Partida Rol por web

Cauta se mostró la compaña tornando sobre sus pasos dejando así tras ellos el grupo de mal encarados hombres del conde. No era cuestión de presentar pendencia en tal inferioridad, y menos hacerlo contra los hombres de un noble que, fueran correctas las formas o no, estaba en su derecho de cobrar peaje en sus caminos y puentes. Y como tampoco era cuestión de vaciar así como así sus bolsas y lo mismo su orgullo, buscaron otro paso en el que fuera posible franquear aquel río...

...Y así recorrieron un buen rato el camino que seguía el caudaloso río que discurría como una gran cinta verdosa adornada en sus orillas por altos juncos y cañas hasta llegar a un tramo que parecía poco profundo, o por lo era el tramo menos ancho y hondo que habían visto hasta el momento.

-Soooo. -detuvo Inaciu la carreta al llegar a la orilla. -Temo que si cruzades por acá mi labor para con vos acaba aquí. -Anunció.

Era evidente que la carreta no podría cruzar por allí, incluso siendo aquel el paso donde el agua gastaba menor fuerza y pronfundidad. -Decid pues que será. -Parecía incluso agradecer aquello, pues probablemente, al no ser su decisión aquella y presentarsele como imposible continuar por allí, cobraría su pago aún no habiendo llegado hasta Laviana

A fin de cuentas, si el grupo prescindía de él y no era imprescindible su servicio, nada le obligaba a seguir.

Andaba yo cabreada con todo y con todos, et agora el maldito rio et mojarnos las ropas, no me despedí de Ignaciu, solo cabecee negativamente, me remangué la falda et dispuseme a cruzar. Grácil et segura llegué al otro lado-¡Pasadme una cuerda et la ataré para que cruzéis los demás!-grité ya en la otra orilla. Miré a todos lados, non fuese que por confiarme nos pasase algo que non queríamos..

Habíanos llevado el camino junto al río a un lugar por el que quizá pudiéremos cruzar. Aquello se me antojaba mejor opción*, viendo que al otro lado del puente debiera de haber más hombres, con lo que no habría de bastar con despistar a los primeros. Empero, aquello supondríanos renunciar a Inaciu, y su carreta, que de tanta ayuda nos debía ser a la hora de transportar la carga. Mas, si quedaran vacías nuestras bolsas, no habría modo en que pudiéremos luego pagar posada o viandas para el viaje.

Y fue que, nada más llegar al lugar, sin darse a mayores reflexiones, la tal Blanca se echó al río, presta ver si ahogábase. Yo, en cambio, no iba a echarme al agua sin más, que ni era pez, ni tenía ganas de ser arrastrado por aquella corriente traicionera.

- Aguardad, mi senyor, et dad tiempo a aqueste viexo a contemplar las plantas, que dellas pudiere salir la respuesta.

Observé entonces aquellos juncos, en busca de lo que pudieren decirme sobre las corrientes, y el buen lugar para pasar...

Había recorrido todo el tramo por la orilla del río con el arco en la mano, junto a la carreta. Cuando llegamos a lo que parecía un paso estrecho, me arrasqué la cabeza.

¿Y qué va a pasar con Nela?* -dije sin demasiada elección ante la orografía del terreno-. Está débil aún, ¿Cómo diantres va a pasar?

Miré pues a Sixto, que parecía hasta saber de caudales, y levanté las cejas esperando a ver qué nos contaba.

Examinó el erudito aquellas orillas; sus rocas, plantas y rápidas aguas. Más no hubo de discernir nada más allá de que aquel lugar era el mejor punto por el que vadear el Nalón. Cruzar el río era tentar a la suerte de cualquier manera, pues poco menos que imposible era asegurar un camino en el que el fondo rocoso de aquellas aguas fuera seguro en lugar de traicionero...

Tras buscar un paso menos belicoso para cruzar el Nalon me dispuse a cruzarlo llevando a mi montura de las riendas para no forzar al animal con una carga innecesaria. Habiamos cogido lo mas imprescindible de nuestras pertenencias y las pasamos a mi montura para facilitarnos el camino ahora que Inaciu regresaba a su hogar

-Marcha con Dios, Inaciu. Nos has servido bien y esta claro que este no es paso para un carruaje como el vuestro. Seguiremos el camino sin tu ayuda, no tengas cuidado. Buen regreso-

Buena idea me pareció lo que dijo Blanca al llegar a la otra orillas. Una cuerda facilitaría el paso si alguien tenia problemas con el. Di el extremo de una soga de las que llevabamos en el carromato a Lazaro. 

