Partida Rol por web

Percival miro a la dama Renée con una sonrisa victoriosa como si hubiera descubierto la tumba de héroes como Aquiles e Áyax o como si habría presenciado un dios que le había asegurado de forma incondicional su favor.

-Esto quizás le suene bizarro e  increíble pero escúcheme por favor bella dama, pero empecemos por lo primero, James George Frazer, fue un famoso sociólogo que en su libro La Rama Dorada : un estudio sobre la magia y la religión consiguió  recoger tradiciones de tiempos antiguos atribuidos a la magia y al ocultismo, pues mire formula que las antiguas civilizaciones a veces hacían que sus magos, sacerdotes, chamanes o como desee llamarlos guardaran un supuesto enorme poder mágico en un pequeño objeto y la cosa sería, que pasara si ese cubo que el caballero Albert nos ha expuesto aquí es uno de esos artefactos con inmenso poder mágico y por ello mismo ese desgraciado cerdo de Schell lo ha robado para obtener ese poder- Dijo tras respirar hondamente y espero la respuesta de la dama mientras llenaba de nuevo su copa con un poco de vino tinto y tomo un lento trago.

Renée frunció el ceño desconcertada - Pero el señor Schells no robó el cubo después de todo, sino que lo partió por la mitad... ¿Sería su interior lo que deseaba agenciarse? - sus uñas perfectamente esmaltadas repiquetearon sobre las tapas del libro que tenía en su regazo.

Soltó un quedo suspiro de resignación, pues todo aquello escapaba a cualquier comprensió lógica, y aún así, lo veía factible.

- Mire lo que he encontrado yo, señor Percival - abrió el libro y comenzó a pasar algunas páginas, esperando a que su acompañante se acercase para poder leerlo con ella.

Percival y Renée ojearon el singular volumen. Carecía de índice y de tabla de contenido, numerosas ilustraciones poblaban sus paginas y constaba de unas 800 páginas.

En las páginas iniciales había una brevísima biografía del autor.

Friedrich Wilhelm von Junzt (1795-1840). Poeta, filósofo, antropólogo. 

Fueron pasando páginas al azar. El contenido del libro era único y perturbador. Von Juntz parecía ser un viajero sin igual y en sus páginas describía lugares tan dispares como Honduras o Sri Lanka, así como los extraños cultos con los que se había relacionado durante su estancia en estos. Otros pasajes parecían estar dedicados a enumerar ciertos procedimientos de carácter místico y lugares de poder. 
Una remota y oscura anotación hacía referencia a una ciudad antediluviana de inmensos pilares, oculta en las profundidades del desierto arábigo, Yremn parecía ser su nombre. 
El texto en si parecía no tener secciones determinadas, pero extraños rituales, hechizos y conjuros, la mayoría de los cuales dedicados a desconocidas entidades de impronunciable nombre, poblaban las últimas páginas.

Renée acababa de encontrar una página marcada, una de sus esquinas estaba doblada hacia dentro, cuando la profunda voz de Gerald llegó desde la sala más allá.

- ...tienen que ver esto -su voz era firme y pudo escucharse con total nitidez.

Pierre parecía haber recuperado la compostura y se dispuso a acompañarles, pero la reacción de Renée no fue inmediata, su mirada se hallaba fija en un párrafo de la página marcada.

“...Yejivuon fue uno de los pocos que escribió sobre ellos, decía que acechaban en tortuosas cavernas bajo las montañas y que eran servidores de los otros, aquellos que nunca degeneraron. Yo mismo vi sus altares hechos con cráneos humanos en aquellas montañas húngaras...”

Renée miraba absorta aquel párrafo, sintiendo un frío sutil adentrarse en lo más profundo de su pecho. Contuvo un escalofrío antes de mirar a Percival con la preocupación pintada en sus bonitos ojos. Se levantó con pesadez, como si el cuerpo le pesase. No solo por que el alma se le había caido a los pies leyendo aquello, sino porque el alcohol comenzaba a hacer su efecto, inundando cada célula de su cuerpo. Pero aquello no había acabado y tenía que aguantar un poco más.

Buscó el brazo de Pierre, que parecía encontrarse mejor, para apoyarse.. Con él siempre se sentía segura. Había estado con ella mucho tiempo y ahora parecía que lo iba a necesitar más que nunca.

- Vayamos a ver que tiene que decirnos el señor Gerald -

Percival miro a Renée y se acercó a ella de forma elegante para mirar con más detenimiento el libro que mantenía entre manos.

-Esperemos que, sea lo que sea que hubiera en el interior de ese cubo, que Schells no se hubiera podido apoderar de ello- Dijo Percival al acercarse a la dama con una seria expresión en la cara.

