Partida Rol por web

¡Me pareció ver una linda byakhee!

Le couteau

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13/06/2022, 08:35
Narrador

París en otoño.

Comienza a atardecer. Es un hermoso día, frío, pero luminoso. ¡Cómo no va a haber luz en la Ciudad de las Luces! Los árboles están vestidos de un anaranjado rojizo que reluce al contacto con los últimos rayos del sol. Por doquier hay bullicio, hay tumulto. París es una de las ciudades más turísticas del mundo. Tiene mística. Tiene alma propia. La insigne torre Eiffel se alza en el horizonte, su pico haciendo cosquillas al cielo.

Un anciano detiene su macilento paso en la cafetería de la Chandelle Verte. Toma asiento con ceremonia, con solemnidad. A su lado un can de proporciones gargantuescas, comparable con un corpulento y musculoso poni, se sienta cual gárgola centinela y le observa, silencioso, mas comprensivo.

—Solo un café. Lo prometo —asegura el anciano mientras acaricia la oreja de su fiel amigo.

Los ojos del viejo estudian la calle empedrada y la pendiente que conduce al viejo bloque de apartamentos y oficinas. Será un ascenso tortuoso hasta el despacho del tal Gabou. Más le vale que merezca la pena.

—Debo confesarte, Butchie, que este paseo se me está empezando a hacer largo... Debí comprar un chihuahua. Él al menos habría cabido en un taxi, ¿humm? Para ti, amigo mío, habría que habilitar un portaaviones...

El perro emite un quejido. Aquello ha sido un golpe bajo.

—Estoy bromeaaaando. Perdóname, muchacho —El amo procede a efectuar la carantoña reglamentaria. El perro la acepta de buen grado.

Bonsoir, cheri. ¿Qué le pongo? —pregunta una camarera algo flaca para el estándar del viejo.

—Un café y unas pastas, s'il vous plaît.

Se intuye un matiz desaprobador en la profunda y expresiva mirada del perro, fija en su amo, que no le corresponde como buen sinvergüenza profesional.

—Marchando. ¿Ha visto qué maravilla de atardecer tenemos aquí en París?

Oui... —El anciano replica lacónico mientras ve marchar a la joven huesuda. —Y son las luces más brillantes las que proyectan las sombras más oscuras... —musita para sí mismo, apesadumbrado.

* * *

Notas de juego

La primera escena trascurre en el interior del despacho de Gabou muy avanzada la tarde.

Gabou, ¿cómo es tu oficina? ¡Descríbenosla! ^^

Hékate y Le Docteur entran en escena a renglón seguido. Ellos deciden el motivo que les lleva allí.

Nicole llegará la última, aunque esto no es regla habitual. Suele presentarse cuando le da la real gana.

Los tres activadores de nueva escena/detalle interesante son: 

+ Suena el timbre. A estas horas dudo que sea un cliente, pero quizás me sonría la suerte.

+ Vaya, un ejemplar del periódico de ayer. Olvidé leerlo. Y

+ Bzzzz-Bzzzzzz. Vaya, vaya. Parece que tengo un mensaje nuevo de... ¿¡!?

Podéis jugar los activadores cuando queráis y mover la escena. Termináis vuestra intervención con cualquiera de esas tres frases y yo actúo en consecuencia.

Ale, a jugar. XD

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13/06/2022, 18:38
Jean Gabou

Bastilla. Bastidor. Teatro. Bastatro.

Puedo entender que no a todo el mundo le gustara mi oficina. No era un lugar para gustar. Ni siquiera un lugar para hacer sentir cómodo a los demás. Qué puedo decir. Era mi oficina. Mi lugar. Bastatro. No sabría decir si allí me sentía realmente a gusto. A gusto es mucho decir. Puedo decir que allí estaba seguro. Sí. Eso sí. Seguro. Bastatro.

No era un lugar grande. La verdad es que no estaba pensado para recibir gente. Qué sé yo, nunca fui especialmente sociable. Régine me lo echó en cara durante años. Ella era la que montaba eventos. Le gustaba hacer fiestas. Pero yo desentonaba, claro. Coflín.

La oficina era un lugar mal iluminado. Había una pequeña ventana en lo alto, casi un resquicio, a través de la cual se veían pies pasando. Los transeúntes parisinos. Pudricopios. Bueno, por ahí entraba un poco de luz, no mucha, París es un lugar oscuro, mucha lluvia, poco sol. Me gustaba que casi toda la iluminación fuera esa y un pequeño flexo que tenía en mi escritorio, asomando entre una gran cantidad de ficheros que nunca recordaba qué contenían exactamente. Quizás había informes sobre maridos cornudos, sobre dineros robados, sobre joyas familiares, sobre hermanos espiando a hermanos por asuntos de herencias, compañías de seguros desconfiadas. No sé. Había muchas cosas. Brómeros. Esas cosas.

Tres o cuatro sillas desperdigadas por la pequeña habitación, también, haciendo la función de mesas de apoyo, más que de sillas. Una tenía un par de ceniceros llenos, como si siempre me hubiera gustado más usar otro cenicero antes que vaciar el anterior; la misma silla tenía un par de vasos vacíos y una botella de ginebra volcada, también vacía, por supuesto. Otra silla sostenía una torre de viejos recortes de periódicos en perfecto equilibrio, pero siempre al borde del colapso; recortes sobre sucesos que no eran normales, no podían ser normales, sucesos con los que yo buscaba ese misterio, ese gran misterio. Terropantanievo. Eso.

