Uno a uno, fueron abandonando el bar. Unos por que ya habían bebido lo suficiente, y otros por que el establecimiento tenía que cerrar. Sus despedidas sonaron causales, más como un "hasta luego" que un "adiós". A partir de ese momento, los pasos que daban seguían su propia y auténtica senda. No hubo muchos abrazos, pero si promesas. Promesas de que aquella amistad, la que habían forjado combatiendo codo con codo, soportando las mismas penurias desde el campo de entrenamiento hasta los hielos de la Antártida, perduraría.
Y así fue como los héroes retomaron sus vidas. Poco a poco, quizá, pues había todavía una guerra que ganar. Y como no podía ser de otra manera, participaron en ella. Katja se reincorporó casi inmediatamente al servicio militar en una Rusia necesitada de todo lo que pudiera ayudarla contra la invasión fascista. La heroína de la Unión Soviética ganó una tercera medalla homónima en su papel durante la Batalla de Stalingrado, en la que defendió con sus hombres una casa en la orilla alemana del Volga que nunca cayó en manos enemigas, ni aún en los peores días del sitio. Al término de la guerra, recibió diversos honores y condecoraciones, asi como una estatua en su honor en la Plaza Roja. En los años 60, a la muerte de Stalin, se las arregló para abandonar Rusia y habitar en un tranquilo lugar del mundo a su elección.
Eric Rusell siguió peleando y sobrevivió a la guerra. Luchó en Monte Cassino y Sicilia, saltó en paracaídas sobre Holanda y participó en la liberación de Francia. Allí se reencontró con Prudence y Rémi, que le invitaron a pasar unos días en el château de los Rosseau en la Dordoña. Brindaron a su salud con un cargamento de vino que iba a nombre del reichsmarshall Göering. Rusell terminó la guerra con el rango de sargento mayor y una cruz victoria. En 1948 se le ofreció un ascenso al rango de teniente, pero lo rechazó argumentando "prefiero ser un sargento cojonudo que un teniente del montón". En 1962 recibió una carta de Katja, y un año después, cumplida toda su carrera militar, vivió con ella. Tuvieron dos niñas a las que llamaron Libertad y Antártida.
De sus oficiales, la suerte fue diversa. MacDonald murió en 1949 debido a un coma etílico, legando el tartán de su clan a los Urquart. En 1950 William Talbot aceptó de Prudence un "rejuvenecimiento" de tan solo 20 años. Se licenció del ejército con honores y se casó con Diana Sowreston, heredando la propiedad de los Tupolev en Kenia. Cuando el gobierno keniata amenazó con expropiársela, el presidente murió de una extraña apoplegía, así como su plana de gobierno o cualquiera que pensara en hacerles daño. Sus descendientes viven felices en la granja y una de sus nietas se convirtió en campeona de gimnasia rítmica en las olimpiadas de 2004.
Rickard van Winsel regresó a Inglaterra, y tras dos años "sabáticos", se reenganchó en la Brigada de la Reina Ana para el desembarco de Normandía. Participó en la liberación de Holanda, asunto por el que su gobierno apenas le recompensaría. Pero para él, estar de vuelta ya fue suficiente. Abrió un restaurante con su novia en 1949, establecimiento que aún existe hoy en día. Murió en 2006 tras llevar una larga y feliz vida. Nunca más volvió a robar.
Prudence y Rémi se casaron en 1944, justo el mismo día del desembarco de Normandía. Llevaban dos años trabajando, y luego liderando un comando de la Resistencia Francesa que se haría célebre. Se decía que los alemanes que se paseaban imprudentemente cerca de su château desaparecían misteriosamente. Participaron en la Liberación de París y ayudaron en un sinfín de misiones a pilotos británicos que caían tras las líneas enemigas. Uno de ellos fue Richard Cahun.
El día de la victoria en Europa, se subieron a la Torre Eiffel y se emborracharon. Entonces comenzó su luna de miel, que les llevaría a recorrer los cinco continentes en unas vacaciones ininterrumpidas que durarían 7 años. En 1958 tuvieron un niño, al que llamaron Irving, como su abuelo. En 1964, a la muerte de su padre, la empresa cayó en manos de su hermano Darius, que terminaría fusionándola con Stark Industries en 1977. Durante los sucesos de mayo del 68, la pareja fue detenida cuando logró con éxito tirar una tarta a la cara de De Gaulle. Debido a sus servicios en el pasado, solo pasaron dos días en el calabozo.
