Genevive tosió dificultosamente y estiró su mano para que el stub que flotaba frente a ella emitiera el fulgor rojizo. Un Opossloth pareció reírse burlándose de ella mientras corría a su encuentro. La ceniza de su inmaterial existencia cayó formando una pequeña montañita morada al contacto con la pared de fuego que escupió la treiber. Sus restos se desvanecieron en la superficie del suelo. Un golpe en las costillas le dejó sin aire en el piso. Otro de esos asquerosos caóticos se había abierto paso hacia ella mientras Zavygro luchaba por su subsistencia.
Con esfuerzo se levantó y flexionó las rodillas buscando un resquicio de fuerza en su cuerpo. Tangill estaba tan exhausto como ella. La transpiración bañaba su frente. Los hilos de sangre que recorrían sus mejillas formaban pequeños ríos escarlata que nacían desde sus oídos. Esos derrames sólo podían augurar un daño severo. La mujer acarició su estómago como si pudiese borrar el dolor que emanaba de su interior. – ¡Fuera de mi ciudad! No os atreváis a hacerle daño a mi amado Tangill. – Dos algodones frotándose entre si hubiesen conseguido más ruido que el de Genevive advirtiéndole a los Opossloth que se alejaran.
Allí donde observaba el panorama era devastador. Desde el este seguían apareciendo más y más roedores y la cúpula de Stingoon que protegía al hemisferio oeste de Zavygro se estaba desarmando poco a poco. Nadie entendía cómo se había formado ese campo defensivo de caóticos contra caóticos. A medida que los Stingoon seguían emergiendo desde el fondo del río las avalanchas de Opposloth que embestían contra éstos fisuraban la defensa.
Genevive fue al encuentro de Aminya, quien combatía ferozmente de la misma forma que otra decena de Treibers.
Stingoon | Opossloth |
Jodida ironía del destino que el guardián de la aldea se volviera contra ellos para despedazarlos uno por uno. ¿Estarían aliados los alquimistas con los caóticos para gobernar Gelineau? ¿Sería el de Zavygro uno de sus primeros estandartes en alzar como tierra de los marginados?. No podía creer que lo que estaba sucediendo fuera estrategia de alguien con tanto dolor en su interior como para desquitarlo contra quienes naturalmente habían nacido poderosos. Los treibers y los alquimistas no eran enemigos naturales, los primeros no tenían la culpa de que los otros fuesen débiles y defectuosos. Se negaba a contemplar la posibilidad de que todo aquel caos era premeditado.
Genevive flanqueó a Tangill y se dirigió directo hacia Aminya. Debió ser rápido para saltar hacia un lado justo cuando un opossloth intentó clavar la mandíbula en su muñeca. Una explosión que nació desde un átomo en el centro de su palma abierta empujó a tres de los salvajes opossloth fuera de su vista. Por un segundo vio una brecha abrirse en la pared que formaban los stingoon que defendían aquel lado de la aldea. Unos alquimistas del otro lado lanzaban sus frascos de colores pulverizando a tantos roedores como podían. Más arriba, por encima de los tejados, la claridad se hacía cada vez más intensa.
Sus cuatro stub se encontraban flotando a escasos centímetros de su mano derecha extendida. Analizó el espectro de luces a izquierda y derecha con su visión periférica sin apartar el foco del opposloth que corría hacia ella. Un vaho humoso con forma esférica la rodeaba extendiéndose un metro en todas direcciones.
Genevive llegó a su encuentro para nutrirse del alivio que le generaba la nube revitalizante que había generado. — ¿Te encuentras bien? — le dijo apresurada mientras seguía centralizando su poder en cuanto treiber se acercaba.
Un flujo de agua arremetió contra el caótico que la acosaba y Amynia le dedicó una fugaz sonrisa al treiber que le había brindado apoyo.
Rápidamente notó que el muro de Stingoon flaqueaba. Se concentró en su tercer stub y dirigió el controlado poder hacia la brecha que se formaba sobre el puente del este. Allí un destello brilló formando una capa protectora que impediría más caóticos avanzar contra la porción oeste de Zavygro.
— Esto no está nada bien. Necesitamos ayuda. No podemos contra tantos caóticos. — Ella también reparó en que muchos alquimistas también luchaban contra los opposloth para evitar que debilitaran la cúpula defensiva que protegía a los treibers. — Esas cosas no están atacando a los alquimistas. ¡No lo comprendo!
— Tengo una idea pero necesito que asegures la puerta de ‘La danza ígnea’ — Lo que tenía en mente era descabellado, pero no se le ocurría ninguna otra idea que pudiese ayudar a los treiber. —No despertará el Oposslumber si en mi poder está evitarlo. ¿Qué será de Gelineau si Zavygro fisiona? — Tenía una teoría pero la alejó de su mente en cuanto comenzó a vivirla en imágenes. —Absorberé cuanto pueda del sol. Cuida a Tangill. Te lo suplico.
