Partida Rol por web

Reigner fue el único que tuvo la suerte de desviar la mirada de los goblins asaltantes y dirigirla al lugar de donde venía el verdadero peligro. Mas adelante, escondidos detrás de una redondeada piedra sobre uno de los salientes en la orilla oeste del rio, había un grupo de cuatro goblins esperando el momento para empujar la susodicha piedra sobre la barcaza. Los estalianos no iban a poder detener la barcaza a tiempo, pero Regnier podría dar aviso para que se abandonase el barco antes de que la piedra aplastase a alguno de ellos o intentar abatir a los goblins, lo cual parecía una tarea dificil. 

La cena había terminado bien y sin mayor contratiempo. Sus sirvientes no eran muy habladores, pero Gilles no se agobió con eso, ya habrá tiempo de hablar, y los inicios siempre eran difíciles, no podía culparlos, solo podrían aburrirle con sus temas mundanos alejados de la realidad del mundo noble en el que Gilles había crecido. Volvieron al barco y siguieron la travesía sin mucho que añadir.

Gilles estaba en su camarote, rezando como acostumbraba, pero pronto su concentración se vio interrumpida por el ruido. Gritos, flechas golpeando y piedras cayendo sacaron al caballero novel de sus "aposentos" hacía el exterior, espada en mano y preparado para la lucha con el escudo cuyo blasón familiar estaba dibujado en el; sin embargo, se dio de bruces con una realidad que le gustó poco, no estaban al alcance de su espada y no era un cobarde como todos aquellos que esgrimían esas armas propias de seres sin honor.

¡BAJAD AQUÍ MALDITOS PIELES VERDES! ¡PROBAD EL ACERO DE TERNAY! ¡BAJAD MALDITOS MASTICALECHES! ¡VENGA COBARDES DE MERDE! ¡PELLIZCAVIDRIERAS! ¡BAJAD! - gritó visiblemente cabreado, fuera de si por privarle de la posibilidad de derramar la infame sangre de los enemigos de Bretonia. 

La cena transcurrió sin percances y en un visto y no visto, la noche dejo paso al día. Regnier estaba sentado en la la zona delantera del barco, sobre la balaustrada, difrutando de la libertad de poder viajar sin tener que cansarse cuando escuchó unos gritos en uno de los acantilados laterales para acto seguido ver varias flechas surcar el cielo antes de estamparse en las maderas del barco o acabar en el fondo del río. 

La cubierta se volvió un caos, los marinos se apresuraron a defender el barco de aquellos cuatro pieles verdes y Sir Cilles apareció en cubierta conminando a los enemigos a bajar a buscarle. Para que diantres iban a bajar si tenían la ventaja del terreno. Y que coño esperaban conseguir cuatro contra todo un barco, algo olía mal. Regnier siguió su instinto y buscó algo más. 

- ¡Sir Gilles! ¡Capitán! - gritó llamando su atención mientras con una de sus manos señalaba un saliente en la orilla oeste del rio. - ¡Hay cuatro de esos malnacidos escondidos allí arriba! ¡O acabamos con ellos o van tirarnos esa piedra encima! ¡¡Nos van a aplastar!! - gritó mientras miraba el agua planteandose si merecería la pena tirarse al agua y volver a subir al barco una vez que los pieles verdes hubiesen tirado la piedra para no morir aplastado. 

La información de Regnier hizo que Gilles mirara en la dirección que había señalado - ¡Capitán! ¡Atento a esos malnacidos! ¡Hombres y mujer! - se refería a los suyos, no quería dar órdenes a los marineros - ¡Acabad con ellos los que tengáis armas de proyectiles! - sin duda gilles estaba totalmente frustrado sin poder hacer nada más que ser un mero espectador, confiando que el capitán hiciera lo propio y preparada al timonel para variar el rumbo intenta evitar aquella enorme piedra.

- ¡Pieles verdes! Ay no, ay no, ay no - farfulló asustada Sourcil hasta que las órdenes la sacaron del shock inicial.

Con dedos temblorosos extrajo su arco y disparó al madero que tenía Regnier con un fuerte <THUNK!>

- Perdóname, lo siento, lo siento, lo siento - se lamentó.

La práctica con el arco la tenía de flechear liembres hasta que morían bajo el peso de la vergüenza ajena, dudaba mucho que los goblins fueran tan considerados.

