Créeme, en tu corazón brilla la estrella de tu destino.
Johann Christoph Friedrich von Schiller:Poeta y Dramaturgo Aleman.
Después de enviar tu informe sobre lo sucedido en la finca de Otomo Fujimaki sama, y de relatar con todo lujo de detalles la entrevista y la información obtenida tras la entrevista con el pirata, incluso habiendo elaborado un perfil más exhausto sobre tu primer objetivo gracias a la oportuna invitación a ver donde vivía, solo has conseguido silencio.
Han pasado ya un par de semanas, durante los primeros días pensabas que te volverías loco, nunca tardaban tanto en darte información. Te preguntabas que habías podido hacer mal. Y sin embargo, mentalmente revisabas cada detalle, cada palabra, cada acción, y sin embargo, no había nada que corregir.
Obtuviste la información que había disponible del contacto. La ampliaste con lo que sabían los hombres de Otomo, incluso fuiste participe de sus planes. No se podía esperar más de ti.
Finalmente, desesperado por tus dudas, decidiste enfocar tu mente en otros campos, para evitar volverte loco. Al fin y al cabo, quizás solo hubieran decidido darte unas vacaciones por tu buen servicio, o quizás, la información era tan importante que necesitaban tiempo para tomar decisiones.
Fuera como fuera, tú habías cumplido, y el tiempo, finalmente te vino como agua de mayo para preocuparte de tus propias cosas.
Las mañanas de la última semana habían sido productivas. Un viejo mercader Yasuki tenía un manuscrito sobre las maniobras que dieron inicio al ataque contra tierras Liebre.
Al principio no te lo creías, así que durante días fuiste ganándote su confianza. No pensaba venderlo, era una posesión exclusiva. Sin embargo, tu persuasión, un buen puñado de monedas, y sobre todo, mucho sake, hicieron que ese manuscrito cayera en tus manos.
Si bien, eso te producía una satisfacción enorme, era lo que hacías por la tarde lo que te proporcionaba verdadera paz.
Cada dos tardes, habías quedado con Kokoro, la joven sirvienta. Te presentabas desprovisto de tu mascara, cuidándote mucho de no ser seguido por nadie. Como bien sabias, los escorpiones siempre vigilaban a los suyos.
Por las mañanas durante tus paseos, seleccionabas sitios concurridos en los que poder entrar y cambiarte, por esa personalidad de joven sirviente grulla.
Te sentías extraño haciéndolo, hasta que quedabas con ella.
Las tardes pasaban volando sin que tus manos pudieran agarrarlas. Ella te hacía sentir vivo, mientras hablabas de cualquier cosa.
A los pocos días, y de manera gradual ella fue abriendo su corazón y su alma. Algo que te chocaba y que sin embargo, te producía momentos de tensa emoción.
Te conto así, que cuando su madre estaba embarazada de ella, su señor, un viejo Kakita, la había maltratado, y que por eso, según los médicos, había perdido un trozo de oreja. Su padre, al cual quería mucho, era en cierta forma parte de su dolor.
El viejo, un sirviente sin aspiraciones, no había plantado cara y se había marchado de las tierras de grulla, si no que fue despedido y vilipendiado. Por eso acabaron en Otosan Uchi. Ahora, trabajaban par aun Doji, un tipo altanero, pero que no era mala persona a los ojos de Kokoro.
Ella quería cambiar de aires, marcharse lejos, pero no se atrevía a dejar a su viejo padre solo.
Tú eras un misterio para ella, pero parecía no importarle la falta clara de datos sobre tu vida. A veces sentías que ella sabía la verdad, que conocía tu secreto, y sin embargo, no le importaba.
Mañana iba a ser un buen día, ella había decidido presentarte a su padre.
No es que tuvieras especial ilusión, de hecho te resultaba incomodo, pero no podías decir que no tras ver los ojos con los que te pedía que acudieras a esa reunión.
Estabas en unos baños públicos en el distrito de Hayasu, no eran muy grandes, pero solían estar concurridos. En un rincón, estaba un hatillo de ropa. Allí estaban tus pertenencias, disimuladas entre otras telas.
Con rapidez y discreción te cambiaste, y volviste a ser tú, el joven Bayushi, el escorpión. Siempre era una transición extraña. Pues no hacia tanto que te habías acostumbrado a ser uno de los miembros del clan de las mentiras, y ya estabas usando toda tu energía en cambiar ese hecho.
No obstante, mientras todo fuera un secreto, no pasaría nada. Y nadie te había visto. Aquella noche sería importante para ti. Por fin tenías el manuscrito y podrías dedicarte a su lectura.
Haru se movía con paso apurado por los cuidados senderos del Hayasu. Por lo general, aún le seguía fascinando la belleza y pulcritud de aquel Distrito, y no era extraño que se perdiera tardes enteras deambulando por sus calles por el puro placer de observar sus recovecos. Sin embargo, en aquel momento andaba con la cabeza gacha, completamente absorbido en sus propios pensamientos. Ni siquiera prestaba atención a la dirección que tomaba. Solo lo impulsaba la pura fuerza de la costumbre, que lo llevaba por callejuelas que ya se habían vuelto familiares de tanto ser transitadas.
Desde hacía un par de días, un único pensamiento se había adueñado de su mente. Primero invadió sus noches, carcomiendo como una alimaña las horas que debía dedicar al sueño reparador. Luego, aquella obsesión también penetró sus días, haciendo que poco a poco todas sus actividades se volvieran grises y carentes de sentido.
Ni siquiera la dulce Kokoro había podido librarse de esta peste. Haru apenas si recordaba las últimas conversaciones, apenas si había disfrutado de los dulces momentos en su compañía. Había estado distante, con la mente perdida en viejo anhelos y en acuciantes dudas. La muchacha no parecía haberlo notado, o al menos Haru no lo recordaba. En cualquier caso, había muchas cosas que no recordaba. Había estado andando en sueños durante un buen tiempo. Demasiado tiempo.
