Temía un dardo por parte de Einstein y que esto fuera el comienzo de una típica escalada de orgullos a lo Rosseau, y el dardo llegó, y lo hizo acompañado, pero no por la temida discusión si no por una mirada gélida.
Compungida por el gesto se soltó de la mano y atendió a la explicación del profesor rígida y en silencio mientras giraba el alambre en el dedo (el día antes lo había encapsulado en cristal para protegerlo).
La respuesta no fue del todo satisfactoria, entendió que esos efectos por lo que ella preguntaba no se los habían planteado en demasía, aquello pintaba cada vez peor. Se echó hacia atrás volviendo a mirar al ausente Remí cuyo orgullo herido había reavivado un viejo complejo, estiró el meñique para acariciarle el dorso de la mano. Entonces habló Russel, claro y conciso como siempre, mientras ella esperaba un gesto de su novio.
La maquinaria se había puesto en movimiento. A partir de ese momento, sus vidas giraron en torno a un plan en el que ningún detalle, o casi ninguno, había sido dejado al azar. Poco tiempo hubo para despedirse de la familia, pues esa misma noche iniciaron su viaje en avión recorriendo el mar donde los submarinos alemanes acechaban a los convoys británicos y estadounidenses. Tiempo hubo, sin embargo, para que Prudence hiciera una visita al párroco católico del Inverness. Sola, sin la presencia de ningún curioso, convenció al hombre de que la bautizara. Fue una decisión personal que explicaría a Rémi durante el viaje.
Hicieron escala en las Azores a media mañana, disfrutando durante unas horas de la neutralidad portuguesa. Viajaban en un avión supuestamente civil, por lo que no debían (en principio) ser blanco de los ataques alemanes. La discreción, sin embargo, dictaba que no pudieran salir de la zona de embarque del aeropuerto. No tardaron mucho en reemprender la marcha, tras un cambio de piloto para evitar accidentes por la falta de descanso. Unas horas más tarde, ya a la atardecida, vieron la silueta de la isla de Cuba recortándose en un cielo anaranjado. Aterrizaron en Santiago de Cuba, relativamente cerca de su destino último.
Cuba, como protectorado norteamericano "de facto" vivía una extraña calma en un mundo en guerra. Extraña por que era utilizada como base para la flota de las naciones aliadas, un lugar seguro donde naves de las más diferentes naciones aliadas recalaban. Sus tripulaciones disfrutaban en la isla de un merecido descanso en los chiringuitos a pie de playa, en los concurridos locales del malecón de la Habana y en los bares musicales donde se tocaban habaneras y se disfrutaba del ron. Una Ítaca segura, lejos de la guerra en Europa en Asia, que ni siquiera la amenaza de los submarinos alemanes en la costa norteamericana empañaba.
Por su parte, no pudieron disfrutar demasiado de las comodidades de la isla. Exceptuando un permiso de 24 horas con pernocta, que disfrutaron hasta el final, les tuvieron bien entretenidos en las sesiones de briefing y los entrenamientos específicos para la misión. Todo ésto sucedió en Guantánamo, Gitmo como la llamaban los estadounidenses, que bullía ahora de actividad congregando a una poderosa flota internacional. Los países aliados de latinoamérica habían decidido contribuir así de una manera más directa, respondiendo a una amenaza que les era cercana y certera. Era bonito ver como naciones que habían sido rivales durante muchos años, como Chile y Perú, trabajaban ahora juntas y disfrutaban de la experiencia de hacerlo.
Tuvieron largas sesiones sobre la cuestión de la bomba. Aprendieron como montarla y desmontarla, como regular el temporizador y lo que se podía y lo que no se podía hacer con ella. Les resultaba curioso que una cosa tan destructiva no se activara por accidente con una caída fortuita, ni siquiera disparándole o explotándole cerca una bomba. Aquel arma era un prodigio de la ciencia de su tiempo, aunque desafortunadamente ese prodigio estaba orientado a la destrucción masiva. También se maravillaron con la maquinaria de teletransporte del Proyecto Manhattan: unos gigantescos electroimanes de más de treinta metros de alto que serían los responsables de obrar el milagro tecnológico.
Los planes estaban saliendo bien. Las últimas naves en llegar, unos submarinos de la flota soviética del Pacífico, llegaron cuatro días antes de lo esperado forzando máquinas en su avance. Los militares parecían optimistas, así que los reunieron a todos para un briefing final. Explicaron las diferentes fases de la operación, y de que se encargaría cada destacamento. Primero, se transportaría a la flota a la entrada del puerto artificial de la base nazi, atrayendo el ataque enemigo. Era posible y de hecho se estimaba que podían transportar a los cazas y bombarderos en vuelo, iniciando un ataque sorpresivo destinado a minar las defensas fijas en la zona (cañones antiaéreos, cañones de defensa costera, buques anclados en el puerto y aeronaves en sus hangares). Una vez soltadas las bombas, la flota retrocedería simulando un repostaje de las naves. Era previsible que los alemanes iniciaran el contraataque, durante el cual se daría la señal a través de comunicación por satélite* para que partiera la fuerza de asalto, entrando por la puerta de atrás, para encontrar las minas y colocar la bomba.
En cuanto a la retirada, habían dispuesto el transporte de unos bombarderos mosquito, conocidos por su resistencia a fuertes vientos y su gran autonomía, que se situarían a 150 kilómetros de la base, ocultos tras un macizo montañoso. El plan era simple: entrar pegando tiros, colocar el paquete y largarse de allí hasta distancia segura para esperar "el gran boom". Una vez producido, despegarían rumbo a la tierra de fuego, en Chile, donde aterrizarían en Antofagasta. La flota iniciaría su propio regreso hacia la costa este de los Estados Unidos y les recogería por el camino. Todo había sido explicado, ensayado y debatido cientos de veces.
Conscientes de que la presión sobre ellos aumentaba, el mando decidió no variar los planes en cuanto al día de lanzamiento de la operación, dándoles 48 horas para disfrutar del suave invierno caribeño. Cada cual aprovechó estas horas para lo que quiso: tomar el sol, disfrutar de la playa, del ambiente nocturno, hacer turismo o concentrarse en mirar el horizonte con un pitillo en la boca y hablar con "los muchachos". Había mucho en juego en aquella misión. La misión que podía terminar todas las misiones. Antes de partir, les llegó una buena noticia. Algo por lo que brindar. Los alemanes habían sido derrotados en las afueras de Moscú, expulsados centenares de kilómetros hacia atrás por el contraataque de las fuerzas siberianas. La primera victoria abierta contra la máquina de guerra alemana. Levantaron sus vasos llenos de ron y brindaron. Ahora tenían la certeza de que estaban conteniendo la marea.
*El viejo satélite de la Sociedad Fénix.