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Ratoncitos

Lo que se ha perdido...

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09/12/2018, 04:15
Director

Nadie sabe realmente como empezó todo. Desde el inicio de los tiempos, los seres humanos hemos mantenido un contacto estrecho con el mundo espiritual. Y mucho, mucho antes de la Aetergenia, los caminantes, cargadores y elegidos espirituales actuaron como puente entre los dos mundos:

En el plano material, Aeternia existe como el cuerpo del mundo y en esta antigua tierra donde los nueve elementos confluyen por igual, nació, creció y ahora agoniza... la humanidad.

 

Y en el plano espiritual, los nexos de Tebra conforman el mundo invisible, el alma del mundo, donde los elementos se entremezclan violentamente en su forma más pura, creando con su roce y confluencia las entidades conocidas como Daimons o Espíritus.

Como puentes entre ambos mundos, los caminantes espirituales tuvieron una gran importancia en el mundo antiguo. Algunos pasaron a la historia como protectores y trataron de usar el poder espiritual para en beneficio de todos. Pero otros, otros trataron de retorcer ese poder y utilizarlo para lograr sus fines. Entre ellos hubo uno cuyo nombre se ha perdido. Uno que tuvo la osadía de arrastrar y desgarrar una de las sagradas Vías Elementales que alimentaban Tebra y daban poder a los espíritus. De esta forma y con la voluntad y el poder de uno, la Vía Elemental de Árasder, la senda primordial del rayo, se desangró en un torrente de energía destructora y cambiante que devastó un continente entero antes de hundirlo bajo las aguas.

Ahora bien, aquel cuyo nombre se ha perdido había previsto y planeado que la Vía de Árasder colapsaría al entrar violentamente en Aeternia. Lo impredecible consistía, según los textos sagrados de Áras, en la reacción del propio plano material ante semejante intrusión. Nadie imaginó, salvo quizás aquellos que empujaron la Vía desde el otro lado, que la energía de Árasder quedaría neutralizada por la propia tierra y el impacto sería, más allá de destruir por completo un antiguo continente, inocuo para el resto del mundo.

Al menos en apariencia.

Se tardarían cientos de años en descubrir la sutil anomalía  que afectó al mundo tras el cataclismo. Y no sería si no por casualidad como las civilizaciones repararon en la existencia de la fuente de energía que cambiaría el mundo para siempre. El origen de su nombre se ha perdido pero el propio nombre y su misterioso significado perduran:

Aetergenia.

El descubrimiento de la Aetergenia y sus tres horizontes arrancaron a la humanidad de su barbarismo y abrieron nuevas vías de desarrollo impensables hasta entonces. Sin embargo, las posibilidades de la Aetergenia sembraron un camino de discordia y sangre entre la humanidad. Durante este periodo conocido como el "Oscurantismo", el contacto entre ambos mundos se deterioró hasta el extremo de que los caminantes espirituales perdieron gradualmente sus poderes y su posición social se degradó hasta casi desaparecer.

No obstante, la escalada tecnológica resultante llevó a la humanidad a una terrible devastación resultado del choque de las dos mayores potencias.

El Procesado, último vestigio enloquecido de una mente perturbada y yugo invisible de carne y metal.  Se enfrentó a la Tecnoguardia de Raadittan en un cruento enfrentamiento que duró casi medio siglo. Y que terminó con ambos bandos desgastados hasta la extenuación, aunque El Procesado persistía con una leve ventaja que parecía indicar una victoria a corto plazo.

Y es entonces cuando empieza la que podríamos llamar nuestra historia:  La historia de Aeternia como nación.

Con la llegada de la Santa proveniente de más allá del mar.

Con la llegada de la Santa, el conflicto entre ambos bandos fue rápidamente aplastado. El Procesado fue reducido a una masa de chatarra fundida y Raadittan y su Tecnoguardia fueron conquistados y posteriormente ejecutados ante su negativa de unirse al nuevo orden. Tras traer la paz a la tierra, la propia Santa fundó el reino de Aeternia y se coronó como reina émpreta del mismo. Los textos sagrados de Áras se redactaron y copiaron en los primeros años de su mandato y gracias a ellos podemos, a día de hoy, conocer lo sucedido cuatro siglos atrás. Por desgracia, el reinado de la Santa solamente duró siete años tras los cuales nombró a un sucesor y con el resto de su guardia de honor, partió más allá de los mares, de donde algún día regresará para llevar a la humanidad a una nueva era de luz y salvación.

No obstante, la estabilidad y la paz dejadas por la santa se extendieron durante casi un siglo. Gracias a la Aetergenia y aprovechando los avances combinados de las antiguas potencias rivales, el nivel de esplendor del reino de Aeternia alcanzó cotas tan elevadas que las propias ciudades abandonaron la tierra y surcaron la tierra, compitiendo con el mismo sol en belleza y esplendor. A estos portentos se les llamó Nevilunem que en el idioma sagrado significa "Retoños de Luna", en referencia a su base revestida con Aeinem (Un raro material de propiedades desconocidas de color plateado.).

Por desgracia, semejante esplendor, a pesar de la bendición de la propia Santa. No podía durar...

Según los textos sagrados de Áras, el enemigo llegó atravesando los mares en gigantescas barcazas celestes. Tan avanzados como los propios Aeternios, aquellos que desembarcaron en la costa Aeternia llevaron por bandera la muerte, el saqueo y el terror. Decenas de Nevilunem fueron derribadas antes de que la flota enemiga se abriera camino hasta la propia Santanara en un ataque relámpago que fue frustrado gracias a los esfuerzos combinados de las flotas aeternias. Por desgracia, a pesar de que el enemigo fue rechazado, el recuento de bajas reveló que el reino de Aeternia se había llevado la peor parte y por seguridad ante el caos imperante, la misma Santanara descendió de los cielos y aterrizó en un enclave estratégico en el interior del continente, de donde no volvería a alzarse nunca más.

