Partida Rol por web

~De como Assad Buneder Cobasse supo de la subasta y de como consiguió la invitación~

El día de antes de la subasta...

El día que se enteró de la existencia de lo que se convertiría en "aquella segunda popular subasta" , Assad, el hijo del fallecido jeque árabe famoso por sus dotes para el negocio del petróleo (él no, su padre) estaba de visita en Abu Dhabi, Emiratos Árabes. La semana pasado le habían avisado de un posible descubrimiento del vigésimo yacimiento petrolífero de la compañía. Mientras los ingenieros, todos a su servicio por menos de un par de millones de dólares al mes le explicaban como harían la extracción del "material" (así le solían llamar al petróleo), recibió una llamada.

-¿Si? -dijo con voz decaída mientras le hacía un gesto con la mano a los presentes en la reunión para que guardaran silencio. -No puede ser-dijo contestando a la voz del aparato. Pero efectivamente, si que podía ser. -De acuerdo, estaré allí en unas cuantas horas, consígueme una de esas invitaciones.

De lo que fue la reunión sobre el yacimiento y los avanzados pozos tecnológicos, poco recordó. Su ayudante y persona de máxima confianza Beckum Jaeger Maynard, presidente ejecutivo de su compañía, le había avisado de la nueva edición de la subasta que llevaba a cabo la familia Rocks. El señor Jaeger, por supuesto, ya había sido alertado para que pudiera conseguir una entrada en el menor tiempo posible. Y Assad, no dudaba de él, ni de su capacidad. Nunca lo había hecho. 

Ese mismo día, al llegar a su residencia en Madrid, el heredero encontró un sobre con sus letras estampadas. La familia Rocks se lo había currado bastante bien. Ya en su despacho, teniendo la invitación en la mano se reunió con Beckum para que le aconsejara. Nunca había estado en una subasta y tendrían que abrir una de las cuentas en Suiza para que le dejaran hacer rápidas transferencias. El consejero le explicó detalladamente como eran las subastas, aunque no sabía si aquella, de facto, iba a ser igual que las demás. No podía olvidar que lo que buscaba tan ansiadamente el jeque, era una joven rubia con la que poder... Bueno, cosas del destino. 

La subasta era al día siguiente, así que se dedicó a dormir todo el día anterior para poder estar levantado con precisión y vestido decentemente para la ocasión. Además... su entrada... quería que fuera espectacular. 

Al menos para él, la forma en la que había llegado a la Mansión de los Rocks era una peculiar y bonita forma de llamar la atención. Montado en un inmenso camello árabe importado de los Emiratos Árabes Unidos, iba acompañado de dos escoltas los cuales agarraban las riendas que iban entrelazadas con el morro del animal. 

Con una sonrisa dibujada en sus relucientes dientes, Assad saludaba y se regocijaba por dentro mientras notaba como la gente dirigía hacia él sus miradas. Para más atención, había recorrido las zonas más pobladas de Madrid en un intento por que todos vieran el poder que tenía. Algo prepotente y tosco que tal vez no fuera del agrado de muchas de las personas que lo miraban. Pero en realidad, desde la distancia, no podía notar los sentimientos escritos en la cara de los transeúntes. 

Con los nervios a flor de piel, había salido de su residencia con bastante antelación para no perderse ningún detalle de lo que el creía, sería una magnifica subasta. Además del camello en el que iba montado, también destacaba su vestimenta árabe, de color negro y blanco, la cual representaba elegancia y seriedad. 

Su mente ya viajaba entre los más recónditos objetos que encontraría allí. Bajo la manga, además, llevaba el número de cuenta del banco Suizo que le permitiría realizar las transacciones con velocidad. 

Una vez que hubo llegado se bajó del animal saludando a los presentes antes de la entrada al jardín. 

-Buenas tardes-dijo con voz casi entrecortada por los nervios y la tensión del momento. 

Al jardín, una vez que hubo pasado la vigilancia de la Mansión, llegó con toda la calma que pudo y una mascara seria rodeando su rostro.

