Sí, Ama
Medea obedeció rauda, pues quería terminar con la conversación. Salió de la habitación rápidamente a meter prisa a los responsables de tu cena, que tardaron ya poco en venir.
La camarera trajo una gran fuente de ensalada con algo de fruta, y un plato con quesos, que olía fantásticamente, y sumándole el hambre y el cansancio, desde luego despertó el apetito de la Cicatriz Verdadera.
No se olvidó del Elverquiss, que supuso que querrías abrir tú, por lo que lo dejó en la mesa junto con el abridor, la servilleta, la copa y los cubiertos.
Tomando aire, puso las manos juntas al frente, dijo:
Disculpe la tardanza, Ama. ¿Algo más..?
Te conocía desde hacía bastante tiempo y suponía que no la tomarías con ella como habría hecho alguna otra sacerdotisa, por lo que habló sinceramente, desde la tranquilidad.
Iolaeden contempló el asado la ensalada, el queso de oveja y las frutas frescas con satisfacción. Su estómago gruñó espoleado por el delicioso aroma del asado de verduras para recordarla que no había comido en mucho tiempo.
Otras sacerdotisas hubieran arrancado su piel a tiras por la demora. A ella, al cocinero, o probablemente a ambos. En cambio, la Cicatriz Verdadera contempló la tranquilidad en los ojos de la criada. Intuía que ella era distinta, y en realidad lo era. Para ella el Dolor era poder, una fuerza importante y trascendente, y no era para un asunto trivial. Como los sacerdotes de Azuth que pensaban que la Magia sólo debía ser empleada en su justa medida, ella pensaba que existía un vínculo muy importante entre aquél que infligía dolor y el que lo recibía.
Iolaeden pensó que la paradoja del poder era, que si se tenía y se estaba dispuesto a utilizarlo, no solía hacer falta.
Eso es todo. Puedes retirarte.
La Cicatriz Verdadera cerró la puerta tras de si y se lanzó sobre la comida con avidez. Cuando hubo saciado su voracidad y empezó a comer con más calma, su mirada se posó en la botella de Elverquiss sin abrir.
Sí, esta va a ser sin duda una ocasión especial. Su boca se curvó en una mueca extraña a medio camino entre demasiadas emociones encontradas.
Al cabo de no demasiado, llamaron a la puerta, y Eleedra entró cuando cediste el paso.
Se había vestido con unas ropas de cuero negro fino muy, muy escuetas, que realzaban su aún agradable figura, más que taparlla. Llevaba un par de muñequeras y collarín con pequeños pinchos, y guantes largos hasta el codo, y se ha arreglado mucho, además de perfumado con un perfume fuerte pero femenino.
Apoyada en el marco de la puerta, te mira de arriba abajo y sonríe pícaramente
¿He tardado mucho... Pasa a la habitación y cierra suavemente con el tacón, mientras se relame suavemente pequeña...?
Que Gygax nos pille confesaos xD
Cuando los nudillos de Eleedra golpearon la puerta, el corazón de Iolaeden comenzó a latir desaforadamente. Durante una fracción de segundo le pasó por la mente la certeza de que su mundo había dado un cambio radical en tan sólo unas horas. En cuanto Eleedra apareció en el umbral de la puerta, el pensamiento se esfumó para dejar paso al deseo. Este se evidenció por el hecho de que se marcaran los pezones bajo su fino camisón. A pesar de haber sido elegida para un servicio personal a Loviatar, seguía siendo muy humana. Se dio la vuelta hacia la mesilla, con la pueril intención de ocultar su excitación a la sacerdotisa.
Por el Sagrado Antifaz de Sharess, parezco una doncella timorata ante un caballero de brillante armadura. Y no sé cuál de las dos nos alejamos más de eso.
Iolaeden carraspeó y comenzó a servir el elverquiss en dos copas.
La espera ha merecido la pena sonrió Iolaeden mirando por encima del hombro.
¿Una copa? sugirió enarcando las cejas en un gesto de inocente seducción. Tendió una de ellas a Eleedra, de forma que uno de los tirantes resbalara por su hombro.
Iolaeden puso los ojos en blanco mentalmente. Padre de todos los dioses, qué ridículo más espantoso estoy haciendo.
Eleedra se relamió de nuevo, y entró otro paso, cerrando la puerta con un taconazo firme. Con movimientos felinos y sensuales, se acercó a Iolaeden, cogiendo la copa con tres dedos y fijándose, a sabiendas de que la avergonzaría, en los dos pezoncitos marcados en su vestido.
Con una expresión neutra, dio un sorbo
¿Te alegras mucho de verme, no...?
Apartó la copa y se descubrió una sonrisa afilada y lasciva. Lentamente dejó la copa en la mesa, y acarició la mejilla de Iolae, acercando sus labios y dándola un apasionado beso con lengua, mordisqueando la de ella.
La otra mano iba al muslo de la joven Elegida, acariciando con una suavidad.... engañosa.
Eleedra era experta no solo en dolor, si no en placer... pero también en como mezclarlos convemientemente. Tantas orgías y noches de pasión y depravación llevaba a las espaldas, que, inspirada por los sentimientos que tuviese hacia Iolae (fuesen cuales fuesen), el resultado no pudo ser más placenter e inolvidable para la Cicatriz Verdadera, que cayó rendida al poco de que ambas terminasen. Había sido sin duda una noche increíblemente... completa.
Por la mañana, Iolae preparó todos sus pertrechos, y esperó en el templo la llegada de la diosa desde la tarde hasta la noche.