Por desgracia, los peores temores de los Aeternios se hicieron realidad cuando la flota principal enemiga irrumpió en los radares de la flota. La cantidad de navíos, diez veces superior al anterior ataque, sobrepasaba por completo la capacidad de combate de los Aeternios. Contra una fuerza de semejante calibre, los Aeternios solo podían orar a la Santa y prepararse para su inminente destrucción.

No hubo salvación ese día negro en que la flota enemiga aplastó por completo el reino de Aeternia. Ni consuelo alguno en que las defensas de Santanara resistiesen varios asaltos antes de caer. El dominio Aetergénico del innombrable enemigo arrasó por completo la civilización antes de saquear cualquier resto Aetergénico aprovechable y proseguir su camino hacia el sur. A día de hoy, el apocalipsis de los textos sagrados sugiere que el enemigo final regresará para borrar el reino de Aeternia de la historia... y entonces la Santa retornará para cumplir la profecía.

Algunos todavía sigue creyendo que pasará. Algunos rezan fervientemente para que aparezca el enemigo.

Algunos prefieren ser exterminados por Aetergénicos que por magos y espíritus.

Sin embargo. No fue la Aetergenia la que salvó a los Aeternios en su duro renacer por las cenizas de su reino devastado. Si no los Caminantes Espirituales, que se alzaron como guías y mediadores entre la ayuda que el reino espiritual prestó a los Aeternios y la devoción que los Aeternios profesaron a cambio. La Aetergenia renació pero nunca volvería a ser tan poderosa como antaño y el enfoque de su estudio se caracterizó por la prudencia... al menos durante un tiempo.

Con el transcurrir del tiempo y por medio de la voluntad de diversos señores de la guerra, déspotas y caudillos. El reino fue recuperando la unidad hasta conformar nuevamente un territorio unido. La sociedad creció, ayudada por la Aetergenia y el mundo espiritual por igual y poco a poco, una pálida sombra del esplendor pasado comenzó a formarse. Sin embargo, ni entonces ni probablemente nunca volverían a verse las imponentes formas de las Nevilunem surcando los cielos. Santanara no volvería a elevarse para gobernar desde las alturas y los secretos más profundos del pasado descansarían ajenos al resto del mundo hasta que alguien por suerte o imponiendo su voluntad, se atreviese a desvelarlos.

Tobay El Grande fue el primer rey de renombre de Aeternia y durante su reinado estratificó la sociedad, militarizando ligeramente el gobierno y entregando gran parte de los fondos a los investigadores Aetergénicos. Su hijo Elan desdeñaría las advertencias de los caminantes y expulsaría a los consejeros espirituales de la capital, espoleando con fuerza la investigación Aetergénica. Nueve años más tarde, los textos hablan de como los Aeternios olvidaron de nuevo a los espíritus en su gran mayoría y los investigadores Aetergénicos parecían prometer una nueva era de esplendor radiante, en la que las Nevilunem volverían a alzarse.

De algún modo, durante el reinado de Aenes II, nieto de Elan, algo salió mal. Y estalló el horror que a día de hoy amenaza con engullirnos a todos.

Si fue causado por la Aetergenia o por el propio reino de Tebra, es algo meramente especulativo. Hasta ahora lo único palpable realmente es la propia realidad.

El Desgarro, La Brecha o La Calamidad son solo unos pocos nombres para calificar el fenómeno que devastó el mundo entero y redujo la superficie de Aeternia a poco más de la mitad de su extensión original. Ciudades enteras fueron devoradas por las terribles olas gigantes que amenazaron con sepultar el continente entero bajo las aguas.

A la terrible resaca que devastó por completo las tierras anegadas, convirtiendo la mayor parte del reino en un yermo baldío, le siguió una consecuencia todavía más terrible pero menos perceptible de forma inmediata: poco a poco, la mente de los caminantes espirituales comenzó a cambiar. Y aunque se ignora el proceso de conversión que lleva a un caminante a convertirse en una anomalía Anaetergénica, sí se sabe con certeza que el contacto entre el mundo material y espiritual es mucho más intenso. Y las últimas anotaciones en los textos sagrados parece establecer el origen del cataclismo en el propio reino espiritual.

No obstante, cualquier informe real sobre el tema se perdió en el caos posterior que asoló por completo al gobierno de Aeternia. El suicidio del rey Aenes y los ataques de las anomalías Anaetergénicas fueron el golpe final para que el ejército bajo el mano del general Parden se sublevase contra el debilitado gobierno. Aún así, la desastrosa campaña de recuperación del reino culminó con la batalla del llano de Riel, donde el Abrepuerta conocido como Condenación exterminó casi por completo al ejército neoaeternio y convirtió Santanara en su coto privado personal. Por desgracia, muy pocos civiles pudieron escapar.

Sin el apoyo de una fuerza armada, los supervivientes Aeternios subsisten con el uso de la Aetergenia que logran encontrar, manteniéndose en constante huida de las anomalías Anaetergénitas más conocidas y de los letales "Aquelarres". Sin esperanza, muchos optan por un camino mucho más sencillo: Muerte o quizás una cruel esclavitud a la espera del cuchillo. Los que persisten, utilizan todas las bazas disponibles para rehuir a sus enemigos o cruentos sacrificios para pedir ayuda a un mundo espiritual cada vez más hostil.