La verdad es que me costó mucho conseguir la invitación, jamás lograría llamar la atención de los Rocks ni con toda la publicidad que estaba teniendo en este año, el de mi mejor racha; así que me tomé el atrevimiento de hacer indagaciones por internet y entre uno de mis conocidos logré encontrar a un viejo magnate de las apuestas en mi país, dueño de varios casinos... Un sujeto que jamás sería capaz de vender dicha invitación, pero de igual forma, un sujeto que no desaprovecharía una buena oferta por algo no monetario... Así que le cambié la entrada por el secreto que le estaba haciendo perder millones de dólares, le expliqué como le hacían trampa en sus casinos, los métodos para detectarlos y hasta como reconocer a ese tipo de sujetos solo con la mirada... Fue una ardua semana en la que estuve metido en dicho casino demostrándole todo lo que sabía sobre hacer trampas con cartas y contarlas; muchas de esas cosas ya la sabía, pero ahora le serían mucho más fácil de identificar.

La verdad no iba a ser un sujeto fácil de robar de ahora en adelante, así que me valía no aprovecharme de el o sería muy riesgoso para mi salud... Me mantuve al márgen con el y solo saqué la invitación como beneficio de mi trato con el.

Tenía el dinero, y tenía la invitación a la subasta... No me quedaba más que solicitar un crédito al banco y hablar con mi padre para que me confiara sus ahorros... Vaya que no era mucho, pero era lo que su humilde trabajo le permitía ahorrar. De ese dinero apartó lo necesario para el viaje y sus típicas extravagancias cada vez que viajaba... Después de tener tanto dinero consigo, no podría sacar un poquito para alquilar un auto deportivo y pasear por la ciudad? Llegar al menos un día antes y alquilar una habitación lujosa donde pueda darse una ducha cómoda después del largo viaje de casi doce horas? Obvio que podía, y lo haría... Hizo unas reservaciones por internet, canceló todo de antemano por internet, y se dedicó a hacer su vida como normalmente hacía hasta el día del viaje.

Después de varias horas de vuelo y un sueño más que reparador en un hotel bastante cómodo, Alfredo se dispuso a pasear por Madrid en su recién alquilado Porshe convertible rojo junto a Alina, su amiga de la infancia; recorrer la carretera con el viento en su cabeza era algo sumamente relajante y Alina se divertía al ser observada con su lacia melena siendo agitada por el viento, estaba más que acostumbrada a ser el centro de las miradas y disfrutaba ver ojos de envidia en los hombres que veían a Alfredo cuando le acompañaba en sus viajes.

Llegar a la mansión manejando un deportivo descapotable junto a una hermosa chica hizo que Alfredo se sintiera importante, era un gusto que siempre había querido darse, llegar a un sitio con el cabello despeinado por el viento y taparlo con su sombrero antes de bajarse, iba vestido casual pero completamente de negro, lo que le hacía verse bien, pantalón de mezclilla negro azabache y camisa negra con rayas grises, su sonrisa era inevitable pues iba bastante relajado y contento. Alina por su parte iba con un vestido animal-print de leopardo corto, mostrando sus hermosas y envidiables piernas, su mirada era bastante más fría que la de Alfredo, bastante erguida y de cabeza en alto como alguien prepotente.

Se despidieron de un abrazo sin mediar palabra, parecía que todo lo decían con las miradas, Alferdo sacó el teléfono de su bolsillo y se lo mostró a su amiga y lo guardó en el bolsillo sin decir nada, Alina entonces recorrió el lugar con una mirada, sonrió levemente y se retiró conduciendo el mismo coche en el que habían llegado.

-Buenos días- dijo con una radiante sonrisa -espero no haber llegado demasiado temprano- asintió con la cabeza a los presentes a modo de saludo y cortésmente se apartó y recostó de una pared a jugar con una moneda entre sus dedos mientras esperaba que los demás llegasen. 

Emilia es una mujer obstinada y paciente. Durante cuarenta años de matrimonio odio a su Eugenio como si fuera la última cucaracha que se había colado en su casa. Eso sí, esperó hasta el momento oportuno para alejarlo de su vida. Porque no tiene prisa. Y le da igual esperar otros cuarenta años hasta encontrarse con Peter O’Toole, siempre que lo consiga.

