Epílogo 2: La muerte no es el final...
Poco a poco la oscuridad me fue envolviendo y sentí como caía al ritmo de los latidos de mi corazón que cada vez eran más lentos. Caía… caía… caía en un pozo donde el tiempo parecía detenerse, la oscuridad seguía envolviéndome y ya no sentía nada.
Mi cuerpo se sumergió en las tranquilas aguas de un lago en calma y la paz me inundó. Sentí la calidez de unos rayos de sol sobre mi piel mientras manos invisibles me arrastraban hacia una orilla arenosa. Y la luz lo inundó todo, los colores aparecieron en el mundo y la belleza del paisaje se mostró ante mis ojos abiertos de nuevo a la vida.
Mis pies descansaron sobre una húmeda y mullida hierba, me sentía ligera y mientras saltaba, reía y corría notaba como mi vestido de suave y transparente seda flotaba a mi alrededor al igual que mi pelo, suelto y con flores entremezcladas. La brisa era cálida y agradable y traía olores dulces a flores campestres y a tierra húmeda.
Mi cuerpo mortal seguramente estaría descansando en un túmulo de rocas esperando a que los tiempos cambiasen, pero yo ahora disfrutaba de una nueva oportunidad donde el tiempo no existía, donde los miedos, las dudas y la congoja no tenían lugar. Ahora estaba en paz con el mundo y conmigo.
Y cuando el tiempo y el mundo cambien y el mal ataque de nuevo, mi cuerpo renacerá del polvo para empuñar de nuevo una espada que consiga rasgar el velo de oscuridad y permitir que la luz de un nuevo día ilumine la tierra. Pero por ahora… me toca descansar.