Motivo: TS Sabiduría
Tirada: 1d20
Dificultad: 12+
Resultado: 2(+2)=4 (Fracaso) [2]
Pues Amara acaba de ganar el pase VIP al club privado de Los Cobardes de Félix. Si el mago ha sacado un 3 en la TS, Amara ha sacado un 4...
La embestida del engendro enmascarado fue un estallido de carne y pestilencia contra mi cuerpo, un golpe tan brutal que sentí cada hueso de mi cuerpo protestar al ser lanzado contra la fría pared de piedra. El impacto me arrancó el aliento de un solo golpe; el dolor retumbó en mis costillas y, por un segundo un destello punzante de pura agonía me hizo pensar que no iba a contarlo.
Me arrastré como pude, tambaleándome, mientras la monstruosidad supurante volvía su deforme rostro hacia Isidore, quien seguía en pie junto a Althos, el único que había soportado ese ataque devastador hasta ahora sin moverse un ápice. Las garras de la abominación se dirigían hacia el otrora palafrenero, alineadas a la perfección para encontrar en su trayectoria el cuello del ahora caballero.
No. con todo mi esfuerzo murmuré unas palabras inteligibles mientras me esforzaba por no ahogarme con la sangre que brotaba entre mis labios. El dolor reptó por todos los músculos de mi brazo cuando señalé en dirección a Ser Isidore, marcando una vez más el ritmo de nuestra composición. Maldita sea, payaso, no hagas que esto sea en vano. Sobrevive.
No podía permitir que murieran, no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir sin ellos. Aún con el cuerpo entumecido y cada fibra de mi ser suplicando descanso, luché por levantarme, por agarrar de nuevo el acero y lanzarme hacia él, pero mis piernas no me respondían. Mis manos, mis manos temblaban como no lo hacían desde Ostoya. Mierda. Estaba tan aterrorizado que no era dueño de mi propia voluntad.
Motivo: Vencer al terror (TS Sab)
Tirada: 1d20
Dificultad: 12+
Resultado: 6(+1)=7 (Fracaso) [6]
Motivo: Evitar la infección (TS Con)
Tirada: 1d20
Dificultad: 17+
Resultado: 20(+2)=22 (Exito) [20]
Motivo: Vencer al terror (TS Sab | Ventaja)
Tirada: 1d20
Dificultad: 12+
Resultado: 5(+1)=6 (Fracaso) [5]
Utilizo Púas Plateadas para darle a Ser Isidore una segunda oportunidad de sobrevivir y demostrarnos lo que es capaz de hacer.
La ventaja que ofrecen las púas va directa a Ser Althos Rowe, baluarte inexpugnable contra la oscuridad de la noche, el escudo de nuestra Compañía y (con permiso de Ileara) la luz divina que nos protege.
La ventaja que ofrecen las púas va directa a Herr Konrad Falkner. Lo siento Ser Althos,tenía que intentarlo para no quedar tantos fuera de combate.
Entiendo que, aterrorizado, no puedo acercarme de nuevo al monstruo, pero ¿sigo pudiendo actuar de forma no directa? En caso afirmativo, léanse estas dos indicaciones y edito el post para interpretarlo. En caso negativo, óbviese vilmente.
Amara Recibe un dado de Inspiración Bárdica (1d6).
Una sola vez, antes de que pasen 10 minutos, la niña puede tirar el dado y añadir el resultado a una prueba de característica, tirada de ataque, tirada de salvación o tirada de daño. Alternativamente, puede usar su reacción cuando alguien le ataque y sumar el dado de inspiración a su CA contra ese ataque.
Finalmente, cambio de estrategia. Desde mi posición, alejada de la primera línea del combate, profiero tremendos insultos al doctor, una Burla Dañina que si no supera una Tirada de Salvación de Sabiduría dificultad 14, no sólo se lleva el daño, sino que además lanza su próximo ataque con desventaja.
