El bastardo de su oponente se negaba a caer, a morir de una maldita vez, lo que no hacía otra cosa más que frustrar al joven magi, quien deseaba terminar con aquello cuanto antes. Cuanto más se prolongaba la batalla, más se cansaba él, y lo mismo podía decirse de su compañera, la cual parecía realmente herida. Sin embargo, se negaba a utilizar su última carta, no cuando estaba tan cerca. Aquello no haría otra cosa más que dejarle con un mal sabor de boca, y no era algo que toleraría, no cuando deseaba lo mejor para Jeanne, no cuando ésta había sido tan... cálida con él. ¿Cómo podía darse por vencido? Sin embargo, a pesar de que conjuraba sus hechizos, uno tras otro, contra su enemigo, éste no paraba de defenderse de los mismos con un éxito impresionante que sorprendía demasiado al creador de muñecas. Lo peor de todo, fue cuando Josh hizo uso de otro de sus Conjuros de Obediencia, una acción que hizo que el rostro del magi adquiriera una tonalidad blanquecina, producto del terror ante semejante visión. Él no podía hacer lo mismo, no cuando había utilizado su último conjuro para mantener a Jeanne a la misma altura que Lancer. El primero lo había usado para salvar a Jeanne de ser eliminada por la maldita alianza de Servants, cuando éstas la habían atacado, a pesar de pedir una tregua. Y el otro... lo había utilizado para que pudiera recuperarse de sus heridas. Había esperado que el bastardo hubiera utilizado algunos como él, en otro momento pero parecía que se había equivocado.
- ¡Maldición! - Exclamó, en el momento en el que veía cómo Lancer se fortalecía con el nuevo Conjuro de Obediencia, sabiendo que aquel sería el final, a menos que su compañera hiciera uso de su as bajo la manga. Sin embargo, lo que Jard no se esperó jamás... fue lo que hizo Saber en ese preciso momento, cuando todo parecía perdido. Ni siquiera teniendo tiempo para expresar su sorpresa, al recibir semejante patada por parte de Jeanne, sintiendo cómo algunas de sus costillas se rompían con total facilidad por el impacto contra su cuerpo. Gracias al poder del engranaje, aquel daño en su cuerpo no le había dejado inconsciente, o de lo contrario no habría tenido oportunidad de comprender lo que había sucedido, ni tampoco levantarse de los escalones en los cuales se encontraba en ese instante. Jeanne... le había pateado para dejarle cerca del Grial. Entonces, con rapidez, comprendió lo que su compañera deseaba hacer. - Jeanne... - Fue lo único que pudo pronunciar, mientras observaba cómo Lancer se abalanzaba sobre ella y comenzaba a atacarla con toda su ira, intentando acabar con la defensa de su Servant. Jard sabía muy bien lo que vendría a continuación, ya que no hacía falta ser muy inteligente para comprenderlo, no cuando habían hablado de ello durante el combate contra sus enemigos. Le había dicho que no deseaba que lo usara, no a menos que pudiera estar cerca del Grial antes de que lo hiciera y... le había escuchado, recurriendo a un plan descabellado para poder asegurar su deseo. Realmente... la amaba con todo su corazón. Ella había hecho lo que otros no habían logrado. Había logrado que se olvidara de su deseo destructor, su deseo del fin del mundo, tan sólo para hacer algo bueno por una persona, una a quien había llegado a querer demasiado.
De un momento a otro, su querida compañera desapareció como si nada, tan sólo dejando un rastro de destrucción, tras haber acabado con sus enemigos, además de unas bellas palabras que habían impactado en demasía en su corazón. Las lágrimas habían comenzado a correr por sus mejillas, sintiendo por un breve instante aquella sensación de soledad, de que Jeanne no estuviera a su lado, como lo había estado durante todos esos días. - Jeanne... Yo... - Ella lo había sabido desde el principio. Había comprendido la oscuridad de su corazón, aquello que él consideraba un plan salvador, algo que eliminaría el mal del mundo. A pesar de todo, había decidido permanecer a su lado, intentando corregirle con su cariño, la calidez de su sonrisa, de su sola presencia, que había derretido el frío corazón del joven, uno que tan sólo era capaz de sentir cariño por sus "hijas". Al final, no sólo había sentido amor por su familiar, Sirin, su querida ave que había sufrido aquel horrible destino, sino también por ella, la santa que había iluminado su mundo cuando más la necesitaba. - No hay un adiós, Jeanne... No si cumplo mi deseo. No puedo despedirme de ti, y no sería justo para ti tampoco. - Murmuró en un tono que denotaba la dificultad que tenía para hablar en ese instante de alegría por el amor que su compañera le había dedicado en tales palabras. Sin pensárselo demasiado, activando un escudo mágico, para poder defenderse en el caso de que su oponente hubiera quedado con vida, si bien lo dudaba aunque su paranoia lo insistía, no tardó mucho en correr hacia la puerta que se había abierto ante él. Tan sólo había algo en su mente: la necesidad de rogar al Grial su deseo. Deseaba que Jeanne regresara a él, que se quedara con él en aquel mundo para poder disfrutar una nueva vida, una que le había sido negada al ser asesinada cuando era tan joven. No deseaba nada más. Ni el poder de un dios, ni la destrucción de la humanidad. Sólo deseaba que viviera de nuevo, que pudiera disfrutar de otros postres, que pudiera verla sonreír otra vez, y sentir cómo toda preocupación se eliminaba de su ser.