El pedido era una responsabilidad con la cual no sabía si podría cumplir. No sólo tenía que resguardar la posada, sin contar a Genevive que estaría dentro, sino que también pretendía que echase un ojo a su novio. —Curar a los treibers, luchar contra los Opossloth. Traigan una pala y en el revuelo voy limpiando los escombros. No hay fuerza humana que pueda con todo esto. No la hay. — Asintió. Por supuesto que lo haría si en su poder estaba. —Corre. ¡Ve! — Asintió sin develar uno sólo de sus pensamientos.
Genevive dio media vuelta y se dirigió a largos trancos hasta la posada. Antes de desaparecer por la puerta confirmó una última vez el estado de Tangill. Como aquellos que decían que antes de morir la vida pasaba frente a los ojos. Ella sintió esa sensación al posar la vista sobre él. Se reprendió por pensar negativamente. —Joder. Zavygro se cae sobre nosotros. No dejes que caiga sobre Tangill.
Él no volteó para mirarla. En ese momento se encontraba envuelto en llamas escudándose de las arremetidas de cada rata. De tanto en tanto llamaradas se desprendían de la coraza incandescente que lo rodeaba dirigiéndose en dirección a los Opossloth de manera ofensiva.
Cruzó el pasillo del primer piso hasta llegar a las escaleras traseras. Debía subir a la terraza buscando un punto alto dentro de su templo de fuego. La posada era el lugar en el que más poder podía generar en su interior. Allí era la treiber más poderosa de Gelineau. Quizá sólo Tangill pudiera igualarla. Sólo quizá.
Continuó opacando el dolor que le causaba en el pecho esa actividad a la que no estaba acostumbrada a la vez que corría con toda su fuerza. — ¿Cuándo será la última vez que libré una batalla? ¿Cuándo la última que corrí?
El fulgor colorado avivó las sombras proyectadas desde la habitación de aquel reconocido y poderoso treiber que había llegado horas atrás. Sin quererlo y sin poder evitarlo, dio un vistazo hacia dentro, la puerta estaba abierta. Se proponía seguir de largo pero algo llamó su atención. Cuatro stubs flotaban por sobre el inquilino que yacía en la cama boca arriba. Esto siendo lo menos llamativo de la situación, dos intensas llamaradas de fuego crepitaban girando en torno a la cama donde parecía dormir el tal Tillen formando un escudo en torno a él. — ¿Será un poder defensivo? — Estaba por marcharse cuando notó láminas de roto cristal frente a la puerta del baño. —Aquí hubo una pelea. Estoy segura de que le han dormido. — sus conclusiones, acertadas o no, fueron rápidas y destinadas a la acción. No se podía dar el lujo de perder tiempo con las cosas como estaban fuera. Invocó uno de sus stubs y absorbió con todas sus fuerzas cada molécula de incandescente gas. Las columnas se centraron es su palma a medida que Genevive absorbía el fuego como si fuera un agujero negro. Rápidamente sólo las velas que adornaban cada esquina de la habitación iluminaron tenuemente el recito. Los cuatro stubs que flotaban anteriormente sobre el pecho del treiber se insertaron en su cuerpo, ingeridos por el pecho de Tillen. —No tengo tiempo para ti ahora — Le dijo Genevive al tipo que aún dormía y continuó corriendo hacia la terraza.
Podía oír cómo el sonido de la batalla se hacía más intenso cada vez que avanzaba un piso por la escalera. Se impulsó con la mano derecha sobre la baranda de hierro y continuó ascendiendo saltándose un peldaño a la vez. Las paredes de cuarenta y cinco centímetros de ancho hacían casi impenetrable al sonido, pero los ojos de buey ubicados en cada descanso dejaban pasar gritos de gelineses conmocionados.
Al vislumbrar la puerta de la terraza de ‘La danza ígnea’ se imaginó abriéndola de una patada. Descartó esta idea poco civilizada y sacó un juego de llaves de su delantal. Tenía que darse prisa y los nervios no la ayudaban en ese momento. Sintió que pasaba una tras otra las llaves sin dar con la que estaba buscando. Respiró hondo y fijó la mirada en el manojo de llaves. Una chispa en los ojos de Genevive cortó el aire. El resplandor de una llave de cobre le llamó la atención como si ésta temiera su destino de no ser encontrada. Giró el pestillo y el aire húmedo y caliente de Zavygro le recibió en lo más alto de la posada. Alzó la mirada y logró distinguir los contornos de las nubes tan contrastados que supo que la claridad aumentaba peligrosamente.
