Asentí distraido a las palabras del marino. La cueva se tornaba más mágica a medida que avanzábamos, y la luz de la antorcha que portaba el guardia, le daba un aspecto aún más sobrenatural. Las piedras, afiladas como espadas, salían de la tierra para clavarse en el techo, otorgando una pátina macabra a la escena. No creía en las brujas o en la magia, pues hacía muchos siglos que aquellos poderes habían abandonado el mundo de los mortales, pero sí que creía en la maldad inherente a la humanidad. Aquella bruja usaba a hombres de mentes simples, como la de Gregorio, para llevar a cabo su propia satisfacción y que en este caso nos había afectado. Sólo un puñal en su corazón nos permitiría acceder de nuevo a nuestras joyas y seguir el camino, abandonando Zuheros de una vez por todas. 

El golpe seco del sepulturero al caer al suelo no sorprendió ni inmutó a nadie. No era un hombre que se hiciese querer más cuando no hacía mucho que había tratado de matarnos. Si moría el mundo no perdía nada...

Me até el caftán alrededor de los muslos y comencé a trepar por la cuerda que el soldado había echado. Despacio y con calma, tratando de transmitir tranquilidad a Amira e incluso a Miquel. Podían lograrlo sin dificultad. Estaba seguro de ello. Cada vara hacia la cima era un paso más hacia la libertad de mi amor. 

Una vez arriba acepté la mano del soldado y miré hacia abajo, ansioso porque el resto subiese de una vez.

Me gustaría quedarme en el camino para observar más esas formas creadas por la naturaleza. Eran, simplemente, muy bellas... a pesar, de todo lo que rodeaba su visita a esa nefasta cueva. Si no hubiese estado en posesión de una bruja, podríamos haber ido a visitar ese lugar. Seguro que Alah, había tomado parte en la creación de ese lugar mágico. Pero ahora teníamos que trepar.

Tras Juan y Othmán, subí yo... lo mejor que pude. Y parecía que eso se me daba bastante bien, aunque debía dar las gracias a la cuerda del soldado porque sin ella, se habría quedado en tierra o habría caído como le había pasado al sepulturero. A pesar de la herida de mi abdomen, continué subiendo hasta llegar al saliente del escalón elevado y me dejé caer a un lado mientras subían el marinero y el sepulturero.

Quizá fuese imaginación mía, pero ya no podía faltar mucho.

Luego de que Gregorio recuperara el aliento, Miquel ayudo un poco a que hiciera pie y terminara la escalada, antes de intentarlo por su cuenta. A pesar de sus heridas, se las arreglo para sujetarse bien en la cuerda. El familiar tacto resulto de una forma curiosa, muy relajante, incluso a pesar del extraño ambiente donde se encontraba.

Sin vacilar se balanceo un instante, para luego usar el mismo muro como apoyo en trepar, dejando ese trabajo a las piernas y los brazos solo concentrados en sujetarlo e izarlo. Era mucho mas sencillo que lo que a veces habia pasado lidiando con mastiles y jarcias, ya que la piedra no se balanceaba.... y abstraido en esa idea, en pocos segundos estuvo arriba. Casi ni sintió el dolor del esfuerzo hasta estar en la meta, donde resoplo hondamente, con los labios fruncidos... en una leve sonrisa.