3 de diciembre
Carpinteria de Dynblaid
Que no fuera lo que quería decir no convencía... demasiado a Morien, después de todo sus palabras le dejarían claro que cuanto menos gustaba de la doncella. Morien no estaba tan seguro de que no se tratase de influencia de la marca... pero cierto era que Taliesin también era joven. No era algo de lo que pudiera juzgarlo... no si no hacía daño a la doncella, y eso precisamente parecía ser lo que Taliesin quería evitar. En cambio, otra cosa que se preguntó fue si la doncella no estaba cediendo solo a la marca.
Morien no miró al chico mientras le contaba su propia experiencia, sin ser demasiado específico tampoco. Parte de aquello eran solo las impresiones de Morien y el cómo el vivía, o precisamente evitaba, el pacto. Bajó el arco y suspiró. No necesitaba tirar otra flecha para saber que estaba perfecto. Por eso, serio pero con una mirada más suave, se giró hacia el rubio, tendiéndole el arma. —No estoy seguro de si no la muerden, pero es innegable que morirá si no sacia sus celos con un lobo. Aunque yo me niego a aceptar que no haya otra alternativa —aunque ni él podía estar del todo seguro... realmente no estaba seguro de nada a pesar de lo que decía al joven. Pero algo que era la excepción es que Morien se negaba a dejarse a controlar por sus instintos de nuevo—. No soy nadie para decirte qué hacer. Solo tú puedes decidir lo que quieres hacer. Pero si decides estar cerca, resistirte al celo no será sencillo —y eso lo dijo serio—. Otra cosa que debes saber es que las doncellas sí se ven afectadas por la marca, de alguna u otra manera —parecía bastante seguro al respecto—. Protégela.
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
Cuando cerró la puerta tras de si se encontró con que Meira apenas había traspasado el umbral, quedándose tan cerca de ella que podía notar su dulce aliento cuando habló. Apenas un paso y podría tocarla.
Abrió los ojos como platos cuando recibió su respuesta. No entendía nada, pero, tras un tambaleante “lo siento” no preguntó ni interrumpió, dejó que fuese ella quien marcase los tiempos de su relato. Él, mientras tanto, intentaba darle sentido a todo cuanto decía, como si se tratase de un rompecabezas del cual no se tienen todas las piezas.
Cuando terminó, Taliesin creía haber encajado todas las piezas, aunque aún tenía muchas preguntas.
-¿Que hacía tu padre en el bosque? ¿Lo atravesó para contarte la verdad? ¿Donde se ocultaba aquella bruja y quién era? ¿Cómo diste con ella? ¿Tú primer hijo, o nuestro...? ¿Me escoges a la fuerza entonces?
Sin embargo, a la vez, un cúmulo de sentimientos egoístas bregaban por salir.
-Muerdela, bésala. Hazla tuya... Sé suyo... Para siempre.
Sus ojos se tornaron amarillos durante un instante, llevado por la ira que le producía aquella historia, al imaginarse el dolor de Meira y también llevado por aquel instinto que le decía que podía ayudarla mordiéndola como le pedía.
Pero entonces, una pregunta, que se transformó en temor, eclipsó todo lo demás. Un miedo indescriptible le atenazó cuando la formuló en voz alta sin darse cuenta.
-¿Te perderé en esa venganza?
Sus ojos volvieron a su azul natural y la miraron con una calidez inusitada. En ellos se podía leer todo cuanto el joven no había pronunciado, pero que ahora se atrevía a verbalizar por primera vez.
-Los dioses saben que te deseo más que a nada. Pero no quiero que me escojas llevada por el miedo. Aún tienes tiempo, la marca actúa con lentitud, no estás en peligro- aún- Puedes... escoger a alguien mejor si lo deseas- El esfuerzo que había empleado para decir eso le sorprendió incluso a él. Cogió las manos de Meira entre las suyas, notando su calor, recreándose en su tacto- El vínculo nos uniría para siempre, seremos uno. No quiero cimentarlo todo en una mentira.
Se inclinó y besó las manos de ella. Su sabor aún estaba en sus labios cuando continuó:
-Si pese a ello, al final me escogieses a mí. Te ayudaré en todo lo posible, pero no en una venganza suicida.
Se había dado cuenta de la cojera de la chica, por lo que, tras aquel beso, la condujo a sentarse en una de las pequeñas sillas que estaban frente a una chimenea baja.
