· La Bruja Pandora ·
Nubes oscuras amenazaban tormenta, amenazaban con anegar cada hogar, y amenazaban cada corazón. El mal liberado por un corrompido Malakae, un brujo todavía joven y enérgico, estaba absorbiendo el poder de cada una de las cuatro estaciones del año a través de los cristales de éstas. Había retirado del corazón del bosque más frondoso el cristal de la primavera. Arrancó, de lo más profundo de la montaña, el cristal del verano, pues se hallaba cobijado en el calor de la Tierra. Del lugar más inhóspito y helado arrancó el cristal del invierno.
Su intención no era otra que conseguir también el cristal del otoño y, con el poder de éste sumado al poder de los otros tres cristales, con todo el poder del que se había adueñado, moldear el mundo y crear un ejército de entes de la sombra para lograr así someter a todos y cada uno de los seres que habitaban el planeta.
Malakae, después de reunir poco a poco los cristales de las estaciones, salvo el de otoño, hizo que ningún adulto volviese a caminar sobre la tierra, pues no habría así poder que tuviese la capacidad de derrotarle y, además, contaría con muchos infantes a los que esclavizar algún día. Lo que Malakae no calibró fue la capacidad de un niño de poder transmitir la magia con una fluidez que un adulto no podría recuperar nunca. Y así sucedió.
Pandora era una niña que nació en el seno de una familia humilde, en una aldea que muchas generaciones después se llamaría Kala. Era muy traviesa, pero sus padres la cuidaban como oro en paño, pues tenía aptitudes mágicas y se encontraban en una época en la que el mundo lloraba, pues Malakae había sembrado el miedo, se hacía cada vez más y más poderoso y, provocando muchas lágrimas en Pandora y en los otros niños que habitaban la aldea a los que había dejado tempranamente huérfanos.
Lejos de acobardarse, Pandora se puso en marcha, con otros cinco niños, a por el brujo Malakae, que se escondía en una fortaleza oscura. Caminaron muchos días hasta que pudieron llegar allí. Se alimentaron de bayas, conocieron a muchos otros niños que lloraban a sus familiares desaparecidos y, lejos de rendirse, eso les dio fuerzas para continuar hasta alcanzar al brujo.
Para cuando alcanzaron la fortaleza oscura de Bila, habían pasado muchos días y noches, estaban cansados, pero eso no hizo que cesasen en su empeño de derrotarle, y poder recuperar su mundo... Sus familias.
Pandora era, de todo el grupo, la que más hechizos conocía y había practicado. Sus padres le habían enseñado a canalizar la magia como nadie pudo antes. Con los poderes de todos concentrados, penetraron en la fortaleza abriendo un boquete que después reconstruirían para ocultar su entrada. Entraron en plena noche, caminando con las sombras hasta poder penetrar en el edificio principal. Una vez dentro, Pandora usó sus poderes para localizar al brujo entre las distintas estancias del lugar, ubicándole en la estancia central, de planta octogonal, donde Malakae parecía estar estudiando viejos grimorios.
No dijeron una palabra, habían planeado mil y una veces qué harían y nada les detendría. Uno de los niños cogió el jarrón que habían cargado hasta Bila, con la intención de encerrar al brujo en él cuando le derrotasen.
Pandora comenzó a susurrar antiguas palabras que encerraban un poder inmenso. Alzó las manos y lo que sólo eran palabras comenzó a tomar forma, el polvo comenzó a arremolinarse de forma ascendente sobre ella y rayos azules chisporroteaban junto a sus manos. El brujo se dio cuenta, demasiado tarde, del ataque. No pudo defenderse, pues los otros niños le apresaron con invisibles cadenas para que no pudiese siquiera hablar o gritar. Pandora completó su hechizo y lo lanzó.
En medio de una bomba de luz, el malvado brujo Malakae se vio a sí mismo encerrado en un pequeño jarrón. Los niños y Pandora volvieron a su aldea, con la ayuda de sus familias perforaron en la cueva un habitáculo donde guardar al brujo, donde nadie fuese a tocarlo.
Pasaron los años y Pandora dejó de ser una niña, pasando a ser una joven respetable, con un corazón de oro. Decidió que necesitaba viajar, necesitaba explorar el mundo donde les había tocado vivir. Se lanzó a caminar, con un macuto como único compañero.
Dicen quienes la vieron partir que recorrió todo el mundo, pero nadie volvió a verla en Kala. Nunca se supo qué fue de ella después. Lo que sí se sabe es que hay constancia de su existencia en cada aldea, pueblo y ciudad.
· El Espíritu de la Esperanza ·
Ki corría y corría, no había fronteras para el Espíritu de la Esperanza. Ni fronteras ni límites. La criatura podía saltar, dar vueltas en el aire y volver a posar sus ligeras patitas en el suelo. Ki había nacido. No se sabía cómo, ni cuándo. Sí se sabía, sin embargo, el por qué. Había nacido para devolver la felicidad a rincones que, por algún motivo, la habían perdido. Su poder provenía de los árboles, de otros animales y de la naturaleza en general. Ellos le habían llamado a nacer y ellos le alimentaban para que pudiese continuar su loable labor.
Ki viajaba de pueblo en pueblo, de familia en familia para ayudar cuando las cosas se ponían feas. Hacía mucho tiempo que su tarea se había desvirtuado y sólo se dedicaba a sacar sonrisas.
Protegía a niños, arbustos, gatos, perros, árboles frutales... A todo ser viviente. Nunca pedía nada a cambio, sólo poder seguir saltando hasta que, algún día, el mundo le reclamase como suyo de nuevo.
Habría continuado en ésas si Malakae no hubiese sido accidentalmente liberado. En el instante en que ocurrió, desapareció del claro donde se encontraba comiendo unas dulces y rojas manzanas para aparecer en una pequeña aldea llamada Kala, donde decidió que era el momento de ayudar a un pequeño grupo de niños cuyo objetivo era volver a encerrar a Malakae y proteger la primavera.