Era una suerte que sus patrones hubieran decidido darle un descanso. Con aquellos pensamientos dominando por completo su cabeza, le hubiera costado mucho al Escorpión hacer su trabajo. Hubiera sido cuestión de tiempo que cometiera un error, algo que los de su clase bien solían pagar con su vida.
Pero esta vez las Fortunas parecían estar de su lado. Por fin podía dedicarse a acallar aquella insidiosa vocecilla que taladraba sus pensamientos. Al fin tenía algo de paz. Algo de tiempo.
Llegó a la posada que lo cobijara durante los últimos tiempos y se dirigió a su habitación, deteniéndose apenas el tiempo suficiente para informar a su anfitriona que no bajaría a comer. Ya en la privacidad de su cubil, cerró los ventanales, se sentó frente a la mesa baja que dominaba uno de los rincones, encendió una única y trémula lámpara y se dispuso a indagar en los misterios del manuscrito que había conseguido.
La habitación quedo casi en penumbras, a excepción del rinconcito donde habías montado hacía ya tiempo tu lugar de lectura.
Desenvolviste de una tela azul vieja y usada el pergamino que contenía, y según palabras de su antiguo propietario, las verdades ocultas tras el ataque a los Liebre.
No tenias mucha fe en que el texto explicara cosas realmente importantes, pero por poco que fuera, o por mucho que repitiera en su contenido, siempre habría algún detalle, o quizás otro punto de vista de la historia velada de la destrucción del clan de tus padres.
Así que sin darte cuenta anocheció del todo y callo toda la noche, leyendo todo tipo de datos, pero fue grata tu sorpresa al caer cierto lugar.
Cita:
Nadie sabía exactamente qué era lo que buscaban, puesto que la batalla principal había acaecido durante la tarde en las mismas puertas del castillo. Aunque si se supo que entre otras cosas, mataron aldeanos y quemaron una parte del castillo al llegar a ella.
Se dice que se llevaron tesoros antiguos, pero lo cierto es que jamás presentaron nada ante el campeón Escorpión. Aunque a nadie parecía extrañar, puesto que fue el propio Bayushi Kusame quien convenció a algunos poderosos militares de la amenaza que suponía para el dominio económico y político de Ryoko Owari el rápido crecimiento de los Liebre.
Aquellas palabras las repasaste una y otra vez. Parecía que por primera vez, alguien señalaba a alguien como precursor del ataque. En cada libro y texto leído con anterioridad, se mencionaba un conflicto económico político en ciernes entre el clan menor y el clan del escorpión, y sin embargo nadie podía afirmar sobre que había tratado tal conflicto de intereses.
Pero mucho más importante era el hecho de que por fin había un nombre que seguir. Bayushi Kusame, un daimiyo local. No sabias nada de él, ni donde estaba ahora, ni siquiera si seguía vivo. Pero parecía, y una mente como la tuya era capaz de verlo con claridad, que había un motivo oculto para el ataque.
Incluso se pudo desprender el porqué el clan fue arrasado por completo. Sabias que aunque habían perdido la batalla aquella tarde, tu verdadero padre murió ya entrada la noche, cuando un Gunso Liebre había perdido los papeles y había atacado a un samurái escorpión sin motivo aparente. Aquel suceso siempre que lo leías te dejaba bastante marcado. Porque era una muestra evidente de desprecio por el bushido. Y sin embargo, por extraño que fuera, aquel documento planteaba la posibilidad de que no hubiera sido un arranque de ira, sino la respuesta al ataque injustificado de ejército escorpión.
El alba estaba a punto de asomar a tu ventana, y aunque hacía ya tiempo que habías casi memorizado aquella parte del texto, volvías a leerla una y otra vez. Pues era una revelación inaudita.
Sin embargo, cuando el cansancio empezaba vencer a tus ojos y tu mente estaba saturada de darle vueltas al tema, te distes cuenta de que Otosan Uchi estaba lejos de las tierras escorpión, y que desde dónde estabas no podrías seguir ninguna pista.
Querías saber quién era el hombre que había provocado la caída de la Liebre, y sobre todo, porque había pasado. Quien podría desear tanto mal, y sobre todo que tenían tus ancestros de importante que fuera necesario reducir a cenizas a tanta gente.
La fascinación de los nuevos descubrimientos mantuvo en vilo al joven Escorpión, y aunque las horas transcurrían lentamente, su cuerpo mantuvo siempre el vigor tan propio de una mente afiebrada por la excitación. Apenas si había tomado algunos sorbos de té en toda la noche, y ni siquiera se había levantado a desentumecer sus piernas. Leía y releía cada frase, cada palabra, grabándose a fuego en la memoria aquellos descuidados trazos garabateados en el pergamino.
Sin embargo, con el final de la lectura, llegó también el inevitable abatimiento, el doloroso cansancio producto de tantas horas de emoción contenida. La adrenalina que había infundido de energía su sangre, comenzaba a abandonar su cuerpo, y el precio que se cobraba era tan alto como sus dones.
Para peor, a su agotamiento físico se había sumado también una profunda desesperanza, que se había ido apoderando de su espíritu a medida que los pensamientos se sucedían en la mente del samurai.
La emoción de los primeros descubrimientos había dejado paso, paulatinamente, a elucubraciones más profundas, y que casi invariablemente encontraban obstáculos insalvables. Quizás hubiera encontrado un nombre, pero eso no le servía de mucho en medio de un Imperio tan vasto. Sería imposible dar con él, o averiguar siquiera su paradero después de tantos años.
Y eso en caso de que verdaderamente pudiera ocuparse de continuar sus investigaciones. Sus nuevas obligaciones, fueran cuales fuesen, lo mantendrían demasiado alejado de cualquier posibilidad de ahondar en el asunto. Las tierras de la Liebre quedaban lejos de Otosan Uchi, y un simple servidor como él no tendría jamás una excusa para visitarlas. Mucho menos los recursos para hacerlo.
Un sentimiento de amarga impotencia invadió al samurai. Ni siquiera se quitó su kimono para recostarse en el lecho. Aunque recostarse es un decir. Pues Haru sencillamente se dejó caer sobre él, como un guerrero herido de muerte. Por un instante pleno pero fugaz, había vislumbrado el premio a tantos años de dedicación y esfuerzo… solo para ver como se lo habían arrebatado para siempre.