Tras dejarla allí, avivo un poco las brasas y se quedó arrodillado a su lado.
-¿Puedo?- Preguntó señalando la pierna. Tenía conocimientos básicos para curar heridas superficiales y quería ver si podía hacer algo- Avísame cuando te duela.
Comenzó a tocar la pierna de Meira para examinarla. Manteniendo a raya su impulso. El fuego fue creciendo hasta arrojar sombras sobre la figura de Taliesin, arrodillado entre la chimenea y la chica.
-El pacto que hiciste con ella entonces, ¿Esta roto? No le debes nada.
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
Cuando los ojos de Taliesin se encendieron con ese amarillo sobrenatural sentí una descarga electrica, que se intensificó cuando expresó aquella simple pregunta: ¿Te perderé en esa venganza?
¿Por qué el simple hecho de que me deseara de esa manera alteraba cada célula de mi cuerpo? ¿Estaba usando la marca como una excusa para negar mis propia atracción?
Sin darme cuenta contuve el aliento, como si la más leve exhalación pudiera hacer que todos esos sentimientos se alejaran.
— No quiero a alguien mejor, te quiero a tí
Las palabras salieron casi con voluntad propia, sin premeditación ni alevosía, y sentí como el calor coloreó mis mejillas. Jamás me había permitido sentir nada por nadie. ¿Para qué exponerme de esa manera cuando sabía que no podría cruzar ciertas líneas? ¿Cuando sabía que no podía dejarme llevar por el deseo ni la pasión? Pero con él...
El roce de sus labios sobre mis manos provocó una ola de calor, que creció hasta romperse en mi pecho. Un estremecimiento me recorrió la espalda, desdibujando cualquier pensamiento coherente, ahogando toda razón bajo un torrente de deseo.
— No... —me aclaré la garganta, tratando de recobrar un poco la cordura y el habla. No fui capaz de continuar la frase hasta que Taliesin puso sus manos sobre mi pierna, de rodillas ante mí — No hago esto por simple venganza. No quiero morir, ni quiero someterme. Quiero ser libre y... quiero serlo contigo.
Mis propias palabras se quedaron suspendidas en el aire, resonando entre nosotros de una manera que no esperaba. La calidez de sus manos se filtraba a través de la tela de mi ropa, un contraste con el frío que aún se aferraba a mi piel. Sin pensarlo, bajé la mano y la posé sobre la suya, deteniendo su búsqueda. No con brusquedad, sino con un gesto lento, deliberado.
Levanté la vista y me encontré con sus ojos, atrapándome en su mirada antes de que pudiera evitarlo.
Quería besarlo, explorar el mapa de su piel, perderme en su tacto. Pero, sobre todo, quería descubrir qué significaba entregarse a alguien sin temer el mañana.
Pudiera ser que haya ignorado deliberadamente la última pregunta...
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
Perdió el aliento. Por un momento creía que se asfixiaba, una sensación que por definición debía ser negativa, pero esta fue despertada por todo lo contrario. Fue el preludio antes de la tormenta. Su pulso comenzó a acelerarse, sintió como en el interior de su pecho su corazón lo golpeaba a un ritmo vertiginoso, como si fuese a estallar. No pudo evitar sonreír, al principio con nerviosismo, después con una libertad que nunca había experimentado.
-Me miras de una forma que no entiendo. Cuando lo haces siento como si todo lo que sé no tuviese ya ningún sentido.
Un solo gesto de ella, una sola mirada, podía dejarlo sin aliento. Ya lo había hecho. Sabía que ella tenía ese poder sobre él. Ese y mucho más.
-Yo también te quiero a ti. Jamás podría ser libre si no es contigo. No importa lo que venga, jamás soltaré tu mano- Las palabras de sus hermanos resonaron en su cabeza, brevemente, casi un susurro que se apagó al instante- Nadie podrá apartarme de ti- Había querido controlarse, darle espacio, lidiar con todo aquello. Pero era una fantasía que se contaba a sí mismo.
No podía controlarlo, lo supo cuando la mano de Meira se posó sobre la suya. La vorágine que aquella mujer despertaba en él era imparable y lo arrastraba sin remedio, como un árbol cuyas raíces no son lo suficientemente fuertes y se adentra en el ojo del huracán.
