Os dirigís de nuevo a la parte pública de la posada.
Los cadáveres del curandero y los campesinos aún están ahí, esperando venganza.
La Mujer y la Niña empiezan a repartir jarras vacías y el Posadero trae un cazo bastanta grande, casi vacío y empieza a servir.
El vino caliente os reconforta las manos.
Os traen unos trozos de pan, y el Posadero empezó a hablar.
Durante la Última Cena, Jesús cortó unos trozos de pan y los repartió entre los Apostoles, y dijo: comed este pan, pues ahora es carne de mi carne, y así estaré con vosotros para siempre.
Después, repartió vino y les dijo: Bebed de este vino, pues ahora es sangre de mi sangre, y así estaré con vosotros para siempre.
Y los apostoles comieron y bebieron, y él estuvo con ellos para Siempre.
Después remojó el pan en el vino y se lo comió.
Amén. -dijeron todos má o menos al unísono mientras se santiguaban.
¡¡Últimas palabras antes de la batalla gente!!
Elena coge su recipiente con el vino caliente y baja la cabeza escuchando las palabras del posadero. - Amen - Dice a su vez y se lleva el cálido vino hacia sus labios. Sintiendo como empieza a bajar por su garganta hasta terminar reconfortablemente en su estómago.
Después coge un trozo de pan y sacia el hambre que hace ya rato sentía. Se termina el vino y finalmente se siente preparada...
- Salgamos... ¿Quién se encargará de leer el libro? - Pregunta cogiendo con la mano diestra el cuchillo con el que se enfrentó anteriormente con esos muertos andantes.
Escucha al posadero con la taza de vino caliente en las manos y luego dice "Amén" cuando le corresponde. No podía dejar de pensar en el inesperado giro que había tomado la noche...Ella no era una aventurera, y aun así estaba a punto de salir a enfrentarse a una horda de ellos, sin contar las cosas peores que podía haber allí fuera. Pero tenía que ayudar a sus amigos, y de nada le servía dudar ahora. Había tomado su decisión, y las respetaría pasara lo que pasara.
-Ha llegado la hora-les dice un poco temerosa pero decidida a los presentes-Es la hora de acabar con esos seres y devolverle la paz al pueblo.
Rodrigo asintió. Amén..., pensó, mucha suerte vamos a necesitar para salir vivos de ésta... Ingirió el vino y el pan, al igual que el resto.
- ¿Qué estrategia vamos a utilizar? Dudo que simplemente llevando una reliquia con nosotros vaya a otorgarnos el favor de la victoria... Caballero, ¿alguna sugerencia?
El Caballero miró al mercader y asíntió.
Tiene razón. Mejor si trazamos algo parecido a una estrategia. Aunque no sean soldados entrenados, tener una idea de lo que haremos siempre será útil. Saldremos en formación de cuña, yo delante y la reliquia justo detrás de mi. Podría llevarla Cristina o nuestro buen Posadero, que tanto tiempo luchó por protegerla. El resto se repartirán a los lados en dos filas.
La verdad es que avanzaremos algo a ciegas. No sabemos dónde pueden estar los malditos que han hecho esto, pero supongo que justo al otro lado de la plaza. Sólo espero que la Reliquia nos guíe por el buen camino.
Parecía impaciente por empezar a luchar. Fijándoos un poco en él, os habíais dado cuenta de que no era ese tipo de gente que le guste estar a la defensiva.
¿Algo más?
-No, creo que ya esta todo-ella no era precisamente una experta en el tema de preparación-de-batallas-contra-muertos-vivientes, pero ya no se le ocurría nada más que salir y luchar por sus vidas
-Respecto a lo de la reliquia, si el buen posadero no quiere llevarla durante la batalla a la batalla y nadie más quiere hacerlo, me ofrezco para servir como portadora de tal objeto.
Si, mejor que la lleves tu -dijo el posadero con aire serio-. Quizá sea irresponsble por mi parte, pero esta noche prefiero alzar mi maza contra aquellos que han intentado mancillar la reliquia durante tanto tiempo. Has demostrado tener la Fe suficiente para custodiarla, así que te cedo esa responsabilidad. Cuidala bien, pues será nuestra guarda y custodia allí fuera. Evidentemente, a parte de abrir cabezas de no-muertos, me quedaré cerca de ti para defenderte.
