El viejo Durand se fundió en un abrazo con su hijo, dejando que diera rienda suelta a los sentimientos que no pudo mostrar tras lo que parecía su inevitable muerte en un futuro no muy lejano. Sus peores pensamientos se habían confirmado, y sin embargo se mantenía firme como una roca, tal y como había sido desde joven.
-No hace falta que te vayas -le dijo a Prudence- Creo que también debes escuchar y ver esto. Me parece que estáis juntos, ¿Verdad?
Les miró de manera significativa, como el viejo lobo que era.
-Si, William no habría dejado que vinieras sola con Rémi, pudiendo tu padre hacer lo mismo. Si has venido es por que mi hijo te importa, y por que finalmente habéis dado el paso. Me alegro por vosotros, aunque en cierta medida me entristece, ya que me habría gustado ir a vuestra boda.
Miró a su hijo con una sonrisa. Sabía cuales eran sus preferencias sexuales, y de hecho habían discutido mucho sobre eso. Sin embargo al final se sentía satisfecho de que hubiera decidido compartir su vida con una mujer, y sobre todo con una tan especial como Prudence.
-Bueno, te tengo que advertir de un asunto. Mi poder, el poder que tengo, no lo heredaste al nacer como en el caso de Prue. De hecho, tu invisibilidad es un don preciado, que a tu madre y a mi nos dejó perplejos. Quizá fue fruto de nuestra singular unión, o quizá tenga algo que ver el poder que dio a tu madre la reina Victoria antes de morir, el mismo que tenía el difunto lord Talbot.
Hizo una breve pausa.
-En nuestro caso, el poder "antibalas", por así decirlo, se suele saltar una o dos generaciones. Y sin embargo cuando yo muera, debes ir al sitio donde perdí la vida. Debes tocar mi cuerpo muerto, simplemente tocarlo, y algo pasará. Cuando murió mi padre yo era muy niño, y al tocarle sentí como su fuerza pasaba a mi. Mi padre no tenía ninguna serendipia, al menos ninguna tan espectacular, pues ni siquiera me dijo nada sobre esto en vida. Fue después cuando me enteré de como funcionaba este asunto en nuestra familia, cuando conocí los orígenes de nuestra serendipia.
Les miró con gesto cariñoso.
-Además, he preparado... algo para ti. Algo para vosotros. Espero que todavía siga en pie cuando esta guerra termine, pero mi familia tiene en herencia una bonita casa en el Loira, casi un castillo. La tuvo uno de mis parientes, al que apenas conocía, y me enteré hace quince años que el último descendiente había muerto, y ahora me pertenecía a mi. Visité el lugar un par de veces, y creo que os gustará. De hecho creo que es el lugar perfecto para que comencéis una nueva vida. Dejaré una cláusula en mi testamento, una cláusula especial. Debes ir a hablar con el albacea cuando muera, y entregarle esto -dijo, dándole una carta con su sello- Él te entregará las escrituras de propiedad de la casa. Consideralo mi regalo de bodas.
Phénix parpadeó al cabo de haber oído todo cuanto su padre dijo. Instrucciones, deseos y regalos se habían sucedido en una rápida cascada para la que no estaba preparado en medio de aquel caos emocional que estaba viviendo al ver a su padre vivo en algún momento del pasado.
-Gracias, papá -dijo sencillamente al recibir el sobre lacrado. Aquel castillo podía ser un regalo que quizá hubiera impresionado a otro o incluso a él en otro momento. Pero allí, en aquel ayer y en aquel lugar, recibir el premio a la muerte de su padre resultaba anticlimático-. Haré cuanto me has dicho y haré que le poder de los Rosseau se conserve entre tu linaje. Pero hay algo que... -Phénix se frotó la barbilla que sonó rasposa. Sus ojos azules miraron con intensidad primero a su padre y después a Prue-. No hay nada que no pueda llevarse a cabo cuando todas las partes lo desean -las palabras sonaron enigmáticas, más cuando Phénix comenzó a mirar en derredor en aquel invernadero y se acabó acercando al tutor de una orquídea y trasteó en ella. Cuando regresó, sonrió-. Papá, dado que cuento con tus bendiciones para con Prue -se volvió hacia ella y clavó una rodilla en el suelo y tomando su mano, deslizó en su anular el fino alambre que había sujetado la planta a su tutor-. Prudence Urquart, no es como lo hubiera planeado, pero es lo que deseo. ¿Quieres casarte conmigo y concederme la dicha de ser mi esposa? Papá, ¿querrás ser mi padrino si ella acepta?