Estaba más que preparado para seguir combatiendo. Pero no para lo que estaba por suceder. Llagas, convertido ahora en una mole de carne corrupta, se abalanzó sobre nosotros con una furia inhumana. La máscara que seguía mostrando donde se hallaba la cabeza del monstruo no hacía sino darle un aspecto aún más terrorífico. Su transformación completada, presentando un desafío mucho mayor que el matasanos que había sido, pero igual de sádico, prometía un trato tan cruel como extenso.
Algo de semejante tamaño no tenía derecho a moverse tan rápido. En un instante lo tuvieron encima, y aquél potente brazo acabado en garras barrió cuando encontró a su paso, incluyendo sus propios esbirros, que golpearon las paredes con fuerza con los huesos partidos en mil pedazos. Los de mi grupo no corrieron un destino mucho mejor, Konrad también voló disparado hacia atrás, e Isidoro, que apenas sí se había unido a la lucha, se llevó la peor parte del golpe. Solo mi escudo y la protección de Empyreus lograron salvarme en aquella ocasión, logrando resistir el impacto pese a que me hizo retroceder hacia atrás por primera vez.
Bajé el escudo y miré a mi alrededor. Había quedado solo, tan solo Ileara en pie tras de mí, a punto de convertirse en una nueva amenaza. Si sucumbía, era la derrota, pues no solo perdíamos a uno que cambiaba de bando, sino que sin sus curaciones y apoyo no tendríamos nada que hacer contra un enemigo como aquella aberración. El momento de respiro que me concedió el engendro no ayudó precisamente, pues dio tiempo a que mi cerebro se pusiera a pensar y analizara de forma racional lo que le transmitían mis ojos. Y el único pensamiento que se repetía en mi cabeza ante aquello era, ¿Cómo pueden los hombres derrotar algo así?
Motivo: Estabilidad
Tirada: 1d20
Dificultad: 18+
Resultado: 8 (Fracaso) [8]
Motivo: Estabilidad
Tirada: 1d3
Resultado: 1 [1]
Motivo: Pies para que os quiero
Tirada: 1d20
Dificultad: 12+
Resultado: 6(+3)=9 (Fracaso) [6]
Joer como van los dados de calentitos... xD
Todavía no salgo corriendo a la espera de lo que resuelva el SdlG
Acciones, hacerme caquita.
Iniciativa: 4
AC: 21*
PG: 28/28 (+6)
La situación lo superaba, no había otra forma de verlo. Había dado vueltas a la misma, lo habían golpeado, había intentado detener algunas cosas, favorecer otras, pero aun así, nada, nada podía superar lo que estaba viviendo. Se vio superado momentáneamente, sin poder pensar, y empezó a retroceder, favorecido por el movimiento aumentado en sus pies por la zancada prodigiosa. La mujer de ojos dorados dijo algo, y el intento ayudarla, pero no sabia como y necesitaba… huir. No podia hacer otra cosa que no fuera huir. Ademas… esta criatura no tenia el libro, solo importaba el libro. Necesitaba reagruparse y pensar.
Pues si tenia que huir, huire.
Tirada oculta
Motivo: Llagas vs. Isidoro
Tirada: 1d20
Dificultad: 20+
Resultado: 9(+9)=18 (Fracaso) [9]
Tirada oculta
Motivo: ¿Logra liberarse Enyd?
Tirada: 1d20
Dificultad: 15+
Resultado: 9(+2)=11 (Fracaso) [9]
Informe de Batalla F.I.N.A.L.
Este fantástico y divertidísimo combate llega a su fin.
Voy a repetir la tirada de Llagas contra Ser Isidore. Rezad a Solyma, muchachos.
*El SdlG se concentra. Canaliza la Maledictione. Activamos las Arenas del Tiempo y...*
Ahora desvelaremos qué ocurre, para máxima intriga.
Konrad pasa a tener 18 PG, Ileara acelera lo inevitable y, ojo, el pánico campa a sus anchas entre la escuadra. FEAR IS THE ENEMY.
