Hace mucho tiempo en una galaxia lejana, muy lejana...
Tras la destrucción de la Segunda Estrella de la Muerte y con la muerte del Emperador Palpatine a manos de su propio aprendiz Darth Vader, el Imperio Galáctico se desmorona. De los restos del Imperio, han emergido facciones que luchan entre sí en una guerra encarnizada de políticas y traiciones para llenar el vacío de poder.
Por su parte, la Nueva República, recién formada y aún débil, se ve envuelta en una guerra de varios frentes. Además del Remanente Imperial, se enfrenta a otros contendientes: sistemas y facciones que buscan expandirse y anexionar nuevos territorios aprovechando el caos reinante. Por si eso fuera poco, la Nueva República debe pugnar por mantener unidos a sus miembros que, una vez derrotado el Emperador, buscan sus propios intereses.
Luke Skywalker, ahora Maestro de Jedi, trata de cumplir una promesa: restaurar la Orden Jedi y devolver a los Jedi su lugar en la Galaxia como guardianes del equilibrio y la justicia. Sin embargo, no puede hacerlo solo...
Luke Skywalker se miró la mano. Una mano artificial que reemplazaba la de carne y hueso que Darth Vader, Anakin Skywalker, su padre, le había arrebatado. No parecía mecánica; la piel sintética que la recubría era verdaderamente realista, en tacto y apariencia, incluso en el tono. Así pues, que la llevara enguantada no respondía a una mera cuestión estética por el aspecto de la mano en sí, sino de como parte de su vestimenta, su “uniforme” actual.
Las pestilentes emanaciones de los pantanos de Dagobah le sacaron de su ensimismamiento y le devolvieron al presente. Dagobah le traía muchos recuerdos, pero no estaba allí por los recuerdos. Estaba allí por la Fuerza. Ahora que el Imperio había caído, tenía que concentrarse en otra cosa. Sí, la Alianza Rebelde – no, Alianza Rebede no, ya no -, la Nueva República iba a requerir mucho trabajo y esfuerzo para consolidarse y sobrevivir a sus primeros años. Pero de eso tendrían que encargarse su hermana Leia y los otros líderes. Él no era un político, sólo un granjero de humedad.
No, no podía ayudarlos. No así, al menos. Él tenía que concentrarse ahora en cumplir la promesa que le había hecho a un viejo amigo. Era así como podía ayudar a la Nueva República, y a la Galaxia.
Se encaminó a la que había sido la morada de Yoda y se detuvo unos instantes antes de entrar. Encendió un pequeño fuego en el hogar de la pequeña casa y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Tenía que meditar.
Si Yoda y Obi-Wan habían sobrevivido a la Purga, otros también podían haber sobrevivido escondiéndose como ellos. Estaba seguro. De hecho, poco después de conocerse la muerte del Emperador y de Darth Vader – con sorprendente rapidez -, habían comenzado a aparecer noticias, rumores en su mayoría, de seres con habilidades especiales, con poderes de la Fuerza. Y no pocos, sino una gran cantidad de ellos, repartidos por toda la Galaxia. No iba a ser fácil seguirle la pista y encontrar aquellos que fueran reales.
Iba a necesitar ayuda. Y mucha.
Sidias y Lucien.
Baker, Nun'zacris, Suta'Raz y Wulryk.
Sidias Praxon, Suta'Raz y Wulryk Brightnight
Baker Swordwind y Nun'zacris
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