Había un sofá raído. Sucio con manchas de café y quizá de algo más. ¿Migas de pan? Una persona podía sentarse allí, si apartaba más recortes de periódicos. Yo mismo lo usaba cuando quería pensar. Mi sillón de pensar. Pensorero. Bueno, y servía para que los clientes se sentaran mientras yo los escrutaba desde mi escritorio, mi cara iluminada por el flexo, pero oculta por el humo del tabaco y el aroma del café. O de la ginebra, también. Las dos cosas al mismo tiempo, a veces.

Bastatro. Este era mi lugar.

—Tomad asiento —les dije a Hékate y Le Docteur cuando aparecieron por la puerta, sin levantarme de tras mi escritorio, sin levantar siquiera la mirada del bloc de notas. Sí, nunca usé ordenador. No me gustan esas cosas. Papel y lápiz. A mano—. Ahí tenéis café si queréis. Corfé.

Les señalé una fea cafetera eléctrica en cuya jarra había un poco de café que ya debía estar frío.

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13/06/2022, 18:58
Hékate

El atardecer siempre había sido mi momento favorito del día. Esa hora en que las sombras se alargaban, el mundo se teñía con el dorado que se desparramaba por la ciudad y, durante un rato, el Velo era tan fino que si entrecerraba los ojos podía ver las chispitas de magia en suspensión escapando desde el otro lado. Zarcillos de oro en medio del gris y el rojo que llenaban París. Una hora dorada que servía de tobogán directo a la noche, al viento aullando entre las ramas y los coches y a los tentáculos de brea aprovechando los huecos para intentar escapar de su prisión. 

Pero eso sería después, cuando los últimos rayos se marchasen.

El atardecer también solía ser la hora en la que cruzaba la puerta del café tras terminar mi turno, aunque aquel día había salido un poco antes. Mirándolo en retrospectiva, no tengo ni idea de por qué decidí pasarme a saludar a Gabou precisamente aquella tarde. Creo que intuía que las sombras iban a alargarse más de lo normal y bien sabía que nada bueno saldría de ellas. Aunque en ese momento en que sentí el impulso, solo pensaba en que ya hacía un tiempo que no le veía, desde el último caso. Y me pareció buena idea llevarle una bandeja de las galletas decoradas con motivos otoñales que había preparado Claudine por la mañana. 

Entré en su despacho con total confianza, tarareando entre dientes la canción favorita de Totó. Apenas hacía un par de días desde que el jodido punk había dejado de seguirme a todas partes para que le diese un mensaje a su hermana, y todavía la tenía pegada. A pesar de todo, estaba de buen humor y notaba cierta gracia revoltosa burbujeando bajo mi piel. Al cruzar mi mirada con la de Gabou, sonreí como quien tiene un secreto y me deshice del sombrero, del bolso y del cárdigan negro con flecos, dejando ver el vestido también negro que llevaba debajo. 

—Debería haber traído un poco de sándalo —comenté, mirando hacia arriba, a los rincones del techo—. Tienes un aura muy espesa aquí, mon ami.

Dejé la caja con el logo del café sobre la mesa, moviéndome como si estuviera en mi casa, y me acerqué para plantarle dos besos en las mejillas al detective. 

—Pero he traído galletas. Algunas tienen un vampiro dibujado, tu sais. Las he visto salir del horno et voilà —Chasqueé los dedos—, de inmediato me he acordado de ti. 

Si había una nota de ironía en mi tono quedaba diluida por completo con la sonrisa que la acompañaba. Miré hacia la puerta y esa sonrisa se extendió hacia Betancourt, que también había aparecido en ese momento. Dos podían ser casualidad, tres no. Así que sin duda había un motivo para que estuviera, estuviéramos, ahí. 

Comment ça va, docteur? Llegas justo a tiempo para una merienda tardía: tenemos galletas y café frío. 

De camino a la cafetera, me acerqué también a él, para darle otros dos besos.

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13/06/2022, 23:15
Le Docteur Betancourt

Hacía frío y tenía la entrepierna mojada. La gente no va por ahí con una mancha en los pantalones. Un evidente lamparón de café con leche de dos euros, con sus bordes difuminados y estúpidos, sobre mis aburridos pantalones grises.

Mi idea para aquella tarde habría sido ir a mi apartamento después de salir del hospital, comer algo, cambiarme quizá, e ir a ver a Gaboy. Quería tomármelo con calma, que ese chalado no se diera cuenta de las pocas ganas que tenía de hablar con él; ni con él ni con nadie, pero menos con Jean. La gente no va por ahí inventándose palabras, ni oliendo a ginebra a las diez de la mañana. Gabou era un tipo raro. Y se rodeaba de gente rara. Como yo, supongo, un tipo raro y aburrido con una estúpida mancha en los pantalones. Jean era lo más parecido que tenía a un amigo. Mi mejor amigo, supongo, y el único. Por eso habría querido estar de buen humor, presentable, y disfrutar de Dabou y su compañía. 

Pero alguien tuvo que meter a un niño en una hormigonera y hacerlo trizas. Y un juez, seguramente DuPont, pensó que Alain Betancourt era el más apropiado para determinar la causa de su muerte. Y para enfrentar el circo mediático que se iba a montar con todo esto. Merde.

