Partida Rol por web

Agarrado al borde de la camioneta, Alex se agachó y observó como las hogueras y el club se iban quedando atrás a medida que avanzaban. Le costaba creer que habían conseguido sacar el vehículo con tanta facilidad, pero Horace tuvo la habilidad suficiente ocmo para conducir sin llamar la atención. Cuando llegaron a la puerta de salida, Alex se asomó por el costado cerca de la ventanilla del conductor.

- ¿Crees que podremos atravesarla? -preguntó a Horace.- La otra alternativa es volver a saltar, pero eso supondría dejar la camioneta atrás.

El vehículo que conduce Horace sigue el serpentante camino y en cuestión de minutos abandonan la zona de estancias  y las hogueras con ese característico olor a carne quemada, en unos instante que parecen una eternidad alcanzan el gran portón norte del Capital City, una línea brillante en el horizonte anuncia el próximo amanecer.

-Propongo que derribes el portón... no sabemos si seremos seguidos en cualquier momento, ni el por qué de los disparos...- comenta Reing volteando de vez en cuando a la parte trasera del vehículo, esperando no encontrar siluetas siguiéndolos ó peor aún vehículos.

Atravesar la puerta.

-¿¡Pero qué me estás jodiendo!?

Pero Reing también habló. Y ninguna otra voz se levantó en contra de la idea lo bastante fuerte. Todo el mundo estaba a favor de una idea suicida. Así que...

-¡VENGA, TODO EL MUNDO ABAJO Y AGARRAOS!

Si hay que morir, se dijo mientras trabtaba de relajarse contra aquello, que mejor que hacerlo como en El Sheriff Chiflado. Apretó el acelerador, tiró a fondo y-

CRASHHHHHH!!!!!

...

-YYEEEEEHAHAHAHAHAHAWWWW!!!!

Aulló al aire sin poderlo evitar tras aquella maravilla, con pedazos que aún se veían saltando por los aires, mientras se sacudía la frente de pura alegría y asombro: aquello había sido la polla.

El enorme portón es derribado por el antiguo vehículo de Angus, sin más daño que un parabrisas un poco estrellado y la lámina del capó abollada.

El pequeño grupo de sobrevivientes aventaja camino dejando atrás la entrada norte al Country Club, algunos cuerpos inertes son aplastados por las llantas de aquel vehículo que se aleja rápidamente del lugar por el serpenteante camino de terracería y pinos a los costados el cuál desemboca a las vías alternas cerca de la freeway 400.

Los primeros rayos solares anuncian el fin de una terrible noche mientras poco a poco van resintiendo cada uno, la falta de sueño y hambre que no es comparable con el sentimiento de libertad que en ese momento siente cada uno de los sobrevivientes al campo de golf.

Tras la duda inicial que Horace parecía mostar, pero con el convencimiento que mostró después, Alex se agachó y se agarró al borde de la camioneta hasta que los nudillos se le pusieron blancos. El vehículo empezó a acelerar, y pudo notar algo subiéndole por el estómago, como cuando la montaña rusa comienza a cojer velocidad y sabes que está apunto de bajar sin control. Oyó el golpe y vió cosas volar, esperando que fueran trozos de la puerta y no de la camioneta. Se giró y vió el boquete que acababan de hacer. Lo habían conseguido. Sin poder controlar la euforia, se puso de pié, abrió los brazos y se puso a gritar, sintiéndose imparable. Un par de baches en el camino hicieron que se replanteara su postura y volvió a agacharse, sin perder la sonrisa. Se acercó a la ventanilla del copiloto, para hablar con Eura. No podía ocultar su optimismo ahora que su "plan suicida de rescate" había salido bién.

- Los demás no quisieron venir, pero digeron que nos esperarían. Bueno, que esperarían un rato... Nos dejaron un poco mas hacia adelante.

El pequeño Jack se aferró con fuerza a la asidera de la parte superior de la ventanilla, hasta que sus nudillos se ponían blancos. Sin embargo, no dijo ni una palabra. Podía ser un crío de 12 años, impertinente como él sólo, metomentodo como él sólo y fisgón como él sólo; sin embargo, la acción había dejado sin palabras al joven boy scout.

Al fin y al cabo, cuando no hay que protestar es cuando te juegas la vida.

Había dejado que Horace llevara la iniciativa, y se había limitado a apoyarles en todo momento tanto a él como a Alex. No era mucho mayor que él, pero vaya por dios... desde luego tenía las cosas claras. A Jack no se le daba bien el liderazgo, pero sí la intendencia. Parecía siempre tener a mano lo que era necesario. Y eso es algo que había 'encontrado' en la guantera del coche mientras esperaba, y ahora tenía guardado en el bolsillo de la camisa...

Esperó la colisión... ¡¡¡y sobrevivió!!!

