Partida Rol por web

Lo que no se ve

❆ Escena 6: Despertares ❆

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28/06/2024, 16:00
Nuru Katharis

No iba a negar que se maldijo un poco a sí misma por perder aquella pieza, pero no le dio demasiadas vueltas. ¿Qué iba a hacer? Al fin y al cabo estaba acostumbrada a perder cosas de vez en cuando y todavía le quedaba lo importante, las cartas de navegación que tanto le gustaron a su padre. No iba a negar tampoco que aquello le había dado cierta sensación de orgullo y que tal vez, todo ello junto al éxito de la misión la habían llevado a planear su siguiente viaje. Estaba deseosa de tocar más el mar, de ir de un lado a otro, quizá en aquella isla maldita había aprendido a valorar esa faceta de sí misma y su propia libertad. 

Aún así, lo primero era lo primero y después de verle el pelo a su padre poniéndolo al día de sus aventuras y planes más cercanos, comenzó a poner todo en orden. Primero acompañaría a sus amigos a Castilla para que pusieran en orden lo que necesitaran antes de partir, por supuesto. Después se dedicaría a preparar sus bártulos, conseguiría una buena embarcación y enviaría un aviso por carta a su familia. Era el momento de seguir, tal vez porque su espíritu necesitaba ir en busca de más inquietudes, o de contar más historias dignas de cualquier aventurero. O tal vez, algo había despertado dentro de ella, una necesidad de tener una misión en la vida más allá de ser relevante.

En cualquier caso ya no podía esperar, manteniéndose estática en un lugar, eso era lo que sentía y su vista solo iba más allá del horizonte, pasando por encima de las olas, impregnándose su piel del salitre. Iría hacia donde le marcara su instinto y luego... "Luego ya se verá."

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29/06/2024, 08:13
Rodrigo de Alcázar y Segura

Encontrarse el tablero fue una sorpresa. Una que, si no hubiera sentido aquello por dentro, habría acabado pronto. Y aunque él no era muy dado a sacar de su habitación pronto a quien lo acompañase —salvo que tuvieran esposa o marido en la ciudad, claro. O padres. O hermanos con brazos como los de Nuru—, esa mañana sí lo hizo. Valoró contárselo a las otras dos, claro. Sería lo normal. ¿Pero iba a explicarles también que sentía aquello por dentro? No quería preocuparlas. Eso y no otra cosa es lo que pasaba. Y si con eso tampoco tenía que reconocer que sentía cierto temor por sentir lo otro, pues no pasaba nada. Además solo era un tablero queriendo saludarle. No era para tanto. De modo que se deshizo de él en silencio, y a otra cosa.

Verlo la mañana siguiente no le hizo gracia. Y a lo largo de las semanas que llegaron dialogó con él, le invitó a marcharse y buscar a otros, lo rompió, lo quemó, experimentó con él en el laboratorio... empezó a pasar tantas horas con el tablero a solas que casi dio la impresión de haberse vuelto alguien más serio y evasivo. Hasta le crecieron las ojeras, esas que a lo largo de los años se había encargado de mantener presentes pero controladas.

A veces se sentía tentado. Otras, desesperado. Y aunque al final encontró cómo sacarle partido, vendiéndolo por un precio miserable, pero existente, solo para verlo aparecer de nuevo mientras conservaba los gremiales, sabía que eso no estaba del todo bien. Además, temía lo que otros pudieran hacer con él. Aunque, si debía ser sincero, temía más lo que él podía hacer con él. Recordaba a la princesa. Lo de los colmillos no le echaba del todo para atrás. Y era atractiva, ¿habría tenido algo que ver, o ya sería así de antes? Por ese lado las ganas de jugar alguna que otra partidita sí salían. Pero recordaba también cómo acababan quiénes jugaban y cómo había acabado la mujer y eso le echaba para atrás. Aunque no lo reconocería en voz alta, algunos días le importaba más perder la cabeza que el asunto de las sombras. A lo mejor podía encontrar la manera de hacerlo sin que las perdieran del todo, ¿no? O no era  tan importante. Eso era lo que creía que decía el tablero. Y debía ser antiguo. Todo el mundo sabía que los ancianos siempre tenían razón.

Tardó meses en plantearse de nuevo contar aquello. Luego se le hizo bola, claro. ¿Iba a decir que no lo había dicho en todo ese tiempo? Eso sería un poco como hacer daño a Ana, ¿no? Quizá era mejor seguir callado. Por ella.

Hubo una noche en que cambió de idea y decidió hablar con su amiga. Incluso bebió para envalentonarse. Y ahí debió acabar la noche, porque despertó abrazado al tablero en su cama, como si ambos hubieran sido —como mínimo— compañeros de bebida.

A veces tenía sueños. En algunos se veía gobernando una isla. En otros rodeado de riquezas y de hombres y mujeres solícitos. Aquello era como gobernar, pero dejando que el trabajo lo hiciera otro, así que sonaba mucho mejor. Su cordura le permitía despertar con cierto temor de esos sueños. Aunque en aras de la sinceridad, alguna vez trataba de quedarse en ellos un poco más de tiempo.

