Partida Rol por web

Un hombre solitario y agotado siguiendo un olor a sangre buscando una presa en medio de la noche, en la inhóspita estepa; cualquiera diría que es una temeridad, que es hombre muerto, pero Bakra ya ha pasado por esto antes y está seguro de que lo volverá a pasar. A fin de cuentas, si existen hombres capaces de dominar la noche salvaje esos son los cimmerios.

No corre casi el aire, pero basta una leve brisa para traerte el sangriento aroma que sigues, guiándote por tu agudo olfato y tu instinto animal, hasta su origen. Ves muy poco en esta oscuridad, y tienes que acercarte bastante para ver de dónde nace el olor: un cadáver de león yace tendido en el suelo, sangrante, a medio devorar. Tiene numerosas heridas de zarpas y mordiscos, además de los trozos que claramente le faltan. A su lado hay otro cadáver, una hiena herida de gravedad por las poderosas zarpas y mandíbula del león. Pero no solo son cadáveres lo que encuentras, pues dos hienas de suave gruñido y sangrantes colmillos te acechan cada vez más cerca, rodeándote amenazadoramente.

Los efluvios sanguinolentos que penetran por sus orificios nasales provocan en Bakra la irresistible necesidad de seguir adelante y averiguar de dónde proceden, por lo que saca fuerzas de flaqueza para poder continuar sin luz y exhausto por el camino. Finalmente el cimerio divisa lo que está emanando el metálico aroma: dos cadáveres animales que parecen haberse enfrentado. La oscuridad y el agotamiento hacen que sus sentidos no estén todo lo afinados que normalmente suelen ser, y no es hasta cuando las tiene encima que siente la presencia de las dos hienas que le acechan. Una a cada lado, acercándose cada vez más. Hay que despacharlas y eso no es algo que asuste a Bakra, pero el ataque tiene que estar bien coordinado o el bárbaro puede correr peligro.

Sin dilación, esto es lo que decide hacer: confiará en el lobo que lleva dentro para correr y cargar contra una de las hienas, agarrarla del cráneo y con sus propias manos partirle el cuello. Si es lo suficientemente rápido, podrá usarla de parapeto mientras la otra se acerque, con tiempo de sacar su hacha y darle el golpe de gracia cuando llegue a su lugar.
 

Tu agresividad, movida por un instinto totalmente animal, coge por sorpresa a las hienas, que estaban analizándote y estudiando tus movimientos antes de lanzarse contra ti. Te mueves rápido entre las sombras de la noche, pero la hiena a por la que te lanzas reacciona rápida también. La agarras fuerte pero no puedes evitar que clave sus colmillos en tu antebrazo, antes de romperle el cuello con tus manos desnudas, con un poderoso y seco giro.

En ese momento, aprovechando que estás ocupado con su compañera, la hiena que queda se abalanza contra ti con sus fauces abiertas y sangrantes, pero tus reflejos no te traicionan; no te hace falta ver perfectamente, ves lo suficiente para, guiado también por el resto de tus efervescentes sentidos, poner el cadáver de la hiena que has matado entre ambos. La fiera choca contra el cadáver con toda la fuerza de su embate, lo cual te hace tambalearte pero no acaba de tirarte al suelo pues no son criaturas muy pesadas... ella, al contrario, sí que cae contra el suelo, pero no antes de rajarte la pierna de refilón con una de sus zarpas. No tarda más que un instante en estar lista de nuevo para el combate, y es en ese instante que aprovechas para empuñar con decisión tu hacha cimmeria.

La criatura se lanza una vez más contra ti con toda su furia, pero antes de alcanzarte de nuevo con sus zarpas o con su afilada dentadura le revientas el cráneo y parte del cuerpo de un poderoso hachazo devastador. El cuerpo moribundo, casi detenido en el aire por tu golpe, no llega a tocarte... pero su sangre y vísceras te bañan.

Vas calmando tu acelerada respiración, absorbiendo el aroma de la muerte. Tu sangre se mezcla con la de las bestias vencidas. No te hace falta ver bien para captar con total claridad los cadáveres que yacen ante ti, y en tu interior nace un poderoso y salvaje impulso de comerte los órganos crudos de las fieras vencidas, como haría un lobo en tu lugar.

Bakra pelea con las hienas completamente cegado en su instinto y sin ser consciente de nada más. A pesar de notar el mordisco y el arañazo que penetran su carne, no siente el más mínimo dolor. Un par de cicatrices que añadir a las que ya pueblan todo mi cuerpo. Finalmente, las hienas caen y, poco a poco, la furia del cimerio va cediendo. Cuando su respiración recobra el ritmo habitual, y haciendo caso a su instinto, se arrodilla al lado de la hiena que acaba de matar, que tiene el torso medio destrozado, e intenta recuperar lo que quede de su corazón, llevándoselo a la boca y devorándolo rápidamente. Una vez terminado, se levanta y acude a donde yace la otra hiena. Un hachazo certero al centro de su caja torácica y tendrá acceso a sus entrañas.

Una vez saciado, Bakra carga el cuerpo sin vida de esta última hiena a sus espaldas y así, empapado de sangre y vísceras de arriba abajo y con la barbilla chorreando, emprende el camino de regreso al solitario árbol donde dejó a sus compañeros.