La batalla había sido dura, pero tu vida hasta el día de hoy no había sido otra cosa mas que dura. Observabas a tu futura tripulación, perros salvajes... al menos aquel era el aspecto que exteriorizaban y con esta gente, su aspecto en general coincidía con su ser.
Aun así era aquello o la muerte... el cielo lucia hermoso el día de hoy y tu solo esperabas que este fuera un dia en que años mas adelante, recuerdes como uno de los mas felices de tu vida.
Entre todas sus sonrisas de chacal, una voz gruesa se alzo por encima de los marineros. Ya la habías escuchado y había sido aquella misma voz la que había dado la orden de detener el combate.
Pronto pudiste descubrir que no solo su voz se elevaba por encima de su tripulación, aquel hombre era imponente, su color ébano, contextura física y altura eran sencillamente atrayentes a la vista. Con mucha educacón, el hombre extendió su mano y sin pronunciar palabras espero a que la aceptes.
Su cabello de rojo fuego caía en cascadas sobre sus delicados hombros. El sucio y desgastado camisón de lana vasta, con que la habían vestido los esclavistas, estaba desgarrado en varias partes y apenas ocultaba sus esbeltas formas femeninas. Amenazaba con caerse, dejándola como había llegado al mundo, ante las miradas expectantes del grupo de piratas, que aguardaba su reacción.
Pero Cara no se preocupaba por cubrirse. En cambio, con las piernas separadas y en posición de guardia, sostenía la espada, firmemente frente a ella, con la punta a escasos centímetros del corazón del gigante de ébano que le ofrecía la mano. Su blanca piel, apenas tostada, brillaba sudorosa al ardiente sol del mediodía caribeño. Su generoso busto bajaba y subía, al ritmo de su aliento agitado. Sus ojos de un color idéntico al del infinito mar que los rodeaba, miraban al Capitán pirata con una intensidad animal, entre los mechones de cabello húmedo que cubrían los finos rasgos de su hermoso rostro, surcado por una leve constelación de pecas.
A sus alrededor, yacía media docena de hombres, algunos muertos, otros heridos gravemente. Uno se arrastraba, gimiendo y suplicando ayuda, mientras que otro se sostenía las entrañas con ambas manos, para evitar que se desparramaran sobre la cubierta del barco, al tiempo que un tercero lloraba, aferrándose el muñón sangrante que ocupaba el lugar de su mano derecha. La sangre que manaba de las heridas de los piratas, se unía para formar un gran charco rojo, bajo los pies descalzos de la joven.
Cara sacudió la espada con un brusco movimiento de la muñeca y parte de la sangre que la cubría dibujó una línea roja sobre la madera del suelo.
Sus sensuales labios, casi tan rojos como su cabello, se torcieron en una sonrisa astuta.
Sus ojos recorrieron el cuerpo Hercúleo del hombretón, con una mirada inquisitiva y luego se dirigieron a los hombres que la rodeaban. Cara pensó que quizá podría con una media docena más de aquellos desnutridos pordioseros del mar, pero no con todos ellos. El gigante parecía querer ofrecerle una salida. Lo que fuera, Cara intuyó que no podía ser algo peor que la muerte. Y hacía mucho tiempo que Cara había dejado de tener miedo a la muerte.
Pasó su espada a la mano izquierda y extendió la derecha, pero no cómo lo haría una doncella que recibe la ayuda de un caballero para descender del carruaje. Cara estrechó el enorme antebrazo del pirata y se acercó a él, dando un ágil salto hacia delante. Sus azules ojos se clavaron en los negros del moreno, y le sonrió con gesto descarado.
—Cara Shanahan —se presentó.