Se inclinó sobre la barra y habló con mayor discreción. Tanto que pareció un gesto casi teatral, como si el camarero pretendiera darse importancia, o como si buscara una excusa para arrimarse al chico de la cresta. Pero su voz sonó convencida de sus palabras. - La sangre es la clave. Oh sí, ya lo creo. Eso es, la sangre.
Tras las palabras, apenas susurradas, por el sujeto de la barra, el Marsellés volvió a erguirse para adoptar su típica postura envarada, con la espalda recta y los anchos hombros algo retirados hacia atrás. Casi como si necesitara tomar distancia de lo que acababa de escuchar. O como si con aquellas frases le hubieran soltado una bofetada en pleno rostro.
Con el rictus ensombrecido por lo que parecía algún sentimiento a medio camino entre la preocupación y la curiosidad, volvió a estudiar por largos momentos a su interlocutor, hasta que finalmente se reclinó otra vez sobre la barra para continuar aquel ominoso concilio secreto.
- Sabes que... Puede que tengas razón. Quizás todo tenga que ver con la sangre...
Ciertamente, aquello tenía su lógica. Hasta donde alcanzaban los escasísimos conocimientos del Marsellés, esa era una buena explicación para lo que había ocurrido con su familia. Bastante buena. Y muy cercana a la que él mismo había comenzado a sospechar.
¿Finalmente había dado con la punta de la madeja? ¿Había encontrado de una buena vez a alguien que no era un simple charlatan? ¿Alguien que sabía de lo que hablaba?
Solo había una manera de averiguarlo.
- Como sea... no me interesan los nombres. Llámalos como quieras. - comentó por fin con la mirada endurecida por una fiera determinación - Y tampoco pienso esperar sentado a que decidan darse una vuelta por aquí.
- No amigo... - dijo esbozando por fin una siniestra sonrisa, la primera que el chico de la barra le había visto jamás - ... pienso ir a buscarlos...
Tras unos largos minutos de espera, la muchacha con la ayuda de Bekic se marchó del local tras no encontrar lo que buscaba. Raphel tuvo un pequeño deyavú de una melena parecida moviéndose escaleras arriba de aquel local donde conoció a la mujer del reloj. Aquel que no había vuelto a visitar.
Raphel y El Marselles hablaron un rato más entre murmullos y susurros. Era impresionante como Raphel podía beber tanto apenas sin afectarle. Práctica, suponemos. El tiempo pasó rápido mientras se alimentaban de ilusiones y palabras medio vacías, pero con la suficiente información.
Bekic tuvo una buena noche, incluso ligó un par de veces y recibió alguna que otra propina y proposición indecente pero no logró hablar demasiado con su compañero. Para cuando iban a ser las cinco, JP, la mujer de la silla de ruedas salió tras las cortinas, sola, refunfuñando algo por lo bajo mientras miraba hacia todos lados, entre perdida, y algo confusa. No tardó en dirigirse hacia aquella habitación al fondo, que era solo de ella.
Paso la escena a otra para que Hiroshi pueda estar.