-Asid la cuerda et cuando este yo al otro extremo ayudaremos a pasar a Don Sixto y a Nela. Finalmente tu podras venir agarrado a ella por si te escurrieses-

Et sin mas dilación me dispuse a pasar el vado con las rienda de mi rocin en la mano. Con determinacion me adentro en la corriente mas el musgo del fondo del lecho del rio es traicionera et resbalo en una de las rocas. Gracias al altisimo estaba asido a las bridas de mi corcel que, mas habilidoso que yo, consigue mantenerse en pie et sirveme de soporte para volver a ponerme de pie y permitirme llegar a la otra orilla mas mojado y avergonzado de lo que salí

Respiré tranquila al saber que daríamos la vuelta, buscaríamos un llugar meyor pa cruciar y aforraríamos tener qu'aguantar a aquellos que se dicíen soldaos pero que, a los mios güeyos, namás paecíen maleantes y de la peor calaña.

Diba ser difícil, el Nalón baxaba con furia dempués de les agües cayíes, anque dimos con un llugar pol que, con un pocu suerte y ayuda divina, podríamos quiciabes travesar escontra l'otru llau.

Baxé del carru, sintiendo bastante pena al tener que despidime d'Inaciu, pero'l carru por aquel vau nun diba poder cruciar asina que nun nos quedaría más remediu que siguir camín ensin él. Echaríalu muncho de menos, y a los sos dichos y a la so compañía, y más aún poder viaxar ensin tener que caminar, anque les fuerces por fortuna yá volvieren a mi.

—Adiós Inaciu. Dir con Dios.

Reparé mientres Blanca, valiente como ella sola, cruciaba ensin problemes el ríu siguíu del caballeru, de que la so cayida nin siquier fui capaz a rime anque fora polo baxo. Respiré fondu, esperando que tendieren la cuerda y, volviéndome escontra Lázaro y el vieyu Sixto, negué cola cabeza. Nun diba dexar que nengún d'ellos tocárame.

—Toi bien, nun vos preocupéis por mi.

Nun podía dexame arrastrar pol abatimientu, y muncho menos pola corriente, asina que punxi'l zurrón en bandolera, quité les alpargates pa nun moyales y, coyiendome firmemente a la cuerda fui cruciando con tento hasta llegar al otru llau.

Tal que fora hasta'l momentu la mio suerte, bien me vía yo ríu abajo, pero per esta vez equivocárame y, moyada y tiritando de fríu, quedé al pie de Blanca y el caballeru esperando a que los otros cruciaren y, a poder ser, que lo fixeren col mesmu tento y la mesma fortuna que yo tuviera.

Asentí pues al caballero, atando la cuerda que me entregó a una peñasco cercano a la orilla del Nalón. Vi entonces que Nela bajaba del carro, y aquello me reconfortó (y no me causó estrago alguno el ver a Inaciu marchar). Sin más dilación, que esperé a que la Roxa y el docto don Sixto hubieran de cruzar, una vez lo hiciera don Pelayo primero. Cuando hubo de ser mi turno que me acerqué a la orilla y metí el pie en un barrizal, justo cuando ya sentía el cauce dinámico del agua junto a mis botas. Y así tropecé, cayendo de costado y empapándome de barro el costado, los lumbares izquierdos y la pierna izquierda desde la cadera hasta casi el talón. El envite fue harto ridículo, pero tanto como peligroso.

¡Uff! -exclamé-. Cagüen' la madre... -resoplaba fuertemente, intentando levantarme lo antes posible-.

Me agarré pues por la cuerda, amarrada a ambos lados de la orilla, y sentí el agua azotando mis piernas y mi estómago. Una pequeña racha de agua hizo tambalearlme, pero no solté la cuerda y logré cruzar medianamente rápido.

Ya sólo quedaba yo, y en verdad no tenía demasiadas ganas de embarcarme en semejante empeño. No tuve más remedio que agarrar mis bártulos, echándomelos a la espalda, y rezando al altísimo porque se apiadase de mi alma, y no me quisiere llevar con el río de por medio. Pensé, antes de echarme al agua, que tal vez convendría haber mandado los útiles con alguien más ágil que yo, mas era tarde, y desde luego echarlo al vuelo acabaría con los cacharros rotos. Siendo así, procuré cerrar bien la bolsa, y asirla a mi cuerpo en tal modo que no pudiere esta caer, salvo que yo mismo lo hiciera, lo cuál, en verdad, podría haberme hecho ahogarme. Empero, que siendo yo tan incauto, casi prefería ahogarme que perder lo que en el macuto llevaba. Y así me eché al río, asiendo la cuerda y rezando lo que se me ocurriere...

Cruzaron todos aquellas aguas sin problema. Todo menos Sixto, último en cruzar, quien desafortunadamente herró en una de sus pisadas metiendo el pie en un agujero bien hondo que se formaba entre varias rocas. Se hundió prácticamente hasta el cuello, y desde la orilla contraria todos temieron por su vida. Bien hicieron en usar aquella cuerda, pues de no haberlo hecho el susto que se llevó el viejo Sixto podría haber terminado fácilmente en descalabro. Más no fue así, pues tras el traspié consiguió no sin esfuerzo agarrarse a la soga tendida.

Había escapado de una muerte casi segura en aquellas traicioneras aguas, pero lo mismo no podía decirse de sus preciadas pertenencias...

CERRAMOS ESCENA. CONTINUAMOS AQUÍ.