Templo Hakugyokurou
Un día de otoño te encuentras, como siempre, realizando todas las labores del templo: fregar, barrer, purificar, vigilar a tus hermanitos para que no se rompan la crisma al pisar donde no deben... Es una vida rutinaria, pero tranquila y en cierto modo agradable, sencilla pero sin carencias. En los momentos más tristes, tu mirada encuentra el árbol que guardáis en el templo, y quizás incluso puedas llegar a pensar si sois vosotros los que mantenéis aprisionada a esa criatura o bien es él el que os obliga a vosotros a la inmovilidad. En esos momentos es cuando recuerdas que no, que desde pequeña sabes que es la sagrada misión de vuestra familia y que el árbol solo está deseando que la abandonéis para segar más vidas.
Te encuentras actualmente barriendo las tablas exteriores del santuario para quitar la tierra de ellas, labor en la que te ayuda tu padre, quien está barriendo en dirección contraria pero comenzando por el otro lado del templo. Sientes algo de incomodidad, dirías que hoy los kamis están un poco revueltos a pesar de que no estáis yendo más despacio que otros días en vuestros rituales ni nada semejante. ¿Será una sensación?
Te dejo un post para definir lo que gustes antes de meterte un suceso principal.
Escuchaba silvar a su padre tal otro lado del templo, mientras ambos limpiaban las viejas tablas, que según su madre, habían sido puestas por el mismísimo Tomoe Yoshinobu, del cual era descendiente y según su abuela, su reencarnación, pero la abuela estaba algo loca desde hace años así que de seguro estaba inventando eso último. Sonrió pensando en la abuela que debería estar durmiendo a esas alturas y siguió barriendo.
NO habían sido pocas las veces en que había odiado a ese hermoso cerezo, no sólo porque había que constantemente limpiar el desastre que dejaba en primavera, sino porque su familia estaba atada a su destino y existencia, y su propia vida, sin embargo por otro lado, se sentía especial por tener un camino y papel importante, pues sabía que todo aquello era verdad, era imposible que todos esos fantasmas que veía fueran parte de su imaginación. Fantasmas, espíritus, yokai, todos esos eran lo más complicado en su vida, pues siempre estaban rondando entorno a ella, siguiendo su luz, y hacían que su vida de adolescente fuese mucho más complicada que al de una chica normal, pero también la hacían especial... ¿cierto?.
Sopló el viento con fuerza y ahí apareció esa sensación de angustia apremiante, Hotaru miró a todos lados, buscaba algún yokai que estuviera perturbando el ambiente, pero no, no había nada, era más bien como un presentimiento, una intranquilidad a la que escucharía, acostumbrada a seguir esos impulsos que el universo le dictaba.
— papá... — lo llamó, si era algo importante, él debería estar sintiendo lo mismo en ese preciso momento.
Ante tus palabras, tu padre te mira con curiosidad. Su gesto es serio pero en calma, expresión común en alguien que se acostumbra a vivir en un lugar como este durante tantos años, la rutina y la meditación hace que se terminen volviendo así. No suele ser prólijo en palabras, pero más que la sequedad de un tronco viejo, recuerda a la solidez y firmeza de una tabla pulida con esmero... en cierto modo como las que tienes a tus pies ahora mismo, estoicas, firmes.
- ¿Sí? -comienza a preguntar, sabes que eres algo más sensible a esas variaciones de lo que es él, aunque no le es fácil reconocerlo. No obstante al poco de terminar de hablar su gesto cambia un poco- Lo has notado. -dice como una afirmación, enmascarando que estaba en su mundo mientras barría o bien que directamente acaba de entrar en su percepción.
Aprieta ligeramente su escoba y al poco abre una de las puertas correderas, dejando ambas en la parte interior para dar sensación de normalidad si es un visitante. Introduce las manos en las mangas, y sabes que en una de ellas tiene un arma que se dice ayuda a espantar los malos demonios, un shuriken romo (para no hacer daño a las personas) pero bendito. O eso creen.
Justo cuando cierra la puerta y se gira, metiendo las manos en las mangas, ves ascender por la escalera a un chico joven. Tiene el pelo plateado y el rostro serio, pensativo, mientras su figura se va revelando al terminar de ascender los peldaños hacia el templo. Es bastante guapo, entre otras cosas tiene un cuerpo bastante entrenado y un aire que lo hace verse bastante adulto. Lleva una camisa negra abierta colocada sobre una camiseta verde, unos vaqueros con la tela color rojo apagado y unas botas.