Veréis, el estado asustado es muy fastidiado porque os impone Desventaja a toda tirada de Ataque o Habilidad mientras tengáis contacto visual con la fuente de ese miedo. En este glorioso caso, el hermano Llagas y Pústulas. That tasty villain.
Técnicamente, si así lo quisierais, podríais quedaros junto a Ileara. Ahora bien, no lo veo nada lógico. Es decir, en el contexto de la escena, nuestros héroes están sobrepasados. Saben que van a palmarla si se quedan ahí. Hasta el rocoso Althos ha palmado la tirada de Estabilidad. Estrés traumático, lo llaman, miren que yo les diga. Están exhaustos, al límite de sus fuerzas. Tiene pleno sentido que corráis por vuestras vidas de forma desorganizada agitando vuestros brazos en alto y chocándoos los unos con los otros. Y además es divertidísimo que así sea. Maldita sea, esto es un cuento de terror, al fin y al cabo.
Como van a ocurrir muchas cosas malas, os pondré luego un guion para ayudaros a rolear.
Vamos al lío.
Konrad Falkner, más conocido como el Hombre que no Inspiraba a los Magos, tiene el raro talento de alterar el curso del Destino con un estridente acorde de su instrumento musical. Es un talento algo molesto, por cierto. Previene crímenes artísticos, como el que estaba a punto de acometer ese genio de la pintura biológica, Llagas y Pústulas, enfant terrible de la medicina medieval.
Por culpa de ese aflautado malandrín, el hermano Llagas no puede decorar la lúgubre estancia con un fondo visceral rematado en tuétano de palafrenero. Habrase visto tamaña felonía…
* * *
Ser Isidore de Palafrén, lívido como un cadáver, emite un tímido gemido que confirma que sigue vivo de puro milagro a pesar de las abolladuras de su armadura, sus ojos desorbitados por la violencia desmedida del golpe.
—Vive hoy… Lucha mañana… —musita dejando escapar un lamento que parece provenir de la riñonada, mirando a Rowe. Se ve que la Caballería tiene unos principios flexibles estos días…
Por un instante, el rostro de Isidore parece mucho más aniñado que el del adusto veterano de las Cruzadas de Charneault que un minuto antes imbuyó de coraje al castinellano y a su colega el bardo. Está volviendo a transformarse en el Isidoro que Konrad Falkner ha aprendido a admirar en sucio, muy sucio secretito.
Y corren. Claro que corren. ¿Cómo no hacerlo?
Félix resulta ser un cobarde profesional. Qué zancada. Qué poderoso sprint. Mírenlo. Mírenlo. ¡Este hijo de una hiena ya venía con el calentamiento desde los calabozos! ¡Es el Hijo del Viento! ¡El Mestizo Salvaje! ¡Corre, Félix! ¡CORRE!
Solo Amara es capaz de seguirle el paso y más por el pavor que siente hacia Llagas, que la encaró con el inconfundible mirar de un taxidermista. Corre, pequeña. No dejes que te pille.
Konrad, Althos e Isidoro son más lentos. Quedan rezagados por permanecer en vanguardia, observando la barbarie desatarse ante ellos. Asisten desde el palco reservado a los dignatarios y autoridades a la sesión de terror vespertina de la Hora Bruja.
Llagas agarra sin miramientos a Ileara y la alza como si de un muñeco de trapo se tratase. No hay oposición. La mirada de la sacerdotisa colisiona con las enajenadas perlas de ónice de esta versión de pesadilla del cirujano. Sabe que va a morir. Es… inevitable.
Las nuevas garras quirúrgicas de Llagas atraviesan su pecho, su cuello, sus costillas. Rasgan la carne como mantequilla, hundiéndose en ella como garfios de hueso. Siente la ponzoña en su sangre, esa bilis negra recorriendo sus venas corrompiéndolo todo a su paso. El suplicio es insoportable. Grita.
Con su último aliento, antes de desvanecerse, hay una última y silenciosa plegaria a Solyma.
