Partida Rol por web

Entonces lo cambiaré para darle otro al Sire.

;)

Despiertas cuando el sol esta desapareciendo y sus rayos no son más que un reflejo gris que apenas molesta. A diferencia de otras veces, Alexander se despierta al mismo tiempo. Se levanta y empieza a prepararse. Ahora no puedes dejar de ver sus orejas asomar de vez en cuando, sutilmente, entre su alborotada melena.

- ¿Estás lista, cachorra? Esta noche llegaremos a la Ciudad de los Lamentos. Aunque más bien la llamaría un pozo de sangre. Es una pena que tengas que ser tu quien se meta en el meollo.

Me sorprendo ante el despertar tan poco usual de Alexander, pero ya he aprendido la lección, por lo que prefiero no hacer comentarios al respecto. Por otra parte, me alegra no tener que esperar hasta que la marmota se digne a levantarse.

_Pozo de sangre, ¿eh? Suena acogedor..._ bromeo mientras me dispongo a seguirlo _Además, sólo he de convencer a unos cuantos vástagos que nos infravaloran, tú te llevarás toda la diversión, Alexander. He de ser yo la que aguante a las sanguijuelas políticas, tan pomposas y presuntuosas que dudo se levanten de sus asientos aterciopelados para recibirnos.

Sonrío mientras me imagino cómo se las entenderían los ventrue con una manada furiosa de gangrel.

_En fin, estoy cansándome de tanta cháchara, y más hoy que te has despertado pronto y podremos disfrutar un poco más de la noche. ¿Vamos?

- Eres impaciente, y me sacas de quicio. Pero tienes razón, será mejor que nos marchemos ya. - Alexander sale por la puerta y te guía entre las calles de la ciudad. Camináis durante una media hora hasta llegar a un parking público.

El gangrel observa uno a uno los coches hasta llegar a uno en concreto, ante el que sonríe. Llega hasta la puerta, mira a un lado y a otro y golpea el cristal con un rápido puñetazo. Abre la puerta desde dentro y saca los cables de debajo del volante. Te mira y levanta una ceja.

- ¿A qué esperas? Sube.

Obedezco, aunque no disimulo mi consternación. Acabamos de llegar y ya estamos cometiendo delitos. No es que me importe, en realidad, pero tampoco era cuestión de llamar la atención sobre nosotros.

Ya en el vehículo, me abrocho el cinturón, quizá por recuerdo de mi anterior vida, quizá por inercia. 

_Muy sutil, "Balto"_ digo medio en broma. En cierto modo disfrutaba haciéndolo enojar _¿Qué será lo próximo? ¿Entrar en un 24 horas para rechupetearnos al encargado bajo la atenta mirada de los fluorescentes?

- Es un coche caro. El dueño no tardará en buscar otro. Seguramente ni le importe buscar éste con tal de no meterse en líos.

Cuando el vehículo arranca, Alexander te mira.

- Sé lo que hago. Espero que estés lista para lo que te espera, vas a tener que tratar con un par de pijos y calaña inferior a nosotros, pero no vayas de sobrada. Hay gente muy rara en ese lugar y no estaré ahí para que no te rompas las uñas.

Saca el coche del parking y os ponéis en marcha, hacia Munich.

Me acomodo esbozando una sonrisa mientras salimos del aparcamiento.

_Tranquilo, Alexander. Puedo parecer una gatita sumisa si hace falta_ le guiño el ojo _. Las mujeres tenemos muchas formas de manipular a los hombres, incluso en la no vida. 

Fijo la vista al frente y suspiro.

_Aunque no puedo decir lo mismo cuando se trata de otras féminas...

Disfruto del resto del trayecto sin decir nada más, reflexionando sobre lo que posiblemente me deparará el destino.

El grandullón esboza media sonrisa.

- A veces me sorprendes, para ser una cachorra quiero decir. - Los enormes y musculados brazos del gangrel manejan con destreza el volante mientras abandonáis la ciudad a una velocidad claramente mayor que la permitida. Casi te alivias de haberte puesto el cinturón.

- Te voy a dejar en el local e iré a hablar con quien sea que mande en ese tinglado. El resto es cosa tuya. Si te queda alguna pregunta, es tu última oportunidad.

Lo miro ladeando mi rostro hacia él sin separarme del reposacabezas.

_¿Qué hago si todo se tuerce, si esos vástagos pomposos se vuelven contra mí? 

Esa quizá era la pregunta más importante de todas.

- Hmm. - Alexander se queda pensativo. Extrañamente, parece que conducir le reconforta, pues está mucho más relajado que el resto del tiempo. Va concentrado en la carretera completamente, observando con sus claros ojos todo lo que pasa ante él.

- Dudo que se atrevan. Les hace falta gente. Se enemistarían no solo con los Gangrel, sino también con los Príncipes Escandinavos. Y visto el jaleo que tienen ahí, no creo que sea lo más conveniente. Aun así, si te ves en problemas, acude a tu gente. El clan es el clan.

_Bien, ya tengo ganas de llegar_ añadió ella por último con una sonrisa lobuna y un encantador y salvaje brillo en los ojos.

Después de aproximadamente una hora, llegáis, finalmente, a la ciudad de Munich. Los edificios antiguos se mezclan con los enormes rascacielos. La solemnidad de la ciudad es a la vez que soberbia, aterradora. Te parece ver un enemigo en cada sombra y jurarías que no eres la única. Observas los colmillos de Alexander asomarse cuando abre las fauces, casi gruñendo a lo que percibe, sea lo que sea.

Entre una de las calles distingues una columna alta donde una figura dorada domina los alrededores. Tras ella, un imponente edificio gótico se levanta en una muestra de poder y seguridad.

Pero ese lugar, por suerte, lo dejáis de lado. El gangrel sigue conduciendo hasta frenar en una calle lateral, frente a una puerta con un letrero en lo alto.

- Este es el Ojo. Te bajas aquí. Suerte. - Dice Alexander.