Estaban en una encerrona. El sistema era obedecer y cumplir o cumplir y obedecer.
- Traiga la pluma chaberlan que voy firmando.
Ya estaba cansada y quería ver esa nave que había que reparar.
-Yo firmo-dijo Lorna casi automáticamente.
No había duda posible: la posibilidad de tener su propia nave y aspirar a tener un título nobiliario era, sencillamente, más de lo que había podido aspirar en su vida.
Los riesgos eran irrelevantes. No tenía nada que perder.
Definitivamente Mark pensó que debía haberse largado de los marines hacía varios años. La Lorna que recordaba era poco más que una paleta de Asim y ahora resultaba que dedicándose a la piratería había logrado que la nombraran capitán. Ya podía haber encontrado su vocación de verdad, por lo que les valía a todos los implicados.
Claro, que podía haber sido peor. Podían haber elegido a un tipo como Pavel, uno que probablemente no pestañeara en sacrificarlos y que además seguramente se lo vendería como la oportunidad de su vida, mismamente lo que estaba haciendo Oleb ahora mismo. Lorna al menos, por lo que recordaba, era una tía cojonuda y leal, y con ingenio. Sin nada de eso no habrían logrado salir de aquel planeta de mierda que ella llamaba hogar.
Estaba claro que la fortuna sonreía a los echaos pa’lante como Lorna, así que tocaba agarrar la oportunidad antes de que se escapara. Las otras opciones eran más jodidas. No iban a dejar que ninguno se marchara de allí tras darles un no y una promesa de no irles con el cuento al Imperio o la Jerarquía. O aceptaban o aceptaban.
- Alteza, será un honor unirme a esta misión como uno más de los oficiales de la nave bajo las órdenes de la capitana Lorna, alteza. – Lo mejor era dejar claro desde el principio que se consideraba un igual a los demás allí presentes, salvo por la capitana. Si se iba a jugar el culo y liderar a los marines de la nave en los abordajes, quería su parte igual del pastel y que no lo dejaran fuera de las reuniones. Lo del título y esas cosas para dentro de unos años estaban muy bien, pero primero había que llegar vivo a eso y tenía que salir todo bien, lo cual estaba lejos de estar garantizado, así que entre tanto quería poder tener pasta para disfrutarla en los espaciopuertos que no saquearan.
La empresa que el rey les proponia estaba meditada, nada arriesgaba el rey, Pavel no era tan idiota como para creerse que les harian duques y gobernantes planetarios, la nobleza no funcionaba asi.
Fruncio el ceño intentando pensar en una salida airosa pero no la encontro.
-Existen algunas opciones de salir de esto con bien, pocas hay que decir, pero para ello tendremos que ser lo suficientemente poderosos para negociar con el rey, un poco lo que pretende Oleb con el Imperio y los Aslan y con los mismos riesgos. Todo pasa por aceptar la oferta y ser listos, ademas de afortunados. la opcion b es salir de aqui en una bolsa para cadaveres. Y por mala que sea la oferta es la unica que puede sacarnos de la mediocridad. Gloria o muerte.-meditó.
Miro decidido al rey.
-Acepto la generosa oferta de su majestad, sera un honor servir al reino.
Una oportunidad única. El monarca los tenía completamente atrapados desde el principio. No había manera elegante de negarse sin incurrir en su enemistad. Aquéllo parecía una jugada desesperada, y tal vez lo fuera. Al rey se le acababan las opciones si quería realmente devolver su antigua gloria a Drinax. ¿Habrá más como nosotros? ¿Más piratas por ahí fuera con patentes en nombre del rey? Seguramente, pero no nos lo dirá. Más secretos para evitar comprometer a la Corona. Cuántas cosas habían pasado por sus manos mientras era secretaria del Real Cuerpo Diplomático que podrían comprometer a no pocos distinguidos miembros de la Corte... Sabía guardar silencio, claro está.
Pero la oferta tenía su premio, si todo salía bien. Convertirse en una Duquesa, con todo el prestigio que conllevaría para su familia, era algo que no podía desestimar. Sabía reconocer perfectamente la decadencia de los suyos, y durante mucho tiempo la Corte se había convertido en un recordatorio de la gloria del Imperio de Sindal.
-Volver a restaurar lo que fuimos una vez, Majestad, no será tarea sencilla. Pero si fuera fácil, no requeriría de personas extraordinarias para ello- sonrió mientras miraba a todos. -No cabe duda que estaremos a la altura de las circunstancias. En siglos venideros, esta fecha será conocida como el inicio del Renacimiento Sindaliano.
Oleb se rió con ganas. - Sin duda. Si tenemos suerte y sabemos aprovechar nuestras oportunidades. - El Rey se levantó y avanzó hacia sus nuevos corsarios. - Lord Rytep os indicará dónde podréis descansar. Mañana mismo os enseñarán la nave que vais a utilizar. Una maravilla tecnológica, una bestia magnífica pensada precisamente para esta misión: un incursor de clase Harrier. Y con una sorpresita, ¿verdad, Sivar? Una de tus ruedas girando dentro de otras ruedas...
En ese momento, se escuchó un ruido en un extremo de la sala. Los guardias del Rey se pusieron en alerta y el Chambelán se interpuso entre Su Majestad y el origen del ruido... mientras extraía una pistola láser del interior de su casaca, con una velocidad que probablemente delataba la existencia de más de uno (y más de dos) implantes de combate.
- Majestad, atrás. - dijo el Chambelán, mientras el Rey Oleb retrocedía hacia el trono. - ¿Quién va? - añadió, con voz firme, manteniendo su arma apuntando hacia tres figuras que salían de entre las sombras del fondo de la sala.
Dos de las figuras se revelaron como miembros de la Guardia Estelar, los propios guardias del Rey. Sin embargo, Rytep no bajó su arma; no sería la primera vez que una traición acababa con la vida de un monarca drinaxiano.
- Baja el arma, Sivar. Soy yo. - dijo con voz imperiosa la figura a la que escoltaban los Guardias Estelares. Era una joven cuya apariencia indicaba que no debería superar la veintena, aunque determinar la edad de un miembro de la nobleza, con su acceso a las drogas antigeriátricas, no era tarea fácil. Sin embargo, todos los presentes reconocieron a la mujer que acababa de hablar: la Princesa Rao, segunda hija del Rey Oleb y heredera al trono desde que cumplió la mayoría de edad.
Lord Rytep bajó su arma, se cuadró ante la Princesa y saludó marcialmente antes de hacerse a un lado.
- Padre. - dijo Rao, dirigiéndose directamente a Oleb. - Es Harrick. El Príncipe. El Maestro Voha ha llegado desde la Torre del Conocimiento y me ha informado. - La voz de la princesa temblaba de emoción. - Harrick...
La cara de Oleb palideció visiblemente. El Príncipe Harrick llevaba en coma desde la fatídica invasión de Asim. Más de una década sometido a los tratamientos médicos de la Torre del Conocimiento, regenerándose lentamente. Oficialmente. En la práctica, nadie esperaba que se recuperara a estas alturas. Y precisamente por eso Oleb había nombrado oficialmente heredera de Drinax a su hija menor.
- ¿Qué ha sucedido? - dijo Oleb, y por primera vez, los presentes vieron flaquear al Rey. - ¿Está...?
Los ojos de la Princesa se llenaron de lágrimas. Pero sonreía. - Está despierto, padre. El Maestro Voha lo ha logrado. Se ha despertado...
Puede que, de algún modo, Cassana tuviera razón. Puede que este día se conociera en el futuro como el día del Renacimiento Sindaliano.