Decidí alargar el paseo y no pasar por casa. París es una ciudad magnífica para pasear, si no te importan los estúpidos turistas y el tumulto. Me gusta tanto París como mal me caen los parisinos; siempre piensan que eres de fuera. Me sobraba tiempo, así que paré en La Vela a tomar un café, donde la presencia de un perro gigantesco me incomodó hasta el extremo de tirarme el café encima en el proceso de salir pitando de allí. No soporto los perros. ¿Nadie se da cuenta de que esos estúpidos animales nos están invadiendo?. Huelen mal, son maleducados y defecan en cualquier sitio. ¿Qué tienen de agradable? Lo ignoro. Además son peligrosos. La gente desconoce la cantidad de muertes por ataque de perro. Hace tres años, una jauría mató a una mujer embarazada, en algún bosque de Retz. Tan sólo era una muchacha.

La gente no debería ir por ahí con esas bestias.

La larga cuesta se me hizo más empinada de lo habitual, y la subí resollando mirando mi propia sombra alargada y patética. Mi forma física era lamentable. Mi ánimo era lamentable. Mi vida era lamentable. Debería coger la bici, pensé. La gente va diciendo por ahí "el que tuvo retuvo", pero no tienen ni idea. Una semana sin entrenar se nota. En un mes pierdes forma, en un año pierdes tres y diez años te matan. Oh, Tourmalet, Mon Ventoux, Alpe d'Huez... ¿Volvería a subirlos alguna vez?.

Cuando llegué al despacho de Jean, la puerta estaba abierta, y antes de entrar ya pude escuchar que había alguien más. ¿Por qué Gabou no me había avisado?. Se trataba de Hékate, que por lo visto acababa de llegar. Qué faena, vería la mancha de mis pantalones y pensaría de mí que soy estúpido, si es que no lo pensaba ya. 

Así que era cierto. 

Esta vez Gabou tenía algo.
 

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14/06/2022, 16:22
Jean Gabou

Al escuchar a Hékate hablar, levanté la cabeza de mi bloc de notas y miré a la joven. Sándalo. Sonreí. Cosas de hippies. Hékate era como la versión buena de mi hija Sabine; tenía todas esas cosas medio bohemias, medio hippies, pero en Hékate tenían un orden, un cierto orden que yo era capaz de apreciar, quizá sólo yo, no sé. Órcate.

—Creo que a la gente le gusta este… ¿cómo has dicho?… ¿aura? Bueno, no sé, a lo mejor no les gusta. A mí sí. Bastatro. ¿A ti te gusta? —inquirí mirándola con sinceridad.

Correspondí a los dos besos de la joven y miré satisfecho las galletas. Saqué una de ellas y le di un buen mordisco, sin mirar mucho aquello de los vampiros. Dejé el lápiz sobre el bloc de notas y me recliné hacia atrás en mi asiento, mientras disfrutaba de esa galleta recién horneada.

—Mmm —dejé escapar—. Rica. ¿Hay algún mensaje oculto, Hékate? ¿En los vampiros? ¿Tengo los dientes demasiado afilados? Drentos. Valimpo. ¿O quizá el mensaje es porque estaban recién salidas del horno? ¿O cómo funciona esa cabecita que hace conexiones entre unas galletas y mi persona?

Me quedé esperando una respuesta de la joven ocultista y luego miré a Le Docteur. Por supuesto, no se me pasó por alto la mancha de su entrepierna. Siempre fui un hombre observador. Eso es lo que los detectives hacemos, ¿no?, observar pequeños detalles. Detectolonio. Bueno, esa mancha era más que un pequeño detalle. Apunté con mi dedo —con la misma mano con la que todavía sostenía la galleta a medio comer— a la entrepierna de Le Docteur, sin dejar de mirarlo justamente ahí.

—Le puedo recomendar una buena tintorería para eso, Docteur —dije, aún tragando un último trozo de galleta—. Tenmoriro. Hmm, ¡qué ricas galletas, Hékate! Dello. ¿Cómo es que nunca antes las había probado?

Me metí el trozo que tenía en la mano en la boca y alargué los dedos hacia la caja para agarrar otra. Me puse en pie mientras me la llevaba a la boca y traté de hacer un hueco en una de las sillas, sacando los ceniceros y la botella de ginebra. Los dejé en el suelo. Luego agarré la jarra de la cafetera y serví un café en una taza. Se la alargué a Hékate.

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14/06/2022, 17:00
Hékate

Miré con un escepticismo indulgente a Gabou cuando aseguró que a la gente le gustaba el aura del lugar, que a él le gustaba. Era mi expresión la de quien sabe y ve más allá, cosas que no son tan sencillas de explicar a los que no; él se explicaba con esas palabras raras con las que salpicaba sus frases. Yo me limitaba a encogerme de hombros, como en esa ocasión. 

—Puede que te guste, pero te va a dar dolor de cabeza. Está muy espesa. A veces hay que aligerar los rincones, tu sais, ahí se acumula de todo. Todo el humo que se te escapa cuando te pones a pensar y pensar y pensar… ¿dónde te crees que va, Gabou? A los rincones —me respondí yo sola.

La sonrisa se amplió al escuchar sus preguntas, intentando entender lo que decenas de psicólogos habían dado por imposible. 