No podía controlarlo y… ¿Por qué iba a hacerlo? Al igual que el árbol, aquella era la única manera que tenía de volar. Y volaría con ella, sin temer la caída.
Sus ojos estaban conectados, no podía desviar la mirada, azules y marrones, como el cielo y la tierra, antagónicos e inseparables. No se apartaron cuando alzó la mano que ella tocaba para poder besarle los nudillos. Ni se apartaron tampoco cuando se incorporó lentamente, subiendo por su brazo, rozándolo con su rostro para sentir su calor y su aroma.
Llevó su mano al cuello de Meira, acariciándolo con suavidad, deleitándose en el roce y en las cosquillas que su cabello le regalaba. Subió hasta rozarle el rostro con delicadeza, hipnotizado, como quien admira una joya deslumbrado por su belleza.
Mientras, sus rostros se fueron acercando, lentamente, no porque dudase, si no porque degustó cada centímetro de aire que le separaba de ella. Porque sabía que en el momento que cruzase esa distancia y sus labios se fundiesen, jamás volvería a ser el mismo.
-En el fondo lo sabía- Sus ojos se desviaron a sus labios- Siempre lo he sabido- El aroma de Meira era embriagador- Que desde el momento en que la miré por primera vez- Si aquello era fruto de la marca- Siempre he sido suyo- Solo podía agradecérselo.
Sus labios se fundieron mientras la mano de Taliesin empujaba con delicadeza la cabeza de Meira hacia él, como si supiese que ese momento no podría durar eternamente pero quisiese intentarlo de todas formas.
Se perdió en su calor y en su sabor, uno que jamás podría olvidar. Taliesin era joven y conocía pocas certezas del mundo, pues a sus ojos todo estaba sujeto a duda. Pero en ese momento conoció una, una certeza de la que jamás dudaría: Amaba a aquella mujer y siempre lo haría.
La última pregunta no fue respondida, pero las preguntas son como semillas. A veces se necesita paciencia para que crezcan y revelen su verdad.
Y en ese momento, la única verdad que ambos parecían necesitar, podían ofrecérsela mutuamente, sin palabras.
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
Había caminado directamente hacia la boca del lobo y, en lugar de temer sus fauces, deseaba sentir el filo de sus colmillos contra mi piel, que me devorara hasta carcomer mis huesos. El deseo, que se había desbordado cual fuerza imparable, había inundado cada parte de mi cuerpo. Tenía calor, pero temblaba, congelada por mi completa inexperiencia. No sabía qué hacer, ni cómo, solo sabía que no quería que parase. Quería más, quería...
Nuestros labios se encontraron y, en ese instante, el mundo se desvaneció. Cerré los ojos, atraída inexorablemente por la necesidad de perderme entre mis propios sentidos. Su aliento se mezcló con el mio, su aroma, y, por primera vez en mi vida, dejé de pensar. Solo sentí.
Mis dedos se cerraron sobre el cuero de su camisa, como si con ese gesto pudiera anclarme, como si soltarlo significara perder el aliento que nos mantenía unidos. No sé cuanto tiempo duró aquel beso, solo que cuando nos separamos mi respiración era acelerada, mi corazón se agitaba enloquecido y no sabía ni quién era.
Tragué saliva, sintiendo mis labios aún húmedos y me obligué a abrir los ojos para mirarle. La marca en mi espalda se había vuelto a despertar, cosquilleando con una sensacion agradable, cálida. Y en ese momento lo supe, con la claridad de un día soleado; Taliesin me había atraído desde el primer momento y la magia del pacto solo había reforzado esa atracción.
— Tal... — susurré, y mi pulgar rozó su boca con suavidad, siguiendo sus contornos como si quisiera memorizarlos antes de atreverme a besarlos de nuevo. — Dímelo otra vez... —pedí, con la respiración entrecortada—. Que jamás soltarás mi mano.
Me incliné hacia él, dejando que mi nariz rozara la suya en un gesto íntimo, una caricia muda que buscaba más que palabras. Cerré los ojos por un instante, aspirando su olor, su calor, y luego, sin pensarlo más, me perdí en él otra vez.
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
Los bardos habían escrito durante siglos sobre el amor, lo habían descrito con bellas canciones y grandes poemas. Pero ninguno había logrado realmente transmitir lo que se sentía. Quizás porque no se podía. Era algo que uno solo podía conocer experimentandolo en sus propias carnes.