Genevive corrió al centro de la azotea y extendiendo los brazos hacia ambos lados. Se dejó caer de rodillas cerrando los ojos y levantando la cabeza hacia la bóveda celeste. Erguida sobre las rótulas formaba una cruz. Sus manos también se tensaron con los dedos apuntando al cielo y formando un ángulo de noventa grados con sus muñecas. De cada palma brotaron dos stubs verticales, dos apuntando hacia arriba y los otros hacia abajo. Cuatro potenciadores de su poder que le ayudarían a absorber la claridad. O eso imploró.
Sin perder más tiempo se concentró en un punto en medio de su cabeza. Tenía que ser sumamente consciente de ese sitio en el que su cerebro estaría despidiendo las ondas que absorberían la luz. Todo el resto debía convertirse en nada. Vacío absoluto. La frente le ardió en un área pequeña y sintió que un gigante estaba jugando con una lupa y el sol sobre su piel. Desde allí se podía oír aún mejor el ajetreo de Zavygro, lo que no ayudaba a su concentración. Poco a poco el creciente dolor la alejó de ellos. Sólo restaba dominarlo para poder realizar su tarea.
El aire comenzó a girar y dirigirse hacia ella. Sentía cómo descendía desde los cielos y arremetía en picada. Por el color colorado que atravesaba sus párpados pudo notar que una luz la rodeaba. Desestimó los cambios que se producían a su alrededor para seguir concentrada en el centro de su frente.
El viento cálido la embestía furioso. Como olas de fuego la desestabilizaban mientras recorrían un camino que no era lineal. De todos los flancos golpeaban y empujaban intentando derribarla. Tuvo que tensar más los músculos del abdomen y los glúteos para mantenerse firme. Poco a poco la tonalidad de la sangre proyectada en el rojo de los párpados fue descendiendo. Lo que fuera que estuviera despertando al Oposslumber seguiría intentándolo por lo que no iba a bajar los brazos. Aún si la claridad comenzara a remitir.
Se apartó de Amynia para dirigirse al frente. Lograba ver cómo segundo a segundo se iba ensanchando la brecha que habían abierto los Opossloth. Con la llegada de algunos treibers más que se despertaron en medio de la batalla, habían retomado algo del control. Tenía que acercarse al puente.
Fue en sus primeros metros de corrida que un edificio quedó atrás para develar el horizonte iluminado más allá de donde terminaba el pueblo. Es imposible. ¡Luz! En Zavygro. Esto está mal… esto está horriblemente mal. Notó que se había paralizado. Sus piernas no corrían y sólo se dejó llevar por la claridad y las ondulaciones que formaba en el cielo. Como si se estuviera corriendo una pintura anchas columnas de luz se dirigían desde el horizonte hasta la terraza de la danza ígnea. Supo enseguida que era obra de su mujer. Eres tan fuerte como desees Genevive. No temeré por ti.
Prosiguió la marcha a trancadas hasta el puente. Len, el hijo mayor de los Vaunne, usaba uno de sus stubs para cercenar a cinco Opossloth. Sus halos volvían al cielo flotando dispersos. Mayrena esquivaba un caótico muy hiperactivo que se llevó de trofeo una buena tajada de su pijamas. Nada quedó del retazo cuando el caótico explotó alcanzado por una implosión creada por ella. Sin descanso se volteó para impactar a dos más. Estaba muy sudada y se notaba sangre en sus hombros y brazos. Todos estaban dando lo mejor de ellos.
Sus pensamientos se vieron cortados por la aparición de otra imagen. En el oscuro del cielo, del lado contrario del que venía la luz, se hizo visible la imagen del inmenso caótico guardián de Zavygro. Flotando etéreamente a cientos de metros, mucho más allá de la cúpula de Stingoons, Oposslumber asía una bola de luz. Nos está amenazando. Nos está diciendo que traerá al sol.
Ayesha estaba agitada. Con la garganta seca y la respiración dificultada, apartó una mesa de ébano del centro de la habitación y se acuclilló, en principio, para apoyar las rodillas en el suelo también dejándose caer hacia delante. Sus manos se juntaron delante de sus senos. Centradas y con las palmas haciendo fuerza una contra la otra. Suavemente cerró los ojos y se concentró en la yema de sus dedos. Los dedos índice se sensibilizaron primero. El pequeño movimiento de frote que ejerció entre ellos le hizo notar sus propias huellas digitales.
La concentración aumentaba a medida que podía ir cortando, uno a uno, los vínculos entre los estímulos del ambiente y un intento de reacción. No debía importarle si aquella astilla en el suelo estaba irritándole la rodilla o si el dolor de espina le quería obligar a bajar los brazos y relajar los omóplatos. De a poco fue olvidando esas necesidades.
Presionó nuevamente las yemas y ahora separó la base de sus palmas sólo manteniendo a las primeras en contacto; figurando, en principio, un pico como una montaña pero luego curvando los dedos hacia fuera– sin separar las puntas.
Intentó conectar su esencia con la energía de Zavygro. Los treibers necesitaban ayuda y dudaba mucho que algún alquimista los ayudase.