Althos, inmóvil ante la escena, petrificado ante su fracaso, percibe cómo Konrad tira de él, arrastrándolo hacia la salida.
Fascinado por la morbosidad del suceso, el inquisidor contempla el cuerpo de Ileara sufrir la metamorfosis, retorcerse entre crujidos y estertores. La sacerdotisa chilla. Y sin embargo, los chillidos dejan al cabo de resonar como humanos para tornarse en los gruñidos de un animal. Su cuerpo empieza a quebrantarse, expeliendo sangre y alumbrando una nueva forma, una criatura completamente distinta… Impía y perfecta. Ileara ya no existe. Ahora es una bestia vagamente lupina de crines cenicientas y una miríada de ojos a ambos lados de su alargado rostro triangular, todos ellos de iris ambarinos sobre pupilas negras como el azabache.
Enyd Blyton lucha contra sus ataduras sabedora de que tiene amplias posibilidades de ser el primer plato de la bestia. Desesperada, rasga y rasga con más ahínco que precisión la correa que la sujeta a la mesa de operaciones improvisada del Doctor Llagas y Pústulas. La palma sudorosa de su mano la traiciona, y en el momento menos oportuno la daga cae al suelo con un eco metálico. El eco de la fatalidad.
Hay una última mirada desesperada dirigida al que fuera su teniente, Althos Rowe.
Enyd Blyton gime de dolor, su rostro arrebolado constreñido por una mueca de sufrimiento. De repente, convulsiona. Su vientre hinchado empieza a rasgarse… desde dentro.
Algo pugna por salir de su interior. Las zarpas arañan ávidas de libertad su carne.
En una estampa terrorífica, una pequeña bestia moteada emerge de las entrañas de Enyd Blyton mientras esta emite un último balbuceo ahogado en sangre.
La bestia ríe, ríe a carcajadas. Hora de darse un festín con el cadáver de la malograda sargento, empezando por sus apetecibles intestinos.
Althos soñará con esta hiena todas y cada una de las noches de lo que le quede de vida.
¡Desbandadaaaaa!
Félix y Amara huyen por un lado. Konrad, Althos e Isidoro por otro. Es una huida desorganizada, añado.
Ileara se transforma en una nueva y aterradora leyenda de Etharis: El Terror Cinéreo. Aaaah, qué genial epílogo se nos viene.
Tenemos que reconocer que Llagas es, por el momento, mucha tela que cortar. No pasa nada. Los grandes villanos dan para grandes comebacks de la escuadra heroica. Ha habido varias tiradas críticas que han hecho que el combate se fuese de madre. Habéis aguantado bastante más de lo que esperaba.
Os replegáis fuera de la fortificación, con una creciente y pegajosa lluvia en el exterior y un inquietante aullido reverberando en la noche. Os han dado una paliza, pero estáis vivos. Más o menos.
La cordura, por otra parte, puede que no la recuperéis nunca.
Quiero que, por grupos (estáis separados, no lo olvidéis), reflexionéis sobre lo acontecido. Luego, os daré un epílogo. Palabra de goblin.
Tras recuperar el aliento, Félix se dirigía hacia donde había dejado sus cosas. Afortunadamente estaban bien ocultas, y estaba vinculada con él, y nadie sabía de su existencia. En sus ropas agradeció el guardar comida y chucherías, de modo que ahora tenía algo que picotear y compartir, como las nueces que le ofreció a su acompañante.
A su lado, la pequeña Amara le hacía compañía. El azar o el destino habían querido encontrarse tras escapar del horror que los esperaba allí. No le parecía injusto el final que había recibido Enyd, si bien no se lo deseaba. No ocurría lo mismo con lo que había ocurrido con la hija de Emil. Aunque tal vez, solo tal vez, aun hubiera salvación para ella, lograrla no sería en absoluto sencillo. Tal vez si no hubiera sido tan cabezota y hubiera aceptado su remedio casero hubiera conseguido más tiempo.