La oscuridad de la noche parecía haberse vuelto más ominosa de repente, en consonancia con su propio ánimo lúgubre y derrotado. Haru se hallaba hundido en el más profundo desamparo cuando sus ojos se cerraron.
Sin embargo, casi en su último suspiro conciente, una idea, quizás solo un sueño, llevó a su mente, transportada por el primer rayo de la aurora que se colaba por la ventana.
- Estás en Otosan Uchi. – le susurró una voz melodiosa – La Capital Imperial, el hogar del Príncipe Resplandeciente. Todo lo que ocurre fuera de sus murallas ocurre también aquí. No es solo el corazón de Rokugan. Es el Imperio mismo…
Ya tengo un curso de acción, pero no quería hacerlo tan largo. Lo irás viendo con los post, pero te anticipo que ya tengo varias cosas para entretenerme mientras siga en la Capital.
Aquella mañana dormiste más de la cuenta, sobre todo teniendo en cuenta que sucumbiste al sueño justo a la llegada del amanecer.
Sin embargo, cuando aun la mañana no había llegado a la mitad. Algo en ti se activo. Te removiste durante dos segundos inquieto antes de girar con los ojos cerrados hacia un lado de la habitación donde sabias habías dejado la espada.
Cuando los abriste asistes la espada y te giraste hacia la puerta de tu habitación. Algo te había activado, más allá de ninguna duda que estabas en peligro.
Cuando tu vista se aclaro lo suficiente, y tu corazón dejo de bombear como una ola gigante contra las rocas de la costa pudiste realizar un repaso mental de lo que había a tu alrededor.
Tras un primer vistazo, no notaste nada raro, sin embargo tus sentidos te decían que se te pasaba algo.
Al mirar mejor, notaste como algo fallaba. En la esquina izquierda, a media altura, caía un poco de sombras, producidas por la luz que entraba por la ventana a tu espalda, y tu cuerpo en medio.
Así que lentamente te moviste hacia la derecha. Y la luz entro clara iluminando aquel rincón. Allí, colocado en una posición imposible, había un hombre, o quizás una mujer embutido en un traje negro. Oscuro como la misma noche.
No sabias como no lo habías visto hacia un momento. Sacaste el arma de la saya con un ágil movimiento de muñeca y te preparaste para arremeter contra aquel extraño, sin embargo algo te detuvo. Aquel ser, hombre o lo que fuera te estaba mirando con unos poderosos ojos oscuros.
Sin hacer ningún ruido se deslizo hasta el suelo y se mantuvo en la esquina sin moverse lo mas mínimo. Era como si se hubiera deslizado por la pared. Ni tan siquiera sabias como no había movido los pies o las manos. Donde estaban sus manos.
Estaba claro que aquel hombre, era un Ninja. Pensabas que solo eran cuentos para asustar a los niños. Y que quien decía haber visto a alguno, era porque era incapaz de reconocer que había faltado a sus deberes como era debido. Y sin embargo allí estaba aquella sombra.
Y de repente comenzó a hablar, con una voz seca y ronca. Salida de lo más profundo de su ser.
Tus maestros tienen que estar orgullosos de ti Bayushi Haru. Tus sentidos están bien afilados incluso cuando duermes. Aunque deberás entrenar mas para saber cuando alguien invade tu guarida.
Pero eso no es lo que he venido a hacer. El campeón Bayushi te espera dentro de tres días en Kyuden Bayushi. Quiere verte sin falta. Si no crees en lo que te digo, haces bien. Por eso te mostrare lo que necesitas ver.
Sin que te dieras cuenta el hombre de negro había extendido su mano y en ella había algo blanco. Y nuevamente, y a pesar de que no habías dejado de mirarlo ni un solo instante el hombre lanzo un papel con mucha habilidad a tus pies.
Solo te distrajiste un segundo, bajando la mirada para seguir el papel. Y cuando volviste tu mirada hacia el rincón, allí no había nada. Y en aquel instante notaste como el sonido de la calle llenaba tus oídos. Llevabas más de un minuto junto a la ventana y no habías escuchado nada del trasiego que siempre se originaba en las calles de la capital por la mañana.
Incluso más, con todos tus sentidos alerta notaste el ir y venir de los hombres que más abajo comían y bebían en la posada donde te alojabas. Como era posible que no hubieras notado nada de aquello. E igual que al principio sabias que alguien o algo estaba allí contigo. Ahora tu cuerpo y tu mente te decían que estabas solo.
Era imposible. Las únicas entradas a aquella habitación eran la puerta y la ventana. Tú estabas frente a la ventana y la puerta no se había abierto.
Tardaste unos minutos en decidir que ya era seguro moverse. Una y otra vez revisaste toda la habitación. Y durante los siguientes 10 minutos revisaste cada rincón. Cada pieza de madera, buscaste entradas ocultas. Cosas fuera de lugar. Y nada, no encontraste nada.
Al final, envainaste y buscaste el papel. Era un papel sellado con el símbolo personal del Campeón Bayushi. Lo habías visto no hacía mucho hacia algún tiempo, cuando te pidieron que investigaras el tema de Niebla Asfixiante.
Rompiste el sello y miraste su contenido. Supusiste que estaría cifrado y que tendrías por delante un buen número de horas traduciendo para leerlo bien. Y sin embargo allí estaba todo claro y conciso.
Ven a Kyuden Bayushi, te espero en mi cámara personal al anochecer del tercer día.
No había nada escondido en aquellas palabras era justo lo que decía el hombre sombra. Tu campeón te requería una vez más, pero esta vez, en tierras del clan.
Te tomaste un rato para darle vueltas a lo que acaba de pasar. Quizás la presencia de aquel hombre fantasma estaba ligada a que el mensaje no estaba cifrado y a que tenías que leerlo con urgencia. Pues hacia mención al anochecer del tercer día. Tendrías que viajar muy rápido para llegar hasta allí.
