- Tranquila muchacha, no te lo termines todo.- dijo Rickard con una sonrisa mirando a Kat. Colocándose la thompson a la espalda, ayudó a levantarse a Rusell, quitándole el polvo de encima, y mirándole la muñeca.
- Joder, esto tiene que doler. No te preocupes, vivirás. - golpeándole la espalda. Después, le dejó que respirara el oxígeno para que se recompusiera, y tomó él una bocanada.
- ¿Donde están Prue y Remi, Kat?.- dijo recargando el arma y mirándola con preocupación.
No... nada roto- responde Eric mientras tose un par de veces- con lo delgada que eres y lo que pesas- bromeo el australiano mientras Katja se quitaba de encima. Se sirvió de la ayuda de Rickard para levantarse, mientras un pequeño gemido de dolor salió de su boca. Estaba claro que tendría unos buenos moretones en la espalda. Claro que lo mas preocupante era su muñeca- maldita sea- no veía que fuera nada grave, pero le dolía bastante. Se arrancó un poco de su camiseta para taponarla- sobreviviré, no es nada grave.
Miró a su alrededor, buscando algún punto que ayudase a identificar donde se encontraban. No veía al resto de sus compañeros por ningún lado- quizás la explosión nos haya dividido.
El polvo en suspensión iba depositándose muy lentamente, de forma casi exasperante. Lo primero que escucharon fue sus voces, diseminadas por el paisaje, llamándose unos a otros y tratando de encontrarse. El primero en llegar a su objetivo fue Rémi, que casi pisó a Prudence sin querer.
-Ya estoy aquí, nena -dijo, agachándose para ayudarla a deshacerse de las rocas.
Prudence se dió cuenta de que Rémi estaba herido en el pecho, por una de las rocas durante el desprendimiento. Él le restó importancia a este hecho, y tras compartir el aire de su bombona de oxígeno, le acarició el rostro apartando sus cabellos.
Sus compañeros recorrieron los escasos metros que en realidad les separaban, topándose con cadáveres y heridos de los soldados griegos, o más bien tropezándose con ellos, a medida que caminaban casi a tientas por la densa nube de polvo. Estaban todos vivos, aunque Prudence se había torcido un tobillo y apenas podía caminar. A medida que el polvo se fue disipando, vieron a más supervivientes en las cercanías, entre ellos a MacDonald, que sostenía a una inconsciente Diana entre sus brazos.
El sonido de los rotores de los helicópteros les sacó de su ensinismamiento. "¿Y ahora que más?", se preguntaron. Algunos nazis habían sobrevivido, y al parecer les andaban buscando. Escucharon también el ruido de motores y pasos a la carrera acercándose en su dirección. Los supervivientes, entre los que estaba Diamantidis, se agruparon y se prepararon para defenderse, aunque su defensa iba a ser más bien corta, ya que con aquel polvo muchas armas habían quedado inservibles. El ruido de motores se detuvo entonces, y comenzaron a escuchar disparos, aunque no sabían muy bien si iban dirigidos a ellos. Uno de los soldados griegos disparó a bulto contra la masa de polvo, y lo que se escuchó al otro lado fue un insulto en inglés.
-Maldita sea muchacho, casi me vuelas la cabeza -dijo un sargento inglés que surgió de la polvareda con unos soldados.
Más soldados británicos estaban llegando a la zona, y por ahora mantenían entretenidos a los alemanes. Comenzaron a ayudar a los griegos heridos, no curándoles, sino ayudándoles a caminar hacia los transportes. Unos pasos se detuvieron luego junto a los miembros de la sociedad fénix. Era un hombre de complexión familiar, con la cara tapada por un casco y una máscara antigás. Como el polvo se iba disipando cada vez más, se retiró dicha máscara, y pudieron ver el rostro del coronel Talbot.
El coronel estaba vivo. Y no solo eso, había venido para rescatarles en el momento justo. Su rostro reflejó preocupación al ver el estado en el que se encontraban.
-Menudos fuegos artificiales habéis montado. Veníamos hacia aquí cuando hemos visto como explotaba la montaña. Parece que habéis agitado el avispero, y los nazis están muy cabreados.
Se puso junto a Prudence por el otro lado, ayudándola a caminar con Rémi, con más facilidad.
-Maleme ha caído, y me temo que la isla caerá sin más remedio, aunque todavía seguimos luchando. Pero me parece que para vosotros lo más sensato es poner pies en polvorosa, así que vámonos de este infierno de polvo.