Aunque muchas veces se engaña a sí misma, tampoco es completamente ciega. Sabe que, por muy bien que se conserve, los años son los años. Y 71 son muchos, lo que hace complicado que pueda esperar tantísimos otros hasta unirse con su amado. Por eso está ahí, por fin puede usar el dinero de su tía Inocencia para algo realmente útil. Nati le decía que reformara la casa, que se comprara un ordenador, que cambiara la tele… ¡Pamplinas! Como que ella iba a derrochar la fortuna de ese modo. No, no. Ella lo guardaba para algo muy especial.

Había escuchado información sorprendente sobre la familia Rocks. Rocks. Serán ingleses, como Peter. ¿O Peter era irlandés? Qué más dará, ya se lo preguntaré. Al final, todos hablan lo mismo. El caso era que los objetos que poseían eran de lo más maravilloso. No eran caros o lujosos. Su valor estaba en algo menos superficial. Y ella tenía puesto el ojo en uno muy, pero que muy particular. Uno que, de existir de verdad, podría hacer realidad sus sueños.

Así que no dudó en ningún momento en gastarse el dinero que fuera para conseguir una invitación a esa subasta. ¡Ay, qué ilusión le hizo a Emilia cuando abrió el buzón y vio el sobre! Le habría gustado restregárselo por la cara a la cotilla de Graci, que siempre presumía de todas las invitaciones de boda que le llegaban a ella por correo. Claro, con tantos hijos como tiene… Pero ahora iba ella a una fiesta mucho más exclusiva que cualquiera en la que Graci haya estado. Una pena no poder presumir de ello. ¡A ver si iban a enterarse todos de lo que pretendía y aprovechaban para robarle todo su dinero! O peor, el objeto que consiguiera.

Como cada vez que se presentaba una ocasión especial, se levantó temprano, sobre las 6 de la mañana. Un baño bien calentito con espuma, repaso del tinte, su perfecto moño, laca, más laca, maquillaje y, cómo no, su mejor traje. ¡Uno caro de verdad! Practicó frente al espejo lo que iba a decir, los temas de los que podría tratar con la gente de postín. A las 10:30 llamó a un taxi y justo entonces se acordó de que no llevaba sus joyas puestas. ¡Qué tragedia si se las hubiera olvidado! Porque serían falsas, pero eran de las mejores imitaciones del mercado. ¡Nadie podría descubrirlas, seguro!

A las 10:45 ya estaba sentada en la parte de atrás del taxi, espalda recta y mirada presuntuosa. Tras darle al conductor la dirección, se acomodó para disfrutar del viaje. Aunque casi no podía contenerse de la emoción. Algo que era bastante malo, pues si se emocionaba demasiado, tendría que ir al baño corriendo a cambiarse la Tena Lady. ¿Había traído de repuesto? Miró el bolso. Sí, había traído un paquete de cuatro, por si acaso.

El trayecto se le hizo bastante largo, pero quizás fuera porque no veía las ganas de que empezara todo. ¡Ay, Peter, querido! Ya nos queda poco…

Emilia se bajó del taxi como una señora. O eso prentedía ella. A los cinco metros tuvo que darse la vuelta corriendo porque se le había olvidado pagar al taxista-. Ay, usted disculpe. Que tenía yo en la cabeza que le había pagado, no sé por qué ­–Le dio el dinero del trayecto, que no le pareció poco, y, mientras se quejaba en bajito sobre lo que han subido los precios, se acercó a la mansión.

Iba con cuidado de no mancharse su traje y sus zapatos blancos inmaculados. El blanco me queda divinamente, ¡pero qué asco de color, lo sucio que es! Su gran moño, aún en su sitio, destacaba por encima de su cabeza. Esperaba que le durara en su sitio todo el día. No por nada había usado casi medio bote de laca fijadora. ¡Para la ocasión! Caminaba con el bolso bien agarrado bajo el brazo y mirando para todos los lados con una sonrisa de ensoñación en el rostro. De vez en cuando soltaba un “Ay, qué bonito” casi en un suspiro.

Miró a toda la gente que había por el jardín. ¡Qué elegancia! Hasta que lo divisió a unos cuantos metros. Un hombre moreno de piel, con vestimenta árabe.

- ¡Lawrence de Arabia! –dijo para sí misma, con una sonrisa entrecortada. Por supuesto, no era Lawrence de Arabia. De hecho, ese era moro-moro, de los de verdad. Pues no parecía que llevara un disfraz. Pero la sola presencia del gallardo joven le hacía sonrojarse.

