Partida Rol por web

Aquellas mujeres eran arrebatadoras. Pocas veces había visto esa clase de belleza tan absoluta. La indescriptibilidad de sus rasgos rezumaba en mis sentidos, como en los de todos que les posaban los ojos encima. No era sólo una belleza sensual, era algo más, un magnetismo especial. El juego aquel de las copas acabó por dejarlo claro, eran de una ralea poco común.

El caso es que no pasaban desapercibidas. Es más, juraría haberlas visto antes. De haber sido una ocasión como esta, no dudaría en absoluto, pero la última vez fue de lejos. Mientras pensaba, me pedí un Martini en la barra. Conocía al barman, así que me lo sirvió en vaso de tubo, con un solo hielo, en lugar de hacerlo con la típica copa chata, donde acaba nadando una oliva en medio dedo de licor. Dí un sorvo y de repente recordé. Hace pocos días, en una gala multitudinaria en la Galería de Cristal del Palacio de Cibeles, justo cuando le dí un sorbo a otra copa de Martini que pude atrapar de la bandeja del cátering, las vi a lo lejos. El sentimiento que me produjeron fue similar al de hoy pero, creyendo que la distancia y el breve lapso de tiempo las idealizaron, no le di más vueltas y continué con lo mío.

Era un evento muy importante. Lo presidían los Reyes y conmemoraban los veinticinco años de televisión privada. Estaba la cremme de la cremme y había conseguido que la empresa donde trabajaba me enviase como su representante pues, aunque no se dedicaba al mundo de la televisión directamente, era un lugar perfecto para realizar contactos y repartir tarjetas de aquellas que no sabes cómo un día te acaban llamando y surge una oportunidad de negocio. Tras cruzarme con un par de contactos potenciales, me olvidé de aquellas mujeres... hasta esta noche en que las tenía cerca de mí.

Entonces algo se me calentó por dentro. Era aquella sensación que conocía tan bien. Aquella sensación de estar cerca del abismo que tanto me llamaba. Aquella sensación que, cuando la seguía, siempre me conducía a un escalafón más alto. El vértigo que me producían aquellas mujeres era el origen de esa sensación.

No tenía nada que perder.

Le dí otro sorbo al Martini. Dí la vuelta sobre mis talones y me acerqué a la posición donde estaban. No las iba a abordar directamente, como si fueran turistas ansiosas de macho ibérico, aquella ocasión merecía un acercamiento más sutil. Debía observar un poco más.

De todas ellas, la que más me llamaba la atención era la morena de las mechas. Su cara de aburrimiento era una buena baza. Desde una posición más estratégica, la observé de reojo, preparado para dedicarle una sonrisa en cuanto su mirada se cruzara con la mía.

Jack vio cómo la mujer morena de mechas se daba la vuelta justo cuando él comenzaba a mirarla. Le sostuvo la mirada con el rostro serio y, cuando él la sonrió, esbozo una sonrisa sesgada, pero no hizo nada más. Se levantó, junto con la pelirroja y la morena y se marchó con ellas hacia la puerta, poniéndose el abrigo, no sin antes decirle algo al oído a una de las gemelas rubias, quienes se quedaron sentadas, ahora con mucho más hueco en los sofás en los que estaban. Ambas sonrieron al escucharla y, tras ver marchar a las tres, giraron la cabeza en dirección al joven que se había acercado ligeramente. Una de ellas habló, mirándolo fijamente a los ojos con los suyos color topacio: 

-Te conocemos de algo, ¿verdad?

Tras apurar la copa, comencé a caminar hacia la puerta, por donde se marcharon las tres mujeres. Una sonrisa como aquella podía significar mucho... o nada, pero si me quedaba quieto no lo sabría nunca, así que me puse en marcha.

Entonces una de las gemelas me dijo algo. Me detuve un momento a su altura y la miré. Media sonrisa.

- Y si no es así, es momento de poner remedio a eso, ¿no crees?

Le dije como respuesta. Señalé a la puerta con el pulgar, sin dejar de mirar a la rubia.

- ¿Tienen prisa? Por que me habría gustado hablar con tu amiga.

Escuché lo que tuviera que decirme antes de continuar. En aquel momento ignoraba si la rubia sólo quería representar un escollo para permitir la huida de la morena de mechas, pero la reacción que había tenido aquella mujer tras mi sonrisa me daba a entender que quería que la siguiera. Momentos antes de mirarla no parecía pretender marcharse, y tampoco parecía de la clase de mujeres que abandonan un local porque un hombre las mire.

El misterio me mantenía intrigado.