Dicho y hecho, se montaron enseguida en los transportes. Los miembros del comando se distribuyeron entre dos jeep willis, cuyos artilleros no dejaba de disparar a los helicópteros alemanes, que trataban de perseguirles en la fuga. Fue preciso acabar con dos de ellos para que se convencieran de que no era buena idea seguirles.
Atrás quedaba la planicie de Cnossos, por la cual se levantaba una tremenda columna de polvo semejante a un volcán. El sonido de los disparos se escuchaba en la lejanía, dando testimonio de que la guerra seguía en marcha. Pero no importaba lo que sucediera con Creta, porque al margen de las operaciones militares, habían conseguido una victoria. Y sin embargo, durante el camino tuvieron ocasión de reflexionar. ¿Que clase de victoria era esa? Una victoria pírrica, a la defensiva. Habían matado a muchos alemanes, era cierto, pero aquellos eran soldados clones, y siempre podían hacer más. La colonia atlante había sido destruida, y Nur-Ab-Sal se había sacrificado, al menos en teoría, para destruir a Asha. Mucho se había perdido, a costa de poca ganancia y mucho sufrimiento. Si la guerra seguía de esa manera, sabía que acabarían perdiendo.
Pero estaban vivos para luchar otro día, en un nuevo campo de batalla. Tal y como había dicho Churchill, se trataba de resistir hasta el final. Solo esperaban que tanto sacrificio no fuera en vano.
De entre el polvo y la ruina, los soldados alemanes vieron las señales de la lucha a muerte entre padre e hija. Nur-Ab-Sal, manteniendo a Asha hasta el último momento dentro de la colonia, había conseguido que se viera afectada por la energía de la explosión del plechbenda.
Steiner estaba supervisando el trabajo de los equipos que trataban, casi en vano, de desescombrar en complejo en busca de algo de valor. Fue entonces cuando se toparon con algo, y el propio coronel fue a ver. Llamó por radio al general Bauer, y este aterrizó su aeronave descendiendo con evidente enfado por el fracaso de la operación.
-Creo que debería ver esto, mein gruppenführer.
Le acompañaba su misteriosa secretaria, la señorita Engel, que miró con cierto desdén al hombre de la máscara, como dejándole entender que aquel fracaso tendría consecuencias para él. Cuando llegaron al lugar, una pequeña hondonada en el terreno, vieron como varios soldados se mantenían alrededor de algo, o alguien. Cuando Bauer fue a asomarse, ese algo desprendió unas llamaradas que casi alcanzaron a uno de sus soldados.
Lo que vieron fue un torso, el torso mutilado y quemado de Asha. No tenía piernas, y parte del brazo izquierdo estaba inservible. Su piel estaba carbonizada, y lo único razonablemente entero y reconocible era la mitad de su rostro. Estaba llena de furia, furia y desesperación. Sabía que se moría, y que su plan para volver a la vida había sido un completo fracaso.
El oficial alemán se quitó los guantes con una sonrisa, y se agachó a mirarla como si hubiera hecho todo un descubrimiento.
-Wunderbar. Parece que no nos vamos a ir de vacío. Usted es Asha, si no me equivoco...
Con total frialdad se sacó un cigarrillo, como si su muerte no le importara un carajo. Eso hizo enfurecer a la diosa, que trató de quemarle con una llamarada. Pero en ese lamentable estado, los poderes psíquicos de Bauer le ganaban por goleada, por lo que el intento se quedó solo en eso.
La imagen desfigurada de Asha creía que esos humanos estaban allí para mofarse en sus últimos momentos. Por eso procuraba hacerles daño, pero su envoltura física se estaba muriendo, y apenas si podía proyectar poder alguno. Cuando vió los poderes de Bauer tosió sangre y finalmente rió con socarronería.
-Angra Mainyu... reconozco tus poderes aunque tu envoltura haya cambiado. ¿Has venido a matarme?
El general alemán se lo estaba pasando en grande. Asha se moría, pero él se lo tomaba con calma. Sabía que solo tenía una carta para negociar con un ser así, y era algo para lo que estaba preparado de antemano. Ni siquiera una diosa con miles de años de antigüedad podía siquiera adivinar cuales eran sus auténticos planes. Por eso, el teutón estaba a punto de correrse de orgullo.