Que podía ser tan urgente. Que habías hecho para merecer tal honor. O acaso habías atraído la atención de tu señor por algo que habías hecho mal. Quizás supieran de tus descubrimientos. Aquella idea recorrió tu espina dorsal.
Sin embargo el texto seguía en el mismo sitio que la noche anterior, cerrado, pues habías memorizado todo su contenido. No parecía que nadie lo hubiera leído.
Acaso era a causa de las visitas a la joven Kokoro. No, no podía ser, habías sido cuidadoso. Nadie podía haberte seguido. Aunque quizás el hombre sombra sí. Pero eso no tenía sentido.
Ese mensaje venia de parte del campeón. Ese hombre sombra tendría que haber venido directamente desde allí para entregártelo.
Fuera como fuera tenias que ponerte en movimiento. Tu clan te requería, y fuera para bien o para mal tenias que atender a su llamada.
Haru permaneció largo tiempo en aquella posición, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en algún punto indeterminado del suelo y el extraño papel entre sus dedos. Todo ocurría demasiado rápido. Por unos instantes, se preguntó qué diablos podía tener un simple samurai como él para encontrarse en medio de aquellos asuntos. Nada bueno, seguro.
En poco menos de un mes, había descubierto un oscuro secreto vinculado a la desaparición de su antiguo Clan, había dado con una poderosa organización secreta y con un misterioso grupo dedicado a destruirla, y había sido contactado también por alguien que decía ser su propio Campeón, un sujeto tan enigmático como tenebroso que apenas si tenía tratos con el mundo exterior y que al parecer quería verlo en persona. En realidad no debería haberse soprendido si las Fortunas lo impulsaban a mantener una conversación con un Ninja.
Todos sus pensamientos y sensaciones recientes pasaron a un segundo plano. Una extraña incomodidad se apoderó de él, relegando a Kokoro, al Otomo y al Clan de la Liebre a un piadoso y momentáneo olvido.
La sensación era un mezcla de ansiedad y confusión, que Haru solo podía asociar con el al pavor más absoluto, aunque no fuera exactamente igual. No era normal que alguien tan importante se interesara en un simple servidor como él. Para peor, era peligroso.
Su espíritu se fue sosegando a medida que le daba vueltas al asunto. Luego de un rato concluyó que no podía tratarse de un castigo. Ya habría ido a reunirse con sus ancestros si así hubiera sido. Tal vez fuera solo una advertencia. O un encargo. Esto último intranquilizó al Escorpión. Bien podía ser más peligroso que una pena.
En cualquier caso, finalmente decidió que ya tendría tiempo para encontrar respuestas a todos sus interrogantes. Tenía un buen trecho que recorrer, y poco tiempo para hacerlo. Tendría que resolver algunos asuntos antes de partir, pero debía hacerlo de inmediato.
Comenzó a empacar sus cosas en el pequeño cofrecillo que lo acompañaba desde su adolescencia, cuidándose bien de acomodar en el falso fondo los libros y pergaminos recientemente conseguidos. Guardó también sus ropas y demás enseres personales, dejando fuera solamente el gastado kimono que utilizaba a diario.
Sin embargo, aún no se vistió con aquellas ropas de viaje. Aún quedaba una última visita por hacer. Trabajó algún tiempo para recoger su larga cabellera en un complejo moño y, no sin cierto desagrado se empolvó ligeramente el rostro a la moda de los refinados niños de la Grulla. Un toque de perfume bastante ordinario le dio el toque definitivo.
Enfundado en el sencillo kimono blanco que le servía para ocultar su verdadera identidad, pero portando aún su máscara de Escorpión, salió a la calle. Buscaría algún lugar apartado para descubrir su rostro y luego se dirigiría al encuentro de Kokoro. Nunca había sido bueno para las despedidas, pero en aquel momento, era la más leve de sus preocupaciones.
Sabias que la joven estaría trabajando, y aquello resultaba optimo para tus necesidades actuales. Pues aunque era el peor lugar para decir adiós y dar una mala noticia a la mujer que enfermaba tu corazón, seria la forma más sencilla decirle adiós, sin largos minutos de tensa mirada.
Al llegar al hotel, pediste verla, y tardo un buen rato en llegar. Nadie hizo preguntas inquietantes, quizás porque que un sirviente hablara con otro no le preocupaba a nadie, o puede que porque todo el mundo supiera que Kokoro tenía un "amigo".
La joven se acerco a ti lentamente, aunque pudiste notar que había corrido hacia solo unos instantes. Seguramente se encontrara en la otra parte del monstruoso edificio.
Tras una serie de señas por su parte, acabasteis en un pasillo poco transitado cerca de la puerta. Cuando no hubo nadie, notaste la aprensión en el corazón de la mujer. Sabía que algo pasaba. Y tú podías sentirlo sobre tu cuerpo.
Era como un manto de frio invernal que hubiera recubierto tu corazón de repente, casi sacándote todo el aliento de tu cuerpo.
La joven te miro a los ojos, y se salto todo el protocolo, en base a la soledad que compartíais en aquel remoto lugar.
¿Que ocurre? ¿Algo no anda bien verdad?
Su mirada era firme, y su cuerpo estaba tenso, sin embargo, podías percibir sin duda que sus ojos se estaban preparando para humedecerse rápidamente. La respiración de la mujer tras la pregunta desapareció, como si esperaba el golpe fatal de una Katana. Como si no pudiera respirar hasta saber que ocurría.
Tu mascara, encendida entre tus ropas, era el único objeto en tu cuerpo que ahora mismo parecía tener calor. Habías mentido a esa mujer en casi todo lo referente a ti, y sin embargo, ella te conocía mejor casi que tú mismo. No podía saber que ibas a decirle, pero tenía claro que algo malo pasaba. Quizás fuera simplemente intuición femenina. Pero a veces, tenías la sensación, como era ahora, de que ella podía leer en tu alma como te encontrabas.
Tenías unas responsabilidades ante el clan que te había devuelto a la vida. Para un samurái era sencillo dejar todo para atender a su señor, pues ahí estaban sus lealtades. Pero para ella, eras un sirviente. Un hombre sencillo. Que ahora estaba callado buscando que decir.
