Emeth ayudó en lo que pudo a limpiar las heridas de las dos mujeres, la puerta arreciaba con sonidos multiformes, como si una manada de seres infernales estuvieran detrás de la puerta. El curandero prefirió eludir los sonidos ni hacer comentario alguno tampoco mirar a su compañera de sanación, no quería poner nerviosa a Suzzet, ni tampoco con sus temas. Todos lo estaban escuchando era mejor evitar hacer cualquier comentario al respecto, y centrarse en limpiar bien las heridas y poner las vendas tras desinfectar. - De nada Suzzet, así es pero en mis años jóvenes aprendí el arte de la curación para sobrevivir en la terrible estepa, le sonrió con rostro amistoso mientras se cobijaba a un lado de la habitación para descansar... Estaba cansado, muy cansado y el hecho de centrarse tanto en las dos mujeres lo había fatigado, además de que ya estaba malherido, así que se tumbó intentando no hacer ningún comentario al respecto de los sonidos de fuera para poder recuperarse.
Ya le faltaba poco, poco para dejar esta vida, así que no tenía motivo para ponerse nervioso tampoco tenían armas, ni rezos para guarecerse del mal, solo podían esperar a la luz del alba y recuperarse. Teniendo la esperanza que la puerta fuera lo bastante solida para aguantas hasta el nuevo día, era todo lo que se podía esperar de aquella noche.
Los recuerdos pasados le vinieron a modo de pesadilla, cuando su tribu lo llamaba... Emeth el niño de Mamuth está con fiebre y delirando, Emeth la mujer de Oswald ha caído por un terraplén y está malherida, Emeth, ¡ayuda ayudanos...! Decían todas las voces al unísono... Se le vino a la mente otra escena cuando tuvieron que emigrar como nómadas que eran hacia otro lugar, pero Emeth estaba enfermo y no podía seguir la caminata del gran grupo, y se despidió de ellos para esperar la muerta en algún lugar lejos de los ojos de su tribu. Todos lo recordarían como había averiguado en sus llorosos ojos, a modo de despedida. Ahora todas esas voces volvían otra vez a modo de sueño de pesadilla suplicando para que los ayudara, para que diese remedio a sus aflicciones, y Emeth miraba sus rugosas manos que le temblaban incapaces ya de poder operar como en sus años mozos...
En su delirio balbuceaba pero también hablaba en sueños pronunciando los nombres de los enfermos de su tribu: - Oswald no, la a...ran...xa ¡nooo!, Blackt ya voy...v...e... er... Se escapaba a modo de murmullos hasta que el silencio otra vez se sobrepuso en la sala.
Hegan pone en práctica sus dotes de supervivientes para buscar algo que asegure la puerta durante la noche- perfecto, esto servirá- dice mientras se acerca a un maltratado trozo de madera que apenas pudo distinguir en la oscuridad.
-Con esta madera y aquella piedra será suficiente, al menos para aguantar esta noche-.
Coloca la madera apuntalando la puerta y usa la piedra como calzo, para que el palo no se corriera de lugar. De esta manera la puerta quedaba temporalmente "segura" para poder dormir unas horas.
Una vez terminado el trabajo regresa con los demás y observa que Emeth y Susset terminaban de atender a las chicas. Mientras las miraba, en su rostro podía observarse una mezcla de tristeza y a la vez orgullo hacia ellas, unas verdaderas heroínas.
Sonríe a Dasha cuando ve su mueca en respuesta a los ronquidos de los demás, que hace solo unos segundos estaban despiertos. Poco a poco todos fueron vencidos por el maltrato del día, incluyendo Hegan, que apenas lograba entender las palabras que decía en sueños su amigo Emeth.
El amanecer no perturbó el descanso de los supervivientes, ni tampoco el mediodía. De alguna forma que quizás solo uno de ellos conocía, el calor asfixiante del llano no los perturbó y, uno a uno, comenzaron a despertar. A pesar del largo y muy necesario descanso, las extremidades ardían con furia y las articulaciones rechinaron quejumbrosas cuando, impulsados por las gargantas resecas, se desperezaron y bebieron abundantemente. Acto seguido y sin orden previa, todo recipiente válido a mano se llenó de agua y un silencio roto por pequeños saludos y susurros, se pertrecharon con sus pertenencias, provisiones y ánimos, con el fin de afrontar la jornada que tenían por delante.
