Incluso con su cara abultada por los golpes, sabes que la muchacha es, o era, hermosa. El olor de sudor añejo y excrementos humanos satura las paredes, y la única luz que ella puede distinguir escapa por el espacio diminuto entre la puerta reforzada y el macizo suelo frío... Ella dobla los dedos de sus manos y pies para tratar de recuperar alguna sensación de ellos, pero su carne pálida permanece entumecida con el frio penetrante. Su pelo, está apelmazado en sangre y suciedad, todo lo que ella puede hacer es mirar fijamente la puerta y aquel delgado rayo de luz...
Ella comenzaría a gritar, pero esto no solucionó nada las diez últimas veces. Ella gritaría, pero nadie la oiría. Ella lucharía contra sus grilletes, pero las magulladuras sobre sus muñecas y tobillos demuestran lo inútil que es.
Si tuviera un modo de matarse, probablemente lo habría hecho hace días.. Ella oyó una conversación entre dos hombres, en algun lugar tras la puerta. Ellos hablaron de "sacar tajada a la mercancía", ella supuso que hablaban de
ella, pero no sonó que a donde quiera que la llevaran estaría mejor que allí.
Ella comienza a gritar otra vez... ¡ayudame! ¡ve a la Solana!.
Sueñas... sabes que es un sueño... algunas veces lo sabes...
El caserón era noble, de una buena familia sin duda, pero ahora se mostraba siniestro. La cal de la pared estaba ennegrecida, en algunos sitios había desconchados de humedad. Pero lo más desagradable era el olor de la casa: un aroma áspero, de guiso grasiento, mezclado con un efluvio agrio a materia en descomposición.
Tus ojos se fijan en un libro. Un grueso volumen en cuya portada, de curtido cuero, pueden leerse las siguientes letras: "De Medicina". Tu mano se acerca al tomo, y cuándo estás a punto de tocarlo algo llama tu atención. Son pasos, pasos apresurados.
El suelo de madera crujió, lamentándose bajo los pies de una mujer embozada que cruzaba un corredor cuyas paredes se mostraban adornadas por lujosos tapices. Sus pasos pisaban alfombras de excelente manufactura, seguramente traídas de oriente.
Un resplandor. Un cuchillo en la mano de la mujer que reflejó la tenue luz que unos candelabros de oro brindaban.
Entonces, tras subir unas largas escaleras, la mujer embozada llegó a su anhelado destino. La puerta estaba entreabierta y una mortecina luz escapaba de su interior. La estancia era amplia, tenía un gran ventanal que permanecía entornado a pesar de que el ambiente dentro era caluroso. En una cama estaba tumbada una mujer enferma que, a juzgar por su aspecto, debía de ser la materia en descomposición que se percibía escaleras abajo. Tenía un rostro macilento de cadáver, y unos labios finos y morados que acentuaban su aspecto insalubre. El pelo le colgaba lacio, blanco y revuelto, hasta las cejas, que casi ocultaban unos ojos pequeños de color almendrado.
...Intercambiaron palabras la enferma y la embozada. Palabras terribles llenas de odio y rencor...
Entonces la encapuchada se acercó. Cogió uno de los almohadones y lo mulló. Lo hizo con tranquila parsimonia. Su expresión corporal, su manera de moverse y actuar te resultó familiar...
Entonces ocurrió lo que temías. La encapuchada aplastó con el almohadón la cara de la mujer que, postrada en cama, intentaba en vano luchar por su vida. Aprestó con fuerza aquella almohada mientras sentía como aquel alma poco a poco iba expirando. La decrépita vieja intentaba, inútilmente, defenderse como podía. Su mano blanquecina y huesuda se retorcía frenéticamente pero, a parte de algún que otro arañazo, apenas podía hacer nada.
Aquelló duró una eternidad. La vieja contra todo pronóstico se resistía y gemía con inesperada resistencia. Quizá pudiera respirar, aunque fuera penósamente a través del almohadón. Viendo que no moría la encapuchada, desesperada, retiró la almohada y, como poseída por el Maligno, lanzó sus manos como garras de rapaz sobre el cuello de la víctima. Lo disfrutó. Ahora podía sentir como se le escapaba la vida. Podía ver como el poco brillo que quedaba en los ojos de la enferma marchitaba.
Al fin, su venganza estaba cobrada.
Ya muerta, seguió apretando hasta que convirtió a la enferma en un cadáver de ojos muy abiertos y de rostro encarnado. La asesina se sintió extasiada, plena, satisfecha. Lo había conseguido...
...Fue entonces cuando viste su rostro...
...Sobresaltada, despiertas sudorosa.
...Esta vez, el sueño fue aterradoramente real...
La cabeza te dolía tanto que parecía querer estallar. No distinguías nada a tu alrededor, sólo oscuridad y las siluetas de los árboles, como afiladas agujas, recortadas contra el cielo. Olía a humedad y tierra, y también a orín y pelo mojado. Entonces la bestia te aferró y, en volandas, te obligó a postrarte boca abajo; te notaste ingrávida cuando las garras de esa "cosa", inmisericordes, agarraron tus caderas y las elevaron, y aplastó tu cabeza contra el musgoso y mojado suelo cuando te poseyó de inmediato, como un animal, sin más trámites, entre jadeos roncos y empujones irregulares. Intentaste alzar la cara, pero una pezuña desprovista de ternura se apresuró a aplastarla de nuevo contra el suelo. Tus dedos se clavaron en el suelo hasta que tus uñas rasgaron la tierra al ritmo bárbaro de las embestidas. Las lágrimas asomaron antes de que la bestia chotuna aullara con furia, alterando la paz de la noche asturiana.
La criatura se dejó caer hacia atrás y sus peludos brazos cayeron tras ella. Jadeaba como una verdadera bestia y el sudor perlaba su dura y oscura piel. Te mantuviste inmóvil, petrificada, con las rodillas y los codos hundidos en el lecho y las uñas clavadas en la tierra.
Tus ojos se volvieron a cerrar...