-Pues la verdad es que puedes ir corriendo tras ella si quieres, pero no te lo recomiendo... -dijo la otra mujer que quedaba- está cogida... además -entonces se rió por lo bajo antes de continuar- para cuando llegues a la puerta ella ya habrá desaparecido...

-...literalmente -terminó la primera gemela que había hablado- mi nombre es Zoe y ella es Linda. Encantada de conocerte, si es que no te hemos visto antes... 

Sonrió, señalándole uno de los sofás a su lado que había quedado libre. 

-Y dime, ¿cuál es tu nombre? ¿vienes mucho por aquí? no te había visto antes...

La cosa no iba como me había esperado, pero lo cierto es que no habría esperado que aquellas mujeres, con aquel halo de exclusividad, llegaran a hacerme caso. Siempre subestimaba mis capacidades al respecto. Eso me facilitaba el ir mejorándolas constantemente.

- Una lástima. - Dije echando un último ojo a la puerta por donde se habían ido. Lo cierto es que me frenó más el "está cogida" que lo de la desaparición fantástica que intentaban escenificar en sus palabras aquellas dos mujeres. No porque hullera de mujeres emparejadas, más bien porque bastante álgida era aquella situación como para meterme de lleno en camisa de once varas.

Pronto mi atención la captaron en exclusiva las dos hermanas. - Zoe y Linda, hermosos nombres. Encantado. - Les respondí con una sonrisa. - Yo me llamo Jack. - Diciendo esto me senté en el sofá. - Sí. Vengo por aquí de vez en cuando. Pero lo que es seguro es que no hemos coincidido nunca, de otra forma no os habría olvidado aunque quisiera. - Dicho esto, sonreí con picardía. - Y no querría.

Huí de cualquier fórmula de ligar típica, pues la situación no era típica y no habría sido apropiado. De momento pensé que lo mejor era dejar la palabra en el aire y hablar con mis ojos y sonrisa. A la espera de cómo reaccionarían ellas antes de continuar.

-Vaya -se asombró la segunda gemela que había hablado, sonriendo sinceramente-, todo un galán, no se encuentran muy a menudo, ¿sabes?

Entonces se acercó a su hermana y en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que Jack lo oyera, añadió.

-Quizá doña oráculo tenía razón después de todo -se rió pícaramente- lo mismo sí es él...

Linda miró a la otra, levantando una ceja, pero también esbozaba una sesgada sonrisa. 

-Creo que tengo que irme. Isaac ya conoce bastante, pero el joven Patrick acaba de llegar y creo que necesitará de mi ayuda. Os dejo a solas, Zoe y galán. Un placer. 

Apuró su copa de oscuro y denso líquido rojizo de un trago, más bien poco femenino, y dejó a su gemela dándole un beso en la mejilla. 

-Te veo luego.

Se marchó caminando, mientras movía las caderas a causa de los altísimos tacones que llevaba. 

Zoe, que no era para menos, quedó en el sofá, con las piernas desnudas, que sobresalían de una falda corta y terminaban en unas elegantes plataformas, cruzadas con delicadeza. Miraba fijamente a Jack, esperando que tomase la iniciativa, evaluando, decidiendo. 

-¿Y bien? ¿Qué buscas aquí, Jack? ¿Placer... o negocios?

- ¿Doña oráculo? ¿Se referiría a su amiga, la que se marchó antes? ¿Qué querría decir con "es él"? - La verdad es que aquella situación no era nada típica, pero la complejidad que tomaba aquello me excitaba el punto en que veía un reto ante mí y sabía que tenía que ir a por él. Finalmente Zoe se quedó sola conmigo. Eso era una señal más que suficiente para saber que iba por el buen camino. - Seguramente se habrán hecho alguna seña las hermanas para quedarse sola conmigo. - Pensé complacido.

- Placer. - Respondí sin pensar demasiado. - Los negocios los hago de día. La noche es para vivirla. Para disfrutarla. Para degustarla poco a poco pero con intensidad. - Hacía una pausa entre frase y frase. A cada pausa me acercaba un poco más a Zoe, hasta que casi podría notar su calor. En aquel momento no lo sabía, pero el calor que notaba era exclusivamente el mío propio. Sin embargo, la vivacidad de los ojos de aquella mujer, que eran como pozos insondables donde navegar durante siglos, provocaba una sensación dentro de mí que pocas mujeres habían hecho aflorar en Jack Cassidy. La miré intensamente. - Posees una belleza arrebatadora. - Le solté. - No entiendo cómo he podido creer que sabía lo que era estar vivo sin haberte contemplado antes. Mi corazón no podrá seguir latiendo fácilmente, después de tal y como está sangrando ahora mismo. - Diciendo esto, mi mano se aventuró sobre su pelo. Mis dedos se enredaron sintiendo el placer de sumergirse en un mar de seda. El dorso de mi mano se deslizó hasta acariciar su cara marmórea. Mi otra mano, tomó la suya y la posé en mi pecho, para que pudiera sentir mi corazón al galope, así como mi torso bien formado. Observé sus ojos, para comprobar que el deseo era un sentimiento mutuo, justo antes de acercar mis labios a los suyos, al asalto de aquella catedral voluptuosa con la esperanza de robar, de entre sus innumerables tesoros, un simple beso.

