier. Los dedos no le respondían.
Por favor, Señor. Déjame la derecha para poder escribir.