—¿Qué opinas tú, mon ami? —le devolví la pregunta, con ganas de jugar—. ¿Por qué crees que he tenido el impulso de venir hoy a verte? Por algo ha tenido que ser. —Subí y bajé las cejas, haciéndome la misteriosa, sabiendo que no había respondido. 

Oculté una risilla apretando los labios al ver la mancha del pobre docteur, pero no me quedé mirando su entrepierna como hacía el malvado de Gabou, que hasta la señalaba. En lugar de eso lo miré a él satisfecha al ver que le gustaban las galletas. 

—Hace mucho que no pasas por el café, por eso no las habías probado. —Dejé ir una risa ligera—. Tenemos nueva repostera, Claudine. Tiene unas manos maravillosas y la felicidad flota a su alrededor. —Mis ojos se fueron hacia Betancourt—. Prueba una, docteur, ya verás. Hay algunas con forma de calabaza, son mis favoritas. Saben a otoño.

Me senté en la silla recién liberada, cogí la taza que me ofreció el detective y aspiré el aroma del café antes de dar un primer sorbo tentativo. 

—Sí, está frío —reí—. Pero compensa lo bien que huele. 

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15/06/2022, 13:55
Nicole Collard

Tras el andar pesaroso del lúgubre docteur Betancourt, ese antaño devorador de montañas de rostro aquilino, justo en el momento en el que Hékate y Gabou intercambiaban pareceres triviales sobre galletas lovecraftianas y café frío, accedió al interior del sanctasanctórum del Grupo Lambda el cuarto y último integrante de esta unidad de elite en la investigación paranormal.

Los pesados pasos de sus botas militares ya advertían del advenimiento del huracán desplazándose inexorable por el pasillo, rumbo al despacho. Se abrió la puerta y la inconfundible estampa de Nicole se dibujó en el umbral. Joven, de una edad próxima a Hékate, pero de una personalidad antagónica. Les observó con sus enigmáticos ojos rasgados, esos verdiazulados iris que todo lo estudiaban en clave de píxel desde el anonimato que le confería su reino secreto en algún rincón de la Dark Web. Ojos de araña virtual. Por supuesto, llevaba su inseparable chupa de cuero color Tormenta Roja en Marte, una en cuya espalda llevaba el estampado de una calavera diabólica que aplastaba entre sus poderosas mandíbulas una granada de humo. A la altura de la cintura una leyenda rezaba: Anarchy Reigns. Nico se cubría su media melena rubicunda con la capucha gris de su sudadera deportiva. Había descuido manifiesto en el modo en el que aquella muchacha trataba su pelazo lacio. El resto de su atavío lo remataban unos tejanos grises muy gastados y una voluminosa mochila cuyas tiras estaban decoradas por una veintena de pins, todos ellos referencias a eslóganes de películas americanas.

Se quitó los auriculares. Al hacerlo, un atronador Heavy metal resonó con rabia en la oficina durante un fugaz instante antes de que apagase Spotify en su celular. Tiró el cigarrillo que sostenía en los labios al suelo con lo que pareció un deje de inquina personal y aplastó la colilla con el talón de su bota sin mucho miramiento.

Nico tenía grabados en su rostro todos los rasgos canónicos de una típica y agraciada mujer francesa, pero su animal totémico era sin duda un gran perro negro y maaaaaaaaaloooo.

—Ha empezado a llover —dijo en un tono hosco y apagado, como si el cielo le debiese dos meses de alquiler.

Se puso en movimiento. Era impaciente. Se acercó a una silla con el andar propio de un leopardo acostumbrado a desplazarse en asfalto. Desplazó el bloque de papeles que Gabou había apilado sin un orden lógico aparente y tomó -mejor dicho, se dejó caer en el- asiento pesadamente. Se la veía cansada. Las ojeras que circundaban sus párpados arrojaban una conclusión: insomnio. 

Sorbió por la nariz ruidosamente. No se había quitado la capucha.

Sacó de uno de los bolsillos de la mochila un pincho, un dispositivo USB. Jugueteó con él entre sus dedos tatuados.

Empezó a taconear con una de las botas mirando a Gabou, a Hékate y al docteur Betancourt.

—¿Sabes que una colilla mal lanzada sobre el cenicero podría hacer arder este lugar hasta los cimientos? —preguntó con truculento sarcasmo a Gabou.

Sabía que Gabou lo sabía.

Incluso, sabía qué palabreja usaría para contestarle.

Gárganos.

—¿Hay algo nuevo? —preguntó.

Aunque Nico no encajaba bien en el estereotipo de jovencita indefensa, la pregunta sonó extrañamente a súplica.

Volvió a sorber la nariz mientras abría en su smartphone sus notas sobre las palabras de Gabou, preguntándose cuál usaría hoy como novedosas.

De reojo miró a Hékate. Miró las galletas. Miró a Hékate. Se sorbió la nariz para enmascarar el lamento de su estómago. Miró la mancha del pantalón del docteur. Arrugó la nariz. Se estremeció.

¿Cuándo había comido por última vez?

Siguió jugueteando con el pincho. Sucios secretitos gabousianos bailoteando entre sus dedos tatuados.

Galletas.

Gaaaaaalletaaaaaaaaaaaas.

Notas de juego

Ahora es cuándo.