Rémi Phenix Rosseau murió en el año 2000, pero Prudence Urquart sigue viviendo hoy en día. Es una de las personas más longevas de Francia. En 2012, en el 60 aniversario de la Batalla de la Antártida, se grabó un documental en el que se desclasificó parte de sus expedientes y el mundo conoció al fin las hazañas de los miembros de la Sociedad y el Comando Fénix.
2014
En la vieja chocolatería parisina, la anciana de pelo cano estaba sentada mientras disfrutaba de la música de la gramola. Edith Piaf. Aquel lugar estaba diseñado como una máquina del tiempo, para transportar al turista y al viandante a una época pasada. "Adrienne's" era un un lugar donde aquella anciana se sentía muy a gusto, que estaba lleno de recuerdos y fotografías que evocaban sus años locos, tanto como sus años más serios. Durante muchas décadas nadie reconocía los viejos cachivaches que allí estaban expuestos: el sable del almirante Tupolev, el pin de chaqueta de los miembros de la Sociedad, el parche de los "Angry mushrooms" (nickname del Comando Fénix) o uno de los fragmentos del cetro de Ziusudra que formaban parte de un contrabajo en el estrado de los músicos. La foto de familia con la legión extranjera en la Batalla de las Pirámides, una estrella de la conderación "héroe de la unión soviética" o una bandera de Australia firmada por un sargento muy especial.
La gramola había callado, y la vieja respiró hondo y abrió los ojos. Miró alrededor y vió que el camarero, el viejo Clovis, miraba a alguien que acababa de entrar. Alguien que se sentó a su lado y que con mucha educación le ofreció un cigarrillo. Ese alguien era alto, bien parecido, un hombre de color con un parche en el ojo. Alguien que le era vagamente familiar. Al cabo de momento, recordó su nombre: Nick. Parecía nervioso, como si algo le inquietara. La anciana se giró a mirarle y compuso una breve sonrisa, encantadora y enigmática.
-¿En qué puedo ayudarle, joven? -preguntó.
El hombre encendió su cigarrillo y parpadeó, sin poder evitar su nerviosismo. SHIELD era historia, ahora que Hydra la había roto desde dentro, y la iniciativa Vengadores se desintegraba. Pidió un café al camarero en un francés con fuerte acento y le dijo sin más trámite.
-Ha sucedido algo, algo catastrófico. Tiene que ver con su sobrino Tony y sus compañeros. Su grupo... -hizo una pausa- Necesitamos formar otro grupo. Una nueva sociedad.
La miró fijamente.
-Los acontecimientos se precipitan, y necesitamos ganar tiempo. Tiempo y esperanza.
La viuda le miró con una expresión divertida. No había estado muy al tanto de aquello, pero leía los periódicos y veía la televisión. Sabía lo que su sobrino había hecho con aquella armadura mecánica, y también lo de la Batalla de Nueva York. El hombre parecía apurado, y la agradable anciana puso una mano encima de la suya para tranquilizarle.
-No se preocupe, señor Furia -le dijo como en una confidencia.
Sonrió entonces y se hizo la anciana. Algo que le encantaba.
-Sea tan amable de pagarme la cuenta, por que me he olvidado el bolso.
El ex-director de SHIELD pagó a tocateja con una media sonrisa, mientras la tierna anciana se ponía su fular. Le ofreció el brazo y ella se colgó en él, galante. Salieron a la calle, y pasearon por París, mientras los coches y los viandantes iban lentos como caracoles. Nick Fury no había visto nunca nada semejante y miró a la anciana. Ésta le guiñó un ojo.
-Tiempo es algo que nos sobra. Y esperanza es algo que nunca se pierde.
Juntos, se alejaron con dirección al aeropuerto.
FIN
La partida termina pero el fénix siempre resurge
Muchas gracias a todos, mis queridos jugadores. Os llevaré siempre en mi corazón.