-Muchas gracias, espero hacer bien el trabajo que me habéis encomendado, y agradezco que quiera ayudarme-le digo seria al posadero. La verdad es que me hacia sentir un poco mejor el que fueran a ayudarme un poquito aunque fuera, con la batalla.
"Ha llegado el momento. Es hora de que salgamos allí fuera." Se estremece con ese pensamiento.
- Yo también me mantendré cerca. - le dijo a Cristina. - Si necesitas ayuda no dudes en pedirla.
Le dedicó una breve pero sincera sonrisa. Quería que la chica se sintiera todo lo mejor que pudiera, porque ahora mismo todo el mundo se iba a jugar la vida...
- Estoy listo. - concluyó Rodrigo.
Parece que ya todos están preparados. Elena mira a sus "compañeros" de armas y sonríe nerviosa...
- Bien, entonces mejor que salgamos cuanto antes... - La espera va a acabar con sus nervios, o eso es lo que siente. Respira profundamente y asiente con la cabeza...
Os preparais, rezais las oraciones que podeis y os poneis en posición para salir antes de abrir la puerta. La tensión se podria cortar con un cuchillo.
El Caballero coge aire, lo contiene, abre la puerta y grita echándose hacia adelante con la espada y el escudo en alto. Por suerte, ese movimiento defensivo básico le protege de la horda de muertos vivinetes que se os echa encima.
En lugar de atacar, sois atacados y con más fuerza y virulencia de la que habíais notado hasta ahora. Es como si supieran que queda poco tiempo de lucha y gastan sus últimas energías.
El Posadero, con un garrote en una mano, que de momento se ha demostrado más que efectivo, y un rosario en la otra, empieza a rezar un Padre Nuestro y a repartir golpes, intentando proteger a Cristina, que a su vez alza la reliquia y empieza a pronunciar el ritual de exorcismo. Elena y Rodrigo, más por intentar estar juntos, que por ningún tipo de saber militar, se acercan a Cristina mientras luchan por sus vidas. La batalla está siendo muy dura, ya han caído algunos campesinos, y aún no habeis empezado a salir de la posada.
Algunas lámparas de aceite han caído y el suelo empieza a arder.
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La nube de humo os molesta, ya no sabeis hacia dónde vais o contra quien luchais, pero diríais que aún no habeis herido a nadie de los vuestros. En realidad, os sorprende bastante que aún esteis vivos.
Una luz cegadora invade la sala. Los muertos vivientes parecen debilitados y són más fáciles de dar y terminar. Si esto no es una Señal Divina, ¿quien sabe lo que es?
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Estais fuera de la posada.
El humo os asfixiaba y habeis conseguido parar y repeler el ataque, así que ahora ya solo os queda abriros camino hasta los demonologistas.
A vuestro alrededor, gracias a la luz que hace la reliquia sólo podeis ver un mar de muertos vivientes que vienen hacia vosotros. Liderados por el Caballero, vais avanzando hacia no-sabeis-dónde. Algún campesino grita de dolor y sorpresa, más que por los cortes y heridas que va recibiendo, como todos, por reconocer algunos de sus seres queridos entre la horda. Incluso a vosotros os parece ver la cara de gente que conocíais: algunos de los campesinos muertos, a Borkoff, a Luís...
La lucha se hace enterna. No parece que haya límite en el número de muertos. Es como si se hubieran levantado los muertos enterrados en el pueblo y los alrededores desde el Diluvio.
El Caballero grita algo que no entendeis, pero girais un momento la vista y a lo lejos veis una luz rojiza que os provoca nauseas. Ese debe ser el lugar dónde están los demonologistas, pero ya no cantan. Parecen impresionados, pero para nada asustados.
Y los muertos vivientes desaparecen.
Dais las últimas estocadas y de repente os dais cuenta que ya no teneis nadie más contra quien luchar. Mirais a vuestro alrededor y solo quedais el Caballero, el Posadero y vosotros. Los demás deben haber caído por el camino, y ni siquiera os habeis enterado. A unos pocos metros veis al Abad, con su tiara y sus ropajes de gala y al Señor de las Tierras enfundado en una armadura de completa, los dos rodeados de esa luz rojiza y enfermiza que os ha servido de faro.
Llenos aún de adrenalina, os lanzais a la carga contra ellos después de oír el grito de guerra del Caballero.
Lo último que veis es que una columna de humo aparece delante vuestro y se transforma en un ser de enormes proporciones, cubierto de fuego, que ríe con sorna.
FIN