Partida Rol por web

En ese momento Rafael vio la mirada en los ojos de John. Y no fue el único. Jack e Isaac también se dieron cuenta. 

-Mierda... -murmuró el Justicar, décimas de segundo antes de saltar hacia un lado, con agilidad felina, al mismo tiempo que John se lanzaba hacia donde él estaba instantes antes- Y esto, señores, se llama "frenesí" -aleccionó a los neonatos en esos momentos de sosiego justo antes de que, de nuevo en aquella madrugada, cundiera el caos. 

Jack e Isaac no tenían tiempo que perder. Habían visto la expresión en los ojos de John, era una expresión salvaje, como de una fiera, nada humano (si es que lo había habido antes) quedaba en ellos. Ambos intuían que en aquellos momentos no se podía razonar con el político. Aquello era matar o morir. O noquearlo, si eran capaces. Y todo aquello justo después de la pelea anterior, cansados y con el sopor de la mañana haciendo mella ya en sus consciencias... Debían acabar con ese aunto rápido. Tenían unos segundos mientras John se daba la vuelta. 

-Yo no me meto en vuestros asuntos, ya os lo dije -respondió el mago-; te doy información a ti como pago por un trabajo, nada más. Descansa, mañana por la noche podrás terminar el cuadro... Al fin y al cabo, dudo que tus compañeros puedan mantenerse despiertos durante el día con la batalla que ha habido. Es lo bueno del sol -añadió, en tono irónico-; que el día es para nosotros, los vivos... 

Dicho lo cual, se marchó, dejando a Verónica que durmiera tranquilamente durante el resto del día. 

Frenesí. Recordando el momento en que me dejé llevar por mi propio descontrol, al ver por primera vez la sangre derramada tras mi despertar, comprendí que no podría convencer a John con palabras para que se calmase. Sólo parecía viable la violencia, que últimamente lo impregnaba todo.

Me lancé a por él, intentando derribarlo, pero no pude frenar su ímpetu y casi reboté sin poder hacer nada de lo que pretendía.

Isaac tenía la pistola, pero no quería usarla sobre John. No conocía los efectos del frenesí más que por lo que había leído, pero sabía que razonar no servía de nada.

Había que noquearlo, por lo que puso sus puños a trabajar sobre el pobre John. Aunque sus impactos eran poderosos, ninguno de ellos llego a golpear a su oponente, que se movía demasiado para acertarle.

Tanto Isaac como Jack lograron reaccionar a tiempo, cuando John entró en frenesí. Sin embargo, ninguna de sus acciones pareció tener efecto sobre el cainita que, preso de la Bestia que habita en el interior de todos, se lanzó a por el primero que encontró por el camino. 

Víctor no lo vio venir. Él, recién creado, ni siquiera había pasado un día entero entre ellos y sus reflejos aún no eran lo suficientemente potentes. John le cayó encima, embargado por una rabia sobrenatural, mientras a su alrededor comenzaban a aglutinarse las tinieblas, como si de densos jirones de gelatina se tratase. 

Lo último que vieron ambos neonatos, antes de sumirse en la oscuridad total dentro de aquella sala fue a John desgarrando la garganta y el pecho de Víctor con dientes y uñas y a Rafael agarrar un trozo de madera que quedaba por el lugar, seguramente roto de la pata de alguna silla, y sumergirse en aquel mar de bruma densa color azabache, tan densa y sobrenatural, que ni siquiera los agudos ojos de ambos podían penetrarla...

Sólo les quedaba escuchar... 

Golpes, gritos, gruñidos y de vez en cuando la voz rota de Rafael, calmada, tratando de apaciguarlo. Entonces, un ruido húmedo, sordo, y de pronto se hizo el silencio.

Al mismo tiempo la oscuridad se disipó de golpe, como si hubiera sido un espejismo generado por sus propias mentes cansadas... 

La oscuridad se disipó; John yacía en el suelo, con los ojos bien abiertos, pero inmóvil, empalado por una estaca que le atravesaba justo por el corazón. Víctor, o lo que quedaba de él, era un amasijo sanguinolento a un lado... Al otro lado, con una rodilla en tierra, Rafael, que ni siquiera parecía cansado en aquel momento, lo miraba fijamente mientras negaba con la cabeza. 

Unos segundos después, segundos que a los neonatos les parecieron eones, el Justicar levantó la cabeza. 

-Id a descansar, está amaneciendo. Mañana decidiremos el rumbo a tomar... 

Dentro de lo que quedaba del antes glorioso Elíseo, la luz volvió, los dormidos despertaron y el polvo se levantó.

Fuera, amaneció. 

Las consecuencias de la diableriè de John estaban a la vista de todos y el pobre Victor es el que más había pagado el precio.

- ¿Me dará tiempo a llegar a mi refugio o puedo pasar el día aquí mismo? - Isaac no había quedado con Lucy para nada y la verdad es que después del espectáculo prefería buscarse un hueco en cualquier sitio (como la biblioteca) para esperar el nuevo anochecer. - Personalmente prefiero quedarme.

Desde luego, estaba claro que ni Isaac ni yo éramos competentes aún para poder detener a un cainita como John en pleno frenesí. Es más, viendo el resultado y los métodos empleados por Rafael, estaba claro que la cosa estaba condenada al fracaso desde el primer momento. Sólo había que ver el amasijo de carne en que se había convertido el bueno de Víctor.

Ver a John ensartado con aquella estaca atravesándole el corazón, me hizo recordar las antiguas leyendas de cómo acabar con un vampiro. - ¿Estará muerto? - Pensé dudando, al haber presenciado prodigios en recuperación de heridas protagonizados por los otros cainitas ante mis ojos estupefactos.

Por supuesto, John no había comenzado con buen pié. Tuvo el desatino de cometer diablerie y condenar con ello a su propio sire a juicio. Lo que estaba claro es que Lola había cometido el error de su vida eligiendo a John como vástago. Y quizá no era el único error. Todo aquello había que anotarlo en mi memoria a fuego, debía servir como experiencia vicaria.

Asentí a las palabras del Justicar. Era tarde. Había que dormir. La última noche la había pasado en una de las habitaciones del Elíseo, así que, si aún se conservaba en pié, haría lo mismo esta noche. Además, lo que debería considerar mi refugio no estaba aún acondicionado a las necesidades de un vampiro. Aún no había pasado un día allí.

- Yo me quedaré. - Anuncié simplemente.

Y como si hubiera sido un sortilegio, fue pronunciar esas palabras y sentir sobre mis hombros el peso de una noche entera. Clamaba el sueño, me llamaban las sábanas.

Giré en redondo y me dirigí a las habitaciones.

-Claro, ambos podéis quedaros -asintió el Justicar-, ya sabéis dónde están las habitaciones de invitados, descansad. 

Y tras decir aquello, marchó en dirección a la biblioteca, pues aún había en el destrozado Elíseo asuntos que merecían su atención.