Tan pronto como el último rayo de sol dejó de entrar por los tragaluces, la oscuridad se acrecentó enormemente, hasta el punto que las antorchas parecían simples velas
Quienes estaban con Iolaeden en aquel momento en el templo apenas les dio tiempo a sorprenderse del efecto, y gritaron al unísono un instante después de oírse un salvaje latigazo por cada una de ellas... salvo Iolae.
La luz volvió inmediatamente, y la puerta se cerró con un sonoro estruendo. En el centro del salón y a dos palmos del suelo, descendiendo suavemente, Loviatar en todo su esplendor, con su traje de cuero y su impío látigo de siete colas miraba a Iolae.
El resto estaban en el suelo inconscientes o moviendo a duras penas los dedos de las manos y los pies, con siete cortes en sus espaldas. Entre ellas estaba Eleedra, que era de las pocas que aún parecía mantener un mínimo de consciencia.
Probablemente Loviatar no deseaba presentarse ante quienes no considerase dignos, así que con un gesto distraído, las que aguantaron conscientes dieron unos espasmos y terminaron de quedar fuera de combate.
La curiosidad mató al gato Y tal vez la despiadada sonrisa que siguió a las palabras de Loviatar significaba que no estaban inconscientes, si no muertos... o solo era un dicho escogido cruel e intencionadamente.
Es hora de que te lo explique todo detalladamente. Dijo cuando tocó el suelo, y habló clavando la vista en Iolae. Si Loviatar era aterradora e increíblemente hermosa la primera vez, su aspecto y forma de hablar era ahora un millón de veces más sobrecogedoramente pavoroso, sin perder la seductora belleza, que de no ser por el Miedo que desprendía, provocaria lujuria en cualquiera.
Hace un mes se abrió una suerte de... 'canal' interplanario... o tal vez debería decir 'intermultiversal' de origen desconocido. He estado estudiándolo a fondo, y llegan ecos de distintos planos y otras cosas, pero no de otros entes divinos. En definitiva, no hay dioses allí, pero vamos a cambiar eso...
Tú serás mi heralda en ese nuevo plano. Tú destruirás a todos mis enemigos y a sus demás heraldos, pues seguro que los demás dioses también se han dado cuenta, e impondrás la fé en MI en todo el mundo. Por desgracia solo puedo llevar a una persona a través del Canal, y a un gran coste.
No me falles, y la recompensa será acorde a la importancia de la misión, Iolaeden.
Hmmm... también debes saber que probablemente la magia funcione diferente en ese mundo, a falta de una deidad que regule la magia. Tal vez no exista, o sea un inmenso área de magia salvaje. En otro orden de cosas, no hagas ascos a ningún posible fiel. Extiende la fé entre cualquiera, no te limites solo a humanos, erradica esa estupidez de concepto de 'dioses raciales'. Al final, todo el mundo tiene que adorarme a mi, Loviatar, sin posibilidad de que nazca o crezca ninguna otra religión.
La mira con severidad, esperando que realmente le haya quedado muy claras las órdenes
Si tienes alguna pregunta, ahora es el momento. Si no, despídete de Toril y comencemos.
Durante el transcurso de su vida, la Cicatriz Verdadera había aprendido el valor de la paciencia. Había aumentando sus artes, profundizado sus conocimientos de saberes prohibidos y profanos, había obtenido más poder y más dominio de la magia divina. Sabía que tenía que aguardar su oportunidad, y ese momento había llegado. Lo que debería haber sido un aburrido día de preparativos, se convirtió en un frenético reparto de órdenes. La embargaba una excitación muy parecida a la anticipación del cazador antes del momento de la cacería.
Cansada más por los nervios que por la actividad física, se retiró al templo junto a un puñado de sus seguidores más cercanos para rezar. Y cuando la oscuridad se tragó la luz, apareció ella. Loviatar era bella y conmovedora como sólo podían ser los sueños… y tan terrible y pavorosa como las más terribles pesadillas. Su cuerpo era bello, perfecto, impecable. Y tras él, o detrás de él, había un halo siniestro y vivo, que se extendía como unas alas negras, constituido por unos horrores inconcebibles. Aquella dualidad era la esencia de su señora.
Sólo después de salir del éxtasis de su visión, Iolaeden volvió a ser consciente de lo que la rodeaba. Por toda la habitación yacían despatarrados sus seguidores. Ni siquiera Eleedra había soportado el poder de la Doncella del Dolor. Se compadeció durante un breve instante por la que había sido su amante la noche anterior.
Nos veremos cuando vuelva, Ledra pensó Iolae, burlándose de si misma.
Devolvió su atención a la diosa y bebió de las palabras que estaba pronunciando.
Mi recompensa es serviros, Señora. En cualquier otros labios, habría sido una adulación, pero lo cierto es que Iolaeden había demostrado una total entrega a su diosa. Todo lo que tenía, todo el poder que había amansado durante su vida era para convertirla en una herramienta para que Loviatar moldease el mundo a su voluntad. Jamás había querido algo para si misma.
He entendido con total claridad, Doncella del Dolor. Todo ser vivo que pueda sentir dolor puede y debe abrirse a vos. A la única fe verdadera. Acarició su látigo para dar énfasis a sus palabras, o quizá por la mera excitación. Después se encogió de hombros. Ya hemos experimentado con orcos y su ralea, aquí en Amn. Puedo doblegar cualquier voluntad.
Hablaba sin asomo de arrogancia verdadera u orgullo falso, sino como si constatara un hecho.
Estoy preparada.