Quedaba claro lo que Phénix deseaba. Dar cumplido fin al deseo de su padre, asistir a su boda, y a un tiempo al suyo propio. No necesitaba un largo noviazgo. Lo habían tenido sin saberlo desde hacía mucho. Casarse, aunque sonara precipitado, era el paso más lógico. Cerca de Talbot Manor había una pequeña iglesia y su párroco no objetaría nada a una boda rápida e íntima. Solo faltaba el sí de Prue.
Will... la cicatriz que le dolería de por vida.
-...Si has venido es por que mi hijo te importa, y por que finalmente habéis dado el paso ...-
Bajó la mirada entre la vergüenza y el rubor ¿Ahora resultaba que todos los sabían, (incluso antes que ellos mismos) y les parecía bien?... dejando ironías aparte Durand, parecía satisfecho con su hijo, por fin, aunque fuera tan serio en su expresión (él era así). Eso la reconcilió en parte consigo misma, estaba convencida de que Durand la responsabilizaba de los “defectos” de Remí.
Prue se acercó a ambos tomando la mano de Remí timidamente.
Quien sabía cuantos poderes latentes podía haber en su sangre, Thule y ellos mismos eran la muestra de que los serendípicos se atraen entre si y tienden a mezclarse entre ellos, independientemente de intereses eugenésicos. Prefirió callar cuando habló de su “poder antibalas”, no podía evitarlo, Durand era como era y no se le ocurría pensar que quizás su preciosa y delicada hija mayor lo hubiera heredado, claro que a ver quien tendría el valor de dispararle para comprobarlo.
Esa mirada cálida dirigida a ambos, hablar de su muerte y testamento con tanta entereza la conmovieron mas que el propio regalo... de boda... había dicho “vosotros”... “nosotros” pensó, todo había fluido con semejante naturalidad que no había reparado en ello!! Eso la hizo sentirse aún mejor, todo se ponía en orden
-haré que el poder de los Rosseau se conserve entre tu linaje-
“ ¡¡¡¡¿COMO?!!!!” Los pensamientos románticos se interrumpieron súbitamente ante la sugerencia de usarla como vaca de cría. Vale que Durand estaba chapado a la antigua y era entendible que hablara de boda, pero que Remí hablara tan tranquilo de preñarla...
Atónita y roja como un tomate, se sentía desnuda frente a su tío “Hola? Alguien me va a preguntar o me vais a comprar por un rebaño de cabras?”, estaba a punto de decirlo (era más de lo que su orgullo y su bocaza podían soportar) cuando Fénix empezó a danzar por el invernadero buscando no se qué y acabó clavando la rodilla en el suelo.
A diferencia de las veces anteriores no hubo miedo, dudas, ni reticencias, todo lo contrario. En una micra de segundo consideraciones familiares, paradojas temporales y dilemas morales quedaron silenciados por el atronador grito de todo su ser. Observó el alambre en el lugar donde solo dos días antes hubo otro anillo y al fondo los ojos rutilantes de ilusión de Remí.
-¡Sí!- Exclamó brincando como una jovencita -Claro que sí. Y ni se te ocurra comprarme otro anillo porque este me gusta mucho- se rió. Su suegro estaba delante obligandola a comedirse, pero eso no libró a Fénix de que Prue lo levantara de un tirón y le plantara un largo beso
-Te quiero...- susurró sonriendo -...pero...- y esto lo dijo con tiento temiendo la reacción de Fénix -me temo que la ceremonia tendrá que esperar...- miró a uno y a otro separandose un poco de su novio para hablar.
