La frustración y el desencanto la embargaron, pero nada en su rostro lo dejó traslucir, si exceptuamos un punto de frialdad desacostumbrada en sus ojos. Adako estaba descontenta consigo misma, descontenta con los acontecimientos, y, como sus compañeros, profundamente cansada.
Ninguno le recriminó nada, no dijo nadie nada. Pero no era necesario.
Habían vuelto a perder a su enemigo, y ella se sabía culpable de eso. Había creído que la ayuda sería beneficiosa, y ese segundo de distracción que representó su grito, aunque sólo fuera para indicar a los hombres del hijo del Daimyo su situación, permitió que el demonio se soltara de la garra de madera y volara.
Y ahora el plan del Toritaka era pueril. Hasta ella, con su inexperiencia en combate, lo sabía. Escuchó a Haru debatir con él, hasta la saciedad. No intervino, ya no. No pensaba abrir de nuevo la boca, si no era absolutamente imprescindible.
En vez de eso, cuando la etiqueta lo permitió, se retiró a la habitación que le habían asignado. Comió frugalmente, bebió, se aseó, y se preparó para el descanso y el sueño. Ajustó los postigos de las ventanas para mantener la estancia a oscuras durante las horas de sol, y se tendió en la superficie suave de su camastro.
Y antes, ya justo antes de dejarse llevar por la inconsciencia, con los ojos cerrados trazó en su mente los delicados ideogramas que algún día, o quizá mañana, plasmaría en tinta y pergamino. Se vio a sí misma bailando sobre el agua del llano estanque de su casa, y en su imaginación, con sus propios pies como gustaba hacer, compuso un haiku, uno más. Pero no dedicado a su maestra, sino para sí misma.
Mala es la duda.
Pero precipitarse,
puede ser peor.
Va a descansar, como Haru. Hasta que caiga la noche.
El día pasó como suelen pasar los días después de mucho estrés, cansancio y frustración. Nadie durmió bien aquel día. Nadie estaba tranquilo.
Pero todos aquellos sentimientos os habían pasado factura, pero no tanta para querer abandonar.
Al caer la noche cenáis solos Haru y Adako. Toritaka Jinkiku está preparando su charada, y al parecer Kuni Kiru ha ido a por hierbas al bosque.
Un momento extraño, o quizás fuera una excusa para buscar a vuestro enemigo él solo.
Sea como sea, el momento llega. Veis como un samurái, con cuerpo y forma de moverse de samurái, intenta hacerse pasar por un campesino.
Así, desde una atalaya, y con la niebla como amiga, veis como pasan dos horas. Hasta que de repente, cansados de esperar, escucháis un grito desgarrador.
Una sombra medio tullida, ataca con furia a un campesino, que no lo es tanto, que se defiende con la ayuda de un bastón de madera.
Sin pensarlo dos veces, y sabiendo que la burda treta a tenido el efecto deseado nuestros jóvenes héroes corren en auxilio de su anfitrión, y sobre todo para acabar con la vida de su némesis.
Antes de que lleguen a callejón donde está teniendo lugar la pelea, un grupo de tres guerreros del clan Halcón aparecen para dar auxilio a su malherido líder.
De nuevo, y como en la noche anterior, empezáis una carrera en post de finalizar con la vida de vuestro enemigo, y que así acaben las fechorías.
Como esta tullido, ya no solo de un brazo, sino de una pierna, vuestra sombra no se mueve tan rápido, y rápidamente le dais alcance, justo a la salida del pueblo.
Rápidamente comienza un combate trepidante, Haru sesga el aire mientras un aiguchi malícienlo para sus golpes, mientras Adako, a golpes, procura ganarle la espalda a vuestro enemigo.
En un momento de lucidez, y mientras lo arrinconáis, varios samuráis aparecen a caballo para unirse a la contienda, lo que sin duda será el fin de vuestro enemigo.
Que al verse superado físicamente y en número tan grande, intenta emprender de nuevo una huida a pie. Esta vez Adako consigue golpear en la pierna buena, cayendo este de rodillas frente a Haru.
El frio recorre las venas del joven, que se debate entre averiguar sobre su pasado, y la más honrosa y gratificante venganza de sangre.
Mientras Bayushi Haru decide perder todo su honor, y matar a aquel hombre de rodillas allí mismo, sin esperar ningún juicio de los Halcones, nuestro siniestro personaje sonríe a la muerte, provocando la ira de samurái y de la doncella, pues parece reírse de la muerte una vez más.
Lo que no saben es que al caer había soltado una esfera negra, que al rodar había llegado a los pies de los caballos.
Sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo, una pequeña bomba explota asustando a los caballos, haciendo que Haru pierda brevemente el equilibrio, y dejando que el falso monje de osano wo se pusiera en pie. En el caos originado por aquel suceso, este consigue de manera increíble hacerse con un caballo que acaba de tirar a su jinete.
Adako una vez más, es ágil como nadie, y consigue obligar al animal a retroceder, usando un trozo de madera prendido en llamas. Cuando parece que el caballo va a tirar de su lomo a vuestro enemigo, este clava sus dedos en su cabeza y el animal deja de moverse un segundo antes de emprender una galopada furiosa.
Los guardias recogen a los heridos y calman a los caballos mientras vosotros corréis en vano en pos de vuestro enemigo. Una voz se alza por encima de vosotros, la de Kuni Kiru.
Se encuentra en un tejado cercano convocando su magia. Lanza un virote de jade directamente contra vuestro enemigo, que cae sobre el animal tras impactarle este en la espalda, y mientras los gritos de alarma de los allí presentes, y el caos que se origina cuando el fuego llega a una de las casa, vuestro espectro particular huye de nuevo, aunque puede que esta vez muerto.