Se quedó de pie, con la mirada fija en el infinito y una sonrisa llena de ilusión.

Eran las 11:30 cuando salió del hostal. Por lo menos había encontrado un sitio dónde alojarse en el centro bastante económico y relativamente acogedor. Algunos turistas, una propietaria que hacía pocas preguntas y habitaciones limpias y sin tanto que envidiar a las de un hotel.

Cuando llegó la noche anterior estaba atacada. A penas podía hablar. Aquello de moverse sola por el mundo era peor de lo que imaginaba. ¿Cómo podía vivir la gente así? Viajando, alojándose solos, dando la cara por el mundo… De no ser porque su marido la necesitaba se hubiera recluido en una burbuja a esperarle y se hubiera echado a llorar. De hecho, había pasado la mañana en la habitación repasando mentalmente todo lo que había conseguido. Para otros podía ser un día a día habitual, pero para ella era algo inimaginable. El viaje en avión desde Vigo (¡sola!), una pesadilla, tuvo que tomar tres tranquilizantes. Creyó que moriría. Uno de sus peores miedos era perderse entre la multitud y no saber orientarse. Tuvo que ser un desconocido quién la ayudara a pedir un taxi en el aeropuerto para llevarla hasta allí, y el propio taxista le recomendó el hostal. "Martin se desenvuelve tan bien…"- se decía. "Enseguida sabe qué hacer, todos le quieren. Con él nunca hay peligro".

Ella sin Martin no era nada, no era nadie ni sabía a dónde ir, ni qué hacer, pero Martin no estaba allí, tenía que luchar por él y su única opción ahora era la subasta. Pasó horas en la habitación del hostal mirando la invitación. ¿Y si había perdido 350 euros por nada? Su marido había insistido en que: “Puede ser mentira, nena, no sé, piénsalo, a lo mejor todo es una estafa, eres demasiado crédula”. Pero había sido una señal. El número dos. Ella repetía las cosas dos veces en ocasiones, y quedaban dos invitaciones a la venta en ese local del teatro que anunciaba la famosa subasta. Una oportunidad única. Probablemente se enviaban invitaciones a todo el mundo o se vendían en sitios remotos. ¡Casualidad encontrarlas en Vigo! Y la Caja de Música existía. Demasiados rumores no podían ser mentira. María había visto fotos de la caja. Le das cuerda y sale dinero. Monedas, billetes… Qué más da. Sería la solución a sus problemas. Martin se pondría bien y no tendrían de qué preocuparse. Esa familia Rocks eran gente rara, seguro. ¿Por qué no iban a tener un objeto así? Incluso Martin se dio cuenta de que no había más remedio. Estaban literalmente con el agua al cuello. 

Y allí estaba. “No hay marcha atrás”. Se llevaría la Caja de Música. Costara lo que costara. Quizás no llevaba suficiente dinero, o quizás sí. No debía de ser tan cara, y no habría tanta gente pujando por ella, subastarían muchas otras cosas. En caso contrario, se las apañaría. No le gustaba pensar en el futuro. Nunca. No vivía nunca en el futuro, lo odiaba. Era mucho mejor dejarse llevar y vivir a base de golpes de suerte, así se ahorraba dolores de cabeza y todo era más fácil. Si se ponía a pensar las cosas parecían demasiado horribles. 

En el taxi hacía calor. Le pareció raro. Juraría que escuchaba el zumbido del aire acondicionado. O quizás era la radio. O los nervios. ¡Si hubiera podido cerrar la puerta otra vez! Pero había tanto tráfico en la capital que era imposible hacer esa clase de cosas. Empezaba mal.

María tomó aire y apoyó la barbilla en la palma de su mano. Contempló su reflejo en la ventanilla y se preguntó si quizás se había arreglado demasiado poco. Casi nada de maquillaje, un peinado bonito, pero casual, y… Dejó de fijarse en su imagen al ver aparecer el edificio. No lo podía describir ni siquiera en su cabeza.

-¡Oh! ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Qué sitio! Dios mío, es increíble. Oh, Dios mío, Martin, tendrías que ver esto. Ostras, te encantaría, te lo juro, ¿lo has visto? ¡Es precioso! Algún día tendremos una casa así, ¡con piscina!