El medio elfo no tenía mucho que hablar. Se quito la piedra de la gastada bota, y pensó en cuales serian los siguientes pasos a seguir. Sentía algo de vergüenza sobre como había huido, pero en su defensa, venían vapuleándolo sin que hubiera agredido a nadie desde hacia al menos dos días, cuando lo único que quería era una cama caliente y una charla con su amigo.
Se sentía mejor lejos del inquisidor, aunque el bardo le había caído bien. Necesitaba reflexionar, descansar, recuperarse, y sobre todo analizar las migajas que le había dejado Emil.
Eso si, su ciega creencia en el viejo alquimista se había roto. Ya no creía en un destino, en una unión intangible, si no que algo se reforzó en el Mago. La necesidad de resolver el enigma más grande de todos. Y eso es algo que haría, aunque tuvieran que caer mil Althos, y morir decenas de Emiles. El descubría el porqué de la traición de los Arcangeles.
Todo había ocurrido demasiado rápido. El ataque de las bestias salvajes y hambrientas que otrora fueran compañeros de armas del teniente Rowe; el saetazo desde las sombras, que en condiciones normales hubiera tumbado a un hombre normal; la terrorífica y monstruosa mutación que se había desencadenado justo tras el impacto del disparo...
Oculta tras una columna, había presenciado atónita el grotesco y aterrador cambio del torturador. El pánico había penetrado en mi mente como un tifón, arrasando cualquier otra idea o emoción. ¡Huye!, era lo único que podía pensar. ¡Huye y no mires atrás! ¡Nada ni nadie puede sobrevivir ante semejante criatura sobrehumana!
Supe que corría cuando sentí el frío de la noche, manoseándome con sus manos gélidas e insolentes zarpas. Como un eco de mis propios pensamientos, llegó hasta mí el grito desesperado de Ileara: «¡Huid! ¡Marchad! ¡Mi cuerpo no aguanta más...!». Detuve mi alocada carrera y eché la vista atrás. Me sorprendí al verme en medio de la masacre y los innumerables cadáveres que alfombraban el patio de armas. La mole deforme de la fortaleza semiderruida se perfilaba como un gigante de sombra contra el cielo nocturno, iluminado por la luna carmesí.
Ni siquiera he podido conocerla... Hablar con ella... Mi hermana...
Di un paso hacia la arcada por la que acababa de escapar. No tenía puerta; tan solo se trataba de un agujero irregular en el muro cubierto de líquenes y hiedra. No recordaba haber cruzado ese umbral al entrar, cuando subimos desde las mazmorras. Tampoco recordaba pasar por él, corriendo y gimoteando, segundos antes... Desde la profunda oscuridad que anidaba en el interior de la arcada me llegaron amortiguados gruñidos y dementes aullidos.
Ahí dentro ya sólo aguarda la muerte...
Al miedo rugiente se sumó una tristeza pesada. La sentí bajo la piel, apretando, hinchándose, llenándolo todo... Amenazando con agrietarme el cuerpo para poder escapar por las rendijas. Volvía a estar sola... Seguía estando sola...
Di media vuelta y eché a correr hacia los bosques.
Le había encontrado deambulando por el bosque y habíamos caminado un rato juntos, en silencio, hasta detenernos en ese pequeño y sombrío claro. De todos aquellos que se habían reunido en el Tambor Roto tras recibir la carta de Emil, el mago era el último al que hubiera escogido como compañía en tan tristes momentos. El mestizo fatuo y pedante que había conocido en la taberna de Fergus había desaparecido. En su lugar me encontraba sentada junto a ese hombre taciturno, que lucía la misma expresión de profunda reflexión mientras roía unas nueces resecas y algo mohosas que mientras sacudía una de sus botas para vaciarla de piedrecillas. Sin embargo, le entendía. Después de lo que habíamos presenciado en las entrañas de esa fortaleza abandonada...