Raimbaut empezó la noche refunfuñando y amaneció roncando, durmiendo a pierna suelta, como si todas sus quejas no hubieran sido más que lloriqueos insulsos. No le hacía gracia continuar el descenso, y como ya había predicho, lo que dijo que iba a ocurrir terminó por hacerlo. Un puñado de pielesverdes les hostigaban desde la orilla con sus pedradas y sus flechazos, y él corrió en busca de cobertura. No tenía nada a mano con lo que alcanzar a ninguno de ellos, pero empuñó su hacha tan pronto como se encontró a salvo. 

—¡Sus lo dije! ¡No' van a hundir, los pielesverdes no' van a hundir! 

Gastón se alegró de abandonar esa posada mugrienta llena de adoradores de los muertos hasta que recordó que tenía que pasar la noche en el barco estaliano que venía a ser más o menos lo mismo pero con más olor a ajo y choto. Aun así no tardó en caer dormido en su hamaca y pudo despertar hecho un cuatro al día siguiente y cagarse en los muertos del inventor de la hamaca, los botes, los ríos y toda la pesca. ¿Qué demonios tenían de malo unas camas perfectamente buenas? ¿Es que el suelo que no se movía era un lujo más allá de toda razón ahora? ¿Qué eran de arabia o algo ahora?

Pateando fardos con desgana, Gastón se comió el desayuno infumable a base de pan seco, tocino rancio y queso aun más rancio y se dedicó a perder el tiempo viendo pasar el paisaje. Al menos no gastaba sus piernas acompañando al señor, a eso si podía acostumbrarse.

Pero lo bueno no dura y no tardaron en salir problemas como era habitual. Goblins en las orillas del río, aprovechando la maleza y las piedras para esconderse y tirarles piedras y flechas. No eran muy listos porque aunque lograran matarlos a todos con aquellos patéticos ataques, la barcaza simplemente flotaría rio abajo. La tripulación, como era de esperar de unos estalianos apestosos, se puso a gritar y dar vueltas como pollos sin cabeza. El señorito se puso a quejarse a los goblins que no hacían lo que él quería, que sería su táctica habitual de enfrentar los problemas que no le habría fallado nunca, y la chica sacó un arco corto y casi asetea a uno de los otros tipos. Este al menos atinó a señalar a cuatro pieles verdes que subían con una gran piedra al acantilado a ver si podían tirarla sobre la barcaza. Los muy mamones.

Pues Gastón no pensaba permitirlo. Desenganchó su honda del cinturón y cogió una de las piedras que llevaba para usar de proyectil. Las había elegido con cuidado, redonditas y simétricas para que no se desviaran. La colocó en la cazoleta y se puso a girar el artilugio. Había muchas cosas a las que disparar cuando eras un campesino con mucho tiempo libre y poco futuro. Conejos, gatos, perdices, faisanes, otros niños y, por supuesto, cualquier hijo de puta que te quisiera joder en las tardes largas de verano. Eso incluía por supuesto a los pieles verdes.

La piedra impulsada por la rotación y la fuerza de treinta años de rencor abandonó la honda y voló recta hasta incrustarse en el cráneo de uno de los trasgos con un sonoro CLOC. Ese ya no tocaría más las pelotas

Los 4 goblins que empujaban la piedra para que cayese sobre el barco no se amilanaron cuando algunos de los marineros comenzaron a dispararles. Pero fue cuando la pedrada que lanzo Gastón hizo estallar en pedazos la cabeza de unos de los goblins que sus tres compañeros comenzaron a ponerse nerviosos. La enorme piedra se movió hacia ellos, pisando el pie de uno antes de que empezasen a discutir para ponerse de nuevo en marcha. Gaston había hecho al grupo ganar algo de tiempo, pero la amenaza seguía siendo evidente. 

- ¡Bon sang! - felicitó a Gastón por su espectacular pedrada.

Esto la llenó de coraje y esta vez apuntó sin temblar a la hora de liberar su flecha. Hasta se permitió sonreír cuando creyó verla dirigida en la dirección correcta, donde no hiriese o asustase a sus compañeros o señor.

Gastón gruñó de forma aprobatoria cuando vio que la muchacha empezaba a espabilar, al menos alguien hacía algo útil, ni que fuera de casualidad. Cargó otra pierda y apuntó con cuidado antes de lanzarla a otro de los dos goblins que quedaban intactos. La pedrada voló en una parabola extraña y parecía que no iba a darle, pero al final rebotó en la gran roca y fue a impactar en la cara al pielverde salpicando de sangre roja el suelo del cañón.

Aun tenía su toque.