Adako mira a Haru en búsqueda de su confirmación de coger un caballo e ir tras su enemigo. Pero de repente el joven escorpión coge una aguja de metal larga y fina y se la saca de un costado.
Cuando el monje asesino Zeitsan emprendió la carrera en caballo, lanzo una aguja, que si bien no dolió al clavarse, ahora había paralizado a nuestro protagonista.
Kuni Kiru llego hasta sus compañeros al tiempo de ver a Haru caer de rodillas en el suelo agarrándose en vano el costado.
Tras examinarlo, sabía que pasaba. Estaba envenenado. Kiru podría curarlo, pero necesitaba saber qué clase de veneno era.
De pronto el joven perdió el conocimiento, y Adako miro al shugenja pidiéndole que hiciera algo, que curara a su amigo.
Mientras los pocos aldeanos apagaban el fuego, y los samuráis halcón organizaban una partida de búsqueda del agresor el cangrejo se enfrento a una decisión difícil. Había conseguido reunir los componentes de una medicina que podía curar cualquier cosa, pero solo había para realizar una poción.
Se debía a su lealtad a su señor, y aun así, con cuidado y mesura, y toda su paciencia, preparo el remedio.
Pasaron tres días, hasta que Bayushi Haru se despertó en una habitación del palacio de los Toritaka. Vivo, aunque exhausto, pues las fiebres y los dolores musculares habían pagado sus sueños durante todo aquel tiempo, pero al menos estaba vivo.
Cuando pudo reunirse con sus compañeros, estos le dieron noticias. Su enemigo había desaparecido, no habían podido encontrarle, ni su cuerpo si quiera, porque muchos pensaban que estaría muerto.
Aun así, muchos en aquellas tierras decían que era un kami maligno. Toritaka Jinkiku, sabía que ellos tenían razón, y que se trataba de un loco homicida. Pero desconocía como ayudarlos.
Kiru había dicho que tenía que haber un campamento en los bosques, que les dijera a donde ir, y el hatamoto había accedido a dejarles pasar a lo más profundo del bosque cuando Haru se hubiera recuperado.
Aunque cuando nadie más les escucho, Kiru les dio una buena noticia. Podían seguir a su enemigo, su hechizo, podía rastrearse, así que cuando supieran algo más sobre su enemigo podían salir de allí rápidamente para darle caza. Ya no se les escaparía otra vez.
Ahora había que ver si querían ir a buscar información, o salir de allí inmediatamente. Y para ambas decisiones había muchos argumentos.
Ahora, narrad impresiones, y decidid que hacer, porque con poco mas se acaba esta escena de juego.
Aquella parada me había dejado aclarar las ideas y quizás ordenar un poco el hilo de los acontecimientos, mientras buscaba de nuevo los ingredientes de aquella solución, en lo que Haru se encontraba inconsciente. Pero yo no era para nada un shugenja meditativo, ni siquiera había estado lo suficientemente centrado en el poco tiempo que habíamos pasado descansando. Pensando que cada minuto que pasábamos pensando que pasos seguir, nuestro enemigo se alejaba cada vez más de nosotros.
La persecución había durado demasiado y demasiadas habían sido las veces que nuestro perseguido se había escapado, y por Osano Wo y por todos mis ancestros que daría mi vida si fuera necesario para que no volviera a escapar una vez más.
-Quisiera salir en persecución de ese mal nacido lo antes posible- informo a mis compañeros de viaje con la voz de quien a pasado un evento a lo personal, una voz que decía sin palabras que quería acabar con aquello de una vez por todas.
Había estado paseando por el jardín, intentando calmar su ánimo alterado. Habían sido demasiadas emociones, algunas demasiado nuevas. En unos días había conocido la amistad, el peligro, al enemigo. El mal, y combatirlo. Había dejado de ser una niña, era otra la Adako que ahora se sentaba junto al estanque, otra completamente diferente de la que había despedido su sensei, para que siguiera su mapa.
Y lo más curioso, se dijo a sí misma, es que lo que más pesaba en su espíritu no era la lucha con ese ser demoníaco, encerrado en un cuerpo de hombre. Ni siquiera era la posibilidad de su propia muerte, a la que nunca había visto tan de cerca como cuando las flechas silbaron junto a su oído. Lo que había dejado a su alma exhausta y a su corazón en vilo había sido la posibilidad de la muerte de Haru. No se había dado cuenta en un principio, no había indagado acerca de sus sentimientos. Ni siquiera cuando se había trastornado tanto al verle sin su máscara, en Osano Wo. Ni ante sus palabras, a veces hirientes como dagas, a veces acariciadoras. Transparentes, en ambos casos.
No, Adako se había visto enfrentada a su propia realidad, al miedo, a lo que realmente conoció como miedo, cuando vio a Haru abatido por el veneno. La delgadísima aguja lanzada por esa sombra escurridiza y oscura había encontrado su camino, y su objetivo. Y cuando Haru moría, ella moría también. Pero había sido el sacrificio de Kiru lo que les había salvado. A ambos, al moribundo, y a su aliento. Kiru había ofrecido su pócima como un regalo, en una renuncia absoluta, a su destino, a su hito. Y su renuncia, con su castigo a cuestas, había traído la vida.
Ahora, paseando, la joven Grulla meditaba su futuro. Haru se había recuperado, y Kiru quería acabar lo empezado. También ella, aunque el peso de su alma seguía estando ahí, y las losas eran eso, siempre, un peso que acarrear aún en las peores dificultades. Se preguntó si podría.
Suspiró.
Y enfiló de nuevo hacia el camino de regreso, de vuelta. A tantas cosas, y a muchas desconocidas. Un reto. Eso era, después de todo, vivir.