-Si lo hacemos ahora... quedará registrado y eso cambiará el futuro. Desde este momento seríamos los Rosseau, toda nuestra documentación lo reflejaría y, a parte de lo raro que sería para nuestros “yos” del pasado descubrir algo así... imaginaos la familia y sobre todo Will...- bajó la cara -siento tener que nombrarlo pero... tenemos la oportunidad de hacer las cosas bien y no quiero complicarlas mas... - le dolía en el alma tener que ser la voz de la razón en un momento tan emotivo -Se que es complicado, pero el mas leve cambio en el pasado puede tener consecuencias catastróficas en el futuro, por eso papá nos hizo tomar tantas precauciones...- acarició la mejilla de Remí -¿Lo entiendes mi vida? Además... aún no estoy bautizada- sonrió emocionada -Siento ser yo siempre la que te hace esperar...-
Entonces se le ocurrió una idea, sacó el reloj de bolsillo y le quitó la anilla que enganchaba la cadena. Tomó aire
-Nunca hemos hecho nada al uso- sonrió nerviosa – nuestra boda no podía ser de otro modo... en alguna parte leí que en el rito del matrimonio los oficiantes son los novios y el sacerdote es un mero testigo. No tenemos sacerdote pero sí a tu padre. Cielo... soy tuya y lo seré siempre, lo juro ante Dios- mostró la anilla ofreciendola como alianza -Remí Fénix Rosseau... me aceptas aunque firmemos los papeles otro día?-
Encogió los hombros con un punto traviesillo
Aceptó, lo puso en pie, lo besó y a un mismo tiempo se negó y dio solución a su negativa, imponiendo una nueva realidad, algo que no afectara al pasado pero sí a su presente, a lo que allí y en aquel momento estaban viviendo. Así era Prue. Los ojos azules de Phénix, que eran los de su madre, refulgieron como dos zafiros en aquel invernadero, sacudidos durante una micra por su nuevo y gélido poder. Y asintió, simplemente, tomando aquella anilla que Prue le ofrecía y sujetando la mano que se la ofrecía. Miró entonces a su padre y sonrió antes de volver a fijar su mirada en la mujer de cabellos de fuego a la que amaba. Y habló.
-Creo en el destino. Creo en la familia. Creo en decir la verdad y que las acciones tienen consecuencias. Creo que puedes girarte un segundo y perderte una vida. Creo que puedes conectar y que debes seguir a tu corazón. Creo en no renunciar a tus cosas y en que vale la pena luchar por ellas. Creo en ti, Prudence Urquart y en mi amor por ti -dijo con una voz suave y musical, arrullada por el viento del exterior y el calor y las miradas de aquellos dos seres a los que tanto amaba. Se deslizó la anilla en su anular y pronunció una última palabra-. Creo.
Prue torció el morro ante aquella respuesta que le recordó demasiado a sus tiempos con Churchil "Políticos y sus malabares léxicos, el infierno está empedrado con sus lenguas" solía quejarse.
No le gustaban los discursos vagos y aquello no habían sido unos votos ni una promesa, solo una declaración de principios. Tenía triste gracia que el estufido que le soltó a su madre dos días atrás había sonado mucho mas romántico y sobre todo comprometido.
Además... ese discurso no se parecía a las promesas que hacen los catecúmenos cuando van a bautizarse o confirmarse? Solo faltaba que dijera que renunciaba a Satanás para terminar de verificar la fuente de inspiración.
“Así debí hacer sentir a Will, ironías de la vida, justicia poética, karma...”
Pensó sintiendose bastante incómoda por un momento.
¿Era esa la duda última que asalta a los novios frente al altar? ¿Desencanto a esas alturas del partido? Amaba a un hombre Rosseau y los Rosseau eran así, un poco toscos y con un don para dinamitar situaciones. Pero se trataba de Remí, la persona que siendo como era había elegido unirse a alguien, y no a alguien cualquiera, a ella! El, no tan simple, hecho de tomar esa decisión era la mayor declaración de amor posible (ya que la retórica quedaba claro que no era una de sus virtudes).