Percival estaba inmerso en las páginas  de  “Cultos Innombrables” mirando con suma atención a cada detalle que se presentaba en esa magnífica y  terrible obra del alemán, pero sus oídos le hicieron escuchar las palabras de Gerald para dirigirse con él y mira a algo, pero antes de dirigirse a él, vio por accidente un párrafo de una tribu que hacía oscuros actos para honrar a sus dioses y mi mente empezó a tener temibles pensamientos haciendo todo por mantenerse sana. 

Los tres salieron a la biblioteca, donde encontraron a Gerald acuclillado junto a uno de los expositores. Había apoyado la palmatoria en el suelo y parecía absorto en un punto en el suelo.
Cuando entraron en el diminuto e iluminado círculo, pudieron ver con claridad de que se trataba.

Era una roca triangular, de un color negro tan profundo, que parecía absorber toda luz que le llegara. Uno de sus vértices estaba empapado en lo que parecía ser sangre a medio coagular y a su alrededor podían advertirse finas líneas de la misma sustancia.

- ¡Con eso fue con lo que me rajó la cara ese bastardo! -exclamó Pierre al acercarse- . Debió caérsele cuando le aticé en el hígado. Juro por Dios que ese tipo es duro -meneó la cabeza a ambos lados- , no conozco a nadie que sea capaz de seguir corriendo después de recibir uno de mis ganchos. 

Nadie dudó un instante de las palabras de Pierre, sobre todo en lo concerniente a su fuerza -el tipo parecía ser capaz de tumbar a un caballo de un puñetazo- , pero una extraña sensación estremeció sus almas. Si Schells hubiera llevado aquel objeto consigo cuando entró en la sala, de ningún modo podría haberlo ocultado. Sus cantos eran demasiado afilados como para llevarlo guardado en un bolsillo -habrían rasgado la más recia tela con facilidad- y el tamaño general de la piedra -de unos 20 cm de diámetro aproximadamente- , hacía imposible que la hubiera llevado en la mano sin que ellos se dieran cuenta. 

El estremecimiento subió por sus nucas y se instaló en sus mentes, donde se arrebujó y terminó por convertirse en una, a todas luces, aterradora e imposible presunción. 

De repente y sin previo aviso, se restableció la electricidad y todas las luces del lugar se encendieron al unisono. 

Percival miro con asombro al encenderse de nuevo la luz, esto era muy probablemente lo mejor de todo el asunto. Al iluminarse de nuevo las habitaciones de la mansión, sus ojos pudieron examinar mejor la pieza que fue usada para rajar la cara del guardia espaldas de la dama de cabellos rubios, parecía a simple vista una cuchilla de obsidiana a modo de arma ritual como fue usado por varios civilizaciones del continente sudamericano, pero lo que de verdad le extrañaba pero a la vez llamaba su atención era que al parecer nadie había notado que este objeto  hubiera sido portado por Schells, intentando deshacer el temor que crecía en el interior de su mente, Percival saco un pequeño pañuelo blanco de uno de los “bolsillos” de su chaleco y cogió la hoja de forma lenta y cuidadosa para poder observarla lo más cercano posible a si e intentar sacar unas conclusiones acerca de este misteriosa roca negra que se encontraba delante de todos.

Percival sostuvo la roca entre sus dedos y la sometió a un intenso estudio. Su superficie en nada se parecía a la obsidiana, como en un principio había supuesto. Su tacto se notaba áspero y poroso, incluso a través del pañuelo y no había rastro alguno de vitrificación. Físicamente parecía algún tipo de piedra pómez, pero a diferencia de estas últimas, era bastante dura y pesada. 

Su análisis se vio interrumpido por la llegada de Albert, el cual venía acompañado de un oficial de policía y dos de sus ayudantes. El detective Orson se presentó al grupo e indicó a uno de los suboficiales que les tomara declaración. Acto seguido, Albert, Orson y el otro ayudante, ingresaron en la habitación donde se había desatado aquel caos. 

Un par de horas después se encontraban de nuevo reunidos en la sala de lectura. 
La policía había interrogado a todos y cada uno de los invitados y había abierto un investigación al respecto. Tomaron muestras de la masa lodosa, requisaron numerosos objetos, entre los que destacaban los trozos del cubo, las hoces y la oscura piedra que Gerald había encontrado y pusieron una orden de búsqueda para el tal Schells. 
John estuvo muy participativo durante el proceso y se ofreció personalmente a ayudar en la investigación, puesto que poseía numerosos contactos y recursos fiscales. El detective Orson se mostró de acuerdo y prometió que mantendría informado a Albert de cualquier novedad. También se le recomendó informar si pretendía salir de la ciudad. 

Una vez se quedaron solos, Albert les hizo una seña para que se acercaran. El fuego aún crepitaba en el hogar y el gran reloj de péndulo cercano daba la hora, las 3 de la madrugada. 

