Temblaba como un junco cuando acercó el pequeño odre de agua al alcalde para apagar la antorcha. El ruído de la cerámica rasgándose en la oscuridad era la peor de las señales. Agarró su honda cargada y fijó su mirada al frente. Ni un movimiento innecesario, la respiración contenida y el corazón en un puño.

En cuestión de instantes estáis preparados: las antorchas apagadas, el farol en posición, Comadreja a la derecha, Tarik a la izquierda, Arquedon y Roywin en el medio, y Jacqueline... Jacqueline detrás. ¿Es que no va a hacer magia nunca? Pero no es el momento de discutirlo: ahora manda el silencio. Esperáis... Y esperáis... Y esperáis... hasta que oís algo: un ruido sordo, rítmico, como un roce que se acerca poco a poco. Y se detiene. 

Una cabeza grande pero demacrada y con grandes orejas traslúcidas aparece por una esquina, olisqueando la linterna con desconfianza. ¡Es un trasgo! ¿Qué hace algo así aquí abajo? Y más importante aún: ¿qué vais a hacer con él, ahora que se ha asomado del todo y se acerca lentamente hacia luz, oteando la oscuridad en la que estáis? Empuña un trozo afilado de madera y va desnudo: es esquelético y su piel tiene un aspecto correoso. De su garganta comienza a brotar un siseo, como una especie de gruñido afónico.

Ese trasgo parece... raro. Los trasgos que recuerdas de tu niñez, o de las pocas veces que has vuelto a ver uno, o incluso por lo que sabes de tus investigaciones, visten ropas primitivas, pero ropas, y empuñan armas toscas, pero armas. Este además parece especialmente delgado y decrépito.

Ese trasgo parece... raro. Los trasgos que recuerdas de las contadas veces que has visto uno, o incluso por lo que sabes de tus estudios, visten ropas primitivas, pero ropas, y empuñan armas toscas, pero armas. Este además parece muy delgado y decrépito.

Trasgo. Identificar la criatura y liberar la flecha fue todo uno.

Sería esa la primera vez que dispararía contra un trasgo, al menos desde su juventud en los caminos, cuando escoltaba caravanas junto a su padre.

Con un suave gesto de mis dedos la flecha se lanzó a surcar el aire en dirección al trasgo. Inmediatamente tomé otra de mi carcaj.

-¡¡¡Bree-Yark!!! ¡¡Muere puto trasgo!!- gritó Comadreja al ver aparecer a aquel extraño pielverde.

La honda giró con furia y escupió la piedra antes incluso de que el halfling se diera cuenta de que aquel trasgo no era "normal". Estaba fuera de sí. Un puto pielverde. Esa maldita alimaña se merecía una muerte peor que la de las ratas. Todo el dolor que le provocase le sabría a poco.

Disparó con rabia, con sabor a venganza. Quizás por eso el disparó fue tan preciso. Le dio en toda su jodida y monstruosa cara. Y se la reventó.

Y por fin apareció ante nosotros el culpable de aquel misterioso ruido que habíamos oído hacía apenas unos instantes. Un trasgo, un jodido y asqueroso pielverde. Sabía bien de lo que eran capaces, arrasando y dejando un rastro de caos y destrucción por todo lugar por el que pasan. Sentí el tacto de la pistola en mi mano, con mis dedos acariciando cada centímetro de la empuñadura, y finalmente el índice apretando el gatillo, y la inminente detonación con su fogonazo de luz.

Sonreí con cruel satisfacción al ver los gestos de dolor de aquella alimaña tras recibir el impacto de la bala.

Lamentablemente, la flecha de Arquedon se pierde con un chasquido en la oscuridad del pasillo, y Jacqueline y Roywin ni llegan a reaccionar. Por suerte, el fuego simultáneo Comadreja y Tarik es suficiente para reventar al monstruillo: la bala de la honda, perforándole el cráneo; la del artefacto durso, el pecho. Sin embargo, más impresionante que vuestra fulgurante victoria, e incluso más impresionante que el fogonazo del arma dursa, fue el portentoso trueno que ha brotado de ella: un sonido terrible -más en estos túneles-, uno como pocas veces habéis oído antes, si es que alguna, y que ha hecho que hayáis reaccionado proporcionalmente. Los ecos de esta explosión aún os llegan desde los demás pasillos... Y entonces, los alaridos: un coro de voces psicóticas chillando en frenesí.