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15/06/2022, 18:32
Le Docteur Betancourt

Habría cogido antes una de esas apetitosas galletas de calabaza si Gabou no hubiera estado cohibiéndome con su mirada, divirtiéndose mientras deducía, a tenor de mi mancha y el atuendo que llevaba bajo ella, mi actividad a lo largo del día. Jean era un detective estupendo, y si no disfrutaba del éxito del que su talento le hacía merecedor era por sus excentricidades y sus palabrejas. Rariontadas. 

Hékate era diferente. Atraía a los demás hacia sí, bastaba con conocerla. Esa encantadora joven no había tenido las cosas fáciles, hasta que hubo encontrado su su lugar. Destilaba la humildad del que ve, mientras los demás miran. La gente no va por ahí hablando con los muertos, está claro, pero Hékate era distinta. No había oscuridad en ella.

Al fin me decidí a alcanzar una de aquellas galletas de otoño, que me miraba desde el plato que Hékate sostenía. En su conversación con Jean ella movía el plato de una mano a otra, haciéndome difícil coger la pasta ahora que me había decidido a ello.

Al fin, ella sostuvo una taza del café frío con una mano mientras en la otra el plato adoptó una posición más o menos fija; ahí estaba. La galleta de calabaza.

Con dos dedos, delicadamente, me dispuse a cogerla, cuando se abrió la puerta del despacho y entró Nicole, dando más patadas que una compañía de Voltigeurs.

Mis dedos apenas rozaron la galleta, que volvió a alejarse.

Me llevé el dedo a la boca, ausente, para saborear una audaz miguita que se había quedado adherida.

Me entró un hambre terrible. Por eso la gente no va por ahí comiendo miguitas. Es mucho peor.

Nicole Collard daba bastante miedo. Además, parecía gustarle el fuego, más allá de sus apestosos cigarrillos.

Posiblemente, no sería su único vicio, a juzgar por las ojeras y su sorber de nariz constante. 

Nicole daba bastante miedo, sí.

 

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15/06/2022, 18:47
Cerebro reptiliano primigenio

El brillo en la mirada de Nicole te hace sospechar que ese pincho tiene algo que TÚ quieres.

¿Cuál es tu palabra para Sucio SecretitoTMdetective?

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15/06/2022, 18:48
Cerebro reptiliano primigenio

Ahí está, agazapada otra vez, sin quitarte ojo de encima. Al menos, lo intenta. Las galletas la atraen.

Algo en tu interior te dice que Nicole adoptaría otra máscara diferente si estuviese a solas contigo... O si tú no estuvieses en esta habitación.

Mira ansiosamente a Gabou.

¿Por qué?

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15/06/2022, 18:50
Cerebro reptiliano primigenio

Puede que tu miedo a Nicole esté justificado, docteur.

¿Quizás deberías recetarle unos somníferos para que concilie el sueño...?

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15/06/2022, 21:35
Jean Gabou

—Los rincones —respondí ante las ocurrencias de Hékate—. Claro. Bueno. Así es más fácil barrer después, ¿verdad? Si todo se acumula en los rincones. Un ventilador, fu, fu. Y listo, ¿eh? ¿Qué dices? ¿Tienes un ventilador de auras? Fufunirador. ¿Hm?

Me metí la galleta en la boca de un sólo trozo, mientras miraba de reojo a Le Docteur tratando de agarrar una galleta. Sin importarme demasiado sus esfuerzos, agarré una tercera galleta, una de esas con forma de calabaza que intentaba agarrar Le Docteur de forma infructuosa. Le rebocé mi éxito por la cara con una mirada fugaz y un levantamiento de cejas, como diciéndole: «¿Ve usted qué fácil es coger una galletita?».

—Bueno —respondí a Hékate mientras le daba un mordisquito, esta vez uno pequeño, a la tercera galleta—. Vuelves porque te gustan las auras pesadas. Claro. Pesnios. O porque te gusta recordarme que tengo muchas auras pesadas. Quizá te preocupa que me duela la cabeza. ¿Has traído un paracetamol? Le Docteur seguramente sí. ¿Verdad, Docteur? ¿Le gustan las galletas? Son ricas, deliciosas. Dello. Oh, no, claro, has venido para traerme galletas —dije devolviendo la conversación a la joven—. ¿Verdad? Deberías presentarme a Claudine. Quiero conocer esas manos mágicas. Mengiranos.

En ese momento, entró Nico por la puerta, a su estilo. No me molestaban los modales hoscos de la muchacha. Al contrario, aquellos modales fueron siempre para mí tan necesarios como las auras pesadas en los rincones, las galletas y la alegría de Hékate o los silencios y la entrepierna manchada de Le Docteur. Todo en su sitio. Tranjicaroso.

Tranjicaroso, tranjicaroso. En París siempre llueve, Nico. Ploviorís —respondí a su saludo.

Luego, me quedé mirando el pincho USB de la joven hacker mientras seguía dando pequeños mordisquitos a la galleta. Todavía tenía la jarra de café en la mano y estaba de pie, así que me acerqué hasta la cafetera, pero antes de dejar la jarra, miré a Nico.

—¿Café? Corfé. Está frío, pero Hékate ha traído unas galletas deliciosas. Y nutritivas. Y seguro que tienen un aura fenomenal. Altimoñín. Perfectas para limpiar rincones —dije girando un segundo el rostro hacia Hékate para hacerle un guiño cómplice—. ¿Y tu pinchito? ¿Viene con buena aura o con mala aura? Espero que hayas traído un portátil, ya sabes que yo no tengo cosas de esas aquí. Maquilotano. ¿Hm?