- He hecho preparar una habitación para cada uno -su voz sonaba cansada y triste a partes iguales- , aunque por supuesto no les obligo a que hagan uso de ella, simplemente supongo que están tan cansados como yo -encendió otro cigarrillo y arrugó la cara cuando el humo le quemó la garganta reseca- . Pero antes de marcharnos, necesito preguntarles algo. John y yo hemos resuelto llevar a cabo una investigación, paralela a la de la policía, acerca de lo aquí ocurrido -hizo una pausa y le dio una calada al cigarrillo- . Creemos que Schells iba tras la piedra que encontró Gerald, la cual suponemos, se hallaba en el interior del cubo. Así que, mientras la roca esté en manos de la policía, podemos pensar que no intentará nada -miró a cada uno de sus oyentes- , pero algo me dice, que no se quedará de brazos cruzados; lo cual me lleva a mi pregunta: ¿están interesados en unirse a este improvisado grupo de detectives?

Gerard estaba con mono de aventura, por lo que una así de tentadora y justo frente a sus narices sería imposible de rechazar. Se reclinó en el sillón enorme que Albert disponía en aquella habitación, era una antiguedad en la que había pasado muchas horas debatiendo y bebiendo con su amigo.

-Es algo peligroso, indudablemente, y sabes que lo mío no es la tarea de detective. Pero si disculpan mi vocabulario: no puedo dejar que ese hijo de ($&% vaya por el mundo a sus anchas-.

Aclaré mi garganta -por lo que sí, mi buen amigo, volverás a tenerme como colega investigador... A mí y a María-.

Volví a suspirar, sabía que aquello no sería un paseo por el campo pero lo que había visto. Algo no le cuadraba y si el sentimiento de vengar a su camarada no fuese suficiente para enfrazcarse en aquella misión, que sí lo era, la curiosidad lo hubiese obligado de todas formas.

-Tengo una bala con su nombre- murmuré.

Renée agradecia la habitación. Estaba demasiado borracha, desorientada y enganchada a toda aquella situación como para querer marcharse a su hotel. Era cierto que todo aquello había sobrecogido su alma y seguramente tendría pesadillas durante bastante tiempo, pero su curiosidad necesitaba alimentarse continuamente y no podía dejar aquella historia a medias.

- Puede contar conmigo y con Pierre - dijo la joven rubia mientras se levantaba de su asiento. - Pero si fuera tan amable de indicarme cual sería mi dormitorio me gustaría retirarme, pues ha sido una noche... larga - habló a la par que se llevabas una mano a la sien derecha. El martilleo en el interior de su cabeza comenzaba más temprano que de costumbre.

Percival estaba cansado,desorientando y más cerca de borracho que sobrio debido a todo el alcohol que había tomado desde el empezar de la tarde y había tomado mucho más tras los eventos tragicos  y muy oscuros de ese dia pero aun estaba en forma de mantenerse en pie con sus zapatos y hablar bien, no tan articulado como solía hablar pero aun podía expresarse de una manera entendible.

-Señor Albert, de forma muy obvia tras los sucesos de esta noche, puede usted contar conmigo tanto como necesite- Sonrió y hizo una leve reverencia para que no perdiera el equilibrio.

Albert se sintió sumamente complacido ante la decisión de sus distinguidos compañeros y los fue acompañando, personalmente, a sus respectivos aposentos. Estos eran exquisitos y únicos en su configuración y mobiliario, uno parecía ser hindú, otro recordaba al África misteriosa y otro haría las delicias de un mandarín de la lejana china. Los integrantes del recién formado grupo, pronto se sintieron como en casa y exhaustos como estaban tras los extraños sucesos que habían experimentado, no tardaron en sumirse en un profundo sueño. Este fue extraño y sumamente difuso.

Grotescas figuras achaparradas, blandían hoces deformes contra seres que casi les doblaban en estatura, un liquido denso y negruzco empapaba sus vestiduras y decenas de maltrechos cuerpos yacían a los pies de estos gigantes. Eran tres o cuatro, no podía apreciarse con claridad -era como intentar ver un pájaro en la lejanía a través de una lente deslustrada- , pero portaban armas, espadas y lanzas de metal, ahora cubiertas de aquel repugnante líquido. Parecían estar en una cueva y la vacilante luz de un antorcha iluminaba el lugar, bajo su luz apreciaron una enorme pila de cráneos humanos que dominaba el centro de la irregular estancia; se apilaban unos encima de otros hasta casi alcanzar el techo y en su cúspide, allí donde la luz de la antorcha parecía atenuarse, reposaba una gran piedra de color negro. 

Gritaron en su sueño y también lo hicieron en la realidad, pero pronto, las imágenes se desvanecieron y la placidez del descanso sin sueños los acunó hasta bien entrada la mañana. 

Fin de la Introducción.