No hubo una pausa o un silencio prolongado, todos estos pensamientos sucedieron en apenas un suspiro, el que dejó escapar mientras parpadeaba extrañada. Miró a Durand interrogante para luego volver a Fénix y preguntarle en todo desenfadado
-¿Eso es... que sí?-
No se si le tocaba escribir al jefe, pero en vista de la prolongada pausa... ;P
El bufido que soltó hizo que el flequillo pelirrojo de Prue revoloteara por los aires.
-¡Joder! Y pensar que de los dos tú eres la lista -rezongó, alzando la cabeza y mirando al cielo-. Sí, claro que sí. Papá, ¿podrías unirnos a ambos en una ceremonia oficiada por ti y cuyo sentido los tres entenderíamos perfectamente? O eso creo -dijo con una mirada dubitativa dirigida a Prue.
CUBA
En su momento optó por algo que creía imposible. El silencio. El desafortunado halago de Prue había sido un torpedo a su línea de flotación pero acompañado del cinismo del científico, se convirtió en un frío veneno que recorrió todo su cuerpo a través de las venas mordidas por los poderosos intelectos de aquella sala. No pudo evitarlo. Dolía. Mucho. Y durante toda la jornada, el frío que ahora era capaz de dominar, embargó todo su ser, y un asomo de rencor hizo su acto de aparición, llevándole a rechazar cualquier amago de aproximación por parte de su prometida.
Tampoco hubo tiempo para demasiado. Tras ser revelados los planes estratégicos y los plazos de ejecución, fue el momento de la partida. Y Phénix apenas pudo sino despedirse de su madre tras una poco satisfactoria narración de los hechos acaecidos con su padre. Un petate con lo imprescindible, una buena remesa de cigarrillos y una petaca con el mejor whisquey de su suegro. Robado, por supuesto.
Horas después, Cuba se abría a sus ojos y con ella, las suaves olas en playas de arena coralina, sol y humedad. Algo muy alejado del frío y desagradable invierno de Escocia. Y bajo el influjo de aquel paisaje y clima, fuera lo que fuera que atenazaba su pecho se fue disolviendo. Y por primera vez en un tiempo se sintió capaz de hablar con Prue más allá de lo estrictamente necesario y cortés. La invitó a salir, como si de una cita de novios se tratara. Pasearon por las estrechas y coloniales calles, al ritmo de la música que salía de bares y patios, bebieron ron y cola, el extraño maridaje entre dos países vecinos, rieron y acabaron cenando cerca del puerto. Y con los cafés llegaron dos soberbios puros habanos y un bourbon yanqui que provocó un apreciativo chasqueo por partes de ambos. Una amplia bocanada de humo azulado tras la cual asomaba la mirada intensamente azul de Phénix fue el preludio de aquello que el francés deseaba decir desde hacía ya tanto.
-Prue, me siento celoso. De todos ellos. Sí, puede parecerte estúpido pero me siento inseguro. Es mi problema, lo sé, pero cada vez que te veo hablar con hombres y mujeres acerca de cualquier aspecto científico o puramente intelectual, me doy cuenta de todo aquello que no puedes llegar a compartir conmigo. Sí, vale, soy guapo -dijo con una sonrisa lo suficientemente maliciosa como para saber que no había crítica alguna tras aquellas pocas palabras-, pero ¿qué más puedo darte? Sí, mataría por ti. Es más, me dejaría matar por ti, por defenderte, y aunque tenemos demasiadas ocasiones para poder demostrarlo, la vida no se limita a ese tipo de sacrificios extremos y demasiado novelescos. En el día a día soy normal, Prue. Quizá demasiado. Y hablo de demasiado normal como pareja, al margen de que puedan írseme los ojos tras un bonito trasero