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15/06/2022, 22:12
Hékate

Me tuve que reír con las cosas de Gabou y su ventilador de auras, aunque, en realidad, era un modo mundano de explicar lo que hacía el sándalo, una explicación para todos los públicos. 

Fufunirador —repetí entre risas, encantada con el nombre que le había puesto a ese aparato imaginario—. Sí, es justo lo que necesitas aquí, mon ami. ¡Fu, fu! —dije, haciendo aspavientos en el aire con la mano libre, como espantando gallinas—. Un fufunirador. Una lámpara de sal podría servir también. Mientras tanto, te dejaré un cuarzo blanco, te equilibrará las energías, tu sais

Totalmente ajena a los intentos del pobre docteur para hacerse con una galleta, bebí otro sorbito de café mientras escuchaba al detective intentando adivinar qué hacía yo ahí. Todo era más simple y, a la vez, más complicado de lo que decía, así que seguí mirándolo con el aire travieso de quien se guarda un secreto, uno que nadie en el mundo podría acertar solo con lo que salta a la vista. 

—Pásate por el café y te la presento —dije, sobre Claudine—. Así pruebas sus croissants, délicieux.

La llegada de Nicole atrajo mi atención hacia la puerta e hizo brillar mis ojos. Si tres no podía ser casualidad, cuatro era poco menos que un presagio. Podía sentir cómo el universo se preparaba a nuestro alrededor para algo. Todas las energías confluían al mismo tiempo, eso no era casualidad, ni algo que pasara cada día. 

—Nicolette, qué bien que hayas venido —saludé jovial—. Tienes el aura muy turbia, chérie. ¿Cuánto hace que no duermes? Coge una galleta, o dos, Gabou tiene razón —Le devolví el guiño—, son perfectas para limpiar rincones, por dentro y por fuera. 

Bebí otro sorbo de mi café frío y los miré por encima del borde de la taza, con esa sonrisilla revoloteando en las comisuras de mis labios. Había cierta expectación en mi actitud, pues estaba esperando que llegase ese algo. ¿Sería algo bueno o algo malo? Imposible de decir, pero viendo el grupo que se había formado espontáneamente en aquel despacho sí podía asegurar que iba a ser algo interesante. Y seguro que no tardaríamos en descubrirlo.

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16/06/2022, 14:25
Le Docteur Betancourt

La que iba a ser una aburrida e íntima reunión con Gabou y su jerga terminó siendo una reunión en toda regla.

Éramos cuatro ya, y al ritmo que iban cayendo si no me daba prisa no podría probar las galletas. Con forma de calabaza preferentemente, pero llegados a este punto me habría conformado con cualquier otra estúpida pastita, indistintamente de su forma o composición. 

El hambre había tomado el lugar del desconcierto por aquella inesperada asamblea, incluso me había olvidado de la mancha de café, seca y evidente.

Miraba la bonita caja, con el logo del café, igual que la Collard, que ojerosa las miraba como si no hubiera comido en días.

- Quizás debería recetarte unos somníferos para conciliar el sueño - murmuré a Nicole cuando Hékate sacó el tema, más como una herramienta para acercarme a la dichosa caja de galletas que por genuina preocupación por ella. 
 

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16/06/2022, 15:32
Nicole Collard

—Ajá —dijo la elusiva Nico, sus ojazos felinos aún mirando la caja de galletas Claudine's Finest.

Dio la sensación de que lo que activó aquella respuesta por su parte fue el ofrecimiento del docteur a recetarle unos buenos somníferos. Y existía la posibilidad de que los anhelase con más ansia que las galletas que reposaban tentadoras sobre el caótico escritorio de Gabou.

—Sí... Sí. Estaría... Estaría bien. Supongo —dijo algo errática, mirando con cautela a Betancourt.

A Nicole el buen docteur le generaba sentimientos encontrados. Por edad, podría ser su padre. Seamos realistas: Más bien su abuelo. Para ella Betancourt entraba gloriosamente en esa categoría de personas que, como Gabou, solo podían definirse como analógicos. Los portadores de los gremlins. La odiosa legión anticomputadoras.

Luego estaba el incidente.

¿Cómo olvidar el incidente?

Nicole había leído mucho sobre cada uno de los tres integrantes de Lambda. La fascinación por los dones de la Chica del Pelo Púrpura, la Detective Médium, había sido el anzuelo que la había arrastrado hasta aquella sórdida oficina, un caótico despacho en el que solo faltaba Jean Paul Belmondo emergiendo en tonos sepia del ropero. Comparándolos con Hékate, Gabou y Betancourt no parecían tan sugerentes en un primer vistazo, pero Nico había aprendido una valiosa lección al indagar sobre la vida de los demás: todo el mundo esconde algún secreto.

Todo. El. Mundo.

Gabou tenía sus palabras como almohada de seguridad. Betancourt solo tenía su escepticismo, lo cual era reseñable porque, según había leído, juraba haber sido atacado por un cadáver. No era la afirmación más racional posible para un reputado médico, desde luego. ¿Negación? ¿Era esa la armadura de Alain Betancourt?

Cuando Hékate le dirigió la palabra, alegre y afable como siempre, Nicole evitó mantener contacto visual. Le molestaba mirar a la gente con ojos vidriosos.