No obstante, lo más destacable en él... probablemente sea esa sensación de absoluta seguridad que transmite, como si nada en el mundo pudiese desafiarlo. Compone una sonrisa algo engreída al ver cómo tu padre se adelanta a recibirlo, y escuchas desde tu posición.
- Buenas tardes, viajero, ¿qué...? -comienza tu padre a darle la bienvenida, ante lo que el chico hace un gesto de desdén con la mano.
- No se preocupe, monje. Siga con sus tareas, solo dejaré un donativo, haré algo más y me iré. -tiene un desinterés evidente por tu padre, aunque sientes algo raro en tu progenitor, da la sensación de haber notado algo raro en el chico, que tú aún no sientes por estar más lejos.
Ves cómo el joven va hacia la zona de rezo y deposita su ofrenda en el lugar indicado, pero no se frena a rezar. Tu padre está indeciso sobre cómo actuar al respecto, aunque cuando el chico pasa cerca tuya sientes con claridad un aura demoníaca emanando de él. El chico se frena y te mira directamente a los ojos, como si buscase algo, hasta que compone nuevamente esa sonrisa arrogante.
- Tú y yo... Nos veremos más adelante, seguro. -comenta con diversión, dejándote tiempo a responder.
apuró el paso para ver a la persona que estaba llegando, aunque con esa sensación apremiante en el pecho. Llevaba la escoba consigo, y aguardó a que su padre lo atendiera aunque debería ser ella, al ser la sacerdotisa, pero prefería no hacerlo, sentía cierta vergüenza de hablar con personas desconocida y más cuando aquella persona es guapa, como el chico que lograba ver a medida de que acercaba. Pero esta vez la situación era ligeramente distinta y decidió acercarse más, además, su padre se estaba comportando de una manera inusual.
y ahí lo detectó, ese aroma peculiar, esa sensación en el pecho como si le faltara el aire, pero se contuvo, encogida de hombros, esperando que su padre hiciera algo, pero él estaba callado, impávido por aquella presencia, la chica ladeó sus ojos hacia el hombre, esperando alguna orden o algo, incluso cuando le dijo esas palabras. ¿se verían? ¿por qué volvería a ver a un demonio como ese?.
— no... no... no creo... señor — apretó los dientes y sus manos se restregaron en el mango de su escoba — digo, no... y es mejor que se vaya — tomó mas valor y arrugó el ceño, ya casi empezando los cánticos para exorcizarlos aunque no era tan buena, no dejaba de ser una aprendiz de sacerdote.
Hay algo que, aunque suele ser atractivo en un chico, da un aire de muy mala espina en este: un aire de absoluto control que te hace pensar que está a punto de pasar algo malo.
- No tardaré. -responde simplemente, y entonces se gira y alza una mano hacia el Saigyou Ayakashi.
Lo siguiente es un espectáculo que no alcanzabas a imaginar en alguien tan joven, pues decenas, o quizás un centenar de círculos mágicos de la mayoría de tradiciones conocidas aparecen alrededor del árbol, lanzando una descarga sobre él... O mejor dicho, sobre su sello. Aunque no logra romperlo, notas cómo el árbol despierta, cómo su poder se filtra a través de esa pequeña grieta. Inmediatamente al suceder eso, tu padre lanza ese shuriken hecho para exorcizar contra el chico, pero este no se molesta en esquivarlo, sino que impacta en sus costillas sin efecto alguno. Mostrando una agilidad claramente sobrehumana, agarra la pieza antes de que caiga y vuelve a arrojarla contra el rostro de tu padre, derribándolo.
- Un poder inútil para un sacerdote inútil. -dice- Si tuvieses la mitad del espíritu de tu hija, quizás podrías aspirar a hacerme cosquillas, anciano.
Replica, mientras su poder sigue reuniéndose probablemente para lanzar otra salva contra el árbol.
Casi es como si lo sintiera dentro de ella, como si una fuerza desconocida se retorciera dentro de ella, otras veces había sentido esa conexión pero nunca antes tan real, Hotaru retrocede con sus manos en su pecho, sin ver completamente lo que el extraño estaba haciendo, pero si podía sentirlo, sentirlo tan dentro de ella...
— ¡ya basta! — grita con todas sus fuerzas — no... no sé quien eres, pero largo de aquí — echó mano a todo su valor, el que existía a pesar de estar temblando — no.. no sé a qué has venido, pero... pero ya dijo que se iría... —se mordió el labio inferior, poniéndose al lado de su padre, él debía saber lo que estaba pasando, pues ella nunca había visto una fuerza así. el uso de los sellos de esa forma.