-Es una pena que no podamos llevarnos el pozo.- comentó una dolorida Olessia, a lo que Pinga respondió -Cieto, pero a menos sabemos donde ta.-
Cada uno a su ritmo, abandonaron el refugio y contemplaron como la luz del atardecer y una agradable brisa los recibían. Aprovechando la luz, restante, registraron las tiendas del pueblo una vez más y avanzaron, con el corazón encogido, hasta el lugar donde hacía unas pocas horas habían contemplado el horror.
El edificio de paredes negras se recortaba contra la agonizante luz del sol. Sus ventanas tapiadas parecían hinchadas, como si pugnasen por contener todos los secretos que debía albergar en su interior. La puerta metálica estaba cerrada.
La larga noche de sueño era necesaria y, con todo, insuficiente. Las piernas, las manos y el cuerpo en general de Sílex y
- ¡Está cerrada! - Exclamó la mujer. - ¿No se había quedado abierta?
Comenzó a barajar las distintas opciones por las que la puerta había vuelto a cerrarse. ¿Había vuelto ese... ser? No podía imaginarse que fuese alguna de las otras que recorrían su mente. Como que hubiese... ¿Alguien más? ¿Que la hubiese... cerrado con esos terribles cables? No quería ni siquiera pensar en ello. Lo único que quería, a ciencia cierta, era dormir más. Quizá uno o dos días más. Quizá... Despertar de la pesadilla en la que su vida se había ido transformando.
Viendo desde cerca el edificio y pensando sobre el tubo para ver las estrellas, un observatorio tendría el telescopio visible desde el exterior. Tenía sentido pensar que era una estación aetergénica, pero había una cosa que inquietaba al sargento.
¿Qué pasó realmente? Hasta ahora suponía que los caminantes espirituales habían hecho esto. Investigado más a fondo era evidente que había ocurrido, pero: ¿Por qué? ¿Por qué después de tanto abandonarían un punto tan importante, con agua y la estación? Algo debía ocurrir, definitivamente.
- ¿Cerrada? - se sorprendió. Observó la puerta un momento, ¿valdría la pena el asentamiento? Tenían un pozo, pero no era suficiente. Desearía poder avisar a la invicta para que recargaran agua. Pero era un solo viaje ¿Que podían hacer? Esto posiblemente no era parte de lo que Jorad quería que vieran.
- Tenemos unas 6 horas de luz todavía. Voto por dejar a lo muerto descansar.
Emeth afirmó ante Pinga, - Es cierto sabemos donde está el pozo pero espero no tener que venir a esta aldea inhóspita, cuyo pasado desconocemos pero que no es nada halagüeño. Emeth recogió sus enseres todavía le dolía la cintura, las piernas los antebrazos de la caída. Llenó su cantimplora y poco más pudo hacer que no fuese esperar a los demás para la marcha.
Le respondió a Silex: - Mejor que hubiese estado cerrada, ¿no?, seguro que el mal tiempo nos sirvió de ayuda sino aquellas abominaciones que se escuchaban en la noche hubieran invadido la aldea. ¿De nuevo?, no lo sé pero puede ser que los que se asentaron aquí no supieran de esos monstruos que aúllan en la oscuridad.
Miró hacia la puerta esperando a los demás, él ya estaba listo para marchar, escuchó al sargento y asintió: - Me parece bien Sargento, quiero abandonar este lugar cuanto antes, tenemos seis horas para encontrar otro asentamiento, voto por buscarlo. Dijo a sus camaradas ya algo penoso, pues sus viejos huesos no estaban para muchos trotes, pero sabía que en este lugar insólito su alma no encontraría ningún descanso. Esperaba al menos morir en algún sitio que pudiera descansar para siempre, encontrar la ansiada paz después de la muerte.
La puerta estaba cerrada de nuevo para sorpresa de todos. Si no hubiese sido claramente visible para todos que las heridas de Sílex eran reales, que las tres habían estado allí dentro, logrando escapar a duras penas, podrían pensar que todo había sido un sueño. Pero no lo era, Dasha lo sabía, tenía su nuevo tesoro y el miedo animal y básico para la supervivencia.
-Marchémonos, cuanto antes mejor, no sabemos si encontraremos refugio más allá- No quería reconocer que sentía miedo, que lo último que deseaba era volver a entrar en ese lugar, porque ahí dentro solo les esperaba la muerte.