La flecha se perdió en la oscuridad –Por los albores de la Luz, he perdido maña en estos menesteres-. Ya había agarrado la siguiente flecha, e incluso veía como el rostro del trasgo era destrozado por una pedrada bien dirigida, cuando un trueno infernal estalló en mis oídos, mi cabeza y mi alma misma. El pecho del trasgo explotó en una llamarada de sangre al tiempo que el pasillo se iluminaba durante un parpadeo. Un zumbido permaneció como secuela en mis oídos y de mis ojos brotaron unas tímidas lágrimas. Dejé la flecha con una temblorosa mano, el trasgo muerto no necesitaría más, y miré a mi derecha. La pistola del druso había disparado. ¡Por todos los diablos que esta vez había sido efectiva! Y sin embargo no me esperaba aquel abrumador trueno que aún resonaba en las más lejanas estancias de aquellas galerías. Abrí la boca para comentar algo, pero las palabras murieron en mis labios. De la oscuridad empezaron a llegar voces y chillidos, como si de un coro de lunáticos se tratara. Muévete.  

-Comadreja, el farol. Retirada. Todos atrás. ¡Atrás, a la cámara! Moveos, por los Mil Condenados, moveos.

Y así decía estas palabras, que ya guardaba mi arco y empuñaba la espada con mi diestra, mientras, con lo que daban de sí mis piernas, corría por el oscuro pasillo manteniendo las yemas de mi otra mano por la pared para evitar tropezar.

Me dirigí directo a cortar la cuerda con las que amarramos la puerta de reja. Necesitábamos la ventaja de una pared entre nosotros y ellos.

-¡Nasarde! Ayúdame a aguantar la puerta y vuelve a disparar si los ves llegar. Comadreja, ciérrala con llave. ¡Dime que puedes hacerlo!- Exhorté mientras volvía a sacar el arco.

Ya estaba cargada otra piedra en la honda cuando aquel trueno paralizó el mundo durante un segundo. Un estruendo tan grande que se negaba a irse y seguía revotando de pared en pared hasta perderse en un eco lejano. Un sonido como aquel sólo puede ir seguido de silencio. Comadreja miró perplejo a Tarik mientras la piedra cargada caía a suelo acompañando al trasgo, que se desplomaba lenta y silenciosamente con un agujero en la cabeza y otro en el pecho. Pero los putos trasgos no saben respetar nada y se encargaron de romper aquel momento casi mágico con sus chillidos y alaridos.

El alcalde reaccionó rápido. Y tenía razón: si seguían allí serían comida para esos monstruitos. Así que el halfling volvió a la realidad, cogió su lámpara y salió corriendo hacia la reja. Iba el último, alumbrando el camino a los demás. Detrás de él sólo quedaba una negrura tan densa que casi te atrapaba y los tétricos chillidos acercándose poco a poco.

Al pasar la puerta dejo la lámpara en el suelo apuntando al pasillo y se puso a trabajar con la cerradura. Si la conseguía cerrar podían tener alguna opción

Esta vez sí, los mecanismos de mi pistola funcionaron a la perfección. La muestra evidente de ello fue el trueno ensordecedor y la perforación del pecho de aquella asquerosa alimaña. El trasgo cayo fulminado tras el doble impacto de la piedra lanzada por Comadreja y mi balazo. Lamdius estuvo menos fino con su puntería esta vez.

La tranquilidad duró apenas unos instantes. Pensábamos que nos habíamos quitado el problema de encima, cuando nuevos gritos inhumanos llegaron a través de aquel pasillo: Ese trasgo no estaba solo por este lugar, y era evidente que el ruido del combate que acabábamos de resolver atraería en breve a nuevos bichejos como aquel. Lamdius puso en movimiento al resto de los presentes con unas rápidas instrucciones. Reculamos hasta la puerta de reja que habíamos pasado hace un rato para buscar un sitio donde poder parapetarnos y aguantar un ataque desordenado y brutal como correspondía a un grupo de trasgos y, tal vez, en desventaja de número.

El alcalde me pidió ayuda para aguantar la puerta junto a él mientras Comadreja intentaría bloquear el paso a través de ella. No lo dudé un instante:
-Ahora mismo Lamdius.-Me aproximé a su lado, aguantando el lado contrario de la puerta donde se encontraba él.-Ya estoy. Si me permitís, voy a ir recargando mi pistola lo antes posible.-Dicho lo cual, me dispuse a volver a dejar mi arma lista para volver a disparar en cuanto fuera necesario.

A la voz de mando del alcalde -que no necesitáis, claro-, los cinco comenzáis a correr hacia la estancia que habéis dejado atrás. A vuestra espalda, los chillidos y gañidos pronto se ven acompañados por ruido de pasos a la carrera y de objetos siendo aporreados, cada vez más cerca de vosotros. Una vez en la sala, en apenas unos instantes el alcalde Lamdius ha cortado de un tajo la manta que sostenía la puerta, Jacqueline y Tarik la han cerrado y Comadreja, con la inestimable ayuda de Roywin -de otro modo, difícilmente llegaría a la cerradura-, ya trabaja para bloquearla... ¡Y los gritos siguen acercándose rápidamente! La espera se os hace larga como una vida, pero el halfling apenas no tarda nada: en un suspiro, la puerta está trabada. Tarik carga de nuevo su arma. Tomáis posiciones. Desde el suelo de la sala, la luz de la lámpara ilumina el pasillo, hasta que… ¡Una marabunta de engendros de pesadilla, idénticos al primero, surge de la oscuridad! Desnudos, esqueléticos, deformes, tullidos; los ojos, puntos negros en el rostro; las mandíbulas, abiertas; sus movimientos, torpes y espasmódicos; y en las manos, objetos afilados y porras… ¡Gritan, gruñen, sisean! Si alguno ha pisado los abrojos, es imposible saberlo. Y se acercan a rápidamente hacia la reja.