Ahora los comprendía.
Se sentía un necio por haber querido apartarse de ella y por temer que ambos estaban condicionados por la marca- Todo ha sido real- Lo tenía claro ahora y solo se lamentaba de todo el tiempo perdido que podría haber estado junto a ella. Era tiempo que jamás recuperaría, pero lo compensaría.
Aquel beso había sido el delirio más dulce que había sentido jamás. Y cuando terminó fue como un buen sueño que se desvanece al despertar. Quería volver a dormirse para recuperarlo.
Pero no sé encontró un cuarto oscuro, si no su rostro, y fue una recompensa mejor que cualquier ensoñación.
Sus respiraciones estaban aceleradas a la par, los labios de ella tenían un sutil brillo húmedo que atestiguaba lo que había pasado y le daba un toque sensual, sus pupilas estaban dilatadas y su aroma... le sumía en un estado febril, quería bañarse en él y que le acompañase siempre.
Su nombre nunca había sonado tan completo como cuando ella lo pronuncio. Dejo que su dedo surcase su rostro, abriendo ligeramente la boca para besarlo cuando paso sobre sus labios. Quería más. Siempre iba a querer más.
Se inclinó a su vez, cerrando los ojos, siendo todo sensaciones. Sus palabras sonaban como el néctar más dulce. ¿Como podía explicarse que la persona a la que querías te pidiese justo lo que querías dar?
-Lo diré las veces que me lo pidas- la suavidad de su rostro le envolvió- Jamás soltaré tu mano...- Una de sus manos se deslizó hacia su cintura, acariciando su cuerpo, como si quisiese verlo únicamente mediante el tacto. Mientras, su otra mano se desabrochó la capa que tenía sobre los hombros, dejando que cayese en el suelo- Soy tuyo, Meira- Abrió los ojos, ahora del color del ámbar- Para siempre.
Volvió a ella, sin dudarlo, ya había esperado demasiado.
Sus manos descendieron de su cintura y se posaron en sus muslos, para luego levantarla y acercarla hacia sí, quedando de pie.
En el beso ininterrumpido, ella pudo notar que los colmillos de Taliesin habían empezado a crecer ligeramente.
Fue descendiendo a Meira con suavidad hasta que acabó con la espalda sobre la capa.
Las llamas de la chimenea ahora les bañaban a ambos y sumaban su calor al de los dos enamorados.
Taliesin abandonó sus labios a duras penas, para seguir regalándole besos en el rostro e ir descendiendo hacia el cuello, hasta que uno de sus colmillos rozó más de la cuenta el cuello de Meira. Se dió cuenta entonces de que había empezado a mostrar sus rasgos sin querer.
Él alejó el rostro un poco, pero sin cambiar de postura, sin levantarse de encima. No quería abandonarla.
Sus ojos eran una mezcla de azul y amarillo, potenciados por el resplandor de las llamas. Y esos ojos la miraban ahora interrogante.
2 de Diciembre//Por la mañana
Dynblaid /Gremios o Lugares de trabajo (Campo de entrenamiento de los cachorros)
El muchacho no había escuchado nada de lo que habían hablado antes de su llegada, pero sí había visto cómo ella corregía a uno de los más jóvenes. Se acuclilló para observar mejor sus movimientos, y la escena que tenía ante él le resultó fascinante. Ver esa fuerza lo inspiraba de algún modo, más aún después de los últimos encuentros que había tenido.
Hasta que le propusieron un enfrentamiento. Parpadeó, sorprendido. ¿Pero por qué a mí?, pensó fugazmente. No obstante, la sorpresa inicial dio paso a una pequeña sonrisa y, luego, a una única carcajada, sonora y sincera, mientras se frotaba un ojo.
- Como desees -se inclinó ante ella, cual caballero al servicio de su duquesa-. ¿Cuáles son las condiciones del enfrentamiento?
No iba a decirle que, a su propio juicio, era uno de los peores guerreros de la aldea. Si perdía, sonaría a excusa y quizá dañaría el ego de la joven; si ganaba, le dolería saber que había sido derrotada por uno de los más débiles del lugar. Pero si callaba, habría vencido o perdido ante todo un hombre lobo.
Aquel pensamiento lo llevó a alzar la cabeza con orgullo. Su oponente se le antojaba digna.
A veces, y solo a veces, el ojigris pensaba.