-No, no soy él. Pero le conozco bien, ¿sabes? Somos uña y carne. Quiere verte, porque tiene grandes planes para ti. Pero tampoco quiero que andes suelta por ahí haciendo lo que te de la gana, conozco tu historial. No necesitamos un nuevo dios, porque nosotros somos nuestros propios dioses.
Jugó un momento fumando mientras contemplaba su sufrimiento. Ella no dijo nada, porque era orgullosa, pero por la forma en que le miraba, casi con odio, sabía que había dado en el clavo.
-Yo tengo algo que tu necesitas, Asha. Tengo un nuevo cuerpo para ti. Pero no es un cuerpo como a los que estás acostumbrado. Este te dirá lo que deberás hacer, y como lo deberás hacer, hasta que consideremos que has cumplido tu parte del trato.
La teniente Engel se adelantó, sonriéndole con suficiencia. Se abrió entonces la guerrera del uniforme, y se apartó luego la camisa. Donde debería haber piel, y bajo ella un corazón, tenía una complicada máquina con una esfera translúcida en el centro. Si el doctor Ness hubiera estado allí la habría identificado con el mismo tipo de esferas que utilizaban los alemanes de su época, para contener a entidades demoníacas y aprovecharse de su poder. Una esfera como esa, en una versión gigantesca, era la que habían tratado de detonar en 1897, en el ataque a París.
-El tiempo se agota, amiga mía -dijo, mirando su reloj de pulsera.
El Asha le miró de manera desafiante. Le maldijo, aunque sus palabras le entraron por un oído y le salieron por otro. Miró a los presentes, consciente de que la única que podía valerle como receptáculo era aquella mujer rubia. El espíritu del Asha siempre había, por alguna extraña razón, preferido las formas corpóreas femeninas. De hecho, no podía vivir en un cuerpo masculino. Consciente de que iba ingresar voluntariamente en una nueva prisión, a costa de salvar su mísera existencia, abandonó lo que quedaba de su antiguo cuerpo, y penetró en el de la alemana.
Ésta cerró los ojos, recibiendo aquella "bendición". Al cabo, la energía del asha se concentró en su pecho, encapsulada dentro de la esfera en forma de una nube de humo de color negro. Lotte abrió los ojos, reconfortada, y se volvió a abrochar el uniforme.
-¿La tienes? -preguntó el general.
Ella sonrió con gesto inquietantemente coqueto y juvenil.
-Todo está bajo control, señor.
El general dió entonces una palmada, que sonó apagada al tener las manos protegidas por unos guantes de cuero. Estaba feliz como un niño con sus regalos de navidad. Se levantó entonces, y sin más se encaminó hacia su aeronave.
-Vámonos -dijo, sin volverse- Dejemos que los paracaidistas se encarguen de tomar esta isla. Ya tenemos lo que hemos venidos a buscar.
Cuando los helicópteros alemanes abandonaron se alejaron en el horizonte, otra figura surgió renqueando de las ruinas. El viejo rey atlante, Nur-Ab-Sal, estaba maltrecho, aunque vivo. Se quedó mirando a los helicópteros mientras se alejaban, consciente de que la batalla no había terminado. Sin embargo, él había consumido casi todas sus energías en contener el espíritu maligno de su hija. Su cuerpo estaba maltrecho, herido de muerte. Caminó como vagando sin rumbo, hasta que llegó a las ruinas de Cnossos, subiendo por unas escaleras hasta una estancia que había permanecido relativamente indemne.
Se recostó luego sobre una losa de piedra, cerrando los ojos mientras pronunciaba estas palabras.
-Que los dioses os bendigan, hijos de Atlantis. Porque ahora el destino de la humanidad está en vuestras manos.
Poco a poco, comenzó a entregar su alma al viento y la tierra. Pero antes de dejar que su envoltura física muriera, viajó a través de los sueños hasta dos personas a las que conocía muy bien. En su piso franco en Edimburgo, el doctor Rabinovich despertó agitado, consciente de que ahora contenía todos los recuerdos y la sabiduría de aquel dios. Casi al mismo tiempo, Diana Sowreston abrió los ojos, sintiéndose plenamente reestablecida. El poder de Nur-Ab-Sal ahora anidaba dentro de ella. Y de esa manera, transfiriendo completo su legado y poder, el último y más poderoso rey de los atlantes expiró.
Su aventura en Creta no había sido en vano.