Por primera vez en muchísimo tiempo, casi desde que tenía memoria, Haru se había quedado sin palabras. Y no era solo por aquel nudo asfixiante que le atenazaba la garganta y le revolvía las tripas. Incluso aunque su aliento no lo hubiera abandonado de repente, de todas maneras le habría sido imposible articular palabra. Sencillamente, no sabía que decir. Pero aún, nada de lo que dijera tendría sentido.
Por unos momentos, el samurai se lamentó por no haber preparado un buen plan. Claro que nunca lo había necesitado antes para tratar con la joven. Precisamente en ello radicaba gran parte de la magia que envolvía sus encuentros.
El Escorpión solía acudir a las citas completamente despojado, dispuesto a disfrutar de cualquier sorpresa que las Fortunas le depararan. Poco a poco se había ido acostumbrando a aquella extraña sensación, mezcla de imprudencia y estupidez que tan libre lo hacía sentir. Junto a Kokoro, al menos por unos pocos instantes, no era necesario cuidar cada palabra, contener hasta el más mínimo gesto. Junto a ella, quitarse la máscara era como sacarse un grillete.
Pero quizás aquella vez fuera diferente. Tal vez habría sido más justo proteger aquel dulce corazón con una piadosa mentira. Después de todo, tampoco habría sido la única.
- Kokoro… - dijo finalmente, haciendo un esfuerzo enorme. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para sostenerle la mirada. No era por falta de valor, de eso estaba seguro. Pocas cosas podían amedrentarlo a esta altura de los acontecimientos. Tampoco era aquel sutil pero persistente sentimiento de culpa que solía invadir su espíritu de tanto en tanto, particularmente cuando tenía la certeza de que sus acciones acarrearían la desgracia de algún pobre inocente que se había puesto en su camino.
Era algo más. Algo peor y más profundo que no podía definir, pues no recordaba haberlo experimentado antes. Algo amargo y doloroso, y que adquiría fuerza a cada momento, como si la mera presencia de Kokoro lo inflamara. De todos modos, si alguna certeza tenía el Escorpión, era que sus dudas se acrecentaban a medida que intentaba descubrir la causa de aquel extraño padecimiento, así que finalmente decidió no seguir indagando. No sabía por cuanto tiempo más iba a poder mantener su fachada.
- Debo abandonar la ciudad. – sentenció sin rodeos, casi sin inmutarse. El vacío en su estómago se había trasladado también a su mente, y solo podía concentrarse en aquel par de ojos profundos que tenía frente a él. Se perdió largo rato en ellos antes de continuar.
- Tengo un encargo que cumplir, y debo hacerlo de inmediato. Partiré antes del atardecer…
Las tierras de los Escorpiones cruzaban duras montañas, las de la espina del mundo. Los Escorpiones, eran tan parte de ellas, como ellas eran parte de los Escorpiones. Eran austeros y capaces de sobrevivir en una zona donde todo estaba en contra. El clima, el terreno, y la gente.
Y sin embargo, quizás por eso, el clan que lo adopto estaba más que preparado para sobrevivir. Y así había sido. Pero de alguna manera, el poder de los Bayushi trascendía de eso, y se encontraba en medio de un valle que se alejaba de las montañas hasta el linde del bosque Shinomen.
Durante generaciones había ocupado un lugar de honor, y había sacado provecho de aquella posición, invitando a tantos valientes a sus tierras como pudieron.
Ahora los ojos de Haru estaban puestos en su formidable palacio.
Hacia dos días que había dejado la capital imperial en una apresurada carrera contra reloj. Estaba cansado y no era para menos, pues la proeza de ponerse en tan solo dos días entre un punto y el otro estaba solo destinado a mensajeros imperiales, sobre sus fantásticas monturas.
El había tenido que correr y escalar, obviar sitios de obligado paso, y rezar para que las tropas de su clan no lo pillaran recorriendo sitios de acceso más restringido. Pero al final había merecido la pena. Pues el sol estaba empezando a caer, y el tenia frente a si la joya de la familia Bayushi.
Supuso que la sombra que le había dado el recado también había tenido que sufrir una agotadora carrera, aunque tuviera un puñado de horas de ventaja sobre él. Debía ser un tipo duro en cuerpo y alma para realizar esos encargos para el mismísimo campeón de clan.
Había muchos secretos que ocultar, y uno de ellos era como había llegado un antiguo Ronin a ganarse el derecho de conducir un clan con tanta tradición, oscura, pero tradición al fin y al cabo.
Sin embargo, todos los que había conocido hasta el momento respetaban profundamente a su líder, o al menos eso era lo que mostraban en público. Ahora él, que no era más que un joven soldado de entre todos sus súbditos estaba a punto de reunirse con él.
La sangre le hervía, y no solo por la carrera continúa para llegar. Sino porque sabía que le esperaba otra dura prueba.
Las gentes de la ciudad pasaban a su alrededor tranquilas, sin hacerle caso, o al menos haciendo el mismo caso que Haru estaba prestando a su alrededor. Su vista, vigilaba el palacio Escorpión con esmero.
Llego hasta la bifurcación de caminos. Uno de ellos llevaba hasta la parte trasera del castillo, hasta un muelle propio. Si seguía de frente llegaría a palacio.
Muchos durante siglos habían hablado del desmedido uso del arte del palacio Bayushi. Balcones sobre balcones, finamente ornamentados, engalanados todo el año con mil adornos. Parecía un intento de ser ostentosos más allá de toda duda.
Pocos sabían que aquellas balconadas, era en realidad almenas y lugares donde apostar guardias para defensa del castillo. Cada parte que daba al exterior estaba preparada para albergar soldados, disimulados entre el entorno de manera que hacer una defensa del exterior fuera algo muy sencillo, y con el menor número de bajas para los de dentro.
Ese era un secreto importante que jamás podría contar, porque así lo había jurado.
Los guardias de palacio parecían pocos, pero era otra mentira, había más escondidos tras paneles falsos. Aunque sabias, y no por experiencia, que el problema estaba dentro. Multitud de túneles, y paneles que se podían mover hacían de la entrada un laberinto.