* Por si Caín quiere responder a Elina, que sobreentienda que llego justo después.
Con permiso de Caín
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
No sé si fueron sus ojos ambarinos, el tono con el que me prometió la eternidad o la manera en que me atrajo hacia sí, pero cuando sus manos recorrieron mi cuerpo y sus labios buscaron los míos, supe que mi voluntad se había doblegado al deseo. Y no quería recuperarla. No todavía.
Mi espalda tocó la tela gruesa de su capa y el calor de la chimenea nos envolvió con su resplandor anaranjado. No me importó la dureza del suelo, ni la asperaza del cuero, solo era capaz de sentir la presión de su cuerpo sobre el mío, la manera en la que me cubría sin llegar a aplastarme.
Gemí, cerrando los ojos y dejando salir una exhalación exaltada, al sentir el filo de sus colmillos rasgando mi piel. ¿Por qué su parte animal me excitaba tanto? No era solo deseo, no era solo anhelo. Era algo más profundo, algo instintivo, primitivo, algo que me hacía estremecer sin poderlo controlar. Sin pretenderlo había arqueado la cadera y había elevado las manos para colocarlas sobre su espalda, en su camisa, clavando las uñas con fuerza.
Al sentir el aire correr entre los dos abrí los ojos, sorprendida de mis propias reacciones, y me encontré con la intensidad de su mirada azul-dorada. El deseo se arremolinaba en ella, en cada roce, en la forma en que su cuerpo temblaba contra el mío con una contención a punto de romperse.
¿O era yo la que temblaba?
Me mordí el labio, atrapada entre el anhelo de su aliento sobre mi piel y la pulsión ardiente que latía en mi interior. La marca cosquilleó de nuevo, como si estuviera de acuerdo con lo que estaba a punto de decir y deslicé los dedos por su espalda, hacia su cintura, aferrándome a la sensación de su cuerpo sobre el mío. Mi propia respiración era inestable, entrecortada. El aire olía a fuego, a madera, a él.
—Hazlo —murmuré, sin apartarme, sin miedo, dejando que mi voz se fundiera entre nosotros—. Muérdeme.
3 de diciembre, por la tarde
Carpintería de Dynblaid
Apenas tenía consciencia de donde se encontraba. Si no hubiese sido así, seguramente habría conducido a Meira hacia la habitación contigua, donde estaba su casa. La habría llevado a un lugar más cómodo que aquel suelo de madera. Pero no podía pensar en nada más que en ella, en el roce de su cuerpo, en el calor que desprendía y que le aceleraba el pulso.
No estaba en la carpintería, estaba en otro mundo, había cruzado el umbral al mundo de los sídhe.
Todo su cuerpo se erizaba con cada prolongación de aquellos besos, con cada sonido y con cada bocanada de aire que ambos aspiraban para poder continuar con su amor.
Aquella petición hizo que cogiese confianza. La deseaba, pero morderla...
-No necesito ningún vínculo mágico. Lo nuestro no sé romperá por nada- Pero ella se lo había pedido y él en el fondo también quería hacerlo. Ya se habían declarado su amor, ya se habían ofrecido el uno al otro.
El joven sonrió, seguro de si mismo y de lo que sentía, seguro de ella. Y acercándose de nuevo a su piel, comenzó a dejar un rastro de besos pasionales por su piel, descendiendo lentamente, apartando capas de ropa en el proceso, hasta llegar a su cuello. En sus ojos no había ya rastro de azul, sus colmillos se hicieron más grandes y lo único que pudo pensar fue- Que no le duela- Hincó sus colmillos en ella, marcándola, marcándolos. La sangre brotó, y el dejó que saliese. El mordisco no era profundo, pero algo en él sabía que el vínculo estaba completo. No podía quererla más, pero ahora no solo la deseaba, no deseaba solo estar dentro de ella, deseaba fundirse con ella.
Habia demasiada ropa y aquello le impedía apreciarla, sentirla, besarla... Meira pudo sentir los labios de él, pero no sus dientes, los colmillos de la bestia habían desaparecido, pero no su pasión.
A medida que iba descubriendo su cuerpo, su excitación y admiración fue en aumento. Cada parte de ella era perfecta, no porque lo fuese, si no porque era de ella.