A estos trasgos les pasa algo, seguro.

A estos trasgos les pasa algo, seguro.

Los recuerdos de la noche se agolpan en vuestra memoria a medida que los matones del consejero Nennes van sacando su botín del laboratorio subterráneo y el sol asciende por el cielo. El pobre Moginie se lamenta en una esquina de su posada, inconsolable a pesar de los esfuerzos de Wendy y de sus hijos, porque los tesoros que encontrasteis han sido incautados y él tendrá que pagar todos los destrozos. No muy lejos de ellos, el cuerpo sin vida de Jacqueline permanece en el suelo, cubierto por unas sábanas, a la espera de que llegue el enterrador a recogerlo. En cuanto a la enana que os atacó, descansa aún inconsciente en una de las habitaciones superiores. Un camarero la vigila.

No necesitáis darle muchas vueltas para saber dónde se os acabó la suerte. No fue en aquel primer pasillo tras la cripta de los Montuletto, donde recibisteis el primer ataque de esos trasgos extraños salidos de la oscuridad: las pequeñas y estúpidas bestias se estamparon contra la puerta de reja, donde a base de plomo y acero pudisteis matar a media docena y espantar y herir al resto. Eso os permitió investigar un buen trecho de los túneles sin sufrir más que el último ataque desesperado de las bestezuelas supervivientes, que apenas os supuso algunas heridas.

Así descubristeis diversas salas: una habitación de jaulas vacías (probablemente para aquellos trasgos) y mesas de disección, un almacén de sustancias alquímicas caducas y suministros podridos, lo que parecía ser otra estancia de almacenamiento -pero inundada- que ni pisasteis, y una polvorienta biblioteca llena de tomos enmohecidos… ¡Que os atacaron! Sí, conseguisteis destruirles (¿matarles?), pero no sin recibir serias magulladuras. A esas alturas, ya teníais claro que el lugar no es una simple tumba, sino un laboratorio que de alguna forma Sewerth consiguió mantener desconocido para el mundo y que ha estado abandonado probablemente desde su muerte.

En cualquier caso, hasta ahí llegasteis: nada más abrir la puerta del otro extremo de la biblioteca y caminar unos pasos, una lluvia de cascotes os dio la bienvenida, dejando inconsciente a Comadreja e hiriendo seriamente a Roywin. ¡Más trasgos extraños os estaban atacando! Mientras Arquedon recogía a los pequeños y el arma de Tarik se encasquillaba por segunda vez, Jacquie corría ya de vuelta a la sala de los libros. Allí, el alcalde pudo estabilizar a Comadreja... ¡Y justo a tiempo!, pues en ese mismo momento, tratando de mover una cercana estantería para bloquear la puerta, Tarik y Roywin levantaron una nube de polvo y moho que os sumió de golpe en un profundo sueño. En el lado bueno, al caer dormido Tarik derribó la estantería, bloqueando la puerta. En el lado malo, la estantería cayó justo sobre la cabeza de Jacqueline. Ese fue su fin.

El resto de la historia os la han tenido que contar los hijos de Moginie. Hace unas horas, los hombres de Nennes llegaron a la taberna, bajaron tras vuestros pasos -reventando el sarcófago falso, al parecer- y os encontraron justo donde habíais caído dormidos, a salvo por suerte. No sin esfuerzo, os despertaron, y aún estáis recuperándoos de la dura noche. En menos de una hora, los hombres del consejero fueron capaces de eliminar a la segunda banda de trasgos que ocupaba el laboratorio y neutralizar a una especie de monstruo de arcilla que trató de matarles. También encontraron un cadáver momificado por el tiempo, probablemente perteneciente a Sewerth. No encontraron nada más... salvo el tesoro: libros antiguos de magia y alquimia, joyas valiosas, obras de arte, sustancias y productos raros, etc. Ahora todo es de esos matones.

Mientras veis como las que pudieron haber sido vuestras riquezas salen por la puerta del local, hacéis recuento de daños: Moginie, Wendy y los chicos tienen una posada que reconstruir, si es que no les ponen problemas; la pobre Jacqueline ha perdido la vida. En cambio, vosotros cuatro -y Sorvo- habéis salido indemnes. Habéis tenido suerte: pese a todo el esfuerzo malgastado, pese a todas las oportunidades esfumadas, todos los golpes recibidos y todos los misterios sin resolver… Mañana será otro día y estáis vivos para contarlo.

Fin