Zoe se dejó llevar. Dejó que Jack le arrancara ese beso de los labios, que lo hizo sentir como nunca antes. Jack quedó completamente prendado de la belleza de aquella mujer en aquel mismo instante. Ella se separó, lentamente, le sonrió y lo observó con detenimiento, terminando de evaluarlo, mientras se acercaba a él, dejando que su pierna nívea rozara el dorso de la mano del joven. Jack no era tonto, estaba claro que ella sabía lo que estaba haciendo, pero no le importó, quizá él también lo deseara en aquellos momentos. Quizá, sus intereses fueran los mismos. 

-Vayamos a un sitio más privado... -murmuró ella en su oído- la noche para mí ya no tiene sentido entre tantos... -hizo un gesto con la mano, abarcando toda la sala- ...tantas personas. 

Aquel beso fue algo que jamás había sentido antes. Había besado a muchas mujeres, unas más fogosas que otras, otras más experimentadas que unas, todas tenía un algo y recordaba las más memorables, pero todo aquello quedaba a la altura de un juego infantil en comparación con lo que me había hecho sentir esa mujer. Sus labios eran fríos y el gusto inicial recordaba al hierro, pero entonces me inundó un placer indescriptible, todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se excitaron con la sensualidad de aquella experiencia.

Cuando ella separó sus labios de los míos, mis ojos aun permanecían cerrados, como queriendo retener una sensación a la que fácilmente me volvería adicto. Cuando los abrí, tenía una expresión mezcla de sorpresa y satisfacción en la mirada.

Mi mano rozó su muslo, como por casualidad, pero no lo fue. Ella también debía haber sentido algo parecido a lo que yo sentí, pues estaba ansiosa por llevarme a un lugar apartado. Quizá entre aquella mujer y yo había una química especial.

Asentí, sin variar mi expresión de felicidad y satisfacción.

- Ni para mí. Sólo tú le das sentido. No quiero a nadie más. ¡Vamos!

La sonrisa de Zoe lo dejó helado. No tenía ni la más remota idea de lo que significaba, pero lo encandiló. Se levantó tras ella y ambos salieron de allí, dejando atrás el pub, la terraza y a la multitud... 

Zoe lo llevó a su apartamento, estaba cerca. Vivía con su hermana, aquello se notaba nada más entrar en el lujoso ático. La joven cerró la puerta con llave y se deslizó hacia una habitación que había a la derecha, pasando frente a él de forma sinuosa. Jack fue tras ella, como hipnotizado. Al llegar a la habitación, que resultó ser su habitación, Zoe se quitó las plataformas, quejándose del dolor de pies de forma demasiado exagerada y levantando las piernas hasta una altura que hacía irreverente la corta falda de su vestido, para poder quitárselos sin agacharse un milímetro. 

Entonces, mujer de iniciativa, se acercó a Jack y comenzó a desabrocharle la camisa, poco a poco, lentamente, mientras sus labios surcaban las aguas del cuello de él. Continuó desvistiéndolo y se dejó desvestir. Se dejó besar. Se dejó acariciar. Jack, como hipnotizado aún, hizo todo lo que ella le dejaba entrever que quería que hiciese. Los segundos se extendieron como si fueran minutos. Los minutos como si fuesen horas. 

Entonces sucedió. Un momento de puro éxtasis y, de pronto, un pinchazo, en su cuello, ínfimo, apenas perceptible y el éxtasis se volvió nada comparado con la sensación posterior. Jamás en su vida Jack había sentido algo así. Nunca. Jamás. La indescriptible sensación que le recorrió todo el cuerpo fue lo único que le importó en los siguientes minutos. Y su mente se dejó llevar. Degustó. Disfrutó. Y la calma comenzó a apoderarse de él. La oscuridad lo abrazaba, con miles de brazos aterciopelados. Se dejó llevar. Se dejó hundir en las mullidas profundidades del mismo azabache...

Y entonces, de pronto, negro. Todo fue oscuridad.