¿Qué debía hacer ahora? El diario de padre había quedado atrás, en manos de la Inquisición Arcana o de los Hijos de la Bestia. Lo mismo daría que le hubieran prendido fuego... Cécil yacía muerto en algún rincón de la fortaleza o había huido antes de la hecatombe. El resultado venía a ser el mismo: la información que decía poseer se había esfumado con él. ¿Qué me queda...?, me pregunté sin esperanzas, y le dediqué una mirada de reojo al medio elfo.
Me quedas tú. Te vi alguna vez ayudando a padre en el Orfanato... Un tipo al que la mayoría desprecia solo por ser diferente. Con más arrogancia en el verbo que un duque y menos dinero en la bolsa que un mendigo. Un desarraigado. Un paria.
Como yo...
Me arrebujé en la capa que me había dado Ileara —todavía huele a ella...— y me incliné poco a poco hasta apoyar la cabeza en el costado del mago.
Terror. Dolor. Frío.
Mi cuerpo estaba actuando de manera totalmente automática, pues la mente hacía rato que había sucumbido ante el terror y el dolor. A cada paso que daba, cada vez que mi cuerpo reposaba sombre la extremidad izquierda, una dentellada punzante a la altura de la octava costilla me recordaba el frío encontronazo con la pared de piedra de la vieja fortaleza. El golpe había perforado la piel y astillado el hueso; una herida dolorosa y peligrosa, de la cual solo quedaba el rastro de sangre que había manchado mis ropajes desde el interior. Estuve a punto de no contarlo. Es más, seguramente no lo habría contado de no ser por la ayuda de la devota de Solyma.
Ileara. Mierda. Pensar en ella me generaba un dolor aún más profundo que el que recorría mi costado. ¿Cómo pude ser tan cobarde? Ella nos mantuvo con vida. Acercó sus manos a mi costado y devolvió la carne y el hueso a su sitio, malgastando sus energías en mantener con vida a un despojo como yo. Y como agradecimiento yo solo... corrí. Escapé tan rápido como mis piernas me permitían.
No sé exactamente por qué, pero recuerdo que agarré al palafrenero, confuso, herido, y prácticamente lo cargué a cuestas al exterior. Sé que de camino a la salida, tuve también que agarrar del brazo al inquisidor con todas mis fuerzas, horrorizado, paralizado ante el macabro espectáculo que se desarrollaba tras de nosotros. No miré. No pude hacerlo. Pero los gritos. Joder. Los gritos ahogaban todos los demás sonidos en la noche. Todos salvo un susurro en la base de mi cráneo, una risa sardónica y feral que me recordaba a cada paso mi propia cobardía.
Mucho frío.
La lluvia nos recibió tan pronto como llegamos al exterior de la edificación. Una bofetada de realidad para salir de la ensoñación pesadillesca que guiaba nuestros pasos. Paré en seco y miré alrededor. Solo el inquisidor, el payaso y yo. Joder. ¿Había agarrado también al mestizo y a la cría? ¿Éramos los únicos que quedábamos con vida?
Reí. No sé por qué, pero reí. ¿Qué coño le iba a decir ahora a Emil? Una parte de mi, en un egoísmo asombroso, deseó por un instante que mi viejo amigo estuviera, de hecho, muerto. Hubiera sido mucho más fácil que explicarle como me marché y dejé morir a Amara e Ileara. Cómo fui incapaz de preservar su promesa. Como le había fallado, una vez más. Sabía que tendría que haber sido yo quien se quedase. Tendría que haberme sacrificado para que ellos huyesen. Al fin y al cabo llevaba años huyendo de mi deuda con la muerte.
Miré a Althos Rowe. Mi ojo se clavó en los suyos. Había resentimiento en la mirada, sí, al fin y al cabo esto era en parte culpa suya. Pero no podía odiarle. No. El estaba tan sorprendido y horrorizado como todos nosotros. Y su escudo, todo su cuerpo, fue el baluarte que nos protegió durante todo el tiempo posible de la tormenta que azotaba las salas de piedra de esta fortaleza perdida en mitad de Burach.
No dije nada. No hacía falta. Solo le miré y asentí. Después de esta noche, no había resentimientos. No. Estábamos en paz.
