Al amparo de una luna asesina, cubiertos de sangre propia y extraña, con la cordura rota y la creciente certeza de un futuro plagado de pesadillas, los derrotados huyen sin aliento, confiando en que los cadáveres hinchados que han dejado atrás sean pasto suficiente para los engendros que acechan en el interior de la desvencijada fortaleza.
El aire arrastra los susurros de una voz cruel. La sangre se hiela en las venas cuando en el punto más alto de la fortificación que ha servido de teatro para lo macabro se alza una figura humanoide cubierta de un pelaje bestial, de una característica tonalidad cenicienta. La criatura, una mole de músculo propulsada por una rabia visceral, emite un largo aullido, convoca a la manada. A su primitiva señal, emergen de las sombras una docena de criaturas de pesadilla, mitad hombre, mitad hienas, todas ellas ungidas en la sangre de los que fueran miembros de la Inquisición Arcana.
Ríen, ríen alocadamente, pues esta no es una noche cualquiera.
Es la noche del Ascenso.
Tiembla, Etharis.
Tiembla.
*El Terror Cinéreo, en su ceniciento esplendor*
*Falstaff, Maartens y Kristofferson, listos para el segundo asalto en «Mi gnoll se ha comido a tu madre»*
No demasiado lejos de la catarsis que experimentan aquellos que han sido tocados por la sombra de La Bestia, Isidoro, entre lágrimas de terror, impotencia y frustración, vuelve a luchar con ahínco por desenvainar su extraña espada, sin éxito alguno.
Parece que la espada elige sus propias batallas, y el hermano Llagas y Pústulas le ha dado una durísima cura de humildad.
El joven traga con dificultad y mira a Konrad con cierta incomprensión.
—¿Por qué me salvasteis, señor? ¿Por qué no salvasteis a la hermana de Lady Amara? ¿Acaso no veis que no sirvo para nada? He perdido a la dama a la que juré proteger y no he podido salvar a su hermana…
» Creo… Creo que no merezco ser caballero…
Un último sollozo acompaña la revelación del pelirrojo, abatido y sin perspectivas de futuro.
Palafrenero morirá.
Probablemente.
Me parecía feo no decir nada con el pelirrojo después de que hayáis priorizado salvarle a él antes que a Ileara.
Durísimas declaraciones, ¿eh? XD
Antes, mucho antes del aullido, un chasquido despierta a Amara, acurrucada en el regazo de Félix, el único instante de calor humano que ha recibido el mago en una larga temporada. Ambos están adormilados en la distancia, exhaustos, cuando una figura menuda que aguarda a varios pasos entre la espesura efectúa su movimiento...
Su rostro arroja reflejos dorados al trasluz de la malévola luna.
Cécil.
El último aristócrata de la compañía de Emil en pie.
Su voz es un látigo de seda:
—He venido a honrar mi palabra —dice con frialdad, regresando de entre los caídos como el taimado truhan que es, sosteniendo su preciosa pistola de duelo en su diestra con ese donaire altivo y confiado que le caracteriza.
En su siniestra, un pequeño libro, su cubierta moteada por gotas de sangre reseca…
El diario de Emil.
—Mi anillo, o la vida.
Cécil apunta con cautela. Podría reventarle la cabeza a Félix con un disparo bien calibrado, o liquidarla a ella de igual forma. Tiene la iniciativa. En ambos casos, lo haría sin pestañear. La ventaja de estar hecho de una madera embrujada es que no tiemblas cuando apuntas al amor de tu vida.
—Elige antes de que se acabe el mundo, Amara.
FINAL DE TEMPORADA