de hombre -sonrió pícaramente antes de ponerse serio. Se inclinó hacia ella, tomándola de una mano-. Sabes que te quiero. Sé que me quieres pero, ¿bastará? Sé lo que prometí a mi padre, sé que te he pedido que seas mi esposa pero... ¿Qué puedo darte frente a cualquiera de esos cabezalibro que hacen que tus ojos brillen cuando hablan de bielas, reacciones en cadena y de fisión de átomos? -insistió serenamente-. Tengo miedo de no ser bastante para ti, de no poder conseguir hacerte feliz, de que descubras que soy un gran compañero de juergas pero un mal marido -apuró el bourbon con ganas y sonrió con una amplitud que hizo que sus dientes perfectos relumbraran-. Sea como sea, es altamente posible que muera en esta misión. Bueno, que muramos todos a decir verdad. Siento que somos conejillos de indias, cobayas con las que experimentar. ¡Qué cojones! ¡Una mierda voy a morir! Voy a joderles vivos. Especialmente al Einstein ese. Sobreviviré y cuando vuelva tengo intenciones de darle un puñetazo y partirle esa boca de autosuficiencia con la que escupe su veneno para tontos. Y si yo sobrevivo, Prue, tú también lo haces. Porque no puede ser de otra forma. Hielo y fuego. Fuego e hielo. El ying y el yang. ¿Sorprendida? Ah, qué te pensabas. también sé algunas cosas -añadió con una risa-. Y cuando volvamos, con independencia de todo, quiero dejar a un lado la vida militar. No me queda claro qué debo hacer. Pero en estos días he tenido tiempo de pensar y hay algo que sí quiero hacer. Estudiar -se levantó e inclinó el torso sobre la mesa, acercando su cara a la de Prue para besarla en los labios-. Quizá entonces haga que te brillen los ojos usando en la misma frase palabras como protón, diagrama y eje axial -añadió con una ligera sorna-. Y ahora, una última cosa -dijo tras volver a sentarse-. Allí, en el culo del mundo al que van a mandarnos, ¿cómo vamos a organizarnos? Nuestras habilidades conjuntas pueden ser algo impresionante, pero no hemos trabajado juntos en ese sentido. Ni siquiera he tenido tiempo de decirle a Will lo de mi nueva serendipia.
Tanta hostilidad en el aire... parecía una reunión familiar.
Todos hicieron el viaje en silencio y parecieron mantener las distancias en la escala, ella se limitó a mirar por la ventanilla (mas bien a hacer como que miraba) y a pasar una a una las cuentas de su nuevo amuleto, el rosario que le acababa de regalar el párroco de Achnacarry. Ese cura la había calado y acertó de pleno con el obsequio, la salmodia repetitiva de las letanías impedía que su mente tomara deriva amarga.
Aquello se hizo eterno.
Por fin llegaron, desembarcaron y sorprendentemente les dieron un permiso, bueno... no tan sorprendente teniendo en cuenta lo que se jugaban, fue un acto de piedad... estaba convencida de que transcurriría aburrido y en soledad (tenía la impresión de que los compañeros estaban hartos de ella y prefería ahorrarles la molestia de aguantarla en el tiempo de ocio) cuando Remí la invitó a lo que parecía una cita de lo mas clásica. No pudo reprimir la sonrisa y aceptó sonrojada.
Procuró no hablar mucho, prudente ante las reacciones de Fénix pero no le soltó la mano apenas un segundo, fue una noche... diferente, sin tanto desparrame, quizás ya no tenían que esconder nada y eso les permitía estar mas tranquilos, o tal vez la sombra de la muerte les invitaba a saborear con detenimiento los placeres de la vida. Fuera lo que fuese Prue se sentía feliz y serena junto a su media naranja.
-Prue, me siento celoso. De todos ellos...
