Hace un tiempo que veía extraña a Sol. Llegaba todos los días con la misma puntualidad, pero de alguna manera, había una parte de ella que parecía no llegar a tiempo. Tenía la misma actitud, los mismos gestos, la misma forma de sonreír descarada. Una vez lo hablé con mi hermana, pero no llegué a poder ponerlo en palabras. Sólo me di cuenta que había algo ahí. Seguía escribiendo y leyendo, todas las mañanas, iba y venía por la librería con igual ansiedad. Incluso supe que le mandó un par de cosas a mi amiga, a la que le parecieron buenas algunas, y otras bastante tiradas de los pelos. Y al mismo tiempo, empecé a notar que el aura de insolencia, esa temeridad-caparazón que siempre había tenido, se había empezado a extender. No sé qué habrá estado pasando en su vida fuera de la librería, porque ella no me hablaba de eso. Ahora, hace ya bastante tiempo que no sé mucho de ella. No desde que dejó Oviedo para irse a Catalunia.
Cada tanto me manda alguna carta. Eso me hace pensar que las cosas no andan del todo mal, porque todavía le queda ese romanticismo extraño del papel y la tinta. A través de eso me enteré que se había ido con un conocido, o amigo, o lo que fuera, y había decidido probar suerte. No fue algo fácil para Martín, sobre todo después de aquella experiencia tan fallida de hace un tiempo. Sé que desde ese momento, teme tanto como desea que el teléfono de la casa suene y sea Sol quien le esté llamando. Cuando supo que no iba a poder detenerla, en realidad cuando supo que si se ponía más pesado ni siquiera iba a saber de ella, le dio un poco de dinero y toda su buena suerte. Todavía me acuerdo de esa despedida esa tarde. Después, Martín me confesó que creía que no iba a volver más. Ahí me contó lo del Rulo.
Sol no había dicho nada. Bueno, más que nada, lo había mencionado así al pasar, como algo que se ve todos los días, de esas cosas inevitables que terminan saliendo en los noticiosos. Yo, bastante ingenua, le creí el desarraigo que le escuchaba en las palabras, en vez de fijarme de dónde venían. Martín se enteró de todo esto por Sol, pero más que nada por las autoridades del centro, y en el hospital donde terminó yéndola a buscar cuando lo llamaron. Cree que lo que pasó le afectó profundamente, que el ver a ese conocido suyo morir adelante de ella y casi bajo sus manos (cree haber escuchado algo de que Sol intentó auxiliarlo, pero se murió ahí mientras intentaba mantenerlo consciente) le mostró que no era invencible ni que era intocable. Pero Sol es Sol, y en vez de decaer, lo que hizo fue volverse más temeraria y tratar a la vida de un modo más inconsciente. Responder a la provocación con más provocación. Esas cosas de ella, su forma de lidiar con los problemas. Pero no soportó estar más acá, y se fue.
Martín me comenta que de tanto en tanto llama a la casa una chica, parece que compañera de Sol. Sara, dijo una vez, creo. Siempre le tiene que decir que no está, y una vez le dijo que le avisaría a Sol que la estaba llamando. En una de las cartas, Sol puso que de tanto en tanto recibía noticias de Oviedo a través del teléfono, así que imagino que hablarán. No sé qué tipo de relación tienen. Tampoco Sol se puede permitir llamadas demasiado largas, no mientras sólo tenga como hogar la Rambla de Barcelona. Podrá estar viviendo con un par de personas, que la alojan de onda y porque les cae bien, pero dinero de algún modo tiene que conseguir. Algo me dijo que se puso a hacer un par de espectáculos en la calle, colaborando con esta gente, mientras probaba suerte con lo del periodismo. No se le quitaron las ganas de actuar, tampoco de viajar. Pero como puso en una de sus últimas cartas, si en Barcelona no había lugar para ella, siendo lo que es Barcelona, sólo le iba a quedar buscar trabajo como escritora-máquina de artículos periodísticos impersonales y asépticos para uno de estos diarios como la Vanguardia.