—No lo sé. Días. Creo —contestó, sin negar que el sueño le resultaba escurridizo.

En lugar de coger una galleta, sería correcto decir que se abalanzó hacia la caja como haría un famélico tigre de Bengala al ver a una temeraria ardilla bailando samba en sus narices. Solo cogió una. Le dio una dentellada con tal efusividad que la partió en dos. El crocante resonaba ansioso en su boca.

—Están buenas. Hum —dijo. No le pareció suficiente. Enfatizó. —Están jodidamente buenas. Gra... Gracias. 

Gabou le ofreció café. También Corfé. La primera vez que Gabou pronunció aquel palabro creyó entender Corfú. Pensó que ese viejales le estaba proponiendo de modo subliminal un crucero erótico por las Islas Griegas y echó mano al espray de pimienta, por si acaso.

Ahora las cosas fluían mucho mejor.

—Mejor no —Seguía taconeando. Se sorbió la nariz. Hacía tiempo que no lo hacía. —A menos que esté caliente —Matizó.

Gabou manifestó interés en el pincho. 

Dijo una palabra nueva: Maquilotano.

Nicole tecleó en el smartphone:

Maquilotano: Tecnología alienígena. Probablemente.

—Claro que tengo ordenador. Portátil, por cierto. ¿En Medievolandia no tenéis de estos? ¿Redactas tus contratos a mano? —preguntó haciendo un mohín de pura incredulidad.

Analógico. También Gabousiano. También Betancourtiano. Tanto daba.

—¿Es que no lees los periódicos? —inquirió, extrañada. Había un matiz de recriminación en su voz. Por algún motivo, focalizó la pregunta en Gabou, El Monstruo de las Galletas. Si eres el fundador del Grupo Lambda, el cliente potencial espera que conozcas la actualidad de la crónica de sucesos francesa. Al menos, esa era la opinión de Nicole, adicta a la información flotante en la Red. Procuraba insistentemente que Gabou leyese algo más que las derrotas cosechadas en la liga europea por el París Saint Germaine. Su éxito era moderado. Tirando a bajo.

—El robo en el Crune... ¿En serio? ¿No sabéis nada? Tiene a toda la Gendarmería sobrecogida. El ladrón ha sorteado bastantes medidas de seguridad avanzada y se ha llevado una cosa... Una sola cosa —Su voz empezó a ganar seguridad y sus palabras emergían atropelladas de sus labios. Consciente de ello, tragó saliva.

Engulló lo que quedaba de galleta. Miró de soslayo al docteur con aire culpable. Lo superó rápido.

—Un cuchillo de piedra.

>> Y está todo aquí... —dijo agitando el pincho.

A buen seguro, el contenido de aquel pincho no era legal. Nicole era así. Traía el delito a tus puertas sin pestañear.

En aquel instante, el Grupo Lambda aún lo desconocía, pero estaban a punto de averiguar que el Conocimiento es como una droga. Demasiado puede acabar matándote.

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16/06/2022, 16:40
Cerebro reptiliano primigenio

El Museo Crune.

Un pequeño y antiguo edificio de piedra en las afueras de París consagrado al arte medieval en todas sus formas.

Tiene una exposición sobre Las Cruzadas desde hace algunas semanas que ha tenido algún eco en la sección de Cultura de Le Monde.

Conoces su dirección.

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16/06/2022, 17:22
Jean Gabou

Asentí a las palabras de Hékate mientras apretaba los labios.

—Cuarzo blanco, cuarzo blanco. Claro, claro. Cuarzo blanco, sí. Bleneuse.

Dejé la jarra en la cafetera. No estaba caliente, así que Nico no querría beber. Corfé no. Volví a mi asiento, cogí otra galleta y, mientras la devoraba, abrí un cajón del escritorio y saqué una botella de ginebra y un par de vasos. Aparté varios archivos, algunos cayeron al suelo. No me importó lo más mínimo. Gárganos. En el hueco recién despejado, coloqué los dos vasos. Abrí la botella y llené los vasos hasta la mitad. Tomé uno de ellos en la mano y le di un trago, aún con algo de galleta en la boca. El segundo vaso quedó sobre la mesa, huérfano.

—¿Así que Claudine también hace croissants? —pregunté distraídamente a Hékate, aunque mi mirada había vuelto al pincho USB que daba vueltas en los dedos de Nico—. ¿Qué te parece, Nico? Croissants y galletas. Quizás deberíamos ir a visitar a Claudine un día, ¿hm? Yo te hablo de galletitas y tú me hablas de contratos. Nico. Nico, Nico. El chico del cyber se encarga de eso para mí, ¿Rémi? Sí, Rémi. Contratos y demás brómeros. Eso. El correo electrónico —añadí misterioso, mientras movía los dedos de mi mano libre en el aire, como si estuviera tecleando o quizá lanzando un embrujo—. De todas formas, si me llega algún correo importante, seguro que tú me lo dices.

Yo no era tonto, claro. Puede que estuviera hablando de galletas, pero no era tonto ni ingenuo. Yo sabía que Nico podía ver… no, debía ver mi correo electrónico todos los días, si es que no se había cansado ya de ver correos de un príncipe nigeriano que estaba empeñado en darme dinero.

Volví a dar un sorbo a la ginebra mientras escuchaba los reproches y noticias de Nico.