No sabias como ibas a sortear aquel escollo. Pero alguien debió de pensarlo por ti. Al llegar te identificaste, y antes de que pudieras decir el motivo un hombre mayor apareció detrás de los guardias. No lo vistes llegar, pero allí estaba.
Los guardias se hicieron a un lado y te dejaron pasar. Quizás aquel hombre les había avisado de que estarías por llegar. El te condujo por el laberinto y te guio hasta la cuarta planta.
El palacio estaba poco transitado a esas horas. Parecía que la cena se serviría en breve y todo el mundo estaba preparándose para ir adecuadamente a ella.
El hombre te dejo en una pequeña sala y se marcho. Allí en la soledad, mientras la noche terminaba de caer recordaste como Kokoro te deseo buen viaje dos días atrás.
Ella te miro con alivio cuando le dijiste que tenías un viaje. A saber qué clase de cosas estaba pensando. Solo se atrevió a hablar para preguntarte si volverías. Y tú sin saber que decir dijiste que más tarde o más temprano volverías a Otosan Uchi.
Era una promesa banal, pues lo desconocías, pero quizás dentro de mucho tiempo estuvieras de vuelta. Y eso era lo que querías creer. Así que ella se despidió de ti deseándote buen viaje.
Tu corazón se fracturo cuando la dejabas, pero ambos teníais la ilusión de que el destino os volviera a unir, más tarde o más temprano. Solo había que esperar a ver.
Falta otro post.
Mientras repasabas como debías comportarte ante un dignatario notaste algo, que antes no eras capaz de reconocer, pero que había quedado marcado en tu mente y tu cuerpo desde hacía dos días en tu casa de Otosan Uchi.
Sabias que había alguien más contigo. Tu pulso volvió a subir, tus ojos buscaban como posesos de donde podía provenir esa sensación, al tiempo que aguantabas la respiración sin querer llamar la atención sobre ti mismo, y así poder oír mejor.
Sin embargo, fue el ruido de otra puerta shoji la que te distrajo. Un hombre, envuelto en un kimono oscuro entro en la habitación. Ya habías visto aquella mascara antes. Era la de Kenichi sama. Todos los líderes escorpión habían usado una máscara, la misma desde tiempos ancestrales.
Sin embargo, el nuevo campeón, usaba una enteriza de color de la perla y el hueso. Se rumoreaba a gritos, que se había quedado con el rostro completamente desfigurado tras una escaramuza con un grulla años atrás, y que por ello, no dejaba nunca que se le viera ni un solo trozo de piel de la cara.
El hombre, que entro se sentó enfrente de ti y la puerta shoji se cerró por fuera. Al mirar pudiste ver una manga y una mano. Y asimilaste que se trababa de la misma persona que te trajo hasta aquella sala.
Tu corazón aun cabalgaba en tu pecho, pues la presencia que notaste seguía allí.
El campeón escorpión miro para ti durante unos tensos segundos antes de empezar a hablar, como si quisiera medir que clase de hombre eras.
Esta es la casa de las mentiras, y como tal, está llena de traidores. Sé que suena raro que el campeón de este clan hable de no estar seguro en su propia casa, pero esa es la verdad.
Por eso estamos nosotros aquí, tú, yo y Ojo de Dragón.
En aquel momento supiste que se trataba del mismo hombre o ser que había estado en Otosan Uchi unos días antes. Podías sentirlo, cerca y lejos de ti, como una presencia, pero no podías verlo. Aun así, sabias que estaba allí.
Te preguntaras porque requiero tu presencia. Y es a la misma vez sencillo y complicado. Necesito a alguien que sea parte de este clan, y que sea leal a el, y que sin embargo, tenga en su corazón otras lealtades.
Sé que naciste liebre. Como también se que eres fiel a tus enseñanzas, a cuanto te enseño este clan. Hace tiempo que te vengo observando. Pues necesito tus servicios, no puedo fiarme de un escorpión de tradición, como no pueden nadie fiarse de un hombre o mujer de este clan.
La misión que necesito que realices es complicada, y solo puedo enviar a alguien de mi confianza. Tú no eres más que un simple samurái, y sin embargo te será más fácil moverte por terrenos llenos de enemigos que a mis ejércitos enteros.
Supongo que entiendes lo importante que es que cada aspecto de esta reunión quede en secreto Haru san.
El silencio se hizo, tu campeón esperaba una respuesta, y sin embargo, ahora solo tenías preguntas.
Como podía saber lo de tu nacimiento, bueno eso no era imposible de saber, pero si doloroso para muchas personas, incluida tu.
Como podía pretender fiarse de ti, si decía que conocía tus lealtades al clan de tus padres. Aquello no tenía sentido.
Estaba claro que el campeón escorpión no era idiota, pero había conseguido confundirte con sus palabras.
El joven samurai se demoró un buen rato en responder. Abrumado por la vertiginosa velocidad que adquirían los hechos, permaneció impávido mientras su vida pasaba frente a sus ojos. Guardó silencio hasta que la situación casi se volvió incómoda. No era porque le costara encontrar la forma adecuada para dirigirse a su Campeón, sino porque, nuevamente, se había quedado sin palabras. Un hecho al que, desgraciadamente, empezaba a acostumbrarse.
Aunque claro, sentarse justo enfrente de la persona más peligrosa del mundo quizás no fuera una mala excusa, después de todo.
A pesar de ello, y por extraño que pareciera, Haru estaba tranquilo. No es que se sintiera precisamente cómodo, ni mucho menos que pudiera disfrutar de aquel encuentro. La sensación que lo invadía era particularmente extraña, pero de ningún modo era temor. Al menos de eso estaba seguro.
Desde el mismo momento en que había puesto un pie en el edificio, lo había invadido la serena pero contundente certeza de que su misma existencia había escapado por completo de su control. Ahora se encontraba a merced de los caprichos de las Fortunas, y su vida o su muerte dependían enteramente de las decisiones de otros. Por extraño que pareciera, tal sentimiento de indefensión e insignificancia, lejos de abrumarlo, lo reconfortaba.