Al final, pese al poder divino, pese a los ideales, pese a los juramentos y los votos de justicia, en el fondo, Althos Rowe no era más que un hombre.
De forma prácticamente milagrosa, Ser Isidore había sobrevivido al golpe, pero aquello importaba poco ya. La violencia del ataque había sido tal que incluso un guerrero de legendaria apariencia se había visto en las últimas, y ante ellos volvía a parecerse al palafrenero que habían conocido en el Tambor Roto. Quizás es que siempre se había tratado únicamente de una apariencia, pues hasta el paladín había perdido toda voluntad de luchar.
Debería haberlos exhortado a continuar, a luchar hasta la muerte aunque aquél fuera el probable final. A seguir combatiendo aunque fuera en solitario, por salvar a Enyd, cumplir con mi deber a Empyreus y mi promesa a Ileara. Destruir aberraciones como aquella era el propósito que había marcado para mi vida, y la deuda contraída con la albina era una mucho más personal. Debería haber sido capaz de hacer... algo, aunque fuera sucumbir junto a ellas.
En su lugar, observé paralizado como Llagas caía sobre ella y la destrozaba. En aquél momento, no existió nada más que aquella terrible visión, no solo la del monstruo en el que se había convertido Llagas, sino en la de ver muerta a la que, por breve que fuese, había sido una hermana de armas. Pero aquello no fue lo peor. Ileara no llegó a morir, pues la sangre infecta que la condenaba desde el interior se hizo al fin con la victoria, y empezó una transformación igual de dolorosa y aterradora que la que la que debían haber sufrido el resto de mis antiguos compañeros de la Orden.
Ni siquiera noté los tirones de Konrad en mi brazo, urgiéndome a salir corriendo y dejar atrás aquella escena de pesadilla mientras la atención de las criaturas no estuviera puesta en nosotros. El tuerto consiguió moverme, que diera el primer paso. Después de aquél, vinieron muchos más, pero no sentí que fuera yo el que ordenaba a mis piernas moverse. No podía apartar la mirada de semejante desgracia, de tan inútil derramamiento de sangre. Sabía que la visión me acompañaría el resto de mis días, así como los gritos de Ileara y Enyd al morir.
Konrad consiguió llevarme hasta las escaleras, y peldaño a peldaño, el hechizo se va rompiendo. Al dejar atrás el lugar, volví en mí y logré echar a correr por mi cuenta, pero el estar de mente presente solo hizo que la vivencia fuera peor. Aun así, seguí corriendo. ¿Qué otra cosa podía hacer ya? Tan solo veía a Isidoro y a Konrad frente a mí, pero no llegué a preguntarme que había sido de Félix y de Amara hasta que no nos detuvimos tras alejarnos lo prudente de la fortaleza maldita.
La risa del rubio me forzó a mirarlo. No lo culpaba por haber enloquecido, pues yo mismo me hallaba a las mismas puertas. Que el imperial hubiera podido sacarnos de allí pese a las heridas sufridas, que de no ser por la lluvia dejarían un rastro de sangre a nuestro paso, era muestra de una más que sorprendente fuerza de voluntad. Una que a mí me había fallado.
No tenía del todo claro si debía darle las gracias por aquél gesto. Pero en la mirada que compartimos nos dijimos suficiente. La culpa, la inevitabilidad, la desazón, la incertidumbre de qué hacer ahora. Fuera cual fuera el camino, lo cierto es que me daba igual. A cualquiera que tomara me llevaría aquél desgraciado recuerdo, una losa que me acompañaría por siempre, hasta que el peso de la misma fuese demasiado. Pues vivir tras aquella noche suponía la mayor de las vergüenzas para alguien como él
Cada principio que había jurado defender, cada deuda que había contraído, cada promesa que había hecho. Traición tras traición tras traición.
¿En qué lo convertía eso?
Sabía la respuesta, sentía la palabra retumbando en la lejanía de su mente, como un tambor en lo profundo, en la oscuridad...
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