Partida Rol por web

Jorunn puso los ojos en blanco ante la reacción del hirdman, aunque este, de espaldas a ella no pudo verlo. Creía entender los motivos por los que se comportaba así y había esperado desde el principio del viaje que aquello ocurriese, aunque no dolía menos por saber que iba a ocurrir. Pero sabía que, en su situación, liderar una expedición era algo más que complejo, especialmente cuando las posibilidades de morir sin honor estaban tan presentes. Aún así alejó momentáneamente aquel problema de su cabeza:  los grandes clanes no se formaban en un día y tenía que centrarse en el camino que se abría ante ellos. Jorunn se acercó a donde la völva hacía sus sortilegios y esperó respetuosamente a que terminara para que la diese las noticias de los dioses y así poder meditar la decisión mientras dormía. Un dolor punzante la sacó de sus pensamientos y se fijó que el brazo tenía bastante mal aspecto y comenzaba a supurar.

Klemet, creo que se ha vuelto a herir la herida del brazo ¿Podrías echarme un vistazo?

Se encontraba en aquel momento preparando sus cosas para dormir cuando observó a lo lejos al hirdman y a la joven Jorunn hablar con un gesto de no muchos amigos. Suspiró para si mismo, haciendo sus propias cábalas sobre el motivo de la conversación cuando escuchó las palabras de la hija del jarl tras de sí.

Girándose para verla, lanzó una mirada a su brazo y le hizo un gesto para que pasase al interior de la tienda. Le pidió que se sentara con otro gesto y no articuló palabra hasta que tenía las manos sobre la herida de su brazo. Esperó antes de pedirle a los dioses aquellas dotes curativas, mirando a los ojos a la mujer.

- No serías una buena líder si todos estuviesen contentos con tu trabajo. Jamás he tenido a nadie bajo mis órdenes, pero he vivido los años suficientes para saber que es una tarea que no le desearía ni al peor de mis enemigos. - espetó el thurl con sinceridad, en una mezcla entre halago y compasión - Estás haciendo un buen trabajo, Jorunn Hrolfdöttir. Intenta no morirte. -

La herida no se cerró y sintió como su magia no tenía lugar. Torció el gesto. - Los dioses se han cansado con nosotros por hoy. Te trataré esta herida yo mismo. -

Cogió algunas vendas, limpió la herida y se la vendó. No estaba más curada, pero al menos podría descansar esa noche.

Jorunn dio un respingo cuando Klemet pronunció aquel elogio. De todos los seres del mundo era del que menos esperaba una palabra amable. Esperaba antes una expresión de júbilo del mismisimo Viðarr, el más serio y vengativo de los Aesir, antes que palabras de ánimo del thurl. Sin saber muy bien que decir apartó la mirada en silencio mientras dejaba que vendase el brazo, que aunque no dejó de doler al menos había dejado de supurar. 

Gracias—dijo cuando el hombre terminó sin dejar muy claro si se refería a la herida o a las palabras.—Y seguiré tu consejo.

—Morir no es algo que no puedo permitirme— Y es que, sin más herederos que ella ¿qué ocurriría con el clan cuando su padre muriese? ¿Sería el fin de la descendencia de Kjari? ¿Y la gente del clan? Seguro que Frödi se alegraría, pues aquello acabaría en batallas internas, y eso solo podía beneficiarle a él. Iré a ver si Hild a terminado... Mañana partiremos al alba.

Quizás fuese aquella tierra extraña...

Un escalofrío recorrió la espalda de Hild. Quizás alque frio y aquella neblina sobrenatural que habían atravesado para llegar a los dominios de la Dama de la Escarcha impidiesen ver a los dioses más allá, o quizás eran tales los poderes de la hechicera que no la permitían hacer magia allí... o quizás fuese solo producto de la inexperiencia. La völva no entendía lo que los huesos querían decirle. Puede que fuera por que jamás en su vida se habían enfrentado algo así, algo sobrenatural, algo terrenal... sea como fuere sería todo un desafío para ellos, uno que cambiaría sus vidas para siempre.

La noche fue dura para los daneses. El frío los obligaba a apiñarse cerca de las pequeñas hogueras que habían encendido y, arrullados por el sonido de las olas, trataban de dormir y alejar de su mente los peligros a los que se habían enfrentado... y a los que se tendrían que enfrentar. 

El amanecer no trajo al sol. Una densa niebla brotó del mar y tan solo se adivinaba el alba por la claridad encima de sus cabezas. Todo permanecía tranquilo, aquellos bárbaros no habían atacado por la noche y las guardias se habían sucedido con total normalidad. Tras un frugal desayuno junto a las hogueras Osvif les deseó suerte en su hazaña y pronto partieron los seis enviados de Hrolf en busca de la Dama de la Escarcha.