Sir Gilles nada podía hacer en esa situación, aunque vio con sorpresa como el "vago" acababa de reventarle la cabeza a uno de esos goblins, el caballero solo supo felicitarle antes de ponerse a rezar a la dama por si en algún momento los abordaban - Bien hecho, seguid así - les dijo a los que poseían armas de distancia, viles y cobardes armas de distancia.

Por su parte, Raimbaut siguió escondido, pues no podía hacer mucho más. Como el caballero, él también rezaba, pero no a la Dama, sino a todo el panteón, y no por si les abordaban, sino para que no lo hicieran. 

Sin nada que poder hacer más que animar a los compañeros que estaban disparando a los goblins y desearles toda la buena suerte del mundo. Tras el primer disparo de Sourcil que casi le clava a la cubierta del barco, la mujer se recolocó y disparó mucho mejor. Con dos buenos tiradores como aquellos tal vez tuviesen suerte. Regnier por su parte, se puso a cubierto de las flechas que pudiesen llover y se preparó para quitarse de en medio si la piedra llegaba a caer. 

- ¡Taraos! ¡Buscad algo que tirarles! -  les increpó Sourcil a Regnier y a Rimbault, los ojos desorbitados por lo sobrecogedora que se le hacía la situación - Tiene que haber piedras, cuchillos o maderos sueltos, lo que sea pero no os quedéis mirando.

La lluvia de disparos goblins terminó en el momento en el que el flechazo de Sourcil atraveso el muslo de uno de los pieles verdes que empujaba la piedra, clavándose en su ingle y haciendole caer, desangrandose.. Los otros dos goblins que quedaban en pie no pudieron seguir empujando el enorme pedrolo. Y se apartaron de la piedra y del borde del pequeño acantilado, poniendose a refugio. Durante un instante parecía que se había logrado espantar a los pequeños y repugnantes seres, pero lo que parecía una retirada no había sido más que una toma de carrerilla. Una lluvia de pieles verdes cayó sobre la barcaza. Un par de ellos, (los dos que empujaban la piedra) calcularon mal y quedaron agarrados del pasamos, intentando subir al barco. Los otros, con sus espadas cortas desenfundadas, estaban preparados para matar.

- ¡Llueven goblins! ¡Iiiii! - si ya le daban todo el miedito del mundo de lejos ya de cerca era demasiado para aguantarlo sin gritar.

Por suerte su flecha hirió a uno de los monstruos que se les echaban encima y se sintió por un poquito avergonzada de vocear su angustia cuando no era la única en peligro, sólo la única montando una escandalera.

La suma de los nervios y los gritos de Sourcil hicieron que Raimbaut se sonrojara, y cuando vio que los goblins abordaban la nave, el corazón empezó a palpitarle con tal fuerza que casi podría decirse que cargo más por miedo a que se le escapara del pecho. No era ningún guerrero, pero... ¡al diablo! ¡Maldito barco, maldito río y malditos pielesverdes! ¡Les iba a enseñar a esos canijos quién era él! Echó a correr hacia estribor, con el hacha en ristre, y tanteó a uno de los monstruitos con su filo, aunque sin éxito. 

Regnier supo enseguida cual iba a ser su objetivo, aquellos dos goblins que habían quedado agarrados al pasamos incapaces de subir a bordo. Los hostigaría mientras no pudiesen defenderse confiando en hacerlos caer antes de que supusiesen más problemas. Avanzó hasta ellos con decisión y lanzó un ataque al más cercano a la proa del navío con la intención de acabar con él o de obligarle a soltar las manos y caer al agua. - A nadar, sucio pielverde. - dijo mientras apuñalaba con su espada una y otra vez. 

Gilles tardó en reaccionar más de lo debido, pero es que se encontraba concentrado rezando a la dama buscando su bendición, pero el abordaje por parte de los pieles verdes cortó cualquier intento de seguir, se incorporó y alzó la espada por encima de su cabeza - ¡POR LA DAMA! ¡A LAS ARMAS MIS VALIENTES! ¡CARGAAAAD! - y se lanzó a la lucha contra el primer indeseable que se cruzara en su camino. 

Los malditos goblins no se daban por enterdados. Después de haber auyentado a los que querían aplastarlos con una gran roca (sin ayuda de nadie más que de la muchcha que a él le daría verguenza ser tan poco hombre que hasta una niña ayuda más en combate que aquella panda de estalianos borrachos), los muy desgraciados cogieron carrerilla y saltaron a la barcaza. Cargó otra piedra en la honda y la hizo girar para lanzarla a bocajarro contra los que los abordaban, pero la honda al girar golpeó el mastil tras él y se perdió por la cubierta. Tendría que apañarse con lo que había.