Era joven e inexperto, no sabía como ofrecer aquel amor y pasión que sentía por ella. Pero no le importo. Simplemente dejó de pensar. A veces, aunque uno nunca hubiese experimentado eso antes, su cuerpo reaccionaba, actuaba con voluntad propia, los impulsos eran imparables aunque la mente no los comprendiese. Era joven e inexperto y no sabía nada del amor. Pero sabía que la amaba. Y con eso era suficiente.
Se dedicó por entero a saciar su sed. ¿Como iba a estar mal algo que le hacía sentirse tan bien? Se dejó llevar, todo sentimiento e impulso. Y bebió de ella, acariciando, besando y lamiendo cada parte de su cuerpo, deteniéndose más en unas que en otras y despertando gemidos y sensaciones.
No supo cuanto duró aquella tarea, pues el tiempo no importaba ya, pero se dedicó a ella con tanto celo o más que el que había dedicado a aquel arco ahora olvidado en un rincón. Le estaba ofreciendo un regalo mucho más sincero, mucho más íntimo.
Si hubiese podido salir de su cuerpo y observarse a si mismo, se habría ruborizado. Pero no podía hacer aquello, ni podía pensar en otra cosa que dar placer a aquella mujer, consiguiendo a su vez placer para sí mismo. En esos momentos ella era su mundo, nada existía a su alrededor.
Y demostró aquella visión, no con palabras si no con sus actos
3 de diciembre, por la tarde.
Carpintería de Dynblaid
El filo de sus colmillos atravesó mi piel y un dolor punzante me paralizó. Sentí el latigazo de algo indescriptible, reverberando por cada fibra de mi ser, erizándome los sentidos, abrasándome las venas. Un gemido ahogado escapó de mi garganta y mi cuerpo se tensó un instante, quizás dos. La sangre brotó, empapando las fauces del lobo, dejando que mi sabor lo impregnara al deslizarse por su lengua. Y algo cambió, algo dentro de mí se hizo pedazos y, al mismo tiempo, renació.
La marca de mi espalda ardió en respuesta, con un pulso vibrante que se extendió en todas direcciones. Sentí como si algo antiguo y primitivo despertara en mi interior. Como si el mordisco hubiera abierto una puerta que jamás podría volver a cerrar. Mi cuerpo se arqueó contra Taliesin, mis manos se aferraron a su espalda y mis uñas se hundieron en el cuero de su camisa. Un gruñido ahogado vibró en su pecho mientras su boca permanecía sobre mi piel, como si la bestia dentro de él saboreara algo prohibido, algo que nunca volvería a soltar. Entonces cogí aire, como si saliera a la superficie en el último momento, y comencé a respirar entrecortadamente, de manera errática.
Estaba hecho.
El sonido del fuego crepitando se volvió más nítido. El aire en la habitación me rozó la piel como una caricia palpable. Mi propio pulso retumbaba en mis oídos, acompasado con el suyo. Por un segundo, no supe dónde terminaba yo y dónde empezaba él. La necesidad de sentirlo más cerca se volvió insoportable, como si la distancia entre nosotros fuera un error en la propia naturaleza.
La desnudez de nuestros cuerpos se hizo poco a poco la protagonista y, lejos de sentirme cohibida, me vi embriagada por el deseo que reflejaban sus ojos. Mía. Mía. Eres mía. Su mirada ardía, con una intensidad abrasadora, devorándome sin reservas. No había duda en ella, no había miedo ni contención. Solo posesión. Solo hambre de descubrimiento.
Y yo la sentí en cada fibra de mi ser.
Un estremecimiento me recorrió cuando sus manos me tomaron con fuerza, deslizándose sobre mi piel con una devoción ansiosa. Me reclamaba, no con palabras, sino con cada roce de su boca, con cada beso. La fiera dentro de él rugía, pero no me asustaba. La deseaba. Mi piel ardía bajo sus caricias, mi cuerpo respondía al suyo como si siempre hubiera sabido a quién pertenecía. ¿Me había perdido con aquella unión?
No lo sabía. No importaba.
Porque cuando sus labios descendieron, dejando un rastro incandescente sobre mi cuerpo, cuando sus manos me sostuvieron con esa mezcla de adoración y dominio, comprendí que ya no había vuelta atrás. Éramos uno.
Y no había nada en el mundo que deseara más.
Me he tomado la licencia de interpretar de una manera un poco más visceral el momento. Espero que no te importe.