No emitió ni un solo ruido hasta varios minutos después, cuando estaban lejos. Se dio tiempo suficiente para relajarse, y comenzó a extraer cosas de sus bolsillos. Un paquete de chicles a medio terminar, un paquete de tabaco nuevecito, un yoyó y su navaja de la suerte. "Tengo que ponerle un nombre..." pensó.

Ofreció un chicle a Eura y otro a Alex. Luego se metió el último en la boca.

- Lo siento Horace, para ti no hay - se lamentó el muchacho. - No me quedan. Pero acepta esto.

Le tendió el paquete de tabaco.

- Lo encontré registrando por ahí. Está nuevecito. Lo único que no he encontrado mechero...

Entonces una disparatada idea le acudió a la mente. "Yeya", pensó. Llamaría a su navaja, Yeya. Al fin y al cabo, con esa navaja había liberado las bridas cuando estaban en el camión, al igual que Yeya había liberado a todos. Y al igual que la abuela, las navajas tienen siempre dos filos.

En silencio, besó la navaja, la guardó, y se dedicó a escudriñar la oscuridad en busca del resto de supervivientes.

Me encogí sobre mí misma cuando vi que nos íbamos a estrellar contra la puerta.

Grité de la emoción. ¡Lo hicimos, lo hicimos!

- ¡Eres un grande! - alargué un brazo, para apretar el hombro de Horace.

Bajé la mano, buscando a tientas la de mi hija, para ayudarla a subir al asiento. Ahora que estábamos fuera, sin balas tan potenciales, era que quería que saliera. La abracé, acariciando su cabello com si fuera un día normal.

- ¡Gracias a Dios! - con esperarnos se estaban ganando el cielo. Abracé a Alex - ¡Gracias por volver! ¡Gracias, gracias...!

Jack me alargó un chicle. Les sonreí a todos, habían sido y seguían siendo muy buenos con nosotras.

- Gracias - tomé uno, guardándolo en el bolsillo. Cuando estuviéramos a salvo lo usaría para calmar los nervios, ahora quería concentrarme en llegar a nuestra salvación.
 

Horace estaba en aquel estado mezcla de satisfacción y establecimiento de rodillas no-temblonas propio de aquel lugar.

"Eres un grande!"

-Sí ma´am -comentó satisfecho- Creo que lo soy.

No comentó el hecho de que realmente no creía que les estuvieran esperando, no a aquellas alturas, y que se habrían largado en cuanto pasase una hora o dos. No iba a reventar una burbuja tan estupenda, y si realmente lo habían hecho... pues buena suerte y buen viento. Espero que nadie mencione lo de antes, se dijo mientras sonreía todavía y limpiaba disimuladamente el machete, a sus pies. Una vez estuvieron lejos de allí, salieron del coche. Respirar el aire de la mañana, la libertad, ¡no tenía precio!

Bueno, sí, el de un paquete de tabaco al parecer.

-Chico, eres un príncipe entre los hombres. Otra vez -dijo, agitándole el pelo con la manaza, agradecido, al salir, y tendiéndole el paquete un segundo- ¿Quieres uno? ¿Alguien?

Quisieran o no, y después de repartir o no, se lo llevaría al bolsillo de la camisa y lo deslizaría dentro con un toque del dedo índice. Se carcajeó tras el abrazo de Eura a Alex.

-¿Qué? ¿No hay abrazos para los demás? -dijo, mientras le deslizaba a Alex sin que Eura pudiera verlo un pulgar arriba, felicitador.

Hizo un gesto para que se acercasen al sitio donde se suponía que les esperaban: si llegaban en ruedas no sabía si no les dispararían como reacción al pánico o no, la gente estaba muy en modo "no soy yo, son ellos" cuando se fueron y no quería que le volasen un pie después de aquella noche infernal. Bostezó tapándose la boca, ruidosamente.

El joven pasante de medicina no cree la situación y se cubre con ambos brazos cerrando los ojos mientras el vehículo se abre paso entre madera y metal en un tremendo estruendo, el motor de la camioneta de Angus ruge y se aleja de aquel country club, las esstrellas se desvanecen al amanecer y en la cabina los demás compañeros festejan el mismo sentimiento de libertad que ahora  siente Reing sin importarle si quiera el fresco de la mañana.

Horace aminora la velocidad en el punto exacto donde hce algunas horas sus antiguos compañeros los habían dejado despidiendose con la promesa de esperarlos lo más que pudieran, la luz del sol los sorprenden y los primeros signos de cansancio son ahora palpables en aquellos sobrevivientes una vez que el golpe de adrenalina ha pasado su efecto.

Reing mira  a Horace de manera sombría para comprobar que sus compañeros no esperaron mucho tiempo abandonándolos a su suerte a las primeras de cambio.

-Será mejor buscar un lugar para descansar y luego buscaremos algo de comer... yo vigilaré la primera hora...- Anuncia resignado y algo meditabundo, pero en el fondo alegre por saber que tiene buenos amigos que no lo dejarían a su suerte.