Nombre: Alex Corso | Naturaleza: Buscador | Concepto: Comerciante exótico | |||
Jugador: | Esencia: Buscadora | Afiliación: Orden de Hermes | |||
Crónica: | Comportamiento: Buscador | Cábala: | |||
ATRIBUTOS | |||||
FISICOS | SOCIALES | MENTALES | |||
Fuerza | oo | Carisma | ooo | Percepción | ooo |
Destreza | oo | Manipulación | ooo | Inteligencia | oooo |
Resistencia | oo | Apariencia | oo | Astucia | ooo |
HABILIDADES | |||||
TALENTOS | TECNICAS | CONOCIMIENTOS | |||
Alerta | oo | Armas C. C. | Ciencias | o | |
Atletismo | Armas de Fuego | Cosmología | |||
Callejeo | oo | Conducir | Culturas | ||
Consciencia | ooo | Do | Cultura y Sociedad | ||
Enseñanza | Documentación | ooo | Enigmas | oo | |
Esquivar | Etiqueta | Informática | o | ||
Expresión | Liderazgo | Investigación | ooo | ||
Intimidación | Meditación | o | Leyes | ||
Intuición | o | Sigilo | Lingüística | ooo | |
Pelea | Supervivencia | Medicina | |||
Subterfugio | o | Tecnología | o | Ocultismo | ooo |
ESFERAS | |||||
Cardinal | o | Espíritu | o | Mente | o |
Correspondencia | o | Fuerzas | oo | Tiempo | |
Entropía | Materia | o | Vida | ||
VENTAJAS | |||||
TRASFONDOS | RESONANCIA | ||||
Avatar | oo | Recursos | ooo | Dinámica | |
Biblioteca | oo | Entrópica | |||
Contactos | oo | Estática | o | ||
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OTROS RASGOS | ARETÉ | SALUD | |||
o o o | Magullado | ||||
FUERZA DE VOLUNTAD | Lastimado | ||||
o o o o o o o | Lesionado | ||||
QUINTAESENCIA | Herido | ||||
o o o o o o o o o o | Malherido | ||||
PARADOJA | Tullido | ||||
Incapacitado |
Alex tiene 36 años. Mide 1'75 y es delgado. Su rostro afilado está enmarcado entre un cabello castaño un poco largo, un bigote y una escasa perilla. El cabello se lo peina hacia atrás, pero suele terminar alborotado. Tiene los ojos castaños, a veces cansados tras llevar horas investigando en sus búsquedas, pero siempre atentos. Suele vestir ropa cómoda, con camisa y una fina corbata, siempre de colores discretos y apagados. Y suele llevar siempre al hombro una bolsa de tela en el que a veces porta algún libro.
Alex es tranquilo y callado, siempre atento por si aparece algo de su interés que añadir a su tienda o a su colección particular. Tiene un aire de dejadez, de estar siempre pensando en sus cosas, en cuál va a ser el siguiente paso para conseguir el objeto que sea que está buscando, y casi siempre con las manos en los bolsillos.
fv+2 = 2
quintaesencia+8 = 2
arete+2 = 8
mente+1 = 7
contactos+1 = 1
recursos+1 = 1
El torno giraba y bajo las manos del muchacho la arcilla tomaba forma. Primero la forma. Luego se cocería en el horno. Por último se adornaría. No sería una gran obra, pero era un comienzo para un joven que prometía. El aprendiz trabajaba con una intensa concentración, bajo la atenta mirada de su maestro.
Kosei se movió rápido y silencioso. Sus experimentados ojos habían visto el desliz del muchacho y previó lo que iba a suceder. Puso su mano sobre la del muchacho, atrapándola y evitando que diera rienda suelta a su frustración. Con sus propios dedos presionó suavemente los del joven y lo guió sobre la arcilla.
- La arcilla proviene del río, una fuente de vida. Así que es como si estuviera viva - explicó con voz grave pero suave -. La forma que pretendes no siempre es la que debes darle. Un artesano no moldea el objeto; hace que aflore su verdadero aspecto - Kosei liberó al muchacho cuando notó que se relajaba al comprender.
Pasado el crítico momento, dejó de prestarle atención y miró a través de la ventana, al horizonte. El poderoso astro sol descendía próximo a ocultarse y dejar paso a la noche. Siempre que miraba al oeste, recordaba el lugar donde había nacido. No era originario de Egipto, sino de mucho más al oeste. Había buscado una nueva vida y los senderos de Gaia lo había llevado a las tierras de aquel floreciente Imperio.
- Basta por hoy - Kosei se volvió al aprendiz y le tocó en el hombro -. Es tarde y dentro de poco anochecerá. Vuelve a casa.
El muchacho asintió y se levantó. Después de asearse salió del sencillo taller de Kosei y se fue corriendo.