—El Crune, ¿eh? Así que el Crune. Claro, ese museo. Un cuchillo de piedra, ¿hm? Silexillo. Hm. Claro. Algo había visto yo por aquí, sí.

Empecé a rebuscar entre los papeles y recortes de periódico mientras murmuraba:

—La Gendarmerie, claro, la Gendarmerie, ojetorrón, ojetorrón.

Saqué al fin un periódico y revisé la fecha mientras bebía otro sorbo de ginebra.

—Sí, este es. Pero seguro que tu pinchito tiene mucho más que este periódico, ¿no?

Ojeé la portada y resoplé un poco al ver en una esquinita un 1-0. Un tal Nacho. ¿Quién demonios era ese Nacho?

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16/06/2022, 19:57
Le Docteur Betancourt

¿Silexillo? Sí, lo había visto en las noticias. Pese a lo que Nicole pudiera pensarse de este maduro Doctor, hacía un buen uso de la tecnología.

Cada mañana, como parte de mi rutina para empezar el día, contaba con diez minutos para ojear los titulares en la pantalla de mi teléfono inteligente. Los mismos diez minutos entre el nuasé y la ducha, cómodamente sentado y haciendo gala de la puntualidad británica de mi intestino. 

O quizá era el café. Lavazza en cafetera italiana. Agua mineral hasta el tornillo. No más.

La gente hacía el café de cualquier manera. Cofín, o cofagüín, como decía Jean. Estúpidas palabrejas inventadas, se clavan en la mente de uno como abrojos.

- ¿Y si pedimos algo de comer? - Estaba claro que las galletas iban a desaparecer, y ya iba siendo hora de meter algo al estómago. Algo salado.

- ¿Comida pakistaní? - París estaba lleno de aquellos estúpidos vehículos con los que llevaban comida, gente y lo que fuera. 

- El New Jhelum, o el Kashmir House, ¿Qué os parece?. Puedo llamar yo - Dije, tratando de hacer gala de mi soltura en cuanto a tecnología.

Sostenía frente a mí el móvil, entornando los ojos y alejándolo, mientras miraba la pantalla con cara de concentración, y trataba de desbloquearlo con un dedo poco ducho en pantallas táctiles.

- Merde, estúpida pantalla, ahora no me pinta el dedo.

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16/06/2022, 20:13
Hékate

Al final resultaba que la única que no sabía nada del robo en el museo era yo, lo cual resultaba curiosamente apropiado porque siempre tenía cosas urgentes de las que ocuparme y poco tiempo para andar leyendo periódicos. Cosas que a mí me parecían más tangibles que las noticias de actualidad, pero que solo eran jirones de niebla para el resto, con suerte. 

Mis ojos fueron pasando de uno a otro, hasta que al final terminaron en Nicole, la que no dormía. Al menos estaba comiendo algo. Las galletas de Claudine eran todo un éxito, no podía ser de otro modo sabiendo que ellas eran quienes me habían llevado a ese despacho. 

Bon, ¿y qué pasó? ¿Es un cuchillo especial? Vi algo de una exposición sobre Las Cruzadas.

Me levanté y me acerqué a la mesa de Gabou, pero no para coger el vaso de ginebra que parecía estar suplicando que alguien lo tomase, sino para colocarme detrás de él y echar un vistazo al periódico por encima de su hombro, apoyando la mano en él con total familiaridad. 

—Comida pakistaní me parece bien —dije, subiendo la mirada un momento hacia le docteur—. Pide algo de arroz para mí.

Y volví a centrar mi atención en el periódico. ¿Era eso el algo que había estado esperando?

Allons-y, Gabou. Déjame ver esa noticia, anda. 

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18/06/2022, 09:35
Narrador

La copia que Gabou posee del diario resalta en la crónica de sucesos un breve relato a la noticia: 

¡Robo de película en el Museo Crune!

 

En la noche del día de ayer, el Museo Crune, institución consagrada al arte medieval y una de las joyas ocultas tras los Campos Elíseos de París, fue el escenario del hábil robo de una de las valiosas antigüedades expuestas a propósito de la colección dedicada a Las Cruzadas que el museo exhibe durante estas últimas semanas. En particular, según relata el aún aturdido André Lobineau, jefe de la exposición antes citada, el objeto del hurto es un antiquísimo cuchillo que podría, dice, haber pertenecido en su origen a la histórica secta árabe de los Hassassini.

La conmoción en este pequeño museo es considerable. Un airado Lobineau afirma que lo más llamativo de todo el asunto es que la sofisticada señal de alarma que, en teoría, protege todas las piezas de la exposición no pareció funcionar correctamente en el instante en el que tuvo lugar la fechoría, por lo que asegura que demandará a la empresa instaladora por daños y perjuicios en lo que promete ser un juicio mediático de alto voltaje.

Según relatan a este periódico fuentes policiales, el ladrón accedió al interior del Crune desde el techo haciendo gala de un talento felino, descendiendo desde una altura de más de doce metros de alto a través de un butrón en el icónico tragaluz de la galería medieval tan apreciada por los parisinos. 

La Gendarmerie francesa, tras destinar a la investigación a uno de sus más capacitados inspectores en la sección de Robos, le inspecteur Couronne, asegura a este cronista con la rotundidad que se presupone a este perro de presa que darán con el culpable.

Notas de juego

El periódico es de hace dos días.