Se encontraba en la guarida del Escorpión, uno de los lugares más peligrosos del Imperio, donde había cientos de maneras para acabar con una vida tan miserable como la suya… y sin embargo, aún respiraba.
Y el propio Campeón solicitaba sus servicios.
- Hai. – respondió con infinita humildad el joven samurai, inclinándose respetuosamente ante su interlocutor. No era una respuesta particularmente sagaz, pero al menos le aseguraba que no ofendería a nadie con su torpeza. Dada la cantidad y complejidad de cuestiones que habían salido a la luz, no era un objetivo despreciable. Además, y por sobre todas las cosas, era absolutamente honesta.
El Escorpión tenía cientos de preguntas por hacer, y le costó un gran esfuerzo y toda su disciplina contener la lengua. Incluso aunque sabía que más de la mitad de ellas bien podrían acabar con su vida. Sin embargo, aunque quizás parecía el momento adecuado para hacerlas, algo en su interior lo conminó a aguardar una mejor ocasión. Si necesitaba saberlo, su Campeón se encargaría de comunicárselo. Inferir lo contrario solo podría tomarse como un insulto.
- Estoy aquí para servir. Y en ello encuentro no solo mi Causa, sino también mi Orgullo. Dicen que nadie conoce más del instrumento que el artista que lo esgrime. Eso parece particularmente cierto en este caso. Pues entonces solo me queda rendirme ante vuestra sabiduría y esforzarme por no arruinar vuestra obra.
Perdón por la demora, ha sido una semana complicada.
Ademas, confieso que me costó la respuesta. Había demasiados puntos a tratar, y demasiadas formas de acerlo. Al final, me decidí por lo básico, aunque igual me quedo largo. Ya lo iré desarrollando con el correr de los post.
El campeón medito tu respuesta. No mostraba ningún signo de que le agradara o desagradara. Era complicado hablar con una pared, que no sentía ni padecía, y más cuando ese muro infranqueable era tu líder.
Sin variar un ápice su postura, volvió a hablar. Esta vez su tono de voz era más bajo, más confidencial. Fuera lo que fuera, ahora eras participe de algún secreto, y como habías aprendido, los secretos podían costar, la vida, el reino, o incluso un imperio.
No fuiste seleccionado en vano para tus misiones en Otosan Uchi, fueron una prueba, y un entrenamiento.
Hace tiempo que sabemos que hay una secta llamada Niebla Asfixiante, aunque hasta hace poco, nos era difícil apreciar sus intervenciones, pues están muy bien camufladas. Ahora, gracias a que Otomo Fujimaki san, un poderoso enemigo se ha vuelto un aliado, puedo mantenerme al tanto de ciertas cosas pues me mantiene informado de sus avances. Eso nos da una oportunidad.
Sabemos que esa secta no cree en los clanes menores. Y creíamos que desde el ascenso del Clan Mantis, habían empezado a operar. Pero como si algo sé, es que cuesta tiempo y esfuerzo montar una buena base y operar tan en la sombra.
Así que busque más atrás en el tiempo, y busque entre mis súbditos. Ahora sabemos que Niebla Asfixiante trabaja desde la desaparición del clan del Jabali, muchas centurias atrás, o puede que incluso antes.
De igual manera, se, que hay espías dentro de este clan. Y que tomar cualquier acción directa contra ellos, me supondría muchas muertes innecesarias.
Aguardo un momento a que la información calase en tu mente. Ahora resultaba que tu destino de trabajo en Otosan Uchi estaba listo desde el principio, y que las misiones, que en principio no parecían estar ligadas, eran en realidad la consecución de un plan mayor.
Pero ahí no acababa la cosa, y el campeón siguió.
La caída del Clan de la Liebre, siempre me pareció prematura y sin sentido, pero ahora, sabiendo lo que se, creo firmemente que fuer orquestada por Niebla Asfixiante.
Mi pregunta, es si estás dispuesto a desenterrar toda la verdad, y enfrentarte a los peligros que ello conlleva. No porque yo lo ordene, sino porque tu corazón lo ansia.
Sin problema. Seguimos.
Haru mantenía una extraña relación con su máscara Escorpión. En verdad, todos los miembros del Clan de las Mentiras gozaban de un vínculo especial con aquel objeto, que constituía la única certeza en aquel mundo de tinieblas por el que se movían. La máscara los acompañaba desde que se convertían en samurai hasta que iban a reunirse con sus ancestros. Conocía todos sus secretos, y era mudo testigo de sus triunfos y sus fracasos, de sus vergüenzas y sus anhelos, de sus terrores y debilidades. En las dificultades más apremiantes, un hombre solo podía confiar en su Máscara, la única que lo acompañaba siempre, y que nunca lo traicionaría. Desde la creación del Imperio, cientos de miles de Escorpiones se habían refugiado tras sus Máscaras, incluso cuando no había ya ningún lugar donde retroceder. Y ellas nunca les fallaban.
El mismo Haru había aprovechado su cobertura para esconder sus propias inseguridades, y la había esgrimido como un escudo impenetrable cuando sus enemigos se cernían sobre él. Sin embargo, en aquel instante, quizás por primera vez, su fiel compañera lo abandonó. O al menos eso era lo que sentía.
Allí, en la intimidad de aquella estancia, a solas con su Campeón, el samurai sentía que todos sus sentimientos quedaban expuestos, y que ni su Máscara podía ocultar las sensaciones que desfiguraban su rostro. Su Campeón sencillamente parecía poder leer su corazón a través de sus ojos. Era como si sus entrañas estuvieran abiertas, y el fétido olor de sus fluidos corporales inundara la silenciosa habitación.
Tantos años de mentiras, tanto tiempo de disciplinar sus sentimientos, y ahora por fin todo salía a la luz. O quizás nunca había permanecido oculto, después de todo. Quizás solo fuera parte de otra mentira aún mayor. Si esto era realmente así, ya no tenía sentido seguir huyendo.