El artesano paseó por el taller, recogiendo los utensilios y poniendo algo de orden tras el día de trabajo. Su jornada había terminado, pero no su trabajo. Aún quedaba algo por hacer. Cerró la puerta y las ventanas, avivó el fuego, y movió el escaso mobiliario para dejar un área despejada en el centro del taller. Todo lo hizo en silencio y con calma, dedicando toda la atención, como si de un ritual se tratase. Con la misma parsimonia, se dirigió al estante de una de las paredes y descubrió una pequeña estatuilla. Representaba la estilizada figura de una mujer con cabeza felina. Bast. Tierna y feroz diosa protectora. Había hecho la figura con cariño y dedicación durante semanas. Era una figura sencilla, pero hermosa.
Se situó en el centro de la estancia, siempre de frente a la estatuilla, y se arrodilló. Aún no era el momento. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, meditando. Pasó el tiempo y, entonces, lo sintió. No se movió ni abrió los ojos. Su tamaño aumentó, su rostro se alargó adquiriendo un aspecto felino, sus manos y piernas se transformaron en garras, y todo su cuerpo se vio cubierto de un espeso pelaje negro y moteado.
Kosei se puso en pie. A diferencia de otros viviendas similares, su taller se había construido a una altura mayor por una razón: para que el artesano pudiera erguirse cómodamente en su forma crinos. Caminó de lado. La estancia cambió de aspecto cuando pasó a ver el mundo espiritual tal como era. Ya no estaba iluminada por la cálida luz del fuego o las lámparas de aceite. La luz, espectral, procedía de todos lados. Las paredes, el mobiliario y ciertos objetos poseían un aspecto menos sólido, algunos de ellos con una pequeña aura fantasmagórica. Delante de Kosei, la figura que representaba a Bast se veía translúcida. Había sido purificada y la había dejado en esa posición durante semanas con la intención concreta de darle tiempo a que su existencia física quedara impresa en el mundo espiritual.
Inspiró profundamente y un profundo y gutural sonido surgió de su garganta transformándose en un poderoso rugido de llamada y desafío. Repitió la llamada y esperó. Si tenía éxito empezaría lo realmente difícil del ritual; convencer al espíritu protector que respondiera a la llamada para que quedara vinculado a la estatuilla. U obligarlo.
Una tenue forma fue adquiriendo definición a medida que se acercaba. Un espíritu León. O, concretamente, leona. Muy apropiado, pensó Kosei sin dejar de observarlo. La leona también le vigilaba y sólo apartó la vista de él durante el instante en que olisqueó la figura del estante. No hacían falta ningún tipo de palabras. Ni servirían de nada. El lenguaje que se hablaba en la Umbra era el lenguaje espiritual, el de la voluntad. Kosei le ofreció parte de su esencia espiritual. Pero un espíritu protector es también un espíritu guerrero, y eso no iba a ser suficiente. La leona enseñó los poderosos dientes y gruñó, tensó los músculos, y saltó sobre Kosei.
La leona creció en tamaño mientras cruzaba la relativa distancia que los separaba hasta hacerse tan grande como el artesano. Kosei se revolvió con rapidez felina y empujó desde su parte inferior al espíritu. La leona giró en el aire y aterrizó sobre sus patas, para volver a saltar en el mismo movimiento.
Kosei esquivó los dos zarpazos de la bestia sin mucha dificultad, pues los esperaba, y cambió de posición, sin darle la espalda. La leona no le dio cuartel y volvió a atacar de la misma forma. Fue muy rápida y esta vez las garras rozaron el negro pelaje. Iba a tener que emplearse a fondo para demostrar que era merecedor de la protección del espíritu.
Kosei se agazapó con el nuevo salto y trató de atrapar a la leona por el cuello, pero ésta giró la cabeza y se vio obligado a soltarla para evitar las letales mandíbulas. Durante un momento giraron en círculos, manteniendo las distancias y evaluándose. La forma del artesano cambió a Chatro, un enorme felino de grandes colmillos. La leona se movió de nuevo. El paisaje del mundo espiritual se convirtió en un borrón cuando Kosei se trasladó de un salto a toda velocidad una gran distancia. Dos. Tres. Cuatro veces, se emborronó el paisaje al esquivar los ataques. El espíritu no se iba a agotar tan fácilmente, y él no podía rendirse ahora. Hacerlo significaría que no sería digno.
La siguiente vez se lanzó contra la leona. El espíritu no lo esperaba y chocaron con un violento trueno. Sobre las patas traseras en un abrazo mortal, ambos lanzaron dentelladas, buscando el cuello rival y zafándose una y otra vez. Kosei sintió las zarpas en su costado, y se encogió por la sorpresa y el dolor, una pérdida de equilibro que aprovechó la leona para derribarlo y ganar ventaja. Las fauces del espíritu se cerraron sobre el cuello de Kosei, que reaccionó por puro reflejo y estiró patas con fuerza para quitársela de encima. Kosei mantuvo la distancia al tiempo que recuperaba su forma de Crinos y se tocó la carne desgarrada del cuello. Algo hirvió en su interior, de frustración, de rabia.