María aflojó la sonrisa al encontrarse con la mirada del taxista a través del espejo retrovisor. Se rascó la oreja y con un gesto rápido señaló el bolso, diciendo en voz más baja:

-Perdón, es lo del manos libres este. Es que no me funciona muy bien el móvil…

El taxista dijo algo sobre los móviles y las multas. Y poco más, porque ya habían llegado y allí la dejó. María seguía tan impresionada que no le pidió el cambio, sólo soltó un billete y salió del vehículo para adentrarse en el jardín.

Pero dados unos pasos aminoró la impresión positiva. Sí, la casa muy bonita y todo lo demás, pero al fin y al cabo estaba en un ambiente extraño. Había desconocidos. Le dolía la cabeza.  

En cuanto la limusina se detuvo se cercioró de que llegaba demasiado temprano. Y es que la mañana no había empezado bien. El hotel era estupendo, claro. Pero una tensa calma la había invadido desde que a última hora de la noche llegara a la ciudad y se había pasado la mayor parte del tiempo mordisqueando sin ganas un racimo de uvas mientras charlaba por teléfono con su amiga Eve, recostada en un diván.

Su amiga, siempre atenta a las sutiles variaciones de la voz que reflejaban sus cada vez más frecuentes cambios de humor, había intentado animarla pero tras varias horas de charla Amanda se despidió con un pálpito creciente que solo pudo calmar exigiendo que abrieran el gimnasio del hotel para ella. Una sesión extenuante y un baño caliente consiguieron calmarla lo justo para acostarse entre las suaves sábanas y dejarse llevar por el lánguido deseo de compañía.

Por la mañana las primeras luces la habían despertado y sin mucho más que hacer se había dedicado a mimar su cuerpo, tomándose su tiempo como siempre hacía. Decidió saltarse el desayuno, salvo un zumo antioxidante a base de piña, kiwi, bayas de goji, apio, pepino, espinacas, tres tipos de manzanas y una buena dosis de limón recién exprimido. Después, ya vestida y satisfecha con su aspecto, convencida de causar sensación en su llegada al evento pidió que prepararan su limusina y esperó tomando la primera copa de champagne del día.

El viaje hasta la mansión Rocks fue, ante todo, silencioso. Solo el suave sonido que emitía la pantalla de su móvil al pulsar rápidamente sobre ella indicaba actividad. El chofer la había mirado con avidez y ella había preferido apartar la mirada, aunque no subió la mampara que lo hubiera separado de su vista. Se dedicó a charlar con Dalton, le agradeció que le hubiera conseguido la invitación para la subasta. Sí, ella también esperaba que fuera tan emocionante como le había explicado. Se despidió llenando la pantalla de su amigo con lenguas y besos y mandó un último mensaje a Eve, ya cuando el largo vehículo se adentraba en el jardín.

La fuerza de la costumbre facilitó la complicada operación de descender del coche luciendo un modelito como aquel y pronto se vio frente a los amplios jardines, muy poco concurridos. Solo sus labios, que se contrajeron en un delicado mohín demostraron su frustración por un breve instante. Después  pestañeó, miró a ambos lados, sonrió y el mundo volvió a iluminarse.

-Asi que aquella era la mansion de los Rocks,pues no es para tanto-penso mientras se acercaba con su Aston Martin Db9 gris plata a la entrada.Cuando llego,acelero su deportivo para que todos supieran que habia llegado.Se bajo del Aston Martin y se acomodo el traje negro e impecable de Armani que llevaba,le dio las llaves al encargado del aparcamiento.

-Ten cuidado con el,vale mas que tu vida-le dijo mientras lo miraba fijamente.Con paso firme entro en el jardin,lo repaso con la mirada.Decidio acomodarse junto al muro de la casa en espera de que salieran los anfitriones.

-Yo habria puesto varios camareros con canapes y champagne para la espera -penso.

- de vuelta a casa - pensó cuando llegaba a su piso de Pedralbes procedente de su último y agotador trabajo en Moscú. Su fiel chofer abrió el buzón cogiendo las cartas y publicidad acumulada, mientras ella subía a su piso para tomar un tranquilo baño.