- Estoy dispuesto a cumplir con vuestra voluntad, Bayushi Kenichi-dono. Y no habrá peligro alguno en este mundo, o en cualquier otro que pueda obstaculizar mi camino. Pues ahora puedo ver con claridad la senda que debo recorrer, quizás como nunca antes. Y esa visión me llena de fuerza. – Haru aún se hallaba algo reclinado, en una posición de sumiso respeto, pero su voz aumentaba en intensidad a medida que hablaba, dejando traslucir el orgullo que lo embargaba.
- No pude haber mayor devoción a una causa que aquella que nace del convencimiento más absoluto. Y yo siento en mi corazón, con una certeza que no puede conseguirse de otro modo, que al cumplir vuestros deseos estoy también haciendo Honor a mi Kharma. Creo en la justicia que impulsa esta causa, pero por sobre todo, creo en los designios de mi Campeón.
- Si mi corazón ansía buscar la verdad, es porque vos así lo ordenáis. Solo cumpliendo mi Deber podré mostrarme digno de semejante Honor.
El campeón no se inmuto ante tus palabras. Pero al alzar tu voz, notaste que aquella presencia que estaba allí con vosotros se removió.
De repente dejaste de sentirla tan fuerte, como si estuviera en otro lugar, como si se hubiera marchado.
Ahora tu campeón se puso en pie. Era como si la reunión hubiera acabado.
Haru san. Bayushi Kusame, el general que orquesto el ataque a las tierras de la liebre, se retiro hace algunos años el templo de Osano-wo, más allá del rio sol. Pero estoy convencido de que sabe mucho acerca de los planes de nuestros enemigos.
Es importante que lo localices y les caza. Pero te advierto. Cuando salgas de estas paredes, todos serán tus enemigos. Ningún hombre o mujer de este clan puede saber lo que conlleva tu misión.
Ni siquiera Ojo de dragón. El nunca se pondrá en contacto contigo. Si alguien dice ser el. Mátalo. Haz lo que sea necesario para traerme la información que necesitamos. Confía en tu instinto y recuerda que solo puedes fiarte de él para hallar la verdad.
Ten, este es tu contacto. No sabe que es lo que buscas pero te ayudara en lo que pueda. Ahora márchate.
Te da un pequeño papel y sin más, el campeón del clan, el conocido Paladín sin Rostro se marcho de la sala.
Notaste que había jaleo fuera, como si los guardias estuvieran organizándose para enfrentarse a algún enemigo.
Y podía ser que ese enemigo fueras tú.
Con paciencia y dando muchos rodeos, saliste del palacio sin ser visto. Durante buena parte de tu escapada notaste la presencia de Ojo de Dragón, o al menos eso creías. Ya no estabas tan seguro.
Una vez fuera, te acercaste hasta el rio, que discurría tras el palacio. Era hora de ponerse en marcha. Ya tenias una misión, y mucho más peligrosa de lo que hubieras imaginado. Quizás no volvieras a ver a Kokoro con vida, eso solo dependía de ti.
Otro post tuyo y se acabo el prologo. Espero que haya sido de tu agrado.
Haru comenzó su marcha, aún aturdido por todos los sucesos recientes. En poco menos de una semana, había abandonado su apacible y sosegada estadía en la Capital Imperial para internarse en las complejas intrigas de la más alta política. Ya no buscaría respuestas en la serena quietud de los pergaminos, acompañado solo por el silencio de su cómoda habitación y la reconfortante luminiscencia de la vela. Ahora debía enfrentarse cara a cara con el peligro, sin más armas que la justicia de su causa y la astucia de su mente. Ya no deambularía de forma indolente por cuidados jardines, disfrutando de los placeres más refinados del mundo en compañía de hermosas mujeres. Ahora debía entrar en la guarida del lobo, arrastrarse por el barro y caminar en la oscuridad más absoluta. Y no podría confiar en nadie.
Era un camino oscuro el que había tomado, y también solitario. No sería sencillo recorrerlo hasta su final, y el Escorpión era plenamente conciente del precio que debería pagar si cometía un error. Nadie sabía de aquella misión. Nadie apoyaría su causa. Ni siquiera podían conocerla. Y se enfrentaba a enemigos poderosos. Enemigos que ya habían demostrado su fuerza en el pasado, y que aún hoy provocaban resquemores en el mismísimo Campeón del Clan de las Mentiras.
El Escorpión sonrió. Al fin podía entregarse en cuerpo y alma. Al fin su Deber y su Honor se volvían uno. Al fin su mente y su corazón discurrían el mismo sendero. Al fin encontraba un enemigo sobre el cual desatar toda su frustración, un enemigo digno de su odio más profundo.
A medida que avanzaba, la imponente mole de la fortaleza Bayushi fue quedando atrás, y su ominosa sombra se alejó también de su espíritu. Sus temores se fueron replegando a algún oscuro rincón de su mente, y nuevos pensamientos ocuparon su lugar.
“Que tenga en su corazón otras lealtades.” - había dicho su Campeón.
¿Qué diablos quería su Campeón de él? Entendía las razones por las cuales había sido elegido. Al menos si había algo de cierto en todo el asunto. Entendía que era necesario algo más que la mera lealtad al Clan para llevar a cabo aquella misión. Su Campeón era un hombre sagaz, y debía de conocer bien que incluso la confianza y la devoción tenía sus límites. ¿Pero que había encontrado en él que lo hacía digno de semejante tarea?
“No eres más que un simple samurai.”
No era un gran guerrero, ni tampoco un avezado cortesano. Apenas si había dado sus primeros pasos fuera del dojo, y todavía estaba lejos de comprender los secretos que rigen al mundo. Sus dudas eran mayores que sus certezas, e incluso su corazón se hallaba aún dividido. Solo la sangre estaba de su lado, y aquella acuciante obsesión por descubrir la verdad. ¿Cómo pretendía su Campeón que tuviera éxito con armas tan insignificantes? ¿Cómo podía pretender que enfrentara a un enemigo al que él mismo temía? No, la respuesta debía ser otra. Kenichi-sama no podía esperar algo así. No de él. Lo había elegido por algo más…
“Confía en tu instinto.”