La pelirroja escuchó con suma atención y cuando este hubo acabado dejó pasar unas milésimas de segundo en las que dudó que responder. De entre todo cuanto y como quería decirle eligió levantarse, y arqueando el torso sobre la mesa, tomarle la cara con ambas manos y propinarle un beso de los que roban el aliento y remueven algo más que la lengua. Luego se sentó y limpiandose las comisuras con la servilleta ridiculizando los ademanes de una escuela de señoritas habló
-Tienes razón, eres tonto- le miró haciendo una pausa -de remate- otra pausa dramática -pero no por que hayas estudiado más o menos, si no por ese estúpido complejo...- le miró intensamente mientras posaba la mano sobre la suya, pensó como decir lo que quería decir -la gente cree erroneamente que Helena de Troya era la mujer mas bella del mundo, lo cierto es que su secreto era estar tocada por Afrodita, la diosa del amor, por ello inspiraba un amor irresistible y allá donde fuera todos deseaban poseerla por que caían presos de ese amor tan dulce y embriagador...- sonrió con la mirada fija en el pasado -Eso es lo que he sentido por ti desde el principio. En una vida llena de tribulaciones, gente extraordinaria (para bien o para mal) y sucesos extraordinarios apareciste tu, tan ávido de dar y recibir cariño, la única persona que ha confiado en mi sin reservas, con la que he compartido los buenos y malos momentos, el único que se ha esforzado en comprenderme y que siempre ha estado ahí, transparente como el cristal... tierno, sencillo y por eso mismo el más extraordinario. Y como decía Roxana en Cyrano de Bergerac, te amaría aunque fueras feo.-
Volvio a hacer una pausa para ordenar ideas, dedicando la mas cálida de las sonrisas a su novio y dibujandole espirales cosquilleantes sobre la mano con la yema de los dedos
-¿Todo tu no bastará?¿Que mas querrías darme? Por que no quiero otra cosa que a mi Fénix. Yo también podría decir lo mismo ¿Seré suficiente para hacerte olvidar a todos esos hombres guapos que campan por el mundo? ¿Debería lamentarme por no tener pene?- encogió los hombros -Estudiar... ¿Ves como eres un cielo? pero... a mi no tienes que demostrarme nada, la experiencia me enseña que los títulos no son garante de valía, tan lista que dices que soy y no tengo ni uno ¿Debería sentirme avergonzada en comparación con mis padres o mis hermanos? Recuerda lo que te he dicho mil veces “Dios reparte los dones”- Suspiró inclinando la cabeza -Solo tu pudiste encontrarme cuando estaba perdida, ninguno de esos cerebritos lo hubiera hecho. Dices que eres... demasiado normal? ¿En serio?- hubo un pelín de sorna en esas palabras, se le aproximo para hablar en voz baja –Y eso lo dice el hombre capaz de hacerse invisible y dominar el frío? ¿El mismo que acaba de viajar al pasado para hablar con su padre?- giró la vista hacia el cielo estrellado, lucía risueña reclinada de aquel modo -Y sobre el futuro... ya se verá, las posibilidades son tantas como ancho es el universo, pero no me preocupa, juntos somos invencibles- le guiñó un ojo y quedó en silencio entrelazando los dedos con los suyos -Fenix... contigo soy feliz, que es mas de lo que puedo decir de los demás ¿Te parece suficiente?- su cabeza no estaba ahora para pensar en estrategias militares, ni serendipias, ni Thule (ya lo harían mañana), eran otras ideas las que galopaban mas a su anchas provocandole una risilla traviesa -Hmmmm, se me ocurre que... podemos experimentar en cuanto a ese brillo en mis ojos del que hablas...- se le acercó ronroneante -dilo... protón...- un beso -diagrama...- otro beso -eje axial...- un beso aún mas largo, le acarició con la nariz y sugirió ir a algún lugar donde pudieran estar... no precisamente tranquilos pero sí en privado.
Simplemente asintió. Para qué más. Prue había dicho cuanto necesitaba oír y la miel de sus palabras aún endulzaban sus oídos. Muy probablemente, en el futuro, se repetirían los gestos, las dudas pero en aquel momento, todo parecía tan tranquilo y hermoso como el mar Caribe que bordeaba la isla.
-Sé a dónde ir -dijo en un susurro, tras responder a su último beso. Alzó la mano reclamando al atención de un camarero, abonó la cuenta y tomando de la mano a Prue se adentraron entre calles hasta aterrizar frente a un edificio colonial-. Reservé una habitación. Por si acaso -dijo sonriente y echando a correr, arrastrando de la mano a Prue entre risas.