Cuando el chico llegó arriba, dejó "los papelajos" en la mesa del comedor y su voz preguntaba si quería beber algo. Con una sonrisa, fue a responder, justo cuando el muchacho entró en el baño entregándole justo lo que iba a pedir. Un buen añejo tinto, dio un amable sorbo a su copa, mientras se quedaba sola en el baño de nuevo. - está perfecto, cierto chofer podría sentir la tentación de probarlo - diciendo eso a media voz, invitaba a su empleado, a probarlo, sin poder ver que estaba descansando en el sofá con su propia copa.

Al salir del baño, bien vestida con algo informal, sonreía al ver al chico meciendo la copa en sus dedos. Se sirvió ella una nueva copa, y rellenó la de él, para acto seguido caminar hasta la mesa para comprobar el correo. Un considerable número de facturas pagadas, publicidad inservible y peticiones absurdas de cambio de compañías y panfletos. Pero entre todo ello, una carta extraña, de un hombre que creía un estafador.

Un tiempo atrás le había pedido cerca de 10.000€ para a ves a saber que, prometiendo que haría lo posible por devolverle el favor...

Pero ahí estaba esa carta, con una invitación y una explicación del lugar al que se le invitaba, había oído hablar de ese lugar, pero nunca pensó que realmente existiera. Pero no perdía nada por comprobar cuanto era falso y cuando real.

Cogió una mochila deportiva y la preparó para su nuevo viaje, pidiendo a Richard que se preparara para un viaje "largo", rebuscó entre la casa, y rellenó una segunda bolsa con algunos cuchillos y dagas que ya no utilizaba, también una espada que pese a gustarle, creyó un buen obsequio. Diciéndole al muchacho - hoy iremos en el blanco - "el blanco" era el coche que utilizaba como limousin improvisada, color agradable y perfecto para entradas agradables, y suficiente cómodo para soportar las bastantes horas de viaje que iba a tener por delante.

Richard bajó primero, para coger el coche y llevarlo delante de la portería, y unos minutos después bajaba ella con ambas bolsas. Al salir por la puerta la entrada trasera del coche le esperaba abierta, y el chico corrió a coger las bolsas. Ella entró orgullosa de su apto empleado, que teniendo total libertad de horario, no olvidaba sus cometidos.

Tras aposentarse, solo restaba esperar, serían largas horas de viaje, pero le daba igual...

- Así que esta es la mansión de los Rocks - un rostro de decepción se dibujaba en la cara de la chica, aun dentro de su coche junto a su fiel chofer, cruzando el umbral de acceso al lugar.

Se acercaba el coche con calma lo más cerca posible al punto de encuentro, estaría bien quedarse en el coche relajada mientras esperaba a quien le tuviera que recibir, pero algunas personas ya estaban allí.

Frenando por fin el coche, y mirando por la ventanilla, estaba claro que tendría que soportar las tonterías de mucha gente, semirecostada en el asiento, se podría percibir que había sido un largo trayecto, y aunque no le importaba especialmente, esperaba que aquella reunión no le evitara disfrutar de la calma que tanto apreciaba. De ir a desaparecer su tranquilidad, estaría bien escuchar opiniones y discutir un poco de manera que romper la calma valiera la pena.

Su chofer abrió la puerta sin prisa, notando quizás las pocas ganas de caminar de ella, paso a paso caminando por detrás del coche, como las buenas maneras dicen que debe ser, llegó tras casi un minuto de lento paseo aparentemente desganado, pero recuperando la firmeza ante los presentes, justo para abrir la puerta de atrás, por el lado derecho, por tal de dar un elegante entrada a los ojos indiscretos.

Al salir del coche, dejó que su cuerpo "cayera" hasta una pared del lugar. El jardín era agradable, pero esperaba no tener que esperar demasiado. El chico llevándose la mano a la nuca, veía como la mujer no se preocupaba tanto como él de quienes miraran.

El muchacho descargó las dos bolsas deportivas que había cogido la mujer, una la acercó hasta ella, la cual no tardó en sujetar por el asa, dejándola apoyada en el suelo. La segunda la sujetaba él, en espera de saber a quien debía entregar lo que ella consideraba un obsequio de buena fe, para mostrarse agradecida por la invitación.