La mujer se rió disimuladamente, mientras que el gesto severo de Von Braum mostraba claramente que no se creía ni una palabra. Lord Ireton bufó y se levantó de la silla, alisándose una arruga de sus pantalones.
-Así que debemos creer que entró aqui en busca de una mujer misteriosa de la que nadie aquí sabe nada, y a la vez siguiendo a un asaltante misterioso al que se encontró en esas misteriosas aventuras suyas en un tren. Y supongo que decidió entrar sin decir nada a los guardas y esconderse bajo la cama por algún motivo igualmente misterioso. En fin, me estoy aburriendo de perder el tiempo con usted. Irá a parar a una celda. Seguro que sus historias divertirán mucho a los carceleros. ¿Nos vamos?
Ofreció su brazo a la dama, que lo aceptó, y salieron de la habitación acompañados de Von Braum.
Jean Paul se pasó la noche atado y sentado en aquella silla, constantemente vigilado por un guarda. A primera hora de la mañana, Lord Ireton en persona vino a supervisar como lo sacaban de aquella habitación para meterlo en un carruaje de la policía.
-Le felicito, su compañero consiguió completar en la que usted fracasó tan miserablemente. Pero volveremos a encontralos, se lo prometo.-Ireton tenía una sonrisa en la cara, pero la mirada que le dirigió estaba cargada de odio y promesas, y ninguna agradable. Aquella frase fue lo último que le dijo, antes de cerrar la puerta y ordenar marcharse al cochero.
Los siguientes días, Jean Paul se los pasó en una celda, en lo que supuso que era la carcel local. Limpia y no demasiado desagradable, de eso no podía quejar, pero estab completamente aislado y la única compañía que tenía eran los carceleros que le traían la comidad tres veces al día y se negaban a dirigirle la palabra.
Dejamos aparcada tu historia por el momento, hasta el epílogo de esta primera parte y a la espera de la segunda parte.
Parpadeo de sorpresa ante la frase de Lord Ireton, e intranquilo por la mirada que este me dirige.
No te preocupes por eso, espero.