Se lanzó ciego de ira. La leona fue a su encuentro. Kosei no fue a por el cuello del espíritu, se agachó en el último momento e incrustó su hombro en bajo el pecho de la leona. Su un espíritu respirase, se habría quedado sin aliento. Rodaron por el suelo. Kosei mantuvo el movimiento, lanzando zarpazos y puñetazos por igual. Estaba demasiado cerca para que las zarpas de la leona fueran efectivas, y se movía demasiado para que pudiera apresarle con los colmillos. Le daba igual que su carne se desgarrara más. Notó que el tamaño de la leona menguaba con el agotamiento, pero él siguió golpeando. Cuando parecieron cesar los zarpazos, Kosei cerró las manos sobre el cuello y presionó emitiendo un profundo gruñido, y sólo soltó su presa cuando el espíritu dejó de moverse.
El rugido reclamando la victoria fue atronador.
Cansado y dolorido, pero más calmado, tomó al espíritu con cuidado y delicadeza. Como un halo fantasmal, parte de la energía espiritual de Kosei pasó a la leona mientras la acercaba a la estatuilla y se sellaba el vínculo.
La insistente vibración del teléfono amplificada por la madera de la mesa interrumpió a Robert. Con un chasquido de la lengua dejó la pluma sobre la mesa antes de coger el aparato. Aún sentía la excitación en el estómago y la llamada lo había interrumpido.
- Buenas noches, Alan - contestó tratando de no parecer irritado -. ¿Puedo hacer algo por tí?.
- Porque mi editor es el único ser de este mundo y paralelos que tiene mi número y me llama a estas horas de la madrugada - contestó a su sorprendido interlocutor sin muchas esperanzas de que captara el sarcasmo. Alan Meltwink no era alguien que supiera distinguir los matices en la voz, menos aún cuando estaba hasta las cejas de cafeína en su despacho -. Además, sale en la pantalla del teléfono.
- Estará listo en la fecha prevista, Alan - Robert interrumpió la rápida sucesión de palabras -, si cesan las interrupciones a deshoras - una pausa y una nueva interrupción por su parte -. Sí, Alan, estaba con el artículo ahora mismo - mintió. El artículo lo había acabado hacía rato, pero era una de las pocas maneras que había para que Alan lo dejara tranquilo -. Lo enviaré a primera hora de la mañana - nueva avalancha de palabras -. Sí, claro, por supuesto - y otra más -. No hay problema - ¿cuándo se habían convertido en un viejo matrimonio?. Robert puso los ojos en blanco; había estado a punto de añadir un "cariño".
- Buenas noches, Alan - colgó tras la respuesta del editor, sin esperar un segundo, antes de que se le ocurriera decir algo que continuara con un interminable monólogo.
Puso en silencio el teléfono móvil y, después de mirarlo unos segundos que permaneció inactivo, lo apagó. Enviaría el artículo antes de acostarse, pero no iba a volver a a encender el teléfono hasta bien avanzada la mañana.
Alan era un buen editor y amigo. La brusquedad con la que lo había tratado no le gustaba, pero esa era la única manera de hacerlo cuando llamaba desde el despacho y estaba a pleno rendimiento, si uno no quería que lo volviera loco.
Robert se frotó el puente de la nariz. El artículo no era más que un trabajo adicional para una revista científica. Uno de los pequeños encargos que Alan le conseguía mientras se dedicaba a su nuevo libro, el tercero de cierta importancia en la tirada. No era lo que había estado escribiendo antes de que Alan lo interrumpiera, desde luego. Este último manuscrito era algo sin forma. No era ni siquiera un proyecto futuro. Sólo sería un nuevo añadido en la carpeta de aquellos particulares relatos cortos. No verían la luz en una publicación, ni siquiera como ficción; no conteniendo tantos detalles de la sociedad de los cambiaformas como había en ellos. Pero llegaban con tal facilidad, con tal intensidad, que sentía que debía escribirlos. Tan claros que parecían recuerdos, más que una invención.
Alargó la mano y cogió la pequeña estatuilla que descansaba sobre su escritorio. Representaba a la diosa egipcia Bastet. Era una estatuilla antigua y sencilla, desgastada por el paso del tiempo. Sólo tendría valor para un museo por su antigüedad. No había acabado expuesta en una vitrina porque había pasado de generación en generación en su familia. Por supuesto el escaso valor era para un humano. La acarició con el pulgar, una sensación cálida y familiar. Sonrió. Para un cambiaformas Bagheera como él, Robert Kosei Menelik, era sagrada.
Robert Kosei Menelik