Hubo un momento de confusión, como si aquel apellido hubiese resonado antes en aquella estancia, o en alguna otra. Tuvo un de ja vu indescifrable que no fue capaz de ubicar. O quizás no era nada de aquello si no el soplido inconfundible de que una carta fundamental había sido revelada. Marisela no tenía forma de saberlo, abordada por aquella extrañeza que se esfumó casi de inmediato, siendo reemplazada por una nostalgia mucho más fuerte.
—Gracias —fue capaz de decir antes de que el último resplandor de su silueta de desvaneciese.
D'Richet.
Se sentía cansada, agotada, exhausta. Todo aquello había hecho mella no sólo en su cuerpo inmortal sino en su alma, en su psique, en todo lo que la representaba y le daba fuerzas para seguir adelante. Como si aún estuviera viva, aquella intensidad la había dejado sin fuerzas y cerró los ojos cuando Patrick hubo desaparecido y el apellido D'Richet rondaba con fuerza alrededor de su cabeza.
Al abrirlos, volvía a estar en la pequeña biblioteca de L'Angelle. La anciana la miraba sonriente, aunque era una sonrisa comprensiva más que de alegría: una mirada de confort que trató de conseguir que se sintiera mejor.
—No hay más que encontrar aquí, cariño. Quizá no es todo lo que querías, pero sí es lo que podías descubrir. Ahora... debes volver a la oscuridad y hacer de ella tu luz. Nacemos siendo buenas personas, pero el verdadero mérito consiste en serlo cuando todo lo que somos ha sido corrompido.— las palabras de Miriam eran como piedras que le hicieron preguntarse... ¿cuánto sabría la mujer de su condición?
Había un dicho de los nativos que decía que todo ser nacía con dos lobos en su interior, uno bueno y otro malo. Dos lobos que luchaban constantemente. Dos lobos que eran alimentados por las acciones de los humanos. Marisela prefería pensar en ella misma y en los demás de aquella manera, como las dos caras de una moneda; como el yin y el yang. Al final del día, eran las decisiones tomadas lo que movía la balanza y en su plato había una larga hilera de malas decisiones. Su lobo blanco debía estar famélico, pero no olvidado del todo... A fin de cuentas le quedaba su padre, y ahora también su Coterie.
Suspiró y recabó más aire intentando asentar su estómago de alguna manera, previniendo las ganas de doblarse hacia un lado y vaciar el escaso contenido acumulado. Cerró los ojos. Suspiró de nuevo.
—Eso es fácil decirlo —masculló, recobrando esa chispa picante en su forma de hablar.— Pero no todo está perdido, entonces.
Sabía la respuesta, pero necesitaba hacer la pregunta igualmente.
—Gracias, L'Angelle. Espero que nuestros caminos se crucen en mejores circunstancias.
O que no se cruzasen en absoluto. Sin embargo, algo le decía que ocurriría de alguna manera. Alguna manera imprevista y graciosa atada por el destino.