Te tiras en plancha entre unos matorrales justo a tiempo, pues una lluvia de negras flechas procedente de un grupo de árboles acribilla el lugar donde tú estabas unos segundos antes. Cubriéndote con tu capa para confundirte con los espesos arbustos, corres por el bosque como alma que lleva el diablo, tratando de huir lo más rápidamente posible de los hombres emboscados. Toda la zona está infestada de giaks y debes escapar a la mayor velocidad.
Continúas corriendo sin descansar durante más de una hora hasta que encuentras un camino forestal bastante recto que conduce hacia el este. Sigues por ese camino, atento a cualquier señal que pueda revelarte la presencia de enemigos...
El sendero termina, de pronto, en un gran claro. En medio del este hay un árbol mucho más alto y más grueso que los que has visto en el bosque. Entre las frondosas ramas puedes ver una casita a una altura entre veinticinco y treinta pies. No hay ninguna escalera para subir a ella, pero el tronco nudoso del árbol te ofrece muchos salientes donde apoyar los pies...
Te has salvado con creces jajaja No necesitabas ni el camuflaje xDD
Logré escapar de milagro porque la zona estaba completamente llena de Giaks. El bosque me recibió como el escudo que no tenía y me amparó para poder seguir mi camino, no paré hasta llegar a un camino forestal, que de manera recta me condujo hacía otro misterioso lugar
Y cuando lo ví, quizás tenia que haberlo dejado pasar pero mi curiosidad es superior a mi misma...
Esa casa me llamaba y yo quería explorarla, además también encontraría un refugio en ella. Trepé por el arbol
Que suerte! ^^
Te resulta fácil trepar a ese árbol. Te recuerda a los muchos árboles a los que trepabas y explorabas de niño en las cercanías de Toran cuando querías arrancar fruta o contemplar desde lo alto el bello paisaje de Sommerlund.
Cuando llegas a hasta arriba y precavido empujas la puerta de la casita, un gesto de alivio curza tu rostro. Al abrir la puerta, en un rincón de la pequeña cabaña está acurrucado un viejo ermitaño. En su rostro descubres esperanza cuando reconoce tu verde capa del Kai, y rápidamente se levanta para darte la bienvenida y cerrar tras de ti, echando miradas asustadas al exterior.
Después el anciano se acerca a un aparador y vuelve con una bandeja llena de fruta fresca. Le das las gracias y mientras coméis te cuenta que toda aquella zona está infestada de giaks y que ha podido contar más de cuarenta kraans que han pasado volando sobre su cabaña en las últimas tres horas. Se dirigían hacia el este.
Cuando acabáis, y explicándole sobre tu misión pero sin entrar en detalles que puedan acabar con su inestable fortaleza, el ermitaño saca también un magnífico Martillo de guerra y lo coloca sobre la mesa que hay junto a la puerta.
-A ti te hace más falta que a mí -dice-. Por favor, tómalo.
De nuevo, cuando te sientes de nuevo con fuerzas, tras despedirte y dar las gracias al anciano, bajas con cuidado del árbol para proseguir tu misión...
Has estado caminando penosamente por el bosque durante casi dos horas. Te asalta el temor de haberte perdido, temor que comienza a parecerte realidad. Al menos, aparte del graznido lejano y ocasional de algún kraan, no has visto ni oído ninguna otra señal que delate la presencia de enemigos en esa parte del bosque.
Al descender de un rocoso promontorio divisas algo insólito en la enmarañada espesura. Rodeada de zarzas espinosas y apretadas raíces, ves la entrada de un túnel que desaparece en el interior de la ladera. La boca tiene aproximadamente siete pies de altura y algo más de diez pies de anchura. Al acercarte a ella notas una leve brisa que proviene del negro fondo. Si el otro extremo del túnel tiene salida por la ladera contraria de la colina, te ahorraría muchas horas de difícil ascenso. Pero también podría encubrir peligros desconocidos.
¿Y quien lo iba a decir? Cuando decidí subir por el árbol buscando un refugio, que dentro habría alguien bueno, de mi parte por fin una tregua...
Me dio de comer ¿Y lo mejor? Me dió un martillo que podría usar como arma.
Me despedí de él sabiendo que todo estaba rodeado de enemigos. Seguí por le bosque, de nuevo, trecho tras trecho, sin volver hacia atrás, sin saber si estaba dando vueltas en círculos. y por fin...
Eso que había frente a mi no parecía muy atractivo, rezumaba peligro y sin embrago, si lo atravesaba ahorraría tanto tiempo...
Decidí coger el camino menos luminoso.
El túnel está oscuro y en su interior el aire es mucho más frío que fuera. Avanzas con mucha precaución apoyando una mano en la pared del túnel para ayudar a tu sentido de la orientación. Después de caminar durante unos tres minutos en total oscuridad, percibes un olor a podrido delante de ti, semejante al de carne putrefacta.
Algo en tu interior te dice que estás en peligro e instintivamente llevas tu mano a la espada. De repente algo muy pesado se precipita desde el techo sobre tu espalda y te hace caer de rodillas. No ves a tu enemigo en esa oscuridad, pero sabes a lo que te enfrentas.
Es un alacrán zapador y debes luchar contra él, pues trata de estrangularte con sus largos tentáculos viscosos. Usas tu afilada espada para mantener a raya a tu enemigo, cortando en medio de aquél tétrico lugar lo que parece ser la blanda carne de las extremidades de aquél ser.
Durante unos instantes sientes la euforia de la batalla e incluso el placer de saberte superior, pero de repente, venido de ningún lugar, sientes como algo te empuja desde varios puntos distintos, y te das cuenta de que has perdido la concentración, y con ella, tu única oportunidad.
El golpe contra la fría y húmeda pared de aquél rocoso corredor de hace soltar todo el aliento. Caes de rodillas, la espada a tu lado, y sientes que no puedes respirar.
Lo último que notas es el aliento fétido del alacrán antes de que todo se vuelva negro. Tu vida y tu aventura acaban aquí.