Llegó un momento en que ni siquiera pensar en cómo había terminado la princesa le frenaba. En realidad, solo había otra cosa que lo hacía: lo que pensarían sus amigos. Con el tablero también había trabado cierta amistad, y en sus conversaciones con él le quedaba claro que eso no sería un problema si los invitaba a jugar. Y era una opción, claro. Tentadora, oscura y capaz de poner solución a aquel asunto. ¿Alguna vez llegó a planteársela? Bueno, quizá fantaseó un poco con ella. Solo se llama planificar si uno piensa exactamente qué decir, cuándo y cómo. Y sí, tenía claro qué decir, y cómo, pero al no haber pensado el cuándo no se podía considerar un plan real.

Hubo algo que le hizo decidirse, y tardó casi dos años. Estaban de vuelta en Castilla, y la madre de Rodrigo cayó enferma. Él, decidido a no creer en la gravedad de los síntomas, seguía pasando horas y horas encerrado con aquel tablero. No fue hasta la muerte de la mujer que se dio cuenta de cómo había desperdiciado las últimas semanas que habría podido pasar con ella. Hizo falta aquello para que él despertase. Destrozado, culpable e impotente, decidió pedir ayuda a la única persona que le venía a la mente.

Llamó al cuarto de Ana de madrugada. Quizá él había bebido un poco de más, aunque en aquella ocasión no había sido para envalentonarse, sino para ahogar la pena. No había funcionado. Después de entrar, decidió que no era capaz de explicarle aquello mirándola a los ojos, así que se decidió a hacerlo a oscuras.

—¿Podemos hablar? —preguntó a la oscuridad, sin estar seguro de si era ella o Ana quien le estaba devolviendo la mirada.

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29/06/2024, 12:53
Ana de Mendoza y de la Vega

La castellana celebró aquella noche con todos, una sonrisa bailaba descuidadamente en su rostro y no se cortó de hablar con quien se acercó a ella. Lo que sí moderó fue la bebida, no le gustaba perder el control y en su juventud ya probó las mieles del alcohol en demasía, despertarse sin recordar parte de la noche anterior no fue nada agradable para su yo joven y se juró no volver a repetir la experiencia.

La llegada al día siguiente de Pascalet, acompañado de Sasha, la alegró sobremanera. El día anterior había querido pensar que estaba bien con ella, pero una vocecita insidiosa lograba preocuparla. Los recibió con un abrazo, a cada uno, y mientras comía uno de los pastelitos que trajeron pasó a hacerles un resumen de lo que había pasado desde que él desapareciera por aquel cristal. Parecía que la castaña quería llenar alguna especie de culpa que sentía con palabras. También buscó a los otros dos para juntarse de nuevo en la buenas nuevas y les presentó a la extraña muchacha.

Nuru todavía tenía los restos de la noche corriendo por sus venas y Rodrigo parecía que no había dormido mucho. Lo había visto marcharse la noche anterior con una muchacha y los siguió un momento con la mirada, se la veía bonita, pero no creyó que fuese nada serio, nunca lo era con el castellano...

Celia, que así se llamaba en realidad C, se mostró muy sobria en la aceptación de su nuevo cargo y de sus asesores. La actitud le gustó a Ana y se reafirmó en la decisión tomada, miró a sus amigos y asintió dándoles el mérito de aquello. Se despidió de las gentes de la isla con la promesa de volver algún día, cuando sus obligaciones le dejaran, y atravesó con alivio el ahora calmo mar hasta el continente y la casa del padre de Nuru.

Oyó los planes de hacerse de nuevo a la mar de la morena y se mantuvo en silencio, intentaría retrasar ese viaje un poco bastante, había tenido suficiente de agua salada por una temporada. Además tenía que informar de lo sucedido, presentar informes, investigar... Tenía buenas razones para demorarlo.

Al entregar el papel donde había copiado las runas y recibir el reconocimiento de la Sociedad de Exploradores, se sintió  muy feliz, aunque se apresuró a darle el mérito que les correspondía a cada uno de sus compañeros para que tuviesen muy presente que eran un equipo. Se pasó un tiempo estudiando el asunto en sus bibliotecas y dirigiendo a un grupo de estudiosos para averiguar más sobre el poder que contenían esas runas de la antigua civilización de los syrne, según descubrieron.

Fueron unas semanas en las que vio menos a sus amigos, envuelta entre papeles, libros y legajos, apenas un rato en alguna de las comidas en los que compartir sus avances y preguntar cómo les iba a ellos. Nuru tenía ascuas en los pies y pugnaba por embarcar de nuevo, Pascalet con la boca llena de pastelitos le contaba sus correrías e ideas y las escasas veces que coincidía con Rodrigo lo veía con más ojeras y apenas contestaba con monosílabos, incluso se olvidó de picarla. Pensó en buscar tiempo para hablarlo, pero confiaba en él y sabía que si pasaba algo se lo diría.

La estancia estaba a oscuras pues era de noche y una figura mas oscura aún se perfilaba en las sombras, Ana se incorporó sentándose en la cama y sacando la mano de debajo de la almohada con la pistola apuntando al frente. Ya estaba amartilleando el arma cuando una voz tomada y ahogada le hizo una pregunta que hizo a su corazón saltarse un latido. Deshizo su acción y dejó la pistola a un lado.

—Siempre.