No sé exactamente qué fue lo que pasó desde que llegó ahí hasta ahora. Sol me cuenta poco en las cartas, y no sé si es porque no tiene tiempo, porque no quiere hablar de su vida privada, o porque no quiere decirme nada que pueda infartar a Martín. Por eso me imagino que en realidad la cosa no fue tan idílica como puede parecer. No sé ni cómo conoció a esta gente, ni qué pasó con el conocido con el que viajó, ni qué exactamente está haciendo ahora mismo. Pero en realidad, mucho tampoco me preocupa. Es Sol. Encaminada o no, a algún lado va a llegar, y todos sabemos muy bien, va a usar los medios que tenga para vivir.
Flaca, el cuartel de los Mozos de la Escuadra estos es el mejor que visité, leí en la carta que me llegó hoy a la mañana. Ya hace más de un año y medio que Sol se fue de Oviedo, y justo me estaba acordando de eso cuando vino el cartero. Así, desayuné en la librería leyendo que había pasado un par de noches adentro, junto con un par de sus compañeros del círculo de escritores, por una serie de sucesos muy poco claros y confusos que habían tenido lugar en algún sitio de la Barceloneta en una madrugada. Parece que los hechos tomaron cierta notoriedad, porque la echaron de la oficina donde estaba trabajando -un trabajo que había agarrado sólo porque le permitía escribir a toda hora-, y como se desbandó todo, no pudo volver al lugar donde vivía y tuvo que pasar un par de noches disfrutando del insomnio y de la noche de la ciudad.
De todas formas, seguía la carta, conocí a un fotógrafo en un bar cerca de la Rambla. Un flaco macanudo, muy francés. Me invitó a pasar unos días en su pueblo, allá pasando la frontera. La carta venía con una estampilla extranjera, así que me imaginé que esos días no habían sido pocos, y que muy posiblemente, ni siquiera hubiesen sido con él. Martín me dijo que el número del que lo llamó la última vez tenía un prefijo extraño, y que cuando fue a fijarse, parece que era de Toulousse. Ninguno de los dos nos explicamos realmente qué está haciendo en Francia, aunque Martín cree que que quizás está teniendo un revival de su pasión por el teatro, y del encuentro de hace años con Gabrielle. Yo no sé, a mí me parece que está aprovechando para viajar, mientras puede hacerlo.
A veces no tengo guita ni para ir a tomar un café, ¿y sabés qué? Este lugar es tan interesante que lo que hago es subir un poco la parte de la colina, y me pongo a escribir. Nunca falla. Siempre aparece alguien que te convida algo. Estos franceses están de la cabeza. Bueno, franceses y catalanes, aunque viste cómo es lo de las fronteras. Y las noches son muy interesantes. Es un pueblo chico, pero con muchas cosas para contar. Daría para hacer un libro con esto. De hecho, te mando en el sobre un par de hojas para que leas un poco. De tanto en tanto, me gustaría tener las estanterías de libros de nuevo.
La ambición de Sol nunca fue llegar al poder ni juntar dinero como una máquina expendedora, y me parece que de alguna forma lo está logrando. Seguramente, de verdad, hay días donde no tiene nada en el bolsillo. No parece haber conseguido ningún trabajo desde el de la oficina, y tampoco parece importarle. Lo que sí tengo que reconocer, que lo que me mandó es movilizante. Se lo mostré a mi hermana después del mediodía, y opinó igual. Lo que dijo ella es que parece que Sol se está encaminando, por fin. Yo no sé. Lo que es seguro es que se está divirtiendo. Eso no me lo pone en las cartas, posiblemente porque no quiere escribirme para hablar de lo que hace en las noches, si no le interesa otro tipo de cosas. Pero estoy segura que es así. Sol no podría estar tranquila consigo misma si sólo se dedicase a esto. O es que Sol cambió mucho, y a la distancia, yo no me doy cuenta.
Martín dice que esto le resulta tan raro que a veces se encuentra soñando con que sueña el teléfono, y es ella, desde la cárcel.
Hace cinco meses ya que Sol volvió a Oviedo, después de pasar más de dos años y medio yirando. Si había tenido alguna duda de que podía haber cambiado, no, no cambió para nada. Volvió sin nadie, volvió casi sin nada, y orgullosa como se había ido. Había dado vuelta por Francia, había dormido con un italiano antes de conocer Roma, se había metido con una compañía de teatro itinerante que había terminado en Praga, y cuando se le acabaron el dinero, la suerte y las posibilidades, emprendió la vuelta sin ningún tipo de rencor hacia la vida. Martín casi se vuelve loco cuando apareció, y creo que todos los argentinos y medio argentinos que andamos por acá todavía estamos medio llenos después de todo lo que comimos en ese asado que cocinó para festejar.
El puesto que había ocupado Sol en la librería hacia tiempo que se lo había dado a otra chica, que no era nada parecida a ella, pero Sol de todas formas venía casi todos los días a la mañana para charlar y aprovecharse de la hospitalidad de los libros gratis. Se la veía radiante, y las cosas que contaba, eran aventuras. Había tenido amantes sin hacer asco a nacionalidades, había probado con los ácidos, y había despertado una madrugada en el medio de unos arbustos, en un parque que no conocía, en una ciudad francesa de la que no se acordaba el nombre. Algunas cosas de las que me contó me escandalizaron, pero para ella parecían no tener mayor trascendencia. Creí entender algo de un aborto, o de un susto, y la verdad no quise profundizar. A Sol parecía no importarle. La cicatriz en su antebrazo seguía ahí, como una marca de guerra, y sus experiencias seguían ahí, altivas, como cicatrices de la lucha con la vida.
Al final, mandó un par de sus manuscritos a un periódico local, que los aceptó para ir publicándolos, a modo de entregas, en una columna semanal sobre viajes. Le pagaron un buen dinero, suficiente para que sus primeros meses en Oviedo no fueran pura dependencia de Martín, que ya se lo veía venir. Tuvieron cierto éxito, bastante para la no tan grande tirada que tiene ese diario y lo local que es. Sol estaba radiante. Creo que en un momento, estaba de nuevo planificando otro viaje, pero para el otro lado del continente. Casi estoy segura que pensaba en la posibilidad de volver a América, y recorrerse como mochilera toda Sudamérica, aprovechándose de la diferencia cambiaria que hay ahora. Y al final me lo confirmó, una noche mientras estábamos tomándonos una cerveza en la librería cerrada. Planeaba irse para allá, seguir escribiendo y quizás, con suerte, poder seguir publicando eso.
Sé que por fin, cuando volvió, la chica que la llamaba de vez en cuando la encontró, y quedaron. Si no me equivoco, esa era la otra chica que estaba con ella cuando pasó lo del Rulo, ya hace tanto tiempo. Creo que entre ellas se generó algo, quizás, o quizás lo estoy inventando. No sé, yo escuché a Sol cuando hablaba con ella por teléfono. Algo en su voz no era de Sol. A saber qué hablaron cuando se volvieron a ver después de tanto tiempo. Yo no lo sé.
Ahora, casi tres años después de eso, Sol está preparando de nuevo la valija. Bueno, valija. Su mochila, sus documentos, la librera para escribir y todo el dinero que pueda juntar. Después de todo, a esta altura es imposible negarlo, la única valija que tiene Sol es la que lleva encima todo el tiempo, y es sí misma. No sé cuándo se va a ir, quizás cuando dejen de publicar los artículos en el períodico y entonces dejen de pagarle. Tendría que preguntarle. Voy a aprovechar esta noche, que la veo